Las dificultades del doctorado en Colombia

Un análisis que nos lleva a mirar la punta de la pirámide de la educación superior para comprobar, desde la experiencia de los verdaderos doctores, cuál es la realidad de los doctorados en Colombia.

 

Doctor y Doctora

Gustavo

En 1948, Gabriel García Márquez estudiaba derecho en la Universidad Nacional. Aquel año, el 9 de abril ocurrió el Bogotazo. Los disturbios de ese día llevaron a la ciudad a un estado de caos y ruina: la pensión donde se quedaba Gabo fue incinerada y la universidad cerró sus puertas por tiempo indefinido. García Márquez se fue de la capital con rumbo a Cartagena, donde empezó a escribir para el periódico El Universal el 21 de mayo de 1948.

De aquel tiempo de García Márquez en el periódico de la ciudad amurallada, quedaron los primeros registros como escritor del nobel que, en 1994, fueron rescatados por Gustavo Arango, uno de los periodistas del diario.

Arango realizó un trabajo de investigación que terminoó en la escritura del libro Un ramo de no me olvides, que retrata los dos años de García Márquez en El Universal antes de partir hacia Barranquilla.

Arango era un periodista entusiasta, había estudiado periodismo en la Universidad Bolivariana de Medellín y se había trasladado a Cartagena con la ilusión de trabajar en El Universal. Alternaba su profesión dando clases en la Universidad de Cartagena y la Jorge Tadeo Lozano, al mismo tiempo que escribía el libro.

 

En 1991 Gustavo Arango le entregaba su primer libro de cuentos al nobel en un festival de cine. Tiempo después, en 1997 se vuelven a encontrar en Barranquilla durante un taller de narrativa, donde “Gabo” recomendó a los asistentes leer “Un ramo de no me olvides”. (Foto: Archivo)

Un ramo de no me olvides llegó hasta las manos del nobel, quien recomendó el libro al escritor argentino Tomás Eloy Martínez, que desde entonces tenía muy presente a Arango. Martínez era director del Programa de Estudios latinoamericanos de la Universidad Estatal de New Jersey y junto a su esposa, la académica Susana Rotker, escribieron una carta de recomendación a la universidad, que al final, aprobó la aplicación de Arango para hacer maestría y doctorado.

Desde 1998 hasta el 2004, estuvo dedicado a la academia, no solo recibiendo conocimientos, sino también dándolos, pues era profesor de los cursos básicos de gramática del español en la misma universidad.

La beca cubría matricula y además le daba un bono de sostenimiento por mil dólares cada mes para suplir los gastos económicos, que confiesa, “no eran suficientes, porque me fui con mi esposa y dos hijos”. A la par que estudiaba también repartía el periódico local Star Lerdger desde las cuatro de la mañana. Pasó de ser el editor de un periódico en Colombia a ser el repartidor en Estados Unidos.

Arango escribía sobre el país del sueño, por una parte, por “el sueño americano” y por otra porque vivía con sueño. En época de estudios leía por semana un aproximado de mil páginas y veía tres cursos. “Recuerdo que la gente de allá se quejaba por la cantidad de trabajo que nos dejaban, pero yo decía, esto es un paseo en comparación con Colombia”, cuenta Arango, quien se muestra feliz al recordar esa época.

Para un curso de verano en Boston University, Tomás Eloy Martínez postuló a Arango por medio de una carta a Alicia Borinsky, donde señala que él es su primera opción para tomar el curso. Arango fue elegido y becado. (Foto: Archivo)

Una de las diferencias más grandes que encontró entre países fue el ambiente académico. En Cartagena contaba con poco tiempo, entre el periódico y dar clases, llegaba sobre las diez de la noche a su casa y producía poco, “es difícil hacer algo cuando estas tan presionado con el día a día en Colombia”.

Cuando empezó a hacer el doctorado, Arango centró sus estudios en literatura latinoamericana y teoría literaria. Contaba con un nivel alto de inglés, pero curiosamente su lenguaje era muy tecnificado por los textos que leía y a la hora de salir a la tienda le costaba comunicarse, no conocía mucho el inglés del día a día.

Fue jurado de tesis doctoral en la Universidad de Medellín, experiencia de la cual le surgieron inquietudes respecto al método. En Estados Unidos, el estudiante cuenta con un director de tesis que le ayuda en la redacción del documento final, el cual se pasa a un comité evaluador, este hace su retroalimentación de lo que no le gusta, qué se podría mejorar o cambiar, y así cuantas veces sea necesario para que al momento de la sustentación no haya sorpresas. “En Colombia el proceso es un poco mas cruel. El estudiante puede llegar el día de la defensa y no pasar, perder el esfuerzo que hizo” señala Arango.

