México, la libertad del exiliado

Era 10 de febrero de 1981 y la vida de Fernando Acosta Riveros estaba a punto de ser salvada, las torturas físicas y psicológicas que había sufrido en los últimos años por grupos ilegales de extrema derecha aún rondaban por su cabeza mientras esperaba noticias sobre su petición de asilo político en la embajada de Perú. Aunque su país de origen era Colombia, el miedo a ser nuevamente detenido, juzgado e inculpado por delitos en los cuales nunca había participado, acompañado del abandono por parte de los que él consideraba aliados y la preocupación por la seguridad de su familia, eran ya suficientes motivos para dejar su país. “En el momento en que se llevaron (detenido) a Fernando, yo estaba en el colegio, la Concentracion Distrital Bavaria, cuando llegué, mi tía Clara Inés nos contó lo que había sucedido, yo no entendía mucho, aun así, sentí algo de miedo porque pensé que también se llevarían a mi familia”, afirma Ana Patricia Riveros, prima de Fernando.

 
El exilio se presentó como una nueva oportunidad para Fernando, en Colombia era visto como un militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN), se le acusaba de haber participado directamente en la toma de la Embajada de República Dominicana, redacción de textos para grupos ilegales, visitas en las cárceles a miembros de las FARC, M-19, EPL y ELN, eventos siempre vistos como actos asociados a la ilegalidad, e incluso, al terrorismo; pero su única motivación, inspirado por el sacerdote Camilo Torres, en aquel entonces, era la colaboración en el Comité de Solidaridad con Presos Políticos, en especial con hombres y mujeres que hacían parte del ELN, grupo al que era fiel ideológicamente sin nunca llegar a utilizar un arma.
 
“No milité exactamente como tal en ninguna organización, fui un simpatizante del Ejército de Liberación Nacional en sus inicios, y me vinculé con ellos en las cárceles, cuando iba de visita tanto a la cárcel de hombres como a la cárcel de mujeres. Empecé a trabajar en el Comité de Solidaridad con los presos y las presas políticas de Colombia. De esa manera conocí también a compañeros y compañeras no solamente del ELN sino también de las FARC, el Movimiento 19 de abril, del Ejército Popular de Liberación, también un movimiento que se llamaba Autodefensa Obrera, y luego, antes de salir de Colombia, uno que se llamaba Quintín Lame”, afirma hoy en día Fernando.
 
Durante varios años el trabajo de Fernando fue recoger información que estuviera a favor de los presos políticos, la búsqueda de abogados, dinero y la recopilación de recursos y aportes de organizaciones de derechos humanos con el fin de llevarlos a los familiares, cónyuges e hijos, de estos prisioneros; esa fue la forma en que él empezó a vincularse y trabajar como simpatizante, no militante, de las organizaciones.
 
 
Fernando se encuentra en México desde hace 37 años y disfruta de su trabajo rodeado de libros, revistas y publicaciones.
 
Este interés por los temas políticos ha sido una constante en la vida de Fernando. Por allá en el año 1957, durante el mandato del general Gustavo Rojas Pinilla, la política colombiana vivió momentos agitados debido al plebiscito que daría paso al Frente Nacional. Bajo este contexto, Fernando Acosta Riveros nació, creció y se formó en la casa de su abuela materna y sus tíos paternos. En aquel lugar siempre el tema de conversación tenía que ver con debates sobre políticos tanto del pasado como del presente, análisis sobre la personalidad de Simón Bolívar y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, eran algunos de los temas que más interesaban a los familiares de un joven y algo travieso Fernando, que, bajo sus propias palabras, consideraba “algo excesivos”.
 
En su adolescencia observaba que su madre Clara Inés Riveros García, quien era una profesora estricta, tenía preferencia por artículos de opinión publicados en El Espectador, pero también compartía con compañeros de trabajo, casi todos profesores, el semanario VOZ Proletaria, que según Fernando “escondían muy bien, porque había temor de que alguien se enterara que maestros y trabajadores frecuentaban lecturas de izquierda, del pensamiento Socialista o Comunista. Había mucha represión e intolerancia, desde entonces”.
 
