Somos hijos de otra era

Somos hijos de otra era
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Fotos: Haidar Ali Tipu Zinan Zapata.

Las eras transcurren y transcurren, el tiempo avanza y al parecer a la luz de nuestros ojos humanos no se estanca, todo fluye y fluye en un río que del mismo modo no pareciera factible alterar su cauce. Las eras transcurren y el modo de vida cambia periódicamente pero una de las pocas cosas en el mundo que ha tenido el mismo significado trascendental desde que tenemos memoria es el hecho de viajar, pues desde tiempos inmemoriales el viaje ha sido siempre entendido como una fuerza, como un algo que está presente y que necesariamente tiene que estar presente en nuestras vidas, una fuerza cuya esencia pareciera ser la del cambio.

Es algo realmente curioso que el concepto de viajar es algo que no ha cambiado desde su nacimiento, desde las épocas más arcaicas en el paleolítico y en el neolítico cuando representaban lo imperecedero de sus viajes en lo más profundo de las cuevas, en lo más profundo de su pensamiento, viajes que sin lugar a dudas transformaron su manera de vislumbrar su realidad, de entenderla, de comprenderla. Viajes que desde hace cinco mil años tienen exactamente el mismo propósito que se mantiene hoy en día: el propósito de la fuerza del cambio por medio del conocimiento; por medio del poder de la comprensión de otras culturas, de otras sociedades, de otros pensamientos y de otras religiones.

Cuando me entere de que finalmente iba a viajar a China debo decir que la emoción me invadió por completo. Iba a conocer nada más y nada menos una de las tierras que vio nacer la civilización. El poder de una tierra así, su mística, es definitivamente algo inimaginable y algo impensable.

Era algo impresionante, dentro de muy poco estaría viajando con un grupo de personas prometedoras hacia un país con un poder histórico y una trascendencia como el de pocos países. Ahora bien, durante el transcurso de la incursión la cuestión era realmente sencilla, si se quiere ver así, íbamos a tener una serie de actividades culturales y académicas durante el viaje y también gozaríamos de ciertos momentos de “libertad” para hacer literalmente lo que quisiéramos.

Vimos y presenciamos lugares absolutamente soberbios como la Muralla China, el Templo del Cielo o la Ciudad Prohibida, aprendimos una cantidad de historias y leyendas sobre diferentes maestros civilizadores como poetas, emperadores, campesinos y guerreros, y todo eso sin mencionar la cantidad de cosas que aprendimos en relación al idioma.

Cada día era algo muy especial, cada día que recibíamos clase me sentía eufórico debido a que de un modo u otro aprendíamos mucho, de un modo u otro pasara lo que pasara el día terminaba y nuestro pensamiento rebosaba conocimiento de diferentes clases, ya fuera en relación a la visión de la sociedad sobre su propio país o de una religión sobre su propia fuerza creadora. Cada día que pasaba era un deleite para el intelecto y para la experiencia como seres humanos que somos; vivíamos y experimentábamos cada segundo como si fuera el último del viaje o por lo menos así lo hacía yo.

Recuerdo muy bien que ciertas personas del campamento gozaban de un amor por la experiencia, más específicamente por la experiencia histórica muy grande, y como es natural con dichas personas era con quienes más empatía llegué a generar. Personas que al igual que yo vivimos en una época, en una era específica pero que a la hora de vislumbrar ciertos lugares, a la hora de oír ciertas historias, a la hora de narrar ciertas leyendas nos convertíamos en hijos de otro tiempo, nos convertíamos en hijos de otra época. Somos personas que cuando tenemos la oportunidad de viajar a un país con una fuerza tan grande como la de China nos olvidamos de nuestra identidad histórica por unos días porque algunos pocos, un grupo selecto de personas, logramos viajar a un tiempo diferente, logramos convertirnos en la muestra y en la prueba viviente de que el hecho de viajar tiene las mismas implicaciones que tenía hace mil, dos mil o cinco mil años.

Algunos logramos ser la demostración de que cuando se viaja el conocimiento y la experiencia nos cambian y que nos convertimos en viajeros atemporales a pesar de que nuestro pensamiento divaga entre periodos históricos específicos, algunos pocos demostramos que viajando físicamente nuestro pensamiento viaja temporalmente, algunos demostramos el poder del entendimiento por medio de la experiencia temporal y en ese orden de ideas finalmente, algunos de nosotros logramos ser la prueba viviente, logramos ser la demostración más fehaciente de que por unos segundos, horas, días o meses llegamos a ser los hijos más puros de otra era.

 

Haidar Ali Tipu Zinan Zapata Ochoa.

Estudiante Artes Plásticas e Historia del Arte.

Universidad Jorge Tadeo Lozano.

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