Mujeres excombatientes construyen paz en sus territorios

El rol de la mujer ha sido invisibilizado históricamente, tanto en la guerra como en la paz; por eso, las mujeres firmantes buscan participación en cada escenario que les permita cumplir sus sueños y reconstruir el tejido social que se quebrantó durante los años de guerra. 

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El 24 de noviembre del 2016, en el Teatro Colón, se llevó a cabo la firma del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, entre Gobierno Nacional de Colombia y las antiguas FARC-EP. Los principales ejes de este fueron: el cese al fuego y de hostilidad bilateral y definitiva, la dejación de las armas y la reincorporación de los militantes de las antiguas Farc en la esfera económica, social y política. Transcurridos cinco años de la firma de estos acuerdos, los diferentes actores, entre los que se encuentran excombatientes, población civil y fuerza pública; han articulado una postura en torno a dicho acuerdo, expresando sus opiniones, los retos y los logros que se han dado, para cada uno de ellos, en el marco del posacuerdo. 

Transcurridos 52 meses desde la firma, según datos del último informe de  la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia, 262 exintegrantes de las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia han sido asesinados, entre estos se encuentran 7 mujeres, adicionalmente, se han presentado 59 tentativas de homicidio, 3 de ellas en contra de mujeres. Las 21 desapariciones forzadas, en su totalidad, han sido hacia hombres.

Teniendo en cuenta lo anterior, los excombatientes manifiestan sentirse amenazados. María Sánchez Romero, quien militó en las filas de las Farc durante treinta y cuatro años, manifiesta que el Gobierno Nacional se ha desligado de las responsabilidades que adquirió en el Acuerdo con la población en proceso de reincorporación, ya que no les están brindando las garantías acordadas. Adicionalmente, María señala otra problemática a la que los excombatientes han tenido que hacer frente en tiempos de posacuerdo: “También nos están matando y tenemos dos alternativas: dan o no dan, no recibimos lo acordado, pero sí hemos tenido que recibir balas”. En este sentido, la Unidad Nacional de Protección ha puesto en marcha 302 medidas de protección, 59 de ellas para mujeres excombatientes y 49 medidas de protección colectiva.

El 2017, año en el que empezó la implementación de los acuerdos, se presentó el menor número de asesinatos, equivalente a 32. Para el 2018, la cifra incrementó a 65 asesinatos. Transcurrido el 2019, se presentó el mayor número de asesinatos a excombatientes, con un total de 78 casos, seguido por el 2019, con 73 asesinatos. En lo corrido del año 2021, se han presentado 14 asesinatos a excombatientes, incluida una mujer. Lo anterior evidencia cómo, con el paso de los años desde la implementación, se han deteriorado las condiciones de seguridad para las personas en proceso de reincorporación.

En el periodo de casi cinco años, las mujeres han intentado sobreponerse a dichos obstáculos, pero también han buscado trasladar sus luchas a contextos donde sus voces puedan ser escuchadas, muchas de ellas cambiaron los fusiles por un arma más poderosa: la palabra. 

La participación de las mujeres excombatientes es fundamental en todos los ámbitos: social, político, económico, ciudadano y cultural, pues esto incrementa los espacios de inclusión de todos los actores en las múltiples dimensiones de la construcción de paz, así lo indica el estudio Mujeres excombatientes y espacios de participación realizado por el Observatorio de Paz y Conflicto de la Universidad Nacional de Colombia. Es por esta razón que Marinely Hernández, Johana Gómez y María Sánchez, tres mujeres excombatientes, coinciden en la importancia de garantías de participación integral de todos los excombatientes y, adicionalmente, la seguridad de una construcción de paz con enfoque diferencial de género.

Escucha a continuación el pódcast 'Mujeres de Paz' para conocer la historia de tres excombatientes que comparten sus experiencias antes y después del la firma del Acuerdo de Paz.

 

Peticiones y garantías

Dentro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia no se entendía la reincorporación únicamente como un proceso en el que todos sus miembros, de un día a otro, se reincorporarán a la vida civil, pues consideran que este es un proceso que cumple algunas normas, ya que ellos tuvieron que renunciar a doctrinas e ideologías que, por muchos años, estuvieron presentes en su formación de combatiente.

