¡De Turmequé para mi Turmequé! Estas eran las palabras que gritaba Gloria Lilia Jiménez Guerra con su pelo castaño y corto peinado hacia atrás, de estatura promedio 1,65 centímetros, en tacones y vestida siempre con una prenda roja para que nadie dudara el partido al que pertenecía, todo esto mientras andaba en su carro, un Suzuki LJ80 verde, en compañía de Jairo Pinto, un médico destituido injustamente de su cargo por la oposición. Desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche, durante tres meses, Gloria salió de su hogar en el centro del pueblo para hacer campaña política por el gran corazón que forman las doce veredas del municipio con un objetivo claro; ganar la primera alcaldía sometida a voto popular.
Era 1987 en Turmequé, un pueblo situado en el departamento de Boyacá, de carreteras destapadas y angostas, rodeado de tantos pinos que por momentos parece que no existe más vegetación, justo al llegar al parque principal, se podía ver cada lunes sin falta agricultores y artesanos de los pueblos y veredas aledañas comercializando los productos de su cosecha o manufacturados, mejor dicho, en palabras de la propia Gloria, “un centro provincial de comercio”. Allí ella, una mujer liberal, apostaba en su campaña a la alcaldía el todo por el nada, como era de esperarse en su situación, ¿verdad? Pero tal vez no, la candidatura de Gloria no se dio de la noche a la mañana como parece. Desde hacía trece años atrás, siendo solo bachiller había estado siempre presente en la política del pueblo. Inició como concejal en 1974 con tanta suerte que el gobernador de Boyacá del momento José Ignacio Castañeda Neira, vio en ella “una joven dinámica, amable y con completo sentido de responsabilidad”, por lo que el lunes, 7 de abril de 1975, a mitad de su periodo como concejal, la designó por decreto como alcaldesa del municipio.
Gloria Jiménez, preparando el postre del amor que inventó junto a su hermana. Foto de Carolina Villamarín.
“La ciudadanía turmequense, ha recibido con gran beneplácito este acierto del gobierno seccional, ofreciéndole irrestricto respaldo y la colaboración necesaria para que pueda adelantar una administración pródiga y benéfica en aras del progreso local”, esto escribió un periódico del lugar con respecto al nombramiento de Gloria, que no estaría muy lejos de lo que ocurrió en su mandato pues durante este periodo, ella decidió que la mejor forma para que el pueblo progresara era solucionando los conflictos de los habitantes con multas de sacos de cemento. Una muy buena idea porque el pueblo necesitaba, entre otras cosas, un lugar para vender sus productos los lunes, un sitio cómodo, de fácil acceso y que siempre estuviera disponible, mejor dicho, un lugar que no fuera el Parque Central. El terreno designado fue un lote ubicado en el occidente del pueblo, así pues con la ayuda de un ingeniero, la maquinaria que destinó para la obra el gobernador y los trabajadores de la zona, inició la construcción de la plaza de mercado. “Fue la mayor concentración de maquinaria que hemos tenido en Turmequé”, concluye Gloria. Sin embargo no todo es perfecto, y la señorita que en ese momento era alcaldesa, solo estuvo al mando por un año y ocho meses hasta el cambio de gobernador. El sustituto Gilberto Ávila Botia no dudó ni un momento en relevarla de su cargo a pesar de que el concejo municipal de Turmequé estaba en desacuerdo con esta decisión y le solicitó ratificar el cargo a Gloria “porque vimos que ella ha puesto toda su capacidad y espíritu de trabajo -decía un telegrama- para sacar adelante las obras que actualmente lleva a cabo el municipio.” Pese a esto, en su lugar el gobernador nombró a un señor de apellido Severo. “Vengo a poner orden aquí, porque yo soy severo como mi nombre lo dice -recuerda Gloria sobre su sucesor- tan severo que duró solo tres semanas como alcalde.” Me dijo con gracia.