Aunque ve difícil volver a Colombia, viene ocasionalmente a dictar charlas o cursos intensivos en diferentes universidadesb y escribe columnas en el periódico Vivir en el poblado de Medellín.

La oportunidad que le dio la Universidad Estatal de New Jersey a Arango es algo impensable en Colombia y así lo reconoce: “Lo que esa universidad me dio fueron más de mil millones de pesos en estudio y sostenimiento, me ampliaron la beca para terminar la tesis. Es algo que no hubiera logrado con dinero propio”.

Actualmente es escritor y profesor de la Universidad del Estado de Nueva York, en Oneonta, un pueblo universitario de no más de veinte mil personas. Empezó en agosto del 2004 como profesor asistente, en el 2011 pasó a ser asociado y en el 2015 se convirtió en profesor a tiempo completo: un full professor, la máxima para un profesor en esa universidad.

En 1997 fue entregada a Mario Vargas Llosa la primera versión de “Un ramo de no me olvides", dos años después de su lanzamiento.  (Foto: Archivo)

 

María

María Cuellar nació en Pasto “cuando solo existían tres opciones: ser alcohólico, deportista o hippie e ir a las lagunas a tomar yagé”, señala María con una sonrisa.

Perteneció a la primera generación de becarios en la Universidad de los Andes y fue la primera extranjera en ser admitida en la Escuela Doctoral Interdisciplinar en Culturas de la Transformación de la Universidad de Roma.

Estudió Derecho en la Universidad de los Andes, pero muy rápido se dio cuenta que eso no era lo suyo. Lo apaciguaba tomando electivas que tuvieran relación con las artes visuales. Ya tenía un acercamiento a estas desde Pasto, donde en esa época solo había tres salas de cine: “una era de cine triple x, o sea, solo quedaban dos que eran de películas rotativas. A las 3 p.m. daban una, a las 6 p.m. y a las 9 p.m. otras, pero eran las mismas durante un mes”, cuenta María.

Cuando llegó a Bogotá casi no tenía amigos ni dinero, pero contaba con la fortuna de tener un cine club al frente de su casa, el popular “Antigua calle del agrado”, donde pasaba su tiempo viendo películas: “era el mejor cine club que tenía Bogotá” señala Cuellar.

Terminó sus estudios en Derecho y empezó a trabajar en la bancada de un senador de la república, donde le pagaban muy bien. El mismo día que empezó a trabajar allí, comenzó a aprender italiano, bajo la idea soñadora de estudiar en Italia.

No tardó mucho en averiguar dónde podía estudiar cine. Se encontró con dos lugares: el primero admitía únicamente extranjeros para maestría y no pregrado, por lo cual quedaba descartado y el segundo era la Escuela en Disciplina de las Artes de la Música y el Espectáculo de la Universidad de Roma.

María siempre se destacó por su excelencia académica. Tanto así que no ha pagado por su educación superior pues ha estado becada por donde ha pasado: Bogotá, Roma y Barcelona. Realizó su pregrado en cine en poco tiempo, hizo una especie de maestría (que en Italia llaman especialistica y es considerada como la preparación para el doctorado) y entró a la escuela doctoral sin tener un tutor, tan solo con una recomendación.

“No quiero estar enferma, no quiero ser una enferma crónica y en deterioro, yo solo quería que quien me abrazara no negara mi enfermedad” oficina de la profesora María Cuellar, Universidad Jorge Tadeo Lozano. (Foto: Lina Gasca)

Tuvo la oportunidad de estudiar con un bono de sostenimiento, que, aunque le ayudaba, no le alcanzaba para sus gastos. Dictaba clases de inglés y español, se hizo amiga de los galeristas y organizadores de eventos y, como fruto de esas amistades, a los 26 años fue jurado del Festival de Cine de Roma y a los 27 del Festival de Venecia.

Dormía poco, quería hacer muchas cosas, estaba en la academia, pero también en la industria. A los 29 años su cerebro había perdido el equilibrio químico: tenía una falencia de neuro conductores que permiten conectar acciones y funciones, en pocas palabras, María podía "descargar un archivo", pero no podía "abrirlo" por sencillo que parezca.