La reincorporación es un proceso colectivo que no fija la renuncia de la lucha por las libertades que ellos llevaron por años, esta se compone por cumplir estrictamente unos paradigmas firmados sobre un papel, pero es importante tener en cuenta que este grupo guerrillero podía seguir llevando las banderas de su ideología, esta vez desde un ámbito político. Ellos como excombatientes y como firmantes de la paz se reincorporan al sistema político existente en Colombia, dicho esto, se debe tener presente que para que ellos lleven una vida civil, tienen que cumplir con algunos deberes, pero también se les debe cumplir lo pactado en la firma, cumplir con las garantías que, en algún momento, el Estado ofreció.

De acuerdo con lo pactado en el punto tres de los Acuerdos de Paz: “el Gobierno Nacional revisará la situación jurídica de las personas privadas de la libertad, procesadas o condenadas por pertenecer o colaborar con las FARC-EP; intensificará el combate para terminar con las organizaciones criminales y sus redes de apoyo; revisará y hará reformas necesarias para hacer frente a los retos de construcción de paz; proporciona garantías de seguridad y velará porque se esclarezcan los hechos de violencia que garantice los derechos humanos de las víctimas” 

En la actualidad los excombatientes luchan para poder sobrevivir, no solo como una forma de vivencia sino como lucha para salvar sus vidas. En lo que respecta a la firma de los Acuerdos de Paz, más de 200 excombatientes han sido asesinados después de este suceso, lo que evidencia una falencia en las garantías de seguridad.

Hasta el momento muchas zonas del país que acogieron excombatientes se sienten acechadas por otros grupos al margen de la ley y hasta por el mismo Estado, así lo sostiene la excombatiente Johana Gómez, lo que permite entender que las garantías de seguridad cumplen un papel fundamental en el proceso de dejación de armas y reincorporación, pues son la base para generar condiciones óptimas y viables en la transformación de cada uno de los territorios. 

A casi cinco años de la firma de este acuerdo, se puede evidenciar que las garantías propuestas por el Estado no se han cumplido en su totalidad, ha existido un retroceso en varios de los puntos expuestos. El desarrollo rural integral es otra de las condiciones que influye en la seguridad a nivel nacional, este ha generado desconfianza en el proceso que, como actores principales, han llevado las antiguas FARC; uno de los mayores retos que tiene el Estado colombiano es poder construir y fortalecer cada uno de los puntos pactados, para ello se requiere de estrategias óptimas que den cuenta de los enfoques y derechos de los actores principales de la guerra.

Construcción de paz con enfoque diferencial y de género

La incorporación de género en los Acuerdos de Paz muestra a qué se puede llegar si se trabaja en conjunto, muestra una lucha incansable que han tenido las organizaciones de mujeres y las comunidades LGTBI, pues muchas mujeres trabajaron por tener hoy en día el reconocimiento hacia la construcción de paz, tener una mirada que muchas veces fue obviada por hombres, quienes pensaban que, si solo se construía una base del género masculino, todo podría salir bien. 

La perspectiva de género, tomada en esta firma, fue un hecho histórico para Colombia. Actualmente, la representación de la mujer en cualquier proceso es importante, pues las mujeres, por medio de sus esfuerzos y luchas, han sacado a un país adelante. La lucha de las mujeres excombatientes se remonta a sesenta años atrás, en los cuales trabajaron para dar visibilidad a ese género que muchas veces fue ocultado por actores que desconocían sus voces y las de las demás mujeres que, fuera de la organización, también fueron víctimas de la barbarie de la guerra que se vivió en el país. "Nunca se llegará a la paz si no se involucran todos los actores, por esta razón, la participación de la mujer es importante. Si las mujeres no participan en un proceso de paz, si no escuchamos sus voces, no vamos a llegar a una paz durable y sostenible", menciona Frances Charles, coordinadora regional del equipo local de la Misión de Verificación de la ONU en Fonseca, Guajira.

