Las mujeres de Carlos Pizarro

New York

Nací en una familia conservadora, aunque no fueran del Partido Conservador. Me casé a escondidas por la iglesia con mi primer esposo, siendo menor de edad. Esta era la única manera de casarse en esa época. Decidí irme a New York, allá estudié Diseño Textil en el F&T (Institute Fashion of Technology). Tuve a mi primera hija, Claudia.

Trabajé en una empresa de diseño, situada en Manhattan. Haciendo un boceto diario. Esto tenía todo un proceso. Diseñar, pasar al formato oficial, que lo aprobaran y ahí sí, sacar la tela para ese diseño. Esta prueba diaria fue la que mantuvo mi empleo.

Al ir conociendo a mis compañeros de trabajo me di cuenta de que casi todos eran pacifistas y pertenecían a la “antiguerra”. Época de la guerra de Vietnam. Época de la contracultura. En esa época era eso, la contracultura, una generación juvenil que por fin había salido educada, la misma que protestó y cantó en contra de la guerra.

Con la gente que yo trabaja, todos eran artistas. Me involucré con ellos. Fui a las marchas, a los conciertos de Central Park. Peleé en contra de la injusticia que produjo la guerra de Vietnam. Estados Unidos se metió a solucionar unos… a solucionar algo de otro país, algo que no era de su importancia. Fue una guerra muy dura.

Mi exesposo fue solidario con este movimiento, aunque él andaba en otra onda. Esto fue un movimiento que se manifestó en el mundo entero. La cultura cambió, la forma de vestir, de relacionarse, la educación, la música, las artes. Éramos hippies. En Estados Unidos empecé a involucrarme en el activismo.

Vivía al frente de un colegio, donde a diario sacaban niños en camilla por sobredosis. Al trabajar todo el día no podía estar pendiente de Claudia, la dejaba con otra persona. Yo no quería esto para mi hija. Allá estaba sola, no tenía familia. Me devolví a Colombia. Me separé. Acá había más oportunidades, estaban mis papás.

 

Bogotá del 73

Al llegar a Bogotá mi papá se opuso a mi separación. Me recriminó haberme casado, joven y a escondidas. Uno se equivoca, pero todos merecemos segundas oportunidades. A diferencia de mi papá, mi mamá siempre fue mi aliada, siempre me apoyó. Entré a trabajar en el sector textil. Acá tuve la oportunidad de vincularme al sector obrero. La empresa no tenía sindicato. Lo creamos, apoyado un tiempo después por el M-19.

Mi excuñada me llevó a una fiesta formal, elegante. Me fui con un vestido rojo, prestado. Desde lejos vi al único hombre que me llamaba la atención en toda la reunión. Ella lo llamó y lo presentó. Bailé con él, hablamos y al final, terminamos saliendo. Su nombre, Carlos Pizarro Leongómez. Empezamos a salir, a charlar, a hablar de la vida.

Al principio era muy chistoso porque me decía que su familia era de gitanos y que él trabaja vendiendo libros. En ese momento yo no sabía que él había desertado de las antiguas Farc. Al irnos conociendo me empezó a contar que sus papás vivían en Cali. Su padre, exmilitar, su madre, ama de casa. Luego siguieron sus amigos, Álvaro Fayad, Jaime Bateman, entre otros. Todos de izquierda. Aún no estaban declarados como M-19. Pasó el robo de la “Espada de Bolívar”, nadie sabía nada, todo el mundo se preguntaba quiénes habían sido, grupos de derecha o de izquierda. Nadie Sabía.

Nos veíamos muy seguido, pero a Carlos le parecía muy aburridor dejarme casi todas las noches en mi casa después de las 24.00. Me fui a vivir con Carlos. El apartamento era pequeño, tenía una terraza. Dormimos en un colchón, en el piso. Había un escritorio y un montón de libros. No había nada más. Era un apartamento de estudiante pobre. A mí eso nunca me importó, nunca calibré a la gente por tener plata, esa no fue mi vocación.

Cuando tuve un trabajo de tiempo completo sacamos un apartamento. Mi papá no sabía, le dije que me iba a vivir con una amiga, cosa que no era mentira, pues una amiga también vivía ahí, en el mismo piso. Nunca invité a mi papá, si iba se encontraba con ropa de hombre. Me veía con él cuando yo iba a visitarlo a su casa. Mi mamá sí fue y sabía, además.

