El Triángulo de Fenicia, un proyecto de renovación que preocupa a los habitantes de Las Aguas

Un plan de transformación urbana en el centro de Bogotá tiene en vilo a los ocupantes de bienes fiscales en el barrio Las Aguas, ya que estos, al no ser propietarios ni tener títulos de vivienda, temen ser desalojados de la zona que han habitado durante años.

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Los Cerros Orientales de Bogotá forman parte de la cordillera oriental de Colombia. Se extienden de sur a norte de la ciudad y forman parte del suelo rural de las localidades de Usme, San Cristóbal, Santa Fe, Chapinero y Usaquén. El verde resplandeciente que se desprende de ellos en el centro de la ciudad, enmarca el amanecer de cada día y los habitantes de ese sector son testigos de la riqueza natural de la zona. Desde estas imponentes montañas se puede predecir cuando el día estará opaco, por los nubarrones que aparecen detrás de la cordillera, o uno puede anteponerse al sol y a la lluvia, que cae sobre los techos bogotanos en esta parte de la ciudad. También, desde su cúspide, es posible identificar todo en materia de contaminación que se posa sobre Bogotá y que, actualmente, hace parte del paisaje. 

La Basílica Santuario del Señor de Monserrate está ubicada en uno de estos cerros. Es una iglesia majestuosamente construida en la cima de la montaña, inaugurada en el año 1920, con el único objetivo de ser un santuario de peregrinación. Sin embargo, con el transcurrir de los años, se ha convertido en patrimonio cultural y turístico de la capital y ha sido testigo, en las alturas, de la evolución del centro de Bogotá.

Dicha transformación le ha aportado mucho a la comunidad del centro, pero también la ha afectado. Este ha sido el epicentro de las movidas políticas de distintas esferas del poder, el alojamiento de las diversas entidades públicas, el escenario propicio para recibir inversionistas potenciales y el suelo ideal para levantar universidades prestigiosas y proyectos de construcción ambiciosos. Seguramente, el Zipa, indígena muisca originario, jamás habría imaginado este paisaje al sentarse en la pequeña plaza, donde ahora se ubica el Chorro de Quevedo, antes de que la urbanización de Bogotá irrumpiera violentamente con la contemplación del horizonte.

Carrera 1ª este, testigo del tránsito de personas que se dirigen hacia las casas de ocupación. Foto de José Manuel Tula.

Sin embargo, muchas de las casas que pueblan el centro en la actualidad, por sus años de historia, presentan problemas por averías y desgaste en su estructura. La gentrificación es un término utilizado para referirse al proceso de transformación específico de un espacio urbano deteriorado. En él se busca la rehabilitación de las edificaciones con miras a construir o mejorar considerablemente las obras existentes, lo que provoca un aumento en los alquileres y el coste habitacional del espacio. Además, induce a los habitantes tradicionales a abandonar el barrio, provocando que el nuevo espacio sea habitado por clases sociales con mayor capacidad económica. En pocas palabras, este proceso no contempla la conservación de las antigüedades, ni la protección de los habitantes actuales, sino que da prioridad al desarrollo en cuestiones de seguridad y modernización de las edificaciones. 

Don Beli, como es conocido en la zona, es un habitante del barrio Las Aguas, que vive entre la carrera 1 este, la calle 22a y la Avenida Circunvalar, y ha tenido que experimentar con su vivienda todo el proceso de renovación del centro. Es casi mediodía, y sus gallos, ubicados por momentos en el pastal que tiene al lado de su casa, están al aire libre. Son gallos finos, fornidos y de pelea, que salen a tomar un poco de aire y a ser alimentados. Él los cría, los cuida y después los vende. Lleva años dedicado a este negocio y, de esta forma, lleva un sustento a su familia. 

En su casa, específicamente en la entrada, tiene una adecuación para la manutención de sus animales. Allí es el escenario de sus cánticos, y él los consiente junto a su nieta Valeria. La estabilidad económica de su familia ha dependido de su actividad con los animales. Inició como carnicero, pero por diferentes circunstancias, principalmente de salud, el sustento monetario en la actualidad proviene de los gallos. Hoy en día, ya entrado en años, dice no tener mayores preocupaciones, pero la realidad es otra, porque pesan sobre sus hombros decisiones superiores. 