Ilustración de Karen Zapata González y Angie Garay Hernández.

 María Sánchez Romero

Hija de familia campesina, firme de sus convicciones y decidida a trabajar por las reivindicaciones de su género, así es María Sánchez Romero, una mujer opita que se crió asumiendo, desde los siete años, las labores del campo. “Vamos a coger café y vamos a ‘boliar’ machete”, son las palabras con las María recuerda que su padre le hacía entender que, en medio del estudio, también debía trabajar en el campo. 

A los catorce años María escuchó hablar sobre los ideales de las Antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y, tal como ella lo afirma, su lucha la enamoró a tal punto de pensar: “Con ustedes es y yo quiero irme”. María no contaba con la edad requerida para vincularse a las filas de las, en ese entonces, FARC-EP, pues debía tener quince años cumplidos, sin embargo, como estaba a puertas de cumplir la edad, ella les propuso decir que tenía la edad suficiente y prometió no hacerlos quedar mal.

Después de mucho insistir accedieron, haciendo la advertencia de que si se decidió vincular, también debía aguantar, pues el entrenamiento y la disciplina serían duros, algo a lo que María no le temía, teniendo en cuenta su familiaridad con las dinámicas del campo, el trabajo duro que allí tiene lugar y con el cual ella se encontraba familiarizada desde temprana edad.

Al ingresar al movimiento, María quedó impactada con la organización del mismo, con la logística interna que poseía, las normas y estatutos, y los reglamentos disciplinarios que regían el grupo. Con el paso de los días, según indica María, se reforzaba el enamoramiento que sentía por las luchas y reivindicaciones que las Farc, como organización, defendían. Al estar al interior de las filas e ir creciendo, María Sánchez entendió, con mayor claridad, lo que motivaba el accionar de la organización: la falta de garantías para el campesinado y la pobreza generalizada en la población rural.

Aquella firme convicción de “aquí es y aquí me quedo”, se extendió durante treinta y cuatro años, en los cuales María encontró en las Farc una forma de luchar por su género y por el campesinado. Durante casi cuatro décadas se levantaba cada día, sin falta, a las cinco de la mañana, luego dejaba su equipo en la caleta y, posteriormente, pasaba a la formación para empezar a cumplir con las funciones que ese día tenía asignadas. Sin importar el clima, los recorridos desgastantes o lo extenuante de las jornadas, María sostiene que eso fue, de cierta forma, una recreación y un mecanismo para mostrar su fortaleza, pues no recuerda que alguna labor o jornada le fuera difícil.

Ilustración de Sebastián Jiménez Plata.

Las labores en las Farc hicieron que esta mujer encontrara, por primera vez, un lugar donde vivir alejada del estigma de ser el “sexo débil”. En las filas de dicha organización no existía distinción entre hombres o mujeres, según María indica, el hecho de que las mujeres fueran parte de la organización, abría la posibilidad para que allí se luchara como un solo pueblo, sin distinción de sexo, y que se gestara un espacio de inclusión de la mujer para poder reclamar sus reivindicaciones.

A lo largo de sus años de militancia, si bien no se tuvo que enfrentar a algo que la retara físicamente al extremo, tuvo que sobreponerse a otra clase de dolores: el dolor emocional, aquel que nace de ver caer en combate a sus camaradas y dirigentes, además, tener que lidiar con la incertidumbre de no saber nada de su familia y, tal y como ella lo afirma, reconocer que en la vida guerrillera nadie tiene comprada la vida. 

En el año 2016, después de treinta y cuatro años de lucha en las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, con la firma del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, María fue una de los 13.023 exmiembros de las antiguas Farc que, según la Agencia para la Reincorporación y la Normalización, se acogieron a la dejación de armas e iniciaron su proceso de reincorporación, lo que María asocia con dejar la guerra con armas físicas para empezar a combatir con ideas, con la voz y la participación que les fue negada durante más de sesenta años.