Se sentía nómada porque según recuerda: “Nos cambiábamos casi cada año de apartamento o casa, pues eran rentados, casi siempre por los barrios: Santafé, Panamericano, Teusaquillo y en alguna ocasión Santa Isabel”. La música siempre ha sido un motor para Fer, como le dice su hija Delia Acosta, puesto que desde muy pequeño y gracias al entorno en el que vivió, escuchaba en los barrios Santafé y Samper Mendoza a grupos de estudiantes procedentes de los departamentos de Atlántico, Bolívar, Magdalena, Cesar y Córdoba, quienes “armaban tremendas parrandas”, afirma Fernando. Celebraciones en el que los jóvenes sacaban sus acordeones, guacharacas, cajas, instrumentos de percusión y empezaban cantar y a bailar. Creció escuchando las interpretaciones de Alejo Durán, uno de sus artistas preferidos.
 
 
Fernando recuerda mucho a sus familiares aquí en Colombia. En particular a su tío Luis Alberto Riveros, padre de Alejandro y Patricia Riveros, sus primos. “Me invitó varias veces al Hipódromo de Techo, luego denominado de Las Américas”. Era un verdadero aficionado de la hípica, porque coleccionaba una revista llamada Meta, donde venía al final un fragmento de cuentos o narraciones uruguayas, argentinas y chilenas sobre la Hípica.
 
Fernando recuerda vagamente su niñez, recalca que le encantaba montar bicicleta y jugar fútbol con sus primos y vecinos.
 
Por su parte, Alejandro recuerda a Fernando como “un muchacho alto, flaco y con barba larga, como siempre la ha tenido”, recalca mucho de él su caligrafía “tenía una letra muy bonita, y las cartas que escribía eran estéticamente muy lindas, pero sí, recuerdo que era un joven, un adolescente y casi no paraba en su casa”.
 
Durante un tiempo en que estuvo viviendo en Ibagué se reunía con jóvenes, algunos eran del partido comunista y otros de la juventud liberal. “Nos veíamos en la casa de un señor que le decían Maxi, creo que se llamaba Máximo, era contador y un ferviente comunista”, les daba clases de historia y ciencias sociales y recuerda que entre sus dichos estaba una frase que decía así «como no les puedo dar malos ejemplos, les doy buenos consejos».
 
Cuando Fernando salió de su casa, el 10 de febrero del año 1981, se dirigió por última vez a la cafetería-pastelería Florida, en todo el centro de Bogotá, sobre la famosa y turística carrera Séptima, pidió un chocolate como lo hacía de costumbre, tomó uno, dos, tres sorbos, lo hizo lentamente, como pensando en toda su vida, imaginando qué sería de él en otro país, como queriendo que todo fuera mentira y no tuviera que irse.
 
Pues ahí se encontraba, a la espera de una respuesta y con la esperanza de dejar atrás tanta violencia, impaciente por saber en qué país del mundo le darían la posibilidad de aislarse y así salvar su vida y la de sus familiares. Se presentó sin documentos, solamente con 60 dólares (60 pesos colombianos en ese entonces, aproximadamente) en el bolsillo, una carpeta y lo que llevaba puesto a la embajada de Perú donde, amablemente, lo recibió el señor Carlos Berninzon, quien era el agregado de prensa de la embajada y con quien había entablado una amistad realizada por cuestiones de la Cámara Editorial, donde presentaban libros conjuntos de Colombia, Perú, Ecuador y demás países de la región, pero con quien nunca habían hablado de política.
 
Fernando debía esmerarse en el colegio puesto que su mamá Clara Inés Riveros era profesora, muy estricta.
 
En la Embajada de Perú le regalaban periódicos, sobretodo de La Prensa, El Comercio y la revista Caretas.
 