Días después recibió un telegrama vía Telecom de José Ignacio Castañeda, que sería de gran importancia para su permanencia en la política. Decía algo así; “cuando tuve el honor de nombrarla como alcaldesa de ese municipio, siempre estuve seguro de que usted desempeñaría ese cargo con brillo, inteligencia y desinterés. Hoy cuando tiene que retirarse, porque así lo han querido los mezquinos intereses políticos de quienes siempre han querido imponer allí sus proclives sistemas de lucha, debo manifestarle que me siento satisfecho por su labor cumplida y que ahora cuenta aún más con mi solidaridad y aprecio. Lo importante ahora es no desfallecer y esperar que este sistema cambie.” Esto llevó a la señorita Jiménez a mantenerse firme en la política, conservando su lugar en el concejo municipal por once años consecutivos, esperando que, al igual que lo decía el telegrama, el sistema cambiara.
Una mañana de1987 el día tan esperado por fin llegó, luego de que se anunciara en el pueblo la primera elección popular de alcaldes en el país, un grupo de personas se reunió frente a una casa de estilo colonial, con balcones de madera color café, paredes blancas y de puertas y ventanas con un color más oscuro para resaltar. Probablemente no es una descripción suficiente en un lugar donde todas las casas comparten una arquitectura similar, pero esta casa era especial, era diferente. Tal vez no en su exterior, pero las personas que allí vivían desde hacía varios años eran de mucho agrado en el municipio; esas personas eran la concejal Gloria Jiménez, y su hermana menor María Cecilia Jiménez, quienes tenían el suficiente reconocimiento de los habitantes como para que ese día, dicho grupo de personas golpeara una, dos y tres veces la puerta de esta ordinaria casa con el fin de persuadir y convencer a la concejal de presentar su candidatura por la alcaldía, ya que como recuerda Leonor Muñoz, “sus obras fueron muy importantes para dar orden y mejorar la economía del pueblo”.
Gloria Jiménez en sus inicios políticos. Foto de archivo.
Con una decisión absoluta y el respaldo del pueblo, Gloria inició su campaña política en contra de su opositor, el señor Jesús “chucho” Orjuela, quien además de ser conservador, era oriundo de Tibana, un pueblo cercano. Sin embargo contaba con el respaldo incondicional de una de las mayores líderes que había tenido el pueblo, doña Emma Ruiz de Mendoza, quien también era concejal en el municipio. “La otra líder era sin duda Gloria, eso era una disputa entre mujeres ―recuerda Henry Moreno, un habitante del municipio― eran dos personas que ejercían mucha presión en la gente.” Emmita, como le decían en el pueblo, siempre se había interesado por la educación, la cultura y el desarrollo del lugar. La gente sentía mucha gratitud hacia ella, sin duda era un apoyo muy considerable para el opositor.
Pero Gloria tenía muy claro que una cosa era que su contrincante contara con el apoyo de Emmita y otra muy diferente que las dos fueran candidatas. Sabía que para ese entonces la gente del pueblo no conocía muy bien a Chucho, y que ella era quien jugaba de local, así que se valió de esto para pensar las palabras que gritaría a todo pulmón en el centro de la plaza de mercado, qué escribiría en carteleras para salir a caminar con la gente del pueblo y con qué reconocerían su campaña en cada calle y vereda del municipio. Para resumir, el eslogan ―según ella― gracias al cual se convertiría en alcaldesa.
La tensión se sentía en cada rincón del pueblo, era 13 de marzo de 1988, el tan esperado día de elecciones, el día que por primera vez los habitantes de Turmequé votarían finalmente por su alcalde y en el parque central se encontraban a esquina y esquina los candidatos, Gloria Jiménez y Jesús Orjuela, liberal contra conservador, rojo vs azul, mujer frente a hombre, en un año donde la igualdad de la mujer no estaba estipulada en la ley (lo cual ocurrió hasta la constitución de 1991). Pese a esto la señora Gloria llevaba ventaja. “Turmequé fue un centro Muisca muy importante en donde la mujer cumplía un papel fundamental ―explica la profesora Dora Valero― tal vez por tradición eso se mantuvo presente en la cultura del pueblo, además había sido la excepción al estigma conservador que tenía Boyacá, Turmequé siempre estaba orgulloso de ser liberal.” Con esto en mente, y en el momento exacto, se dejaban todas las estrategias sobre la mesa, “eso era juego sucio” ―comenta Alirio Garzón―. Con respecto a cómo llegaban los votantes de las veredas al parque central, él recuerda que, “el perifoneo se escuchaba por todos lados y cada partido pagaba su propio bus para que recogiera sus adeptos en las doce veredas del municipio, a las personas de la tercera edad se le pegaba un sticker en el brazo para que no olvidaran por quién debían votar, y para entrar al pueblo llegaban por distintas carreteras que daban a lado y lado, ese día los unos con los otros no se podían ni ver”.
Desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, todas las personas de todas las veredas se dirigían ordenadamente al colegio interior Diego de Torres para ejercer su derecho político y constitucional al voto. Allí era el momento de la decisión definitiva; donde al salir, una mancha roja o azul en el dedo delataba el voto de cada individuo y en ocasiones era motivo de disgusto y enfrentamientos entre familias enteras. Pero la política nunca fue fácil, ni aquí ni en ningún otro lugar de Colombia.
Los resultados siempre se dicen hasta el final de la jornada electoral y mientras tanto el pueblo disfruta de los beneficios de las elecciones, el trago en casa por la ley seca, la recocha, los momentos en familia, las apuestas por el ganador y en ocasiones se da una que otra pelea de mal gusto. Finalmente el reloj de la iglesia marca las cuatro de tarde, el sol comienza a ponerse por el occidente del parque dando un brillo dorado a las copas de los árboles, mientras la multitud se agrupa en torno a la alcaldía para no perderse la cifra final. Por la puerta aparece el registrador del pueblo mientras el gentío le recibe con fuertes gritos y rechiflas que pierden fuerza segundos después, seguido por un silencio casi sepulcral que le hiela los huesos a los candidatos, ubicados hombro a hombro se frotan las manos y miran a la gente a la espera de los resultados.
Por fin ocurre, el registrador corta el silencio diciendo la cantidad de votos, el primer turno es del perdedor, 970 votos para Jesús Orjuela, inmediatamente la gente reanuda el alboroto, gritos van gritos vienen, la sonrisa en el rostro de Gloria lo dice todo, es ella quien ha ganado. A lo lejos se oye la cantidad de votos; 1225, que la confirman como la indiscutible vencedora, es ella y nadie más quien será la primera alcaldesa municipal en Turmequé elegida por voto popular. La fiesta duró toda la noche. El trago iba y venía, probablemente sí pelearon un poco pero nada fue muy grave, al final la decisión estaba tomada y se celebró el triunfo con bombos y platillos, como Dios manda.
Acta electoral. Foto de Carolina Villamarín.
La posesión se realizó el día 23 de marzo de 1988 en la iglesia del pueblo, junto al atrio estaba Gloria erguida y con su mirada siempre al frente, recibió los honores y finalizó con un discurso bastante aplaudido, a esta ceremonia asistieron entre otras personas su familia, sus amigos más cercanos, un diputado de la asamblea, y por supuesto el alcalde que la precedió. “Fue un buen día para el pueblo, ella tenía más espíritu de liderazgo y más trabajo que el otro candidato, además dejó buena imagen con su mandato anterior”, dice José Romero, quien sería el último alcalde nombrado por la gobernación de Boyacá.
Durante este nuevo periodo de gobierno, que logró obtener once años después de su primer mandato “acabó con un monopolio político que se venía manejando en el municipio por la oposición” dijo Alirio Garzón; concluyó su obra insignia y por la que sería recordada para el resto de su vida en la política, la plaza de mercado que durante todo ese tiempo no pudo terminar ningún otro alcalde. También terminó la construcción de un centro de cultura para la integración del pueblo que había sido iniciado desde administraciones anteriores, y finalmente parece que su eslogan no solo quedó para la campaña, pues ¡de Turmequé para mi Turmequé! se centró en las personas del pueblo, brindándoles apoyo incondicional y beneficios u oportunidades adicionales.