Alejar sus luchas del enfrentamiento armado para trasladarlas a entornos de diálogo y participación, fue un sueño constante en María y en muchos de sus camaradas, de hecho, el ingreso de María a las Farc se dio en el marco de los Acuerdos de La Uribe, también conocidos como la Tregua del 84. Desde aquella época, María Sánchez Romero ya soñaba con el, aparentemente utópico, escenario en el que sus ideales pudieran ser escuchados en el ámbito político, sin embargo, para aquel entonces el sueño de esa joven se derrumbó al ver que a los militantes de la Unión Patriótica se les arrebató el anhelo y la esperanza de dar a conocer sus ideales de lucha lejos de las armas, buscando hacer política.  

Ahora, en el marco de un acuerdo de paz en el que ella y muchos otros excombatientes pusieron su confianza y su aporte para consolidar la paz, María anhela que ella y sus camaradas puedan tener participación activa en todas las esferas de la vida civil, desde lo político hasta lo laboral, alejados del estigma con el que a diario conviven, esta sería la forma de demostrar que “nosotros sabemos trabajar, podemos trabajar; sabemos construir y queremos construir mucho más aportándole a la paz”, afirma María.

María trasladó su lucha, la cual ella define como incansable, a un lugar de encuentro y reconciliación nacional, un lugar donde ella y sus camaradas pueden seguir viviendo en la unión de hermandad que, durante años, forjaron. Su lucha, y otras doscientas veintiún, se trasladaron al Antiguo Espacio Territorial Antonio Nariño, ubicado en el municipio de Icononzo, Tolima, departamento que, cincuenta y siete años atrás —un 27 de mayo— presenció la fundación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Desde que inició su proceso de reincorporación, María ha evidenciado que, una cosa era estar en las filas con los mismos derechos y deberes de los hombres, pero otra muy diferente es encontrar afuera una serie de problemáticas que siguen agobiando a las mujeres colombianas. Esto la motivó a vincularse con el comité de género del AETCR Antonio Nariño, donde ha encontrado la posibilidad de continuar buscando la reivindicación de los derechos de las mujeres, además, este espacio le ha ayudado a conocerse y reconocerse como mujer y a entender por qué históricamente la mujer ha sido objeto de constantes violaciones a sus derechos, incluso desde antes de la firma de los acuerdos y de la fundación misma de las Antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

El comité ha ayudado a que las mujeres, no solo farianas, entiendan el valor que tienen dentro de la sociedad, dentro de la reconstrucción de un tejido social quebrantado y dentro del proceso de construcción de paz, todo esto a fuerza, hombro y sacrificio de todo un género resiliente, así lo sostiene María.

Johana Gómez (Janeth)

Lleno de montañas, paisajes inexplicables, con la riqueza de diversidad de climas y con una de las comunidades más acogedoras, Icononzo es tierra de paz. A más de 53 minutos del pueblo, por una vía algo averiada, pero rica en naturaleza, se encuentra el espacio territorial de más de doscientos excombatientes, allí, vive Johana, una mujer que luchó durante más de 10 años por tener una Colombia diferente, por los derechos y libertades de las mujeres, por tener una vida de calidad, por ser la representante del género femenino que en la sociedad actual tanto se ha denigrado.

En medio de zonas olvidadas por el Estado y en las selvas donde vivían más de dos mil guerrilleros, muchos de ellos encontraron una salida a las dificultades que pasaban en varias veredas, pueblos, comunidades y departamentos de diferentes partes del país. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia se convirtieron en la familia de Johana, una mujer que entregó su juventud a este grupo, decidió entrar a las filas a los 15 años, pues vivía en el departamento de Cundinamarca y no llevaba una vida con comodidades, para sus papás fue muy difícil poder darle estudio digno y, en sí, la vida que ella tanto soñaba. Recuerda que allí le enseñaron a ser compañerista, a luchar por sus derechos y libertades, a ser esa mujer fuerte y valiente que tanto había soñado. Johana recuerda que cuando era pequeña la contra guerrilla llegaba a aquellas zonas que estaban olvidadas y maltrataban a las familias que se encontraban allí, no importaba con qué personas se podrían encontrar, solo buscaban hacerles mal, “a mi mamá la maltrataban, por eso decidí irme más rápido a la guerrilla”, recuerda Johana. 