El M-19 y Antonio Morales

El M-19 fue una organización guerrillera insurgente de izquierda colombiana, que tuvo por fundadores a estudiantes universitarios. Después de que Carlos Pizarro había desertado de las Farc, decidió con un grupo de compañeros pertenecer el Movimiento del 19 de abril (M-19) en 1972. Este movimiento surge a partir del fraude electoral que vivió Colombia el 19 de abril de 1970. Periodo presidencial que comenzaría con Misael Pastrana, quien le “ganó” a Gustavo Rojas Pinilla.

El Eme fue un movimiento intelectual. Buscaba ser escuchado. Esta guerrilla le dio algo a la ciudad, algo que nunca había pasado en Bogotá. La presencia de una guerrilla urbana. El Eme era un movimiento que quería construir una democracia, no era un movimiento “Marxista-Leninista” como las otras guerrillas. Los origines son distintos.

A principio de los setenta estaba estudiando en la Universidad Nacional de Colombia, la cual era de izquierda, un terreno evidentemente abonado para las ideas y mentalidades progresistas de esa época. La verdadera izquierda colombiana. La izquierda siempre ha sido satanizada por los gobiernos de oposición. El M-19 trabajó sobre la constitución del 91. Paso a paso. Esa era la revolución. Una reforma democrática.

Nosotros no queríamos cambiar al país. Buscábamos cambios sociales. Participación política. Éramos una organización político-militar (OPM). El cuadro de la organización tenía que ser político-militares. Las personas que pertenecían a esta organización tenían que trabajar y participar en la cosa política y en la cosa militar. Cada miembro sacrificó cosas diferentes. Familia, trabajo, estudio.

Durante muchos años mantuve una mezcla de militancia política con mi trabajo. Ser periodista. En ese momento me encontraba trabajando con el diario El Espectador. En los años ochenta pasé a la televisión. Trabajé con el noticiero del Eme, Am-Pm. Creado después de la desmovilización. Después del proceso de paz en el gobierno de Virgilio Barco. Uno de mis papeles en el M-19 fue ser director de prensa durante la dejación de armas.

La entrada al Eme

Cuando empecé a saber sobre el Eme quise pertenecer. Le comenté a Carlos, él no estaba de acuerdo. ¿Cómo iba a dejar a mi hija sola?, no podía sacrificarla. Luego de varios intentos fallidos de convencerlo, decidí hablar directamente con Álvaro Fayad, quien era en ese momento el Comandante en Jefe. Iba seguido a visitarnos.

Le conté a Álvaro que quería pertenecer al M-19. Él estuvo de acuerdo, me indicó a qué célula debía pertenecer. Carlos, al estar en los altos comandos, se enteró de mi participación. Seguía en desacuerdo, con los mismos argumentos. Le dije en varias ocasiones que esa decisión era mía, de nadie más. Lo tuvo que aceptar, de cierta manera a las malas.

Al trabajar con el movimiento obrero y pertenecer al sindicato de la empresa, mi papel en el Eme era averiguar las direcciones de mis compañeros. En las noches ir a su casa, y por debajo de las puertas dejarles panfletos del M-19. Al otro día en el trabajo estar pendiente de sus comentarios en las reuniones del sindicato. Así saber a quiénes podíamos reclutar. A quiénes les interesaba ser parte de la organización.

Carlos Pizarro

Con Carlos hablábamos muy poco del Eme. En la mesa siempre se discutió sobre otras cosas. Muy de vez en cuando se hablaba sobre la situación de la guerrilla en general. Por seguridad. Carlos adoptó a Claudia como su hija, para ella al principio fue duro vivir con él. Carlos siempre le recalcó que no era su padre, sino su amigo. Fue una relación muy linda, a tal punto de que él fue quien crio a Claudia. Ella lo quiso como un papá. Era un sentimiento mutuo. Carlos siempre habló de sus hijas.

Mi hija menor, María José, escribió un libro que trata sobre su papá. En el libro se encuentran algunas cartas que me enviaba Carlos en los momentos más duros, en los momentos de lejanía, de separación e incertidumbre. En cada carta se refleja la sencillez y la tranquilidad, pero al mismo tiempo la pasión y el amor que emitía Carlos.

Carlos era un hombre que no le gritaba a nadie. Era un hombre amable, decente. Un hombre sensible. Se preocupaba por el dolor del otro. Por ejemplo, la mamá le compraba un vestido, unas camisas o zapatos. Cuando Carlos llegaba a la casa sin una cosa u otra yo le preguntaba – ¿Qué le pasó? – Calos contestaba, – Se las di a un compañero que lo necesitaba más que yo-. Esto pasaba seguido. Así era él con las personas. No sentía apego por las cosas. Cualquier cosa buena y bonita que veía la regalaba. Un esfero lindo, lo regalaba. Todo lo regalaba.