El año 2014, el Distrito, en cabeza del alcalde Gustavo Petro, firmó el decreto 420, el cual tiene como finalidad ejecutar el plan parcial de renovación urbana “Triángulo de Fenicia”, ubicado en la localidad de Santa Fe. Este es el mismo territorio donde, hace 24 años, don Beli y su esposa Leonila Realpe, construyeron con mucho esfuerzo la casa en la cual viven actualmente. “Cuando llegué había como tres familias, me di cuenta de que estaban haciendo unas obras en el Eje Ambiental y toda la madera que dejaban por allí yo me la cargaba. Con ese material fue que la construimos”, recuerda Belisario.

Casa de ocupación estipulada en la nomenclatura de la ciudad de Bogotá. Al fondo, construcciones modernas del centro. Foto de José Manuel Tula.

Dicho decreto considera que, según el artículo 39º de la ley 9ª de 1989: “Son planes de renovación urbana aquellos dirigidos a introducir modificaciones sustanciales al uso de la tierra y de las construcciones, para detener los procesos de deterioro físico y ambiental de los centros urbanos, a fin de lograr, entre otros, el mejoramiento del nivel de vida de los moradores de las áreas de renovación, el aprovechamiento intensivo de la infraestructura establecida de servicios, la densificación racional de áreas para vivienda y servicios, la descongestión del tráfico urbano o la conveniente rehabilitación de los bienes históricos y culturales, todo con miras a una utilización más eficiente de los inmuebles urbanos y con mayor beneficio para la comunidad”. 

El documento afirma que el territorio, donde don Beli y su familia han vivido los últimos 24 años, presenta deterioro físico y merece una renovación para un mejor aprovechamiento del espacio en la zona, pero él y sus vecinos no estaban enterados de todos los detalles. Los años que llevan viviendo allí, sus hogares siempre han contado con todos los servicios públicos fundamentales y, en ocasiones, han contratado servicios privados como televisión, internet y telefonía, sin que nadie les informara que la zona tenía algún problema. Las empresas solo han contemplado su capacidad de endeudamiento como requisito para firmar los contratos.

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Belisario es un adulto mayor, de un metro setenta centímetros de estatura, que tiene el bigote peinado y elegante, como en la antigüedad, y las manos duras y trajinadas a causa del trabajo. Empezó a trabajar como carnicero en Acevedo, un municipio ubicado en el departamento del Huila. De joven tuvo que exiliarse de su pueblo natal por el conflicto y la presencia de la guerrilla. Su destino fue Pitalito, otro municipio del mismo departamento con mayor densidad demográfica, donde el conflicto también lo alcanzó; por eso tuvo que emigrar, de manera definitiva, de la zona donde habían vivido siempre sus ancestros y dirigirse con su esposa a la capital del país, una ciudad que, para la época, era la meta de muchas familias afectadas por el mismo flagelo en diferentes departamentos del país. En esta ciudad ya se encontraban algunos de sus hermanos. 

Esta decisión, dice él, ni siquiera fue por culpa de un grupo guerrillero, sino por el mismo Ejército Nacional: “Yo recuerdo que yo sí me encontraba con la guerrilla y sabían quién era yo. Ellos me invitaron a ir, pero no, yo no quise, yo tenía a mi mamá. Entonces, a mí no me iba a matar la guerrilla, si no el ejército, porque me miraban tranquilo frente a ellos, que no me hacían nada y que me saludaban normal. Una noche me vigilaban, yo me enojé y le dije a mi esposa -mija, pásame la peinilla que me quieren llevar- dijeron, supuestamente, que porque yo era auxiliador de la guerrilla, yo no me dejé y saqué mi machete, porque me querían llevar por allá, a matarme”, dice.

Don Beli usualmente saca a sus gallos de sus jaulas para que se alimenten y tomen aire libre. Foto de José Manuel Tula.