Soñaba con ser militar, con ser chica de acero, ellas representan gran parte del Ejército colombiano, chicas hermosas e inteligentes que también luchan por el pueblo, sin embargo, las oportunidades económicas que tenía la familia de Johana en ese tiempo no le permitieron cumplir ese gran sueño que ella tenía, pero le ganó más la lucha, esa que sentía por las libertades de todas las mujeres colombianas, allí encontró el motivo que la haría empuñar un arma y salir de su zona de confort. Se movilizaban por diferentes partes del país buscando a aquellas personas que querían defender esa ideología y la lucha que llevaban consigo. Lo más difícil de estas dinámicas era la muerte de sus camaradas, pues muchas veces eran enterrados en sitios remotos, en sitios donde ellos no iban a volver a estar, era como ver morir a su familia, porque, a pesar de todas las dificultades y luchas que vivieron, se convirtieron en una gran familia. 

“La lucha no es fácil ni dibujada”, dice Johana, pues para ella es increíble como muchas personas disfrutaban de esa guerra que arrasaba con vidas, con familias completas y con pueblos. Johana afirma que el hecho de tener que enfrentarse con compatriotas, con hermanos, con padres y madres, fue lo más difícil de la barbarie de la guerra.

Ilustración de Sebastián Jiménez Plata.

Ser mujer en una sociedad como la colombiana no es fácil, pero ser mujer y pertenecer a un grupo guerrillero es tener valentía y pasión por lo que se quiere obtener, mujeres que desde los 10 años optaron por entrar a las filas y duraron más de 20 años allí, esas mujeres que muchos, en una vida civil, podrán ver como débiles o poca cosa, en la vida de las filas de las Farc eran tomadas como berracas, capaces de realizar cualquier trabajo igual que los hombres. Se formaron siguiendo una doctrina militar, con cantos, marchas, trabajo duro e ideologías que resaltan la labor de cada una de ellas. “Si un hombre iba a transportar, la mujer también; si yo cocinaba, el hombre también, así era la vida allá, gran vida la que se vivía”, relata Johana y demuestra que la sociedad, hasta el día de hoy, no le ha dado la verdadera importancia a la mujer.

A sus 17 años Johana quedó embarazada, algo que sabía que no podía pasar, pues cuando se decide entrar a la guerrilla de las Farc, las mujeres son obligadas a adaptarse a algún método anticonceptivo, ya que es difícil que se pueda vivir una guerra, llevando a un ser humano en el cuerpo. “La decisión fue difícil, sabía que iba a traer un hijo a sufrir, no tenía las formas para poder criarlo, la vida es dura, pero la lucha lo motiva a uno”, dice Johana mientras recuerda cómo en la selva le tuvieron que practicar el legrado para poder seguir adelante con la lucha. Johana sabía que era difícil criar hijos en la guerra, “Imagínese uno con un fusil en una mano y un hijo debajo del brazo”.

Es parte de la dirección del Espacio Territorial, es la presidenta de una fundación de arte y cultura, trabaja temas de salud y pertenece al comité de género, algo que le llena el alma, pues trata de luchar por las garantías y derechos para las mujeres que, muchas veces en la sociedad civil, se ven opacados u ocultados por los diferentes actores que tienen mayor visibilidad. 

Su lucha diaria es por su hija, que tan solo tiene dos años, pues después de la firma de los Acuerdos de Paz afirma que, para ella, la vida ha sido más difícil, se levanta a diario a rebuscarse para poder darle lo mejor a la persona más importante de su vida. Johana constantemente menciona que no quiere que su hija tenga que vivir las mismas necesidades que ella vivió cuando tan solo era una niña, siempre va a seguir luchando por las mujeres, pues eso fue lo que la motivó a pertenecer a la guerrilla de las Farc y para ella eso nunca se va a olvidar. Johana tiene una frase que la motiva y la empuja a ser cada día más fuerte. “No importan las dificultades, las mujeres con su fortaleza, su valentía y su gran corazón, son capaces de hacer frente a cualquier adversidad”.