 Familia Pizarro Leongómez

Al Almirante y a Margot los conocí en Cali. Cuando llegué a su casa, mi suegra abrió y me saludó con un abrazo enorme. Lleno de amor. Me saludó así, sin conocerme. Una amabilidad total. Una persona con cero estereotipos. No les importó que llegara con una hija y un divorcio.

Recuerdo una anécdota que define perfectamente quién era Margot. Carlos entró a la Universidad Javeriana a estudiar Derecho. Hizo la primera huelga en la universidad, por este acto lo echaron. El rector, quien era también un cura, la llamó y le dijo – Le cancelamos la matrícula a Carlos por comunista -, y ella le contestó – Bueno, Padre, yo se lo entregué conservador y católico, usted me lo entregó comunista. Permiso Padre - y se fue. Ella era así.

El Almirante, ¿qué puedo decir de él? Un hombre correcto. Exmilitar. Con cuatro hijos comunistas, Carlos y Lina militantes de la guerrilla. Todos pasaron por el Partido Comunista. Apoyó a cada uno. Fue un hombre tranquilo. Yo me encontraba con gente que me decía, nunca le oí un grito. Una persona decentísima. Él imprimió una educación estricta, claro, por su profesión. En términos de vulnerabilidad, de honestidad. En términos políticos, ser consecuentes con sus actos.

En la personalidad de Carlos se veía reflejado estas actitudes, en esta educación.

La militancia en el M-19. Antonio Navarro Wolf y Diana Castaño

Navarro Wolf

Pues las mujeres en el M-19 fueron tratadas por igual. Claro, hay que tener en cuenta que por cada diez hombres había una mujer. Había una diferencia entre las mujeres militantes de la ciudad y las guerrilleras en el campo. Todas cultas, pero con diferente educación. Siempre se trató con respeto a cada miembro de la organización.

Diana Castaño

Las tareas, las mismas para todas y todos. Los tratos a la mujer en el M-19 eran con igualdad, respeto y solidaridad. Desde lo que viví me sentí apoyada. Fue interesante la participación en la lucha armada. Aprendí mucho y puse muchas cosas en práctica. Había una diferencia notable entre la mujer militante en la ciudad y la mujer militante en el campo, puesto que la vivencia guerrillera siempre es dura. La ciudad las dejaba muy vulnerables, a la explosión, a las temperaturas y a la comodidad.

En la vida desde la desmovilización, participé en las tareas rutinarias, como ecónoma y en trabajo comunitario con las campesinas y sus familias. Conocí a Miriam porque se decía que era la esposa del comandante Pizarro. Ella compartió la lucha armada con el compañero y esposo mío, hoy. Él me cuenta que fue mujer de ejemplo y muy fuerte en la lucha. La relación con Miriam fue poca, siempre nos dividimos por departamento y regiones.

Gajes del oficio

Después del robo de las armas del Cantón Norte, apareció una remetida muy fuerte en Bogotá. El Eme perdió dos estructuras, de las tres que había. Las más importantes. Por una persecución terrible, donde hasta García Márquez salió exiliado del país. Una persecución directa contra la izquierda. Esto generó que a la plana mayor del M-19 saliera de la ciudad. Se produjo una separación. En ese momento yo trabajaba en la empresa de comunicaciones del Estado Telecom.

Cogieron a la hermana de Carlos. Tenía ocho meses de embarazo. Vivía con nosotros. Cuando llegué a la casa no la vi. Pasó un día, dos días, tres días, no aparecía. Me preocupé. Llamé a Margot. Le comenté. Me dijo, ella está en la cárcel. Casi me voy de para atrás. Colgué el teléfono. Recogí a mis hijas, María José, de ocho meses de nacida, y Claudia, de siete. Una pequeña maleta y una pañalera fueron mi compañía.

Llamé a un amigo que había sido “ML”, le conté dónde estaba. Necesitaba que me recogiera. Así sucedió. Me recogió en un carro marca Cinca. Lo más seguro era que me allanaran. En esa época me quedé en diferentes casas, donde llegaba con los ojos vendados. No sabía dónde estaba. La gente me acogía. Duraba máximo dos noches en cada casa. Esto también les tocó a mis hijas.