Estuvo dos años alejada de la actividad en el doctorado, el primero se declaró enferma y en el segundo aceptó que perdía todas las materias. Al retomar labores siguió con su trabajo doctoral, basado en la forma en que se modifica lo audiovisual en contextos vulnerables. Al mismo tiempo quedó embarazada, por lo cual en el momento en que recibió la aprobación del jurado este le dijo: “Os confiero el título de doctores” es decir, “mi hijo nació siendo doctor en cine”, señala María.

Reconoce que el problema más difícil de estudiar es trabajar al mismo tiempo: “Hay un miedo de no volver a conseguir trabajo si se deja por estudiar. Solo queremos producir plata”. Considera que en Colombia con el paso del tiempo ya no es tan buen negocio ser doctor desde el punto monetario, “porque ya no ganan tanto como antes” comenta María.

Como doctora en Cine, siempre ha encontrado buenos espacios para ejercer desde la investigación y desde la creación. Actualmente es profesora de Cine e Historia del Arte en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Tiene en su oficina un poster grande con la imagen de once proyectos en curso, ya sea como directora, productora o escritora. “Nunca alguien en cine se puede dedicar solo a la academia” comenta María.

Gustavo y María contaron con la fortuna de ser patrocinados por las universidades donde llegaron a realizar estudios y pudieron permanecer en los países en donde lo hacían. En Colombia la situación es bastante diferente.

Los problemas

Hablar de educación es abrir las puertas de un hotel muy grande. Cada puerta es un lineamiento del conocimiento y, como en todo gran hotel, hay habitaciones más grandes y elegantes que otras.

Según el Ministerio de Educación Nacional, el sistema educativo colombiano está conformado por la educación inicial, la educación preescolar, la educación básica (cinco grados de primaria y cuatro de secundaria), la educación media (dos grados de bachiller), y la educación superior (pregrado y posgrado).

Para el periodista Pablo Correa, editor de temas ambientales, salud y ciencia del diario El Espectador, los gobiernos deben priorizar la educación inicial, preescolar y básica, ya que se convierten en la base de todo sistema educativo: “si la base no está sólida, lo demás tampoco”.

Poner la mirada en el punto más alto de la educación en Colombia es entrar a la suite de la educación superior para hablar de los doctorados, la cúspide de la educación y el conocimiento para muchos. José Alberto Pérez, doctor en historia, expresa que no hay “nada comparable con un doctorado, para tu goce y satisfacción personal”. Sin embargo, el panorama de los doctorados en Colombia es complejo. Son múltiples las falencias del sistema educativo en el país que le impiden tener educación de alta calidad en materia de doctorados.

Según información del Sistema Nacional de Información de la Educación Superior, Colombia cuenta con 352 doctorados activos, de los cuales solo cuarenta y uno tienen reconocimiento de alta calidad por el ministerio y 36 de los programas están concentrados en tres ciudades capitales: Bogotá, Medellín y Cali. Los restantes están en Manizales, Santander y Atlántico.

Las Matemáticas son el área con mayor número de doctorados en el país con un total de once, seguido de Ingeniería con ocho y Ciencias Sociales con siete, dentro de los programas con alta acreditación. Mientras tanto, no hay doctorados de Humanidades ni Bellas Artes.

Beatriz Múnera es egresada de Artes Plásticas de la Universidad Nacional sede Medellín. Siempre quiso ser fotógrafa, trabajó como reportera gráfica, ayudó a escritores con las portadas de sus libros y es docente. Tres años después de haber finalizado su carrera, decidió seguir con sus estudios, pero no encontró en Colombia una opción: “de lo contrario lo hubiera cursado”, señala Múnera.

Se postuló a un doctorado en estudios visuales en La Universidad de Barcelona. La admitieron, pero no contaba con los recursos suficientes para cursarlo. Tiempo después, encontró en la Universidad Complutense de Madrid un doctorado en Investigación, Creación y Docencia en Bellas Artes, en el cual la fotografía podía tomar el protagonismo que ella quería.

En Colombia “la Nacional tenia una falla enorme y eran los pocos recursos. Había un laboratorio de revelado y pare de contar” comenta Múnera.

Profesora Beatriz Múnera en su oficina, Universidad Jorge Tadeo Lozano.(Foto: Lina Gasca)

En España su experiencia estuvo marcada por la movilidad educativa: “yo elegía una gran parte de las materias que quería ver” durante los seis años que duraba el doctorado. La Complutense le permitía pagar con recursos propios sus estudios, sin necesidad de préstamo debido a su precio asequible: “Pagaba el equivalente a dos millones de pesos”, recuerda Munera, que al final logró una tesis sobresaliente cum laude, la máxima calificación.

