¡Fiesta y mis caderas vibran!

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¡Fiesta y mis caderas vibran!
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Miércoles, Septiembre 25, 2019
La música ha sido inspiración para miles de historias. Las fiestas de los pueblos se han convertido en Patrimonio Nacional inmaterial que dan muestra de la idiosincrasia de cada lugar de Colombia. Esta vez, vamos a disfrutar de un relato entre la tradición de Santander y la historia de una joven que vibran al son de la música andina.

Redacción: Jennifer Karina Corzo Romero

Ilustración: Gissel Enciso

A las 5:00 de la mañana la primera caravana, con el toque de la papayera y la bocina del carro de bomberos, retumba en las ventanas de mi casa. Sin demora, los muchachos del colegio salen al encuentro en la esquina del parque principal. Don Domingo Mogollón quema el primer fuetón de pólvora que le da la  bienvenida al XXXII Festival Folclórico y Cultural de Villanueva, Santander. La espera ha terminado. Es el nuevo despertar de la villa que amanece entre los fuegos pirotécnicos y el alarido de la multitud. En el corazón de la llamada “Tierra Amarilla”, donde los Guanes, grupos originarios de Santander esculpieron su cultura en arcilla, el color, la música y la alegría se unen en las calles para recibir el 16 de agosto. A partir de hoy se vive, durante cuatro días, las fiestas de la villa hermosa. 

Con antelación, los vecinos reciben visita de todas partes del país. Los comerciantes pintan las fachadas y los empleados de la tabacalera salen a cobrar quincena. Mi abuelo solía estrenar sombrero y zapatos negros; y a mi, me encantaba verlo con su pinta desde cualquier ángulo. 

Esta historia que empieza a contarse, es uno de mis últimos regresos a la villa.

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Mientras mi bus salía de la capital, me sumergí en un profundo sueño, hasta llegar a San Gil. Hace cuatro años que vivo en Bogotá. Llegué en el 2016 con tan solo 17 años. Tuve que enfrentarme a mis sueños y en el camino me dejé cautivar por la gran ciudad. Fue un cambio drástico: cambié mis anchas y tranquilas calles de pueblo por una ciudad que te sofoca entre el tráfico y el ruido. Villanueva tienes las calles más amplias de toda la región guanentina en Santander. Pueden pasar tres carros al mismo tiempo sin ocasionar un trancón. ¡Libertad! Así se siente. La misma emoción se extiende hasta el parque principal, donde descansa una majestuosa ceiba en la parte central: el árbol insignia de Santander.

Cuando empecé a escribir sobre mi villa, muchos recuerdos llegaron: mi primer día de clases, mis juegos nocturnos con los vecinos que terminaban en el grito de mamá para ir a cenar y las travesuras con David, mi hermano menor. El regreso siempre me resulta como un viaje en el tiempo en que el pasillo de la casa de los abuelos, la arepa de maíz pela’o y los tamales de la tía Herminda -¡Deliciosos!- pienso mientras escribo estas líneas, se convierten en la definición de lo que he sido. Pero hay un escenario, que aunque cambia todos los años, me hace vibrar desde que tengo memoria.

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El cielo que se pinta de arrebol en las mañanas, cuando el verano se acerca, sana cualquier dolor. Así me recibe el pueblo que me vio crecer. El festivo del 16 de agosto es la fecha estipulada para el festival. Todo inicia el viernes. Sin embargo, como cualquier ritual necesita una preparación. Desde el mes de abril, la alcaldía municipal se encarga de la organización de los distintos eventos: El desfile de bandas marciales, la Gran Cabalgata, la Bici Ruta Intermunicipal, el desfile de Carrozas y Comparsas, la Exposición Agrícola y la Muestra Artesanal.

Uno de los eventos más significativos es el desfile de bandas. Desde hace cuatro años, no asisto a ninguno. En la época de mi colegio yo hacía parte de la banda estudiantil. Era bailarina y recuerdo que la sensación de recorrer las calles con la presión de las personas y el clima, con su desorden de calor terrible e inesperadas lloviznas, nos enseñó desde pequeños a estar preparados con paraguas y bloqueador. El viernes, llegue a las 2:00 p.m., luego de un viaje de 8 horas en bus.  Cuando entré al pueblo, todo el mundo corría bajo un largo aguacero, pero el desfile transcurrió.

Este año, nos visitan 18 bandas de diferentes lugares: La banda municipal de Simacota, que tiene las bailarinas más bellas y coordinadas del evento. La banda de Alto Jordán, que llevaba 6 meses ensayando la presentación y el vestuario, que consiste en un  traje de campesinos santandereanos en conmemoración al Bicentenario de la Independencia. La banda de Lebrija, sabrosa como la piña y tan fuerte como el carácter de sus mujeres. Y sin dejar atrás, la majestuosa banda de La Legión del Socorro que, bien se conoce como la cuna de revolución libertadora, viene dispuesta a mostrar todo el ímpetu y la firmeza de su coreografía en el estadio Camilo Rueda, lugar donde por más de 30 años se ha concentrado la cultura de la tierra Villanueva.

