MARTINA

La Brújula

LA BRÚJULA es un medio de comunicación de la Universidad Jorge Tadeo Lozano "hecho por estudiantes y para estudiantes", donde se dan a conocer los acontecimientos y la realidad que influye en la vida universitaria tadeísta.
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MARTINA
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Jueves 20 de Febrero 2014

Hoy vengo aquí porque creo estar perdiendo la cabeza y necesito de su ayuda. Tomando su vestido con ambas manos, para no arrugarlo mientras se sentaba, Martina miró uno a uno a sus compañeros de terapia conun aire de satisfacción, similar al de quien ha confesado un retorcido secreto. Todos la aplaudieron y sonrieron con el ánimo hipócrita de que nada pasaba. Poniéndose de pie el doctor Monsalve dijo: Es muy valioso de tu parte que hayas venido a acompañarnos. Estamos muy complacidos de contar con tu presencia y trataremos de ayudarte en este proceso tan difícil por el que estás atravesando. Eso es todo señores, mañana comenzaremos con la primera actividad a la misma hora. Los espero.

El doctor Monsalve, quien había atendido casos extremos de locura y desquiciamiento crónico, quedó sorprendido con la historia de Martina, por lo que, antes de verla salir en su auto, la detuvo un momento para hacerleunas preguntas “de rutina”. Martina, antes de que te vayas me gustaría preguntarte un par de cosas, si no es mucha molestia. No lo es. Adelante doc, ¿qué quiere saber? – respondió Martina guardando las llaves de su auto en el bolso.

Eres la paciente más cuerda que he tenido, y no te miento. Tu historia me conmovió y quisiera saber por qué crees que estás perdiendo la cabeza. ¿Por qué decides venir a un lugar en donde a todos, evidentemente,les falta una tuerca? Súbase doc, vamos al lago. Allí me sentiré más tranquila y responderé sus preguntas. El viaje, que no duró más de 15 minutos, transcurrió en un incómodo silencio lleno de miradas esquivas. Una vez llegaron al lago, se sentaron ambos en el capó del auto. El viento amenazaba con llevarse la pañoleta que cubría la cabeza desnuda de Martina y el doctor, en un gesto incómodo, intentaba mantener su corbata en orden. Verá usted, Doctor Monsalve, sufro de un trastorno inexplicable que me da vueltas la cabeza, que me hace perder la tranquilidad y me tiene al borde del abismo….

Todo comenzó el día de mi quinta quimioterapia: Madrugué y me sentía más firme que nunca. Me miré al espejo, repetí lo fuerte que era y caminé hasta el consultorio sin mirar atrás. Yo era una de las pocas pacientes en esa sala que no había perdido el cabello. Antes del cáncer gozaba de una hermosa cabellera negra, lacia y muy espesa. Muy, muy brillante, larga y armoniosa. Podría asegurar que todos los amantes que había tenido hasta entonces se habían enamorado primero de mi pelo y luego de mi. Por eso, para todos fue una gran sorpresa ver que mi pelo se resistía, perdía un poco de brillo con el paso de los días, pero seguía ahí, completamente firme, quimio tras quimio.

En esa, mi quinta quimioterapia, sentí la muerte treparse por los pies. Fue extremadamente dolorosa y ruin. Vomité durante varias semanas y sentí que se me agotaban las fuerzas. Poco a poco, y como si se tratara de una maldición, comencé a notar grandes zonas sin pelo en mi cabeza. La almohada, la ducha y el cepillo parecían mostrarme la cruda realidad y la falsa felicidad de la que había gozado. Unos cuantos días después, me miré al espejo y ya no había nada. Mi cabeza ahora brillaba pero con la piel y veía en el espejo un maniquí triste y débil. Ahí mismo, en ese preciso instante comenzó mi calvario. Por extraño que pueda parecerle, ese día comencé a experimentar la cosa más rara que me hubiese pasado enla vida. Cada mañana al despertar sentía – literalmente  el peso del pelo en mi cabeza, como cuando tenía unatrenza, la trenza que me tejía todas las noches antes de dormir. Luego, en las tardes, cuando la brisa otoñal pegaba en mi ventana, experimentaba la extraña sensación de los lazos de cabello enredándose alrededor mi cara, bailando con el viento. Una noche, mientras me quitaba la ropa sentí un cosquilleo siniestramente similar al de una cabellera rozando mi espalda.

Durante todo ese tiempo, además, tuve sueños en los que me despeinaba en conciertos de rock, pesadillas donde protagonizaba peleas con chicas en las que nos arrancábamos mechones enteros de pelo y episodios cortos donde veía a mi abuela o a mi mamá peinando mi larga cabellera frente a un espejo. Una tarde, hace menos de tres días, estaba en el supermercado. Cuando me agaché a tomar la última lata de aceitunas que quedaba, un niño se acercó y sentí como si me halara, de un solo tirón, una parte del cabello. Fue a carne viva tal sensación que solté  un estruendoso “¡¡ouch!!” mientras me acariciaba ingenuamente la cabeza lampiña y mientras el niño sonreía pícaramente frente a mi. En estos momentos doc, le juro que siento que si me saco la pañoleta voy a tener en mi  rostro el fantasma de esa cabellera. Voy a mover las manos tratando de acomodarla para evitar que se enrede y sentiré en mi nariz el perfume del shampoo de oliva. Como verá, he perdido mucho de mi cabeza, la cordura entre otras cosas… En silencio, el doctor Monsalve cerró los ojos y sintió en su rostro algo extraño, inexplicable pero agradable. Percibió el suave olor a oliva y se deleitó con la suave caricia que le mantenía los ojos cerrados; una brisa fría y delgada que simulaba a la perfección la sensación de tener un millón de cabellos danzando en el aire.

Katalina Aldana
katalina.aldana@gmail.com

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