“Ese 10 de febrero del 81 me presenté, él me recibió (Berninzon), me dijo que no estaba en ese momento el embajador de Perú en Bogotá, me decía que no estaba capacitado para darme asilo, me ofrecía llevarme a la embajada de México. Yo estando en Bogotá, y viendo el tema de la violencia tan fuerte, le insistí que nadie nos aseguraba si al salir de la embajada los militares que estaban cerca no disparaban contra nosotros, aunque él tuviera inmunidad diplomática”.
 
Berninzon aceptó la petición de Fernando, así fue como se comunicó con el embajador peruano, este le dio instrucciones para que el primer secretario, que era un señor de apellido Colunge, se pusiera en contacto con la embajada y de esta manera pudiera explicar su situación. Efectivamente el señor Colunge realizó la llamada y se contactó con él. “Me ponen en el teléfono, le explico el motivo y me dice que él va a ser la gestión directamente y que me puedo considerar ya como un refugiado en la embajada peruana”, concluye Fernando.
 
En la embajada peruana estuvo aproximadamente 40 días, y el 21 de marzo de 1981, con ayuda de las organizaciones de derechos humanos y el gobierno peruano, se logró la remisión de un salvoconducto para que pudiera abandonar Colombia. Así se dirigió a Lima, Perú. Allí estuvo primero como asilado temporal y luego como refugiado político reconocido por la Agencia de la ONU para los Refugiados - ACNUR.
 
En ese momento se le presentó la posibilidad de pedir asilo en otro país, el que escogiera iba a determinar el transcurso de su vida; se debatía entre Argelia, Suiza y México, así que gestionó todo para los tres y esperó al que primero le contestara, así fue como tanto en Argelia como en México fue aceptado. México fue su decisión y ahora era el momento de empezar una nueva vida, lejos de su patria y de su familia, en un lugar de costumbres diferentes y con el miedo de ser señalado por los demás, e incluso, de ser perseguido y tener que seguir viviendo la violencia en otro país del cual no conocía mucho. Así fue como Fernando, junto con su madre Clara Inés Riveros, llegaron al territorio Azteca.
 
La cultura formaba parte importante en la vida de Fernando, con su madre iban a la ópera en el Teatro Colón.
 
El informe Exilio Colombiano, Huellas del conflicto armado más allá de las fronteras, pone en evidencia las cifras del exilio colombiano para el año 1981, año en que Fernando sale del país debido a las amenazas y por el miedo que sintió. El informe presenta las cifras más o menos así:  Para 1981,  un total de 150 personas pidieron asilo político, 50 para el país de Ecuador y 100 para México, entre esas 100 personas se encontraba Fernando.
 
El 12 de septiembre de 1981, Fernando llegó a México, y aunque ya habían dejado atrás la violencia vivida en Colombia, tenían que enfrentarse a otro mundo, otra cultura, otras prácticas. Si bien su adaptación (de pronto) fue fácil, un evento bastante particular afectó la normalización de sus vidas en un nuevo país, el terremoto del 85. Fernando se encontraba con su madre Clara Inés Riveros en Jalisco, vivian en Guadalajara en un cuarto piso de un edificio de apartamentos, dice que “se sintió muy fuerte también ahí, a pesar de que el epicentro fue la Ciudad de México”. Fue muy triste para él porque cuando volvía para realizar trámites de renovación de la visa de asilado político, se le salían las lágrimas cuando veía que muchos amigos y compañeros habían fallecido, y muchos edificios ya no estaban. Afirma que “siempre recordamos aquel día de 19 de septiembre de 1985, fue algo que partió un poco la historia de la hermosa, fraterna y bella ciudad de México”.
 