Esta vez, como si la providencia hubiera condenado a Belisario a seguir migrando, la historia amenaza con repetirse, pero esta vez obligado por un proyecto de reurbanización impulsado, principalmente, por su vecina de hace más de veinte años: la Universidad de los Andes. 

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A los 70 años, después de tener durante décadas la convicción de que había logrado por fin estabilizarse con su familia en un hogar tranquilo, la Universidad planea reordenar la zona. Sobre el tema, se hicieron minuciosos estudios del escenario y se estudiaron numerosas pautas legales para lanzar un proyecto ambicioso de renovación urbana, que se autodefine en su página web como dice a continuación:

“La Universidad de los Andes busca dar el primer paso para hacer del centro de la capital un lugar revitalizado, en donde prime la diversidad de usos, potenciada por el gran número de universidades en su área de influencia. Pero una universidad no puede ser un gueto encerrado, sino un espacio de cara a la comunidad que la ha acogido”.

El Triángulo de Fenicia comprende el área delimitada por la carrera tercera, la Avenida Circunvalar, el Eje Ambiental (ubicada en la Avenida Jiménez) y la calle 23. El proyecto se enmarca sobre la posibilidad de realizar cambios en el sector, pero de manera participativa, es decir que, para su coordinación y ejecución, se incluye a la comunidad, principalmente a los actuales propietarios, a los potenciales inversionistas y al gobierno local. Todos, con el fin de transformar el sector, garantizando que los que hoy habitan el territorio sean los primeros beneficiados de una mejor calidad de vida urbana. 

Conteiner construido por la empresa Progresa Fenicia para brindar asesoría a los habitantes. Foto de José Manuel Tula.

El modelo asegura que se hará efectivo realizando un intercambio o trueque con los ciudadanos que habitan los terrenos a intervenir. En esa medida, el metro cuadrado de la propiedad actual de un ciudadano de Las Aguas, equivaldría al de un apartamento en otra zona de Bogotá; también, según lo estipulado, existe la posibilidad de que dicho propietario pueda negociar y vender la propiedad. Para los dueños de parqueaderos es diferente, porque el intercambio no es metro por metro, sino que esta unidad de medida equivale a medio metro en un espacio residencial o comercial.

La migración hacia Bogotá es el pan de cada día y se da porque las personas, víctimas de la violencia y el abandono del Estado, llegan a la capital buscando empleos estables, seguridad, vivienda digna y progreso continuo. Muchas familias de todo el país se han desplazado a esta ciudad, desde el siglo pasado, por la presencia del conflicto en zonas rurales. Las cifras son claras cuando afirman que Colombia es el país con más desplazados internos. Según el Registro Único de Víctimas (RUV), la ciudad de Bogotá tiene un acumulado histórico de casi 8 millones de desplazados, desde 1985 hasta el 31 de diciembre de 2019. Esto obligó a la ciudad a expandirse fuera de los planes urbanos y a que los ciudadanos, en su afán de hacerse dueños de algún terreno, habitaran zonas de difícil acceso. 

Estos espacios ocupados, casi por accidente, por nuevos asentamientos humanos, son catalogados como bienes fiscales, debido a que el uso de la tierra no le pertenece generalmente a todos los que la conviven. Así lo define el código civil en el artículo 674: “Los bienes de la unión cuyo uso no pertenece generalmente a los habitantes, se llaman bienes de la unión o bienes fiscales”. Por lo tanto, son terrenos del Estado que están a disposición de él como un bien común. Sin embargo, en ocasiones puede suceder que se realicen cesiones gratuitas de bienes fiscales. Esto se basa en el artículo 58 de la ley 9 de 1989, el cual rescata que entidades públicas pueden ceder gratuitamente inmuebles fiscales, ocupados ilegalmente, con vivienda de interés social.

Progresa Fenicia tiene como principio: “Todos nos movemos, todos nos quedamos”, como un recurso para involucrar el patrimonio de cada vecino que forma parte del barrio, pero esto se remite solamente a moradores y propietarios. Juandiego (Sic) Salazar, antropólogo egresado de la Universidad de los Andes, que durante un tiempo fue habitante del barrio, no está de acuerdo con la reestructuración y sostiene que no se le está dando la visibilidad debida a toda la comunidad. Según él, el proyecto renovará algunos predios (ubicados entre las manzanas 13, 24 y 25) sin dialogar correctamente con los habitantes actuales. Juandiego actúa como líder comunitario porque su hija Valeria, la misma nieta de don Beli, vive en una de las casas de ocupación. 