En el ocaso del día, en medio del penetrante frío que deja la lluvia de la tarde, termina el desfile. Todos los jóvenes de bachillerato, para quienes es obligatorio asistir, rompen filas y como palomas libres empiezan a volar por todo el pueblo.  Mientras llego a casa a saludar a mis padres, mi hermano llega detrás con el uniforme en la mano. La primera noche es tranquila, las familias salen a dar la vuelta por las casetas de artesanías, los niños turnan entre las manos globos de superhéroes y algodones de azúcar. 

No puedo esperar para bailar. La música empieza a sonar más fuerte las 10:00 de la noche. Sin importar la lluvia, con la compañía de buenos amigos, me tomé una copa de whisky mientras escuchaba de fondo un vallenato. No supe más, recibí el amanecer cantando las mañanitas.

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Hoy es 17 de agosto y es mi cumpleaños. En el pueblo todos se conocen, por eso todos saben que la nieta de Don Crispiniano, el herrero, cumple años en alguno de los días de feria. Este año, fue el sábado, uno de los días más importantes porque se organiza “La Gran Cabalgata”. Caballos de paso fino se roban las miradas de los espectadores que están embelesados viendo a los equinos de trocha, trote y galope que acompañan un nuevo desfile. Desde un costado de la avenida, contemplo el espectáculo: En medio de la multitud está el típico borracho de feria que canta y comparte trago para todo el mundo. También está el amigo del pueblo, que saluda a todos y recibe de regreso una multitud de saludos alegres. Es el “dotor”, que sana todos los males y ha salvado a medio pueblo de la muerte. Todos le debemos un favor. Tampoco podría faltar en la celebración el presuntuoso del pueblo que alquila el caballo, presta el carro del suegro y fía la ropa para el estreno de los cuatro días. 

Todos están aquí para ver de cerca a los famosos carabineros montados en caballos argentinos, de hasta tres metros, a disposición de un jinete que rige todo el desfile. A el lo siguen, uniformados y en orden, otros que se le parecen en porte y elegancia. La cabalgata se cierra con los aplausos de la multitud y yo pienso que desde niña me gustan los caballos, pero siempre los observo de lejos. El año pasado no pude, como consecuencia de la epidemia de la fiebre aftosa, se canceló la cabalgata. 

La alternativa para suplir el espacio dió mucho de qué hablar. Se trataba de bici recorridos que cambiaron los equinos por caballitos de acero. Así se organizó la primera Bici Ruta Intermunicipal, a la que se presentaron más de 150 ciclistas con inscripción previa. A partir de las 9:00 a.m. empezó el recorrido desde el parque principal. La ruta recorre cuatro veredas: Carrizal, Choro Alto, Choro Bajo y Macaregua Hato. Entre los ganadores estuvieron personas de Barichara, San Gil, Aratoca, Curití y el Socorro, que ahora celebran animosamente de regreso a sus casas. 

Al finalizar el recorrido, me quedo con mis padres en el parque y a mi alrededor los comentarios no paran. Muchos ciclistas foráneos se han enamorado de nuestros paisajes, del cielo que resplandece alrededor del sol radiante, con las praderas y los cultivos armoniosos de frijol, tabaco y maíz,  pintados por el baño del sol. Los campesinos, en vista de que la tropa estaba a punto de cruzar, preparaban la limonada con panela para darle a los que ya vienen sudando en plena subida de la loma de Macaregua. Cuando llegan al pueblo, una vez más, deciden quedarse y disfrutar del espectáculo. Hoy se presentan las candidatas de las colonias en Bucaramanga, Barranquilla, Santa Marta, Cúcuta, Barrancabermeja, San Gil y Bogotá. 

El concierto que ofrecen Mario Fuscaldo y DJ Memo en tarima es todo un éxito. Tanto, que el alba me sorprende entre el baile, un trago de “guaro” y mis amigos de toda la vida. A pesar del rocío de la mañana, mi capullo aún no despierta. Cuando regreso a mi casa, duermo toda la mañana hasta el mediodía.

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El domingo, tercer día de la feria, es el día donde más personas están en las calles por la expectativa de desfile de carrozas: ¡Caramba! son 18 carrozas y 16 comparsas, seguidas una detrás de otra, como muestras artísticas del talento de Villanueva. Por 32 años, se ha querido llevar mensajes importantes al público por medio del arte, el talento y la creatividad de las muestras. Este año, el tema es el medio ambiente. 

El calor del día, inundado por un sol picante, resulta atractivo para quienes venimos de clima frío. Para que el cambio no sea tan drástico, tomó algunas precauciones: unas gafas oscuras y mi sombrero blanco de feria, los elementos indispensables para observar el desfile. 