De igual forma asistía a las reuniones comunes en el pueblo, perfectamente vestida veía las fiestas ganaderas y equinas como cualquier otro habitante del lugar, disfrutaba de la compañía de la gente, de los animales y visitaba el río cada vez que podía. Mantuvo una relación muy estrecha con los habitantes del pueblo el día de la inauguración de la plaza, le llevaron flores y mariachis, siempre buscaba la forma de ayudar y se preocupaba por lo que el pueblo necesitaba. Claro, no se puede tener a todo el mundo contento, y el mandato de Gloria no fue la excepción, tuvo discusiones con algunas personas pero aun así es la alcaldesa que más recuerda el pueblo.
A lo largo de su vida, Gloria jamás ha dejado la política y le ha gustado estar siempre en compañía de los turmequenses que valoran su esfuerzo, siempre ha sido y siempre será del partido liberal y tristemente le ha tocado despedir a varios de los amigos que estuvieron y la apoyaron lealmente en el momento de su triunfo. Ahora es toda una líder y una autoridad cuando se habla de política. Critica, aconseja y reprende a quienes considera que no ayudan al pueblo, y aunque ahora no recuerda algunos hechos de su pasado con facilidad, siempre está muy bien informada de lo que ocurre a su alrededor, sabe con exactitud lo que pasa en el pueblo y lo expresa con fluidez. Jamás se ha podido alejar del todo de su gran pasión por la política, pues cada que puede recuerda y discute un hecho importante en la actualidad.
Ella obtuvo un logro admirable de muy grandes magnitudes, rompiendo barreras en una época donde la participación política de la mujer no era muy representativa, y a pesar de que ahora existen leyes que se encargan de proteger y garantizar la igualdad en todos los ámbitos, según los datos reportados por la Registraduría Nacional del Estado Civil, en Colombia las mujeres son tan solo el 3% de los gobernadores, el 17% de los diputados, el 14% de los concejales y el 10% de los alcaldes. Lo que quiere decir que aún hay una gran brecha por atravesar para conseguir la verdadera igualdad de género.
Hoy Gloria con su pelo un poco más corto que en aquellos días, con canas que antes no tenía, su peinado que jamás cambió, un poco jorobada pero de paso firme, las manos arrugadas por el tiempo pero vitales cuando habla para dar énfasis a lo que dice y su representativa prenda roja, que en este caso era un saco de botones marrones, me recibe en la misma casa de estilo colonial que un día fue la sede principal de su campaña política por la alcaldía, ahora convertida en un amplio restaurante con mesas, sillas y macetas de flores en el patio, brinda un bello ambiente familiar que solo abre sus puertas cada domingo, eso sí, sin falta porque lo que nunca cambió fue esa mujer dinámica, amable y con completo sentido de responsabilidad quien junto a su marido, Carlos Reina, y su hermana Cecilia; la muñe, como le dice de cariño, cocina deliciosos almuerzos, inventa postres y prepara amasijos propios de su adorado Turmequé en un pequeño cuarto beige con hornos, mesas y una báscula para pasar la vejez de la mejor manera.
Cuando su restaurante cierra, tiene tiempo para atenderme en la sala de su casa, donde cuelga una fotografía enmarcada de ella con la mano en alto y en rojo estas palabras “Gloria Jiménez; dinamismo, decencia y obras. La alcaldesa que Turmequé necesita. 1988-1990.” En las mesas sin ningún orden aparente, están sus rótulos para escritorio que le recuerdan sus años de concejal y ella sentada en el sillón, con dos álbumes de cuero llenos de fotografías propias, de amigos, compañeros, gente que la apoyó, actas, telegramas, recortes de periódicos y lemas de su campaña. Me cuenta su historia con voz pausada y amable, su hermana le ayuda de vez en cuando para no omitir detalle, pues fue ella quien le recopiló en los álbumes esos maravillosos años. Finalmente con un brillo triunfante en los ojos y una amplia sonrisa, señala una foto suya con un vestido rosa pastel del día de su posesión en la iglesia del pueblo y me dice, “mire mamita, así fue como yo gané la primera alcaldía.”