Comunicado emitido por Fenicia y distribuido en el barrio para evidenciar la
participación de la comunidad.  Foto de José Manuel Tula.

Salazar afirma que, si bien el proyecto cuenta con algunos espacios de participación y ha hecho reuniones con la comunidad, ha dejado de lado la opinión de los que no son propietarios o no han escuchado los requerimientos de algunos ciudadanos que no quieren abandonar la zona. “A los ocupantes, que son los que yo más conozco, no les dan la oportunidad que hablen o que hagan sus reclamos porque, para ellos, son personas inferiores y no son sujetos de derechos. Para ellos, escuchar opiniones o posturas sobre algunos habitantes no es de gran importancia, y personas como don Beli o don José manifiestan no deber o temer nada, pues han sido honestos durante su vida, entonces no tienen por qué ir a rogarles ni pedir chichiguas”.

El malestar de Belisario y de algunos de sus vecinos radica en que muchos de ellos habitan algún tipo de bien fiscal, según el mapa demográfico del proyecto, emitido por la Secretaría de Planeación bajo la regulación de la Alcaldía Mayor de Bogotá. Allí puede verse claramente que la manzana 24, donde vive don Beli con su familia y al menos otros 10 hogares, no entrarían en la actividad de intercambio de terreno por metro cuadrado ni en las negociaciones de la propiedad, por lo que todos aquellos que habitan bienes fiscales viven con el miedo de ser desalojados. Por eso, líderes barriales y habitantes del sector han tildado al proyecto de “violento”.

Por otro lado, Jhonny Tascón, consultor y asesor del proyecto, afirma que el plan de reordenamiento urbano tiene como objetivo buscar el bien comunitario y además resalta que es pionero en el país, puesto que es la primera vez que se desarrolla un plan de renovación cuya base es la participación de la comunidad. Asegura que, actualmente, muchas personas participan de la propuesta e incluso muchos de los habitantes se acercan al contenedor Fenicia, donde se ubica una huerta construida para la inclusión y participación de los vecinos. Este espacio también está habilitado para que todos aquellos que tengan preguntas o dudas, según dice, se puedan acercar para recibir la asesoría adecuada. 

Sobre los miembros de la comunidad que ocuparon la zona y que se ubican en los predios catalogados como bienes fiscales, Tascón afirma: “En Las Aguas, algunas de las casas de la Circunvalar son ocupación de espacio público, son predios que la gente ha construido ahí y pues, para ellos, nosotros tenemos que poder solucionar, porque en cualquier caso son moradores, así no sean propietarios del suelo. Entonces la idea es que el proyecto les permita a ellos una oportunidad, sea por una vivienda especial o que aporte el producto inmobiliario para que puedan tener acceso a la vivienda dentro del barrio. En cualquier caso, tendrán unas facilidades para que los costos de vida sean similares, sean semejantes a los que tiene hoy en día, o que el proyecto a través de los mecanismos de emprendimiento, de trabajo y demás, les dé herramientas para que ellos obtengan una base de sostenibilidad”. 

Mapa emitido por la Secretaría de Planeación con respecto al Plan Parcial de Renovación Triángulo de Fenicia.

Pese a esto, hay una gran confusión entre los funcionarios del proyecto sobre cómo proceder con las familias asentadas. Según Tascón, el 95% de los habitantes del área están completamente de acuerdo con la propuesta del plan parcial. De manera que, de acuerdo con lo que dice, la comprensión y claridad sobre las oportunidades que se plantean son viables para el bien común. En esa medida, la confianza hacia la Universidad es evidente, porque solo con firmar escrituras o transferir a la entidad su patrimonio, los habitantes reflejan la seguridad que sienten hacia el proyecto. Sin embargo, esto no es del todo cierto. Daniela Torres, hija de Belisario y Leonila, se muestra totalmente diferente al positivismo de Tascón. Para ella: “La comunidad en el barrio Las Aguas es un grupo que actúa siempre unido, que trabaja en equipo y que, como era antiguamente, hemos sido considerados una comunidad eclesiástica, es decir, una comunidad que trabaja por un bien. El barrio Las Aguas significa todo”. 

