Los resultados del DANE sobre el crecimiento de la economía colombiana en el primer trimestre de 2016 son preocupantes. Aunque la cifra del PIB no parece mala, pues creció 2,5 % al compararla con las del pasado, sí refleja que entramos en una senda de desarrollo decreciente.
Una cifra más informativa es el crecimiento entre el trimestre IV de 2015 y el I de 2016, que fue de sólo 0,2 %, lo cual, proyectado para todo el año de 2016, arrojaría un 0,8 %. Aunque en Colombia no se le presta atención, esta medida es la más utilizada en Estados Unidos y Europa pues permite auscultar de alguna manera cómo será el crecimiento futuro. Se acabaron entonces los años locos en los que crecíamos a tasas muy elevadas y se despertaban los espíritus animales de los empresarios nacionales y extranjeros.
Francisco Azuero calcula en su blog que el ingreso nacional disponible cayó en 1 % para el primer trimestre de 2016. A diferencia del PIB, el ingreso nacional sustrae las utilidades repatriadas de la inversión extranjera y los intereses pagados por la deuda externa del país, tanto pública como privada, y suma las transferencias que los colombianos laborando en el exterior envían a sus familias. Se trata entonces de una medida que refleja mejor la salud de la economía; revela en particular la fortaleza de la demanda agregada que recae sobre la producción nacional.
La devaluación ha servido para desviar esa demanda por las importaciones hacia la producción local. Gracias a ello, la industria creció 5,3 %, dato tergiversado por la entrada en operación de la Refinería de Cartagena, cuya producción creció más de 20 %, mientras que varias ramas industriales declinaron. La agricultura, por su parte, creció sólo 0,7 %, dada la fuerte sequía que azotó al país hasta abril de este año, lo que también originó una mayor presión inflacionaria.
La construcción creció 5,2 %, casi toda explicada por vivienda y oficinas, ya que las obras civiles crecieron sólo 0,4 %, a pesar de los anuncios de la Vicepresidencia sobre la iniciación de megaautopistas. Si cruzamos el dato de construcción privada con el del ingreso nacional, se prende otra alarma: el acervo de construcciones nuevas sin venderse aumentará, algo confirmado por una baja en el precio de la vivienda tanto nueva como usada. Eso puede deteriorar el balance de los bancos que hicieron préstamos tanto a los constructores como a las personas que adquirieron vivienda, en especial a los que se dedicaron a especular con ella. La quiebra de Pedro Gómez, gran urbanista en todas las ciudades del país, tiene que ver con esta preocupante situación.
La rama financiera creció 3,8 % y se trata de una intermediación donde el valor generado es la diferencia entre las tasas de interés de captación y las de colocación. El crédito apalanca tanto la inversión como el consumo, pero se lleva una buena tajada de las utilidades de las empresas y de los ingresos de las familias. El debilitamiento de la actividad económica también pondrá a prueba la resistencia del sistema financiero frente a las turbulencias que se le vienen encima.
El Gobierno vacila entre tanto en proponer al Congreso la reforma tributaria que, de aumentar el IVA, frenaría más el consumo de los hogares. Sin embargo, si introduce impuestos a los dividendos, grava la propiedad accionaria y castiga a las fundaciones con que se evaden impuestos, podría financiar la inversión en obra pública y con ella contrarrestar el debilitamiento de la demanda.
Salomón Kalmanovitz | Elespectador.com