En sus primeros años como exiliado político, esa etiqueta, Fernando la tenía muy presente, puesto que se la recordaban siempre al momento de realizar los trámites en las oficinas de asilado político. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, el exiliado (Fernando) empieza a reconocer ese nuevo territorio como propio, por lo cual “pues se va uno ‘mexicanizando’, ‘peruanizando’ o según el país donde uno esté”. Es así como Fernando deja de considerarse bajo la categoría de exiliado y se identifica como colombiano, mexicano e incluso como ‘Nuestroamericano’ “por la onda bolivariana de la patria grande”.
 
En la actualidad Fernando reside en Guadalajara, Jalisco. Ha logrado dejar atrás su pasado marcado por la violencia en Colombia y ha conformado un hogar, con una esposa e hijas que ama. Trabaja en algo que le gusta, corrigiendo y redactando textos en la Universidad de Guadalajara; aunque siempre recuerda a Colombia y procura estar en constante contacto con sus familiares. Su hija Delia Elizabeth Acosta Covarrubias sostiene que Fernando cuenta algunas situaciones que vivió en el territorio colombiano, a sus familiares, habla sobre los barrios de Bogotá, las ciudades de Colombia y las travesuras que hacía cuando era pequeño.
 
Fernando tiene muchos objetos, los tiene cerca y le permiten recordar y tener siempre presente a Colombia.
 
“Las cuenta (sus anécdotas) más bien con un tono muy feliz, como que es muy bonito recordarlo para él, otras veces es un tono más melancólico y como con cierta nostalgia en su mirada. Otras tantas sí he visto que llora por cosas que recuerda de allá, porque pues la vida de mi papá siempre ha sido como muy intensa, muy fuerte. Él es un hombre muy apasionado, entonces sí lo he visto en varias ocasiones llenar sus ojos de lágrimas por Colombia”.
 
En el tercer capítulo de la serie Relatos del Exilio, México, se relata la vida de algunos exiliados políticos colombianos que residen en el país mexicano, podemos hacer un contraste o una comparación entre la historia de algunos exiliados con la historia de Fernando, hay un punto de divergencia y es que hubo un cambio en las creencias y prácticas de Fernando, se convirtió al Islam y así empezó a profesar esta religión cuando salió de Colombia.
 
Juan Pablo Luque, investigador del Centro Nacional de Memoria Histórica, quien hizo parte de la investigación del informe Exilio Colombiano Huellas del conflicto armado más allá de las fronteras, hace énfasis en que los compatriotas en el exterior “al ser discriminados por ser colombianos, la vida de los exiliados cambia completamente. Deben luchar para cambiar esa imagen negativa que tienen sobre ellos”. Pero esto no fue vivido por Fernando, porque como explica “afortunadamente y gracias a Dios después de que abracé o acepté al Islam como religión, no he tenido ningún tipo de discriminación en las ciudades donde he vivido en México”.
 
 
Fernando Acosta Riveros, uno de los muchos exiliados por la violencia en Colombia, quien a pesar de todo lo que ha tenido que vivir, siempre recuerda con mucho cariño a sus familiares, amigos, los lugares por lo que transitó, por donde vivió los mejores momentos de su niñez y juventud y que ahora se encuentra en México, tal vez podría estar enunciando la frase que escribió Eduardo Galeano en su libro Días y Noches de Amor y de Guerra: “Hablando ante las ruinas: "Aquí llegaron. Rompieron hasta las piedras. Querían hacernos desaparecer. Pero no lo han conseguido, porque estamos vivos y eso es lo principal". Porque así como intentaron desaparecer y dejar las ruinas, los actores legales e ilegales en Colombia intentaron desaparecer a Fernando, y gracias a que en México recuperó su libertad, es que él aún guarda la esperanza de regresar a su patria, tal vez dejar de hacerlo en sueños como lo enunciaría Gonzalo Arango, uno de los escritores favoritos de Fernando, en su poema ‘Tengo memoria de haber deseado’ del libro Obra Negra: “Tengo Memoria de haber deseado con todo el poder de los sueños llegar a Cali, creer en la vida sin razón, sentir que la muerte no existe, que la felicidad no es un cuento de hada ni se conquista en otro mundo”.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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