En su más reciente columna de opinión en el Espectador, el consejero de Utadeo. José Fernando Isaza, hace un interesante recorrido por las diferentes posturas que se han tenido en torno a los “Agujeros Negros”. Así, destaca el columnista, en 1784 John Mitchell sostenía la posibilidad de la existencia de estrellas invisibles, en el caso que estos cuerpos planetarios tuvieran un diámetro 500 veces más grande que el sol, condición que le permitiría que la luz no escapara de ella. Laplace sostiene una teoría similar, pues consideraba la posibilidad de que los cuerpos luminosos más grandes del universo no son percibidos por nuestro ojo.
Luego de la teoría de la relatividad de Einstein, publicada entre 1914 y 1916, sostenía que sí la densidad de la estrella es mil veces más la de la tierra, se generarían deformaciones en el espacio-tiempo, logrando suprimir el flujo del tiempo sin que nada escape del horizonte: “Todo parecía claro, los agujeros negros absorbían materia y no permitían que nada, ni la luz, se escapara de ellos. La existencia de estos objetos estaba comprobada por las órbitas anómalas de las estrellas que los rodean y por unos fenómenos observados de desviación de los rayos lumínicos. Se creía conocer todo lo concerniente a los A.N. Claro está, sin tener en cuenta los efectos cuánticos”, sostiene el columnista.
Sin embargo, Hawking va a perturbar esta teoría en 1974, al decir que los Agujeros Negros no emiten radiación, apoyado en modelos de interacción de un campo gravitacional fuerte: “El principio de incertidumbre permite deducir la creación, en el vacío, de partículas y antipartículas, las cuales se unen en un instante. Un campo gravitatorio fuerte como el existente en el horizonte de un A.N. crea partículas y antipartículas, una de ellas es atraída al A.N. y su simétrica escapa a su gravedad”, sentencia Isaza.