Las calles de Bogotá estaban llenas de militares. En cada esquina había un retén. Yo no podía seguir así. Menos con dos hijas abordo. Me acordé que tenía unos amigos en Santander. Específicamente en San Gil. Sin pensarlo los llamé, les dije que estaba volando. Escapando. Escondiéndome. Protegiéndome.

No podía irme con mis hijas a Santander. En el momento en que me detuvieran, ¿qué sería de ellas? Yo, con dos menores de edad. Pensaba en las torturas. Pensaba en ese boom, en esa nueva práctica que había en Suramérica. En los actos de los dictadores. Militares que cogían a los hijos de los comunistas, los educaban y mataban a los papás. Esto pasó en Argentina, Chile, Uruguay. Tenía que protegerlas.

Mientras yo estaba de nómada, mi madre había ido varias veces a mi casa para ver cómo estaban las cosas. Teníamos una clave para saber sobre la situación. Yo le preguntaba que cómo estaba. Cómo estaba de salud. Cuando llamé un día a mi casa, ella contestó, desde ahí me pareció extraño. Puse nuestra clave en práctica, a lo que me contestó – Estoy enfermísima, con un dolor de cabeza terrible -. Pues en ese momento le estaban haciendo allanamiento a mi casa. Colgué. Busqué la forma de verme con ella.

Con una amiga de mi mamá, como intermediaria, cuadramos una cita. Le mandé a decir a mi mamá que nos viéramos en el ascensor de un edificio en Bogotá. Ella llegó. Hablábamos en el ascensor. Nos bajábamos. Caminábamos entre los diferentes pisos. Volvíamos y nos subíamos. Volvíamos y salíamos del ascensor. En cada parada hablábamos un rato. En este encuentro le pregunté si podía hacerse cargo de las niñas. Ella accedió.

Mi mamá me contó que les habían allanado a seis familiares las casas. A mi mamá y a mi papá los llevaron a interrogatorio. Duraron un día allá metidos. Pero ellos no sabían nada. Lo poco y nada que sabían era por ser solidarios con su hija, no por pertenecer al M-19. Los dejaron salir. Les pusieron vigilancia permanente porque un pariente se había casado con la hija de Currea Cubides. Ministro de Defensa, con un alto mando en el Ejército Nacional. Quien ofreció la cabeza de Carlos, les dijo que sabía dónde estaba. Les había dicho eso a los altos comandos especiales de Ejército buscando un ascenso. Él fue a la casa de mis papás y les dijo que me entregaran, que prometía sacarme del país. Protegida. Obviamente, mi familia no aceptó.

Santander

Antes de irme para Santander llamé a una amiga de mi mamá, le conté que estaba vendiendo un par de zapatos hermosos. Que si quería comprarlos, que realmente eran preciosos. Ella entendió a qué me refería. Los zapatos a la venta, mis hijas. Ella con total naturalidad dijo que con todo gusto me los compraba. Le llevé los zapatos a su casa, como ella lo pidió. Fue el puente para llevar a mis hijas a la casa de mi mamá.

Paralelamente, Carlos se encontraba en Santander en una escuela, con más compañeros. Arranqué para allá. Viví unos meses en San Gil. Estaba buscando algún contacto con la organización. Era tan fuerte la persecución que nadie sabía de nadie. Ninguno tenía contacto con los demás miembros de la organización. Un día me encontré con Vera Grabe en un restaurante. Monte Blanco. Se me iluminó todo. Vera siguió como si nunca me hubiera visto. Volvía a Bogotá por poco tiempo. Me vi con Carlos.

Carlos se fue primero. Nos encontramos en Villa de Leyva, Boyacá Luego seguimos para Puente Nacional. Allá ellos ya tenían un trabajo. El M-19 se estaba organizando allá. Ellos estaban trabajando con el pueblo santandereano. Era una especia de gira que se hizo allá, explicando quiénes éramos, cuáles eran nuestros ideales y objetivos políticos. Buscamos personas que se unieran. Personas que nos apoyaran.

Nos quedamos en una casa, llamada Tonogales. Aún existe la casa. Aún las personas van a visitarla, a mirar y rebuscar entre la historia, los huecos que las balas dejaron en las paredes. La última vez que estuve allá, entregué mi guardia faltando un cuarto para las cinco de la mañana. Entré a la cocina. Me estaba sirviendo un café cuando de la nada, un disparo.