En compañía de mi madre, y una de mis primas que viajó desde Villavicencio, esperamos dos horas mientras cada carroza hace su pasarela. Las calles de la Villa se llenan de colores al contemplar cada creación. Es un día largo para quienes iluminan de música el desfile con sus comparsas. En esas, observo a las personas a mi alrededor: son cientos de hombres y mujeres dominados por la coreografía, el canto y el baile que mueven sus caderas. Un ballena de 5 metros, atrapada en la malla de basura, lanza al público un mensaje ambientalista; hay también un unicornio de colores; finalmente, una obra que genera gran conmoción: el homenaje a Botero. Entre la llovizna de aplausos en cada esquina de la plaza, la pelea por los dulces de las reinas y el bullicio del desfile, culmina este espectáculo digno de cualquier gala y reconocimiento nacional. 

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El pueblo es un lugar sagrado para muchos de nosotros. Es ese tesoro que nos da un respiro luego de una larga temporada laboral dentro de la magnitud de una ciudad y la monotonía de vivir a toda prisa. Volver a casa es encontrar los recuerdos de la infancia, los amigos de travesuras y las calles que te llevan a un viaje en el tiempo. Dicen por ahí que cualquier tiempo pasado fue mejor, sin embargo, cada feria de agosto es una nueva forma de reencontrarse con quienes se van y regresan, quienes nunca se han ido y quienes llegaron para no irse jamás.  

Ahora llevo dos días sin dormir. Mi vigilia es un insomnio de baile. Sin embargo, el cuerpo también se cansa. Esperando a Rafael Santos Díaz, me quedo dormida. Pero ahí, justo en mi sueño más profundo, me despierta el teléfono. Probablemente hubiese seguido de largo, si mi celular no dejará de sonar como una alarma desesperante. ¡Lo reviso y tengo 23 llamadas perdidas! Con prisa, para cumplir mi cita, me enjuago la cara, me acomodo la pinta y me retoco el maquillaje. En feria no hay tiempo que perder. Justo al lado de la tarima, el combo me espera y la fiesta se reanuda. Uno de los mejores momentos de la vida son los reencuentros con amigos. Ríes, lloras y amas de verdad, porque aunque el tiempo pasa, los niños de ayer se encuentran como adultos y aun persiguen juntos sus sueños. 

Colombia tiene más de 4000 fiestas al año, una en cada pueblo, una por cada festivo, por cada santo y por cada producto representativo como el café, las flores y el bambuco.  A las 2:00 a.m. luego del Show de los Hermanos Ariza, llega a mi pueblo la cereza del pastel, el más esperado de la noche: Rafael Santos Díaz. Villanueva es un pueblo popular, entre el acorde de las maracas y la armonía del acordeón, muchos de los artistas vienen por petición de los aldeanos para darle gusto a la idiosincrasia de la villa de Santander.

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El lunes es un día nostálgico porque es el último día. Cuando por fin me levanto, esperé a que mi madre llame a la mesa. La mayor parte de mi familia nos visita por esos días: Tíos, primos y mi abuela paterna que vienen desde Villavicencio y Bucaramanga. Esos días, entre la fiesta y el calor de hogar, es una osadía estar en casa. Hacemos fila para ir al baño, dormidos en todos los rincones de casa, en la sala, el pasillo y en colchonetas dispersadas en los cuartos. Mi madre, mi tía y mi prima mayor siempre son las primeras en levantarse. Mis primos, mi hermano y yo somos los últimos.

 -¡Estuvo muy buena la fiesta! -comentan. 

-Pero a levantarse, vengan a comer. -  Dicen las madrugadoras de la familia.

 Mi cabeza aún retumba como eco del altoparlante de la tarima.

El lunes, es un día para tomar con calma, por eso, visito la feria agrícola y la muestra artesanal, que son muestra de orgullo del trabajo de nuestros campesinos. Las flores con sus aromas, las recetas tradicionales con las plantas medicinales y las mejores cosechas de maíz, tabaco, fríjol están a la vista. Esas son delicias de mi campo.  

Cuando el último día llega, empieza la despedida. Se goza y se baila, pero también se llora al partir. Cuando se hace de noche bailo con Papá. Entre salto y salto, y la vueltica inmediata, bailamos al son de la carranga ¡Qué delicia bailar con ese hombre! El punteo del requinto, el bajo de la guitarra y el chasquido de la guacharaca le dan paso libre a los acordes de los K-Ramones. Ahora papá baila con mamá. Mi hermano y yo les seguimos el paso. Somos cuatro personas diferentes, pero dos parejas perfectas.  Estoy segura que mi gusto por el baile viene en la sangre. Mis caderas son libres y la música me lleva a sentirme tan viva como cuando el primer rayo de luz me ilumina la cara. Cuando todo termina, abrazo a papá y veo como ríe mamá al dejar dormido a mí hermano, porque sus piernas no dan más. ¡Felicidad es despertar con ellos! 

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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