Estas obras no hablan de fantasmas, sino que utilizan la espectralidad para desestabilizar la realidad, lo que implica desafiar la autoridad de la visión y la cronología histórica de la modernidad, al tiempo que desmercantilizan los modos de representar la violencia.
Hasta donde es posible saberlo, el ser humano siempre estuvo inclinado a reunir objetos que no solo lo acompañarían a lo largo de la vida, sino, incluso, hasta después de muerto.
Prueba de ello son los descubrimientos de monumentos funerarios y tumbas en los que aparecen los restos humanos rodeados de piezas que hicieron parte de la rutina cotidiana del difunto o que pudieron serle útiles en su tránsito hacia otra vida o en esta (con un claro significado mágico y religioso), hallazgos que están esparcidos a lo largo y ancho del mundo y con los que se confirma, de alguna manera, que el acopio de objetos y la existencia de la humanidad han estado íntimamente ligados.
Por supuesto, ese instinto primitivo de amontonar artefactos de diversa índole fue haciéndose cada vez más depurado, en la medida en que las sociedades y las culturas fueron evolucionando, hasta convertirse en la actividad que hoy entendemos como coleccionismo.