Ramiro estaba en la puerta. La bala le rosó la frente. Le bajaba una pequeña línea de sangre sobre el rostro. Los disparos no paraban. Las balas entraban por todas partes. Rebotaban. Todos terminamos arrinconados en el segundo piso. Nosotros, no teníamos armamento. No teníamos con qué defendernos. Alguien tenía que salir con un pañuelo blanco. Parar la balacera. Decidí salir. Me despedí de todo el mundo. Pensé que no regresaría.

Nos amarraron a todos. Un general dio la orden de mandarnos en el helicóptero a Carlos y a mí. Carlos me dijo sin voz, Cimitarra, Santander Él ya sabía para dónde nos llevaban. Pensé que en cualquier momento nos iban a tirar del helicóptero. Vendados y amarrados nos metieron a un calabozo, en algún campamento militar.

Pasaron muchos días allá. Interrogatorio. Tortura. Interrogatorio. Tortura. Una y otra vez. Muchas veces bajo el sol y el calor de Cimitarra. Yo estaba sola. No sabía si Carlos estaba vivo. Entre la pared de mi calabozo entraba un pequeño rayo de luz. Como estaba amarrada, me levantaba la venda con la pared. Veía un rato la luz. Todo el tiempo estaba vendada. Cuando escuchaba que alguien venía volvía y me la bajaba contra la pared.

Estando allá hubo dos cosas que me dejaron marcada. El apoyo de los soldados, diciéndome que no soltara información. Era extraño. Lo tomé como un acto de solidaridad. Un día un señor me ofreció una gaseosa.

— Mona, ¿quiere gaseosa?

— ¿A cambio de qué?

— De nada, ¿quiere o no?

— Sí.

Me llevó la gaseosa otra persona, la acercó a mi boca. Tomé. Llevaba mucho tiempo sin tomar algo. Después de tomármela pensé, qué bruta, me envenenaron. Traté de vomitar. Pero pasó el tiempo y nunca me pasó nada. En mi último día, volvió el mismo hombre. Se despidió. Me comentó que me mandarían a la cárcel de acá. Le rogué que me dejara verlo. Después de insistirle, accedió. Nunca lo volví a ver.

La cárcel, presos políticos, Consejo de Guerra y la amnistía

Duré tres años en la cárcel. Tres años escuchando vallenatos. La directora de la cárcel era una monja. Las presas políticas vendíamos cosas para mantenernos. Salí por pena cumplida. Salí antes de Carlos. Nos leyeron la libertad. A mí y a Luz Marina. Otra compañera.

Supe de Carlos porque cartas venían, cartas iban. Las primeras cartas que me mandó Carlos las escribió Israel. Carlos, torturado no podía hacer nada, así que se las dictaba a Israel. Carlos estaba en la cárcel Picota con otros compañeros. Cuando salí de la cárcel viajé a Bogotá. Lo primero que hice fue ir a visitar a Carlos. Llegué. No estaba en el patio. Estaba en la celda. Al entrar, me miró. Se paró. Nos abrazamos por un largo tiempo. Lloramos. Lloramos. Y lloramos. No era un sueño.

Pizarro empezó a dar cátedras de los Derechos Humanos, por llamarlo así, donde todos los presos aprendieron y conocieron lo que ellos necesitan, pues el Eme convirtió la cárcel en una tribuna. Nunca en la historia del país se había escuchado sobre un preso político. El Eme sí hizo eso. Con esto se puso el reto de empezar hacer propuestas al país.

Se creó una interlocución, el Eme no se encerró. Todo lo contrario. El M-19 empieza a coger una popularidad muy grande, pues mucha gente iba a ver de qué hablaban. Con esto nace la amnistía y se empieza a trabajar en ello. Finalmente, con la aprobación del gobierno de Belisario Betancur, se abren las puertas de las cárceles y salen todos los del M-19 y otros presos.

Para finales del 82, por la Ley de Amnistía promovida en el gobierno de Belisario Betancur, se permite el encuentro entre familiares en La Habana, Cuba. Me fui con María José y Claudia a Nicaragua. En medio de la guerra, Carlos le envía una carta a su hija. Tengo atrasadas un sinfín de caricias que sólo tú podrías despertar y debías recibir. Las guardo en mí. De pronto algún día podrán florecer en tus manos y en las de tus hijos. Que nunca existan lágrimas en tus ojos, búscame cuando estés triste en el Sol y las estrellas, en el aire, en todo lo que hay bello en la vida. No pude acompañarte en la vida, pero te di la vida y no me arrepentiré jamás. A ti te corresponde hacerla luminosa. Trabaja y juega, juega y trabaja, y serás feliz.