Marinely Hernández

Una vereda cálida con montañas enormes, una vista que nunca se podría olvidar, llena de naturaleza, con aves cantando y niños jugando y corriendo por sus alrededores, así es Pondores, un lugar algo silencioso pero acogedor. Las casas pintadas de mil colores dibujan el paisaje junto con las imágenes de aquellos dirigentes que, para muchos, fueron su familia. En sus muros reposan frases que hacen pensar en la lucha que por muchos años mujeres y hombres defendieron en las filas de las Farc, esas frases que muestran la defensa de aquella ideología que muchos vieron como algo negativo, pero que para ellos es su estandarte de resistencia. 

Allí vive Marinely Hernández, más conocida por sus compañeros como Rubiela. Una mujer con carácter fuerte, madre, emprendedora, luchadora, por cuyas venas corre el deseo de lucha, ese deseo que no la deja descansar, pues su pasión es poder tener una Colombia tranquila, pero una Colombia que no victimice a la mujer, que la tome como pieza importante de la sociedad.

Sentada en la mitad del espacio territorial, lo que para ella es su hogar, Marinely nos abre las puertas de su casa, de su mundo, como muchos lo ven y lo sienten, orgullosa de lo que es y hasta donde ha llegado. Allí cuenta un poco de su vida, esa vida que, durante largos años, vivió en la selva, de un sitio a otro, lejos de su familia, de su hijo, de sus amigos; todo por querer una Colombia mejor, por buscar aquellas cosas que para muchos eran indispensables, pero, por abandono estatal o por falta de oportunidades, ella no podía tener. Esta mujer que, a lo largo de su vida se enfrentó con el Estado, hoy cuenta su historia, sus años de lucha, su sacrificio y las dificultades que ha tenido que cargar a lo largo de su vida.

Antes de la firma de los Acuerdos de Paz, Marinely llevaba una vida en armas, como ella bien lo dice, una vida de guerrillera, vivía una vida partidaria, bajo varias normas que la encaminaron y la hicieron luchar por los derechos de sus compañeros y por los de ella. 

Pertenecer a la guerrilla de las Farc, para muchos, fue la oportunidad de poder ser escuchados, de poder brindarle a sus familias algo diferente, dejar la pobreza atrás, poder sentir que todos eran iguales, pues en este grupo guerrillero las mujeres eran iguales a los hombres, no existía la distinción de género, la mujer era tratada como un soldado más. Dentro de los roles que existían dentro de las filas, las mujeres eran escogidas para encargarse de varios roles importantes, pues, para nadie es un secreto, que las mujeres son organizadas y decididas y eso era lo que se veía allí, así lo comentó Marinely. 

Ilustración de Sebastián Jiménez Plata.

El ser humano está preparado para adaptarse a los nuevos cambios, pues lo esencial es que exista un cambio positivo más no negativo. Marinely sabe que la vida no es fácil y más cuando ahora depende de muchos y no tiene nada seguro. Ella llevaba 26 años en la lucha, buscando defender algo que, para ella, era primordial, allí se tuvo que adaptar a cambios constantes, como no permanecer en un solo lugar, permanentemente se movilizaban hacia otros territorios y tenía que convivir con otras culturas, adaptarse a climas y a costumbres que nunca imaginó. Para ella no fue difícil el hecho de llegar a un nuevo territorio, pues iba a convivir con varios de sus camaradas y con personas de las diferentes comunidades que muchas veces la ayudaron a sobrevivir, para ella lo difícil fue acostumbrarse a esas nuevas dinámicas burocráticas a las que se ve enfrentada la sociedad.

Marinely se siente una mujer afortunada, pues ella como excombatiente, como mujer reincorporada, ha sentido el apoyo de la comunidad, aquella que nunca los vio con miedo, que los aceptaron y la recibieron a ella sabiendo que venía llevando un proceso de dejación de armas, de dejar de lado la vida que ella había escogido. 

