El ser humano puede sobrevivir sin comida durante semanas, pero puede morir al cabo de unos días si se priva de agua (aún en condiciones de una actividad física menor). Para el deportista la necesidad de agua es superior que para una persona sedentaria; podemos decir que el 60 por ciento del peso del cuerpo es agua (28% está contenido en los huesos y el 70% en los músculos) lo cual nos indica la importancia de este líquido en el rendimiento deportivo. Los órganos que contienen mayores cantidades de agua son el cerebro, el hígado y los músculos, de ahí que son bastante sensibles a la deshidratación.
En la práctica deportiva, el agua además de ser el medio donde se llevan a cabo los procesos de digestión, absorción y utilización de los nutrientes, es un excelente instrumento para disipar el calor corporal generado por el deporte; el agua absorbe este calor al evaporarse, con lo cual enfría el cuerpo. A través de la sudoración durante el ejercicio, pueden perderse grandes cantidades de agua y ciertas cantidades de sustancias llamadas electrolitos como: cloruro de sodio (NaCl), potasio (K), magnesio (Mg), zinc (Zn), calcio (Ca), cloro (Cl) y otras sustancias como hierro y algunas vitaminas. Existen una serie de factores que determinan las pérdidas de líquidos: el grado de esfuerzo, la temperatura ambiente, la humedad relativa, el grado de insolación y el viento, entre otras. Para un deportista la deshidratación afecta su capacidad de rendimiento, produce sed cuando la pérdida equivale al 2% del peso corporal, a medida que esta aumenta se presenta desde reducción de la orina, piel roja e impaciencia hasta confusión mental, delirio o falla renal cuando la pérdida excede al 11 % del peso corporal. Por todos estos peligros el deportista debe consumir agua antes, durante y después de una actividad deportiva.