Después de esto se formó el frente occidental. Se empezó a operar des ahí. Otra vez. Yo no participé en la toma del Palacio de Justicia. Volvimos de Nicaragua. Me salí de la guerrilla. Mi madre se enfermó. Seguí recibiendo amenazas. Carlos igual, pero eran amenazas hacia nuestra hija. Nos teníamos que ir, inmediatamente. De nuevo. Nos encontramos en Cuba. Me dijo que la niña no volvía a Colombia. Se iba con sus abuelos a Paris. Esta separación con ella fue muy dura. Regresé sola, con Claudia.

Nunca pude viajar a Paris. Un día me llamó la tía de María José. Me contó que la niña estaba muy deprimida. Yo, angustiada, no quería que viniera. Ella me dijo que ya la iba a mandar para Bogotá. Le pedí que la mandara por Ecuador. Ya le había comprado los tiquetes. Llegaba al aeropuerto El Dorado. Llegaba directo a Bogotá. Me negaba a esto. Me dijo, por último, María José no puede seguir así, si le van a pegar un tiro, que se lo peguen, pero al menos que tenga un día de felicidad.

En esa paranoia, con mis amigos montamos un intento de operativo. Evitamos que alguien me siguiera. Recogí a mi hija. Volvieron las amenazas. Tanta preocupación me enfermó. Vendí la casa. Me fui a vivir con María José a Quito, en Ecuador Claudia se quedó con un hermano de Carlos. Terminó su bachillerato. Cada tres meses iba a la frontera a renovar mi visa de turista. No tenía trabajo. Una amiga me propuso la idea de trabajar con ella en una exposición. Iba a Colombia por materiales. Así me mantuve allá.

Carlos me buscó. Me dijo que llevaba dos años sin saber de mí. Nosotros terminamos por otra relación que él tenía. Nos vimos en Bogotá. Hablamos. Me contó que estaba decidido a hacer la paz con el Gobierno. Volví a vivir en Bogotá. María José entró al Liceo Francés. Claudia nos buscó un apartamento. No teníamos nada. 

El asesinato de Carlos

Carlos logró un acuerdo de paz con el Gobierno. Se lanzó a la presidencia. Andaba escoltado. Se llevó en varias ocasiones, varios días a María José. No estaba de acuerdo. No me gustaba. La niña corría peligro. Carlos nunca utilizó chaleco antibalas, decía que, si lo iban a matar, le disparaban a la cabeza.

Me llamó un compañero. Me dijo que Carlos estaba herido. Estaba grave de salud. Salí derecho al colegio de María José para recogerla. Por seguridad la niña tenía otro apellido. Cuando iba entrando al colegio escuché, claramente en la radio, Carlos Pizarro ha muerto. No lo creía. Le pedí al rector que la llamara, que tenía que irme con ella urgente. Cuando María José entró, le dije, de una, a tu papá lo acaban de matar. María José empezó a pegarle puños a la pared. A gritar, mi papá no. Mi papá no. Mi papá no.

Carlos Pizarro iba en vuelo de Avianca, su destino, Barranquilla. Su plan, ir a una marcha. Cuando el avión iba sobrevolando Chía, aproximadamente, un joven se levanta. Entra a al baño de atrás. Cerca de Carlos. Sale y le dispara. El copiloto pide que le den pista en El Dorado para devolverse. Había heridos. Los escoltas de Carlos matan al sicario. Carlos muere.

Después de este magnicidio quedé muda. No pude volver a hablar de él, de mí, de nosotros.

María José

María José se fue a vivir a Barcelona, en España. En un viaje que hice para visitarla le llevé todas las fotos, documentos, recortes, cartas que habían quedado de esa época. Se las di. Le dije, esta es tu historia. Léela, apréndetela y trabaja con esto.

Nunca pensé que volvería a tener a un familiar tan cercano en la política. Carlos estaría orgulloso de su hija. Una mujer llena de valores y desentendida de los prejuicios. María José se lanzó a la Cámara de Representantes. Llamada e incentivada por Ángela María Robledo. Mi hija me preguntó qué debía hacer. Le dije que era su decisión. Aceptó. Desde ahí soy su mano derecha.

Actualidad

Ahora soy abuela. Dejé por completo el diseño textil. Las artesanías. Cree mi propia empresa de café. Es un café muy rico, por cierto. Viajo, doy charlas. Acompaño a mi hija en lo que puedo. Cuido a mis nietas. Estoy tranquila. Tranquila y feliz.

 

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

Institución de Educación Superior sujeta a inspección y vigilancia por el Ministerio de Educación Nacional.