O que você aprende, você não esquece

Opinión
O que você aprende, você não esquece
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Miércoles, Noviembre 13, 2013
Reconociendo lo fundamental en el proceso de aprendizaje y formación
Base de datos: Brittanica. Representación Artística Mundo Inca

Hace algunos días estuve en Rio de Janeiro (ciudad maravillosa en lo poco que pude conocer), acompañado de otro profesor de la universidad, para participar en un evento académico. Una de las aficiones del profesor era la de leer los letreros que encontrábamos en nuestros recorridos por las calles de Copacabana y lugares aledaños, para luego tratar de descifrarlos y repetirlos, pensando que ello nos ayudaba a practicar nuestro incipiente portugués. Y hubo un letrero en especial, que mi compañero encontró en la puerta de un colegio y que se resistía a la traducción. El letrero rezaba el título de este relato. Y por más que ensayamos varias propuestas de traducción, aprovechando la relación con el colegio como lugar de enseñanza, ninguna nos dejó satisfechos. Así que el ejercicio de su traducción quedó como un reto que, finalmente, fue superado por el profesor, luego de escuchar algunas ponencias en portugués:  “Lo que usted aprende, usted no olvida”.

Esto me trajo a la mente todo aquello que aprendí y también lo que pude haber olvidado en todo este tiempo de aprendizaje que es la vida. Y me hizo pensar que la expresión no es del todo cierta. Me permito poner mi caso como ejemplo, no por considerarme “ejemplar” sino porque es el que mejor conozco.

En primaria aprendí a realizar las operaciones matemáticas elementales (suma, resta, multiplicación y división) y creo que no se me han olvidado, quizás por su uso cotidiano y como sustento de fases superiores en mi formación académica. Hasta aquí, bien. Aprendí también los nombres de los catorce incas (los puedo recitar aun hoy: Manco Cápac, Sinchi Roca, … Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa); las cuatro regiones del imperio (Antisuyo, Contisuyo, …), los tres conquistadores del Perú (Pizarro, Almagro y Luque) …. También aprendí que el virreinato del Perú tuvo cuarenta virreyes; que el primero de ellos se llamaba Blasco Nuñez de Vela (me acuerdo de él porque lo decapitaron y así lo vi en el dibujo del libro de historia) y que el último fue La Serna, el de la rendición y capitulación. Pero, de los treintaiocho virreyes restantes, a pesar que en su momento nos tocó recitarlos uno por uno en orden cronológico (así se hacían las cosas por esos días), sólo recuerdo uno que otro por la lectura de unas crónicas de la época que la ubico en mi lista de obras literarias que releo cada cierto tiempo (las ‘Tradiciones Peruanas’).

Es así como, en su momento, tuve que aprender muchas cosas para cumplir con “mínimos requeridos” académicos; pero de todas esas cosas, quedaron sólo algunas. Para los ejemplos citados, quedaron aquellos conocimientos de uso cotidiano, aquellos que cimentaron nuevos conocimientos. También quedaron aquellos que considero me ayudan a construir una identidad a partir de pensar “de dónde vengo”, o aquellos otros que se han preservado en el ejercicio de una actividad que mis opciones y preferencias han convertido en cotidiana (la lectura). Lo demás lo olvidé: además de los treinta y tantos virreyes de los que ya no me acuerdo, tampoco recuerdo la mayoría de ubicaciones o accidentes geográficos de mi país y del mundo, así como la mayor parte de temas relacionados a cursos como biología, anatomía, artes, filosofía, etc., quizás como consecuencia de esa especialización inevitable que surge cuando decidimos qué hacer con nuestras vidas, y que nos lleva a ser selectivos con el conocimiento.

Sin embargo, más allá de todo esto, que puede conservarse u olvidarse según nuestros intereses y/o nuestra capacidad de retenerlos, considero que hay algo que trasciende lo estrictamente académico. Para ponerme (otra vez) como ejemplo, me refiero a las cosas que aprendí en mi ya lejana formación inicial. Considero que la abnegada profesora que nos soportó a mis compañeros y a mi durante seis años, además de formarnos en lo académico, nos inculcó valores en todas y cada una de nuestras actividades en clase (ser puntuales, trabajar duro, ser honrado, no copiar, no ‘soplarle’ las respuestas al compañero de al lado, no ser abusivo, no discriminar por ninguna razón ni ser racista, etc.), para que en el futuro tuviéramos, por lo menos, la posibilidad de llegar a ser personas de bien. Con esos valores que nos inculcó, creo que ella ayudó a cimentar en cada uno de nosotros la construcción de una ética que nos permitiera … seguir nuestros caminos para ser lo que somos, y encontrarnos donde nos encontramos.

En mi caso, el lugar donde me encuentro es la docencia. Creo que tratamos de ser mejores docentes, en gran parte, debido a nuestros estudiantes, para contribuir a una mejor formación de estos. Pero, al final de cuentas, ¿Qué es eso que entregamos, que reconocen y valoran los estudiantes? Quizás para la mayoría lo más valioso sean los conocimientos, pero sabemos que estos pueden ser superados (u olvidados). Quisiera pensar que hay algo que se queda con ellos (los estudiantes), además de los conocimientos, que trasciende por encima de estos: el compromiso y los valores en los que se fundamenta la Academia (respeto, trabajo, honestidad, calidad, equidad, transparencia, coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, argumentación y rigor académico antes que el ‘opinómetro’, respeto y cumplimiento de una ética docente, etc.), con los que impartimos estos conocimientos. En síntesis, lo que les pueda ayudar en el futuro a ser no solo mejores profesionales, sino también mejores personas y ciudadanos. Creo que aún me puedo reconocer en el estudiante que recibió aquellos conocimientos y valores (los valores, sobre todo) de aquella abnegada profesora, porque de alguna forma me parece que estos se han conservado en lo fundamental  hasta hoy. De manera similar, espero que nuestros estudiantes se puedan reconocer en el futuro en los valores que les tratamos de inculcar en su paso por la Academia. Y me gustaría creer que los estudiantes (sino todos, por lo menos algunos) valoran esas enseñanzas que trascienden por encima de lo estrictamente académico; por lo menos aquellos (no muchos) que, como muestra de agradecimiento por lo recibido en las aulas de clase, nos visitan el día de su grado para despedirse.

En este proceso inevitable de “aprender y olvidar”, espero también que nuestros estudiantes tengan la sabiduría suficiente para  reconocer lo fundamental para lograr sus objetivos, y hacer realidad proyectos de vida sanos y constructivos (porque también hay de los otros). Y que en este proceso  recuerden lo aprendido en nuestras aulas, ya que les puede ser de utilidad. Para mí, como docente, ese sería el mejor reconocimiento que harían a nuestra labor formativa en la Universidad.

 

Manuel Zevallos
Profesor de Tiempo Completo
Programa de Administración de Empresas
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