En el presente es muy feliz donde vive, ha conocido a mujeres que como ella siguen luchando por buscar una igualdad de género, por encontrar las estrategias para que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres, se siente en una sola comunidad, no siente discriminación alguna.“Yo me levanto a las 3:40 de la mañana a organizar desayuno, incluido almuerzo porque tengo que salir a trabajar en los proyectos productivos de la cooperativa, a parte de la tarea del trabajo físico que haya que hacer, tengo que prepararme para reuniones con personas que quieren venir a conocer el espacio territorial y los procesos que hemos llevado, eso ha sido duro, esa rutina, cuando estaba en armas no era así”, relata Marinely. 

Marinely reconoce que el rol de la mujer aún no es considerado importante en la sociedad y menos en la construcción de paz, para ella es fundamental que la mujer sea reconocida como pieza importante en la construcción de paz, pues considera que la mujer no solamente debe ser importante para el proceso de construcción de paz, sino para todo proceso. Sostiene que  si se llega a desconocer a la mujer, tiende a desaparecer el proceso, ella reconoce y hace alusión a que las mujeres son generadoras de vida, inteligentes, correctas cuando se tiene una responsabilidad tan importante, sería mentira decir que los hombres pueden solos con un proceso de estos, así como que solas pueden las mujeres; un simple ejemplo y que ella lo tiene presente, para crear vida se necesita de los dos. 

Para esta mujer es importante hablar del tema laboral, pues es esencial que se conozca el papel de la mujer en las nuevas dinámicas de vida, aquellas a las que ella no estaba acostumbrada en su antigua vida, no era costumbre escuchar un “usted no puede hacer tal cosa porque es mujer”.

Salir a la vida real, como muchos la llaman, ha sido la motivación para que esta mujer paisa se empeñe por visibilizar el arduo trabajo que día a día realizan todas las mujeres, que se vea la berraquera que las caracteriza, que no se detiene al escuchar un no, sino que eso las motiva a ser grandes cada día más. 

Marinely pertenece a uno de los proyectos que es considerado el más importante para los excombatientes, llamado “constructores de paz”, este proyecto representa los sueños que muchos de ellos tienen después de haber firmado la paz, ese sueño de tener una casa propia, pero construida por ellos mismos, con materiales que ellos crean, que hacen con sus propias manos. Constructores de paz ha fortalecido el trabajo de la mujer, ya que actualmente sigue siendo visto como algo raro que una mujer esté en una obra de construcción o que use botas, jeans sucios y tenga polvo en el cuerpo. A estas mujeres que luchan por sus sueños les gusta que el trabajo sea igualitario, que se vea la fuerza de la mujer, que  se demuestre que una mujer puede hacer las mismas labores que un hombre.

Marinely ve la paz como algo muy bonito, pero siente que aún no se ha llegado ni a la mitad de lo que compete a esa construcción. “Para mí la paz significa poder tener un espacio o tener una Colombia donde se le garantice a las personas una vida digna, cuando me refiero a vida digna es que tenga las condiciones básicas  y el respeto por la vida, porque si no existe ese respeto, no hay paz”, menciona Marinely. Para ella es fundamental el conjunto de estas tres acciones, porque para que cada una se pueda dar se necesita de las otras dos. Recalca y lleva ese mensaje consigo, para que las personas que aún no logran ver los procesos que sus compañeros y ella están llevando, queden invitados a ver su vida de cerca, a construir paz en conjunto, a darse cuenta de la vida que ellos llevan y de toda la lucha que día a día tienen para salir adelante apostando a una paz estable y duradera.

La apuesta a futuro

Construir formas y relatos que visibilicen historias y memorias incluyentes a través de la guerra y la construcción de paz, sigue siendo una apuesta social, por esta razón, las mujeres excombatientes siguen en la lucha por la liberación de los derechos de su género, para que ellas, y todas las mujeres colombianas, sean aceptadas en la sociedad y se les dé la importancia necesaria para verlas como uno de los pilares principales para la reconstrucción de un tejido social, que muchas veces se ha visto opacado y quebrantado. Después de vivir en las armas y la selva, las mujeres que se reincorporan a la sociedad buscan el apoyo del Gobierno Nacional para que existan estrategias conjuntas de construcción de paz con enfoque de género, sin crear distinciones, que bien siguen marcadas en la sociedad civil.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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