Es por ese sentido de unidad que muchos de los ciudadanos de ese sector están contrariados. Algunos de ellos se sienten totalmente apartados del plan parcial porque no cuentan con escrituras o documentos que ratifiquen que son propietarios, y desconfían de las garantías que ofrece la entidad educativa. Juandiego ha sido vocero de este sector y ha logrado reunir a la población vulnerable para exigir el trato debido. Para él, las viviendas están habitadas por familias que serían desarraigadas del barrio que, ya fuera por accidente o por deseo, se ha formado con sus propias dinámicas sociales. 

El derecho a la vivienda digna, que concierne a todos los colombianos que habitan en el territorio, ha servido para permitir la legalización de la situación de algún accionante, para que pueda seguir ocupando el bien fiscal al que ha llegado por causas de fuerza mayor; sin embargo, los habitantes del barrio tienen al lado a un gigante que cobra por pregrado más dinero del que la Unidad Especial de Catastro Distrital (entidad encargada de realizar el censo inmobiliario de cada hogar colombiano) valoriza una casa de ocupación en bien fiscal. Por lo que, seguramente, el hogar que varias familias han construido a puño limpio, no tiene punto de comparación con el valor del semestre más económico que ofrece la universidad. 

Por su parte, Miguel Castillo, abogado responsable de asesorar a varios de los partícipes en el plan de renovación, sostiene: “Uno de los elementos de esa ley, en materia de vivienda, dice que si algún ciudadano ocupa bienes fiscales con vivienda de interés social, el Estado se ve en la obligación de procurar titular dichos bienes o garantizar vivienda a esas personas, privilegiando al ciudadano por encima de los procesos de renovación”.

Pero desde todos los ámbitos, parece que la institución y el comercio ubicado en el sector serán los únicos que tendrán garantías, puesto que la gentrificación acarrea la valorización del sector y, en ese orden, la zona puede hacerse inhabitable para los antiguos propietarios.

Johnny Toscán recibiendo habitantes para brindarles asesoría sobre el proyecto. Foto de José Manuel Tula.

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Ya es mediodía en el centro de Bogotá. Los nubarrones detrás del cerro presagian lluvia. Los habitantes del barrio se guardan en sus casas de colores y don Beli corre a guardar a sus gallos, uno por uno, antes de que el frío los enferme. Desata cuidadosamente la pata de uno de ellos, atado previamente a una estaca clavada en el suelo para asegurarse que no se van a ir, y procede a guardar la comida que les había preparado: una mezcla de maíz con pedazos de cebolla morada y pimentón.

A pesar de que don Beli no reconoce sufrir de preocupaciones y se caracteriza por su buen ánimo, hoy la vida le ha sembrado la incertidumbre de no saber si ese terreno que hoy es suyo seguirá igual mañana. A pesar de todo, su conciencia está limpia, pues sabe que desde que tuvo que emigrar de su tierra natal ha contribuido con el desarrollo de la comunidad de forma positiva. 

Termina de guardar sus gallos y ampara también a su gallina, que está paseando sus pollitos al aire libre. El sereno, poco congestionado por la contaminación del resto de la capital, entra a su casa, que tiene las mismas características de un ranchito del campo, muy similar a aquel que en alguna oportunidad le construyó a su mujer en Pitalito, antes de su partida definitiva. 

La lluvia va pasando y los cantos de los gallos van disminuyendo. Todos los días se acorta la brecha con el inicio del proyecto “El Triángulo de Fenicia”, el cual no dejará evidencia de que allí vivió don Beli con sus gallos, sus pollos y su familia. Lo único que van a quedar serán las historias particulares de cada familia sobre el sector. Mientras tanto, Belisario se ríe con sus gallos y oye su algarabía, resguardado en el interior de la casa que constituyó un sueño hecho realidad.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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