Así como Beatriz, Sandra Pinzón, licenciada en Lingüística y Literatura de la Universidad Distrital y magister en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo, tampoco encontró una opción para seguir con sus estudios de doctorado en el país.

En Argentina, Pinzón dio con la Universidad Nacional del Nordeste Argentino, después de buscar varias opciones. Enfocó su investigación en ciencias cognitivas. Realizó sus estudios doctorales con recursos propios durante seis años.

Pinzón nunca dejó Colombia, cada dos meses asistía a las reuniones programadas por la universidad durante una semana de seminarios intensos y al volver continuaba con sus actividades como docente. Reconoce que hay una gran ventaja en Argentina al ser la educación gratuita: “Si no hay que pagar mucho, si no hay que trabajar para pagar, pues hay un cambio total en la manera como se estudia” comenta Pinzón.

Es enfática en señalar que en el país se deben formular programas que logren discursos interdisciplinares. Educar a los estudiantes bajo una formación profesional de líder y no como empleados que “buscan conseguir dinero rápido”.

En el 2014 presentó su trabajo de tesis, pero al llegar a Colombia y convalidar su título se encontró con una plataforma dispuesta por el Ministerio de Educación, que después de un proceso engorroso le ha negado dos veces la convalidación. Señala que: “solo hay una relación con la plataforma que le va indicando por medio de un semáforo como va el proceso y nada más”.

Sandra Pinzón, desde su doctorado pudo reflexionar sobre el lenguaje, como se relaciona con el ser humano y como funciona el cerebro. (Foto: Miguel Durán)

Pinzón no ha sido la única con este problema, pues también ha conocido casos de personas que no han podido conseguir trabajo por la misma causa. “Entonces la gente se burla del doctor que esta manejando taxi y se pregunta ¿para qué hacer un doctorado?” señala.

Ambas, Beatriz y Sandra encontraron una oportunidad de desarrollo académico y cultural en el extranjero. Múnera desarrolló trabajos como docente en una fundación para lesionados modulares con los cuales trabajó el tema de la fotografía desde sus experiencias: “Un estudiante tomó su cámara y empezó a fotografiar las falencias de la ciudad para una persona en silla de ruedas”, comenta Múnera, quien llevó a cabo su proyecto doctoral con ellos.

Pinzón recuerda que después de llegar a Buenos Aires tenía que tomar un bus de dos pisos hasta Resistencia, en la provincia del Chaco, a doce horas de la capital, en un recorrido donde conoció varias poblaciones argentinas. Tuvo la oportunidad de conocer compañeros de Chile, Uruguay y Perú, con los cuales conversaba al final de los seminarios y trataba de entender cómo eran las sociedades.

Desde el 2007 hasta el 2016, según un documento del Observatorio de Ciencia y Tecnología, Colombia ha crecido radicalmente en el número de doctores graduados al año, pasando de97 a 615. Sin embargo, estas cifras se quedan cortas en comparación con países como Argentina que gradúa al año 1.600, México con 3.000 y Brasil con 12.000.

Las falencias en la educación se ven reflejadas en la investigación. En febrero del 2017 varios académicos de la Universidad del Valle denunciaron en El Espectador la reducción de becas dadas por Colciencias para hacer doctorados, pues en el 2015 fueron 650 y en el 2016 bajaron a 222. A esta denuncia se le ha sumado la inconformidad de algunos becarios con los pagos de sostenimiento por parte de la entidad.

Karen Fernández es microbióloga industrial de la Universidad Javeriana, con un doctorado en Ciencias Biológicas con énfasis en enfermedades infecciosas de la misma universidad. Fernández reconoce el apoyo prestado por Colciencias, pero también enfatiza en las dificultades que hay con la entidad, problemas que en ocasiones se salen de las manos de los estudiantes.

“Hay muchas personas demandando por una beca, pero son pocas las oportunidades”, señala Fernández, quien también vio demoradas sus investigaciones por la falta de materias primas. La beca cubría solo cinco años, pero el proceso de escritura de la tesis se demoró un año más de lo estipulado, donde no recibió apoyo.

Según el Observatorio Fiscal de la Universidad Javeriana, a la educación pública del país le faltan $80.7 billones anuales para alcanzar el mismo nivel que los países del Organismo para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). No resulta fácil pensar en un futuro promisorio para los doctorados en Colombia, pero es importante empezar la discusión en este tema en tiempos donde, según el escrito y profesor Gustavo Arango: “La universidad es como ese pequeño grupo que aparece en las películas de ficción que van a salvar la humanidad”.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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