El minuto antes de apagarse el sol

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El minuto antes de apagarse el sol
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Sábado, Agosto 9, 2025
Sin saber del dolor o de los nunca. La bomba atómica sigue cayendo. Sólo vemos la luz, no cómo nos quemamos. Raquel Vázquez, 2020. Aunque los mapas, Hiroshima.

Texto por: Carol Parra 

Corrección/edición: Seryme Pérez 

Ilustración: 

Ichi: Es el 9 de agosto del año 1945, 11:08 a.m. Nagasaki, Japón. Llevo detenida en el tiempo desde que la bomba Little Boy azotó las aguas e hizo volar a los pájaros más arriba del sol naciente en Hiroshima. Mis dedos cuentan los eternos segundos desde que mi padre no ha venido a verme, quizá esté en el tumulto de cuerpos calcinados donde no queda más que el edificio A-Bomb en pie; quizá, el edificio pueda verlo. Ya van cuatro años desde que Estados Unidos le declaró la guerra a mi país y no sé por qué ¿Qué le ha hecho Japón a Estados Unidos? ¿A caso nos castigan por querer librarnos de occidente? ¿Por eso los niños no merecen andar en bicicleta? ¿Es que su honor nos les deja entender que hacemos lo mejor para el mundo? ¿Por eso el estallido se ha llevado a nuestros vecinos? Quien sea que me lea, dígale al señor Truman que queremos que nos devuelva nuestro hogar, no nos rendiremos. 

ni: Caminando por la Catedral de Urakami, recuerdo las noches de lluvia en las que solía refugiarme con mi padre frente a su puerta. Me hablaba sobre el respeto por los vivos y los muertos mientras le agradecíamos a los kami() por permitirnos vivir en armonía. Eso es lo que escucho romperse hoy; la armonía que desde hace tres días quedó sepultada. Ahora escucho los relatos de las atrocidades que se ciernen en Hiroshima, como el de una mujer a la que el estampado de su kimono le quedó sellado en la piel por los rayos de la explosión ¡Qué crueldad insensata! Ni los ropajes pudieron cubrir el toque devastador de la guerra. Las mujeres que siguen con vida, recibieron cianuro en caso de ser secuestradas por las milicias estadounidenses. Prefieren que se suiciden antes de que el país siga perdiendo su honor.  

En los desfiles militares, ver a los ojos al emperador era un pecado, él era quien más se acercaba a los dioses, pero ahora, ¿En dónde está? Los dioses salvan a las criaturas sin hogar,  

San: Sigo sola en medio del escalofriante olor de la carne carbonizada. El padre de Sakue Shimohira, mi amiga de la escuela, le dijo que tuviera cuidado de no pisar los cuerpos que se encuentran regados por el suelo. Es increíble cómo nos inclinamos ante el dolor ajeno, mientras que aquellos que lo provocan, celebran los logros del exterminio. Tenemos sed. ¡Sed! Sed del río Nakashima, del sudor de las hojas de los ginkgos que nos rocían en la mañana, del té de Takano que tomábamos en casa, de la libertad, del aire, del juego y del viento. Tenemos esperanza de que nuestros amigos y familia de Hiroshima vengan y nos digan que todo fue tan solo un amargo sueño y que el reloj seguirá corriendo después de las 08:15 a.m. de aquel seis de agosto de mil novecientos cuarenta y cinco.  

Me abruman los quejidos fantasmales vagando sin rumbo, buscando volver a un hogar que ya no exite. Son jóvenes que al igual que yo, desearon un destino distinto. Tengo miedo. Me duelen los pies. Mi papá… ¡Mi papá ya llega! Veo su silueta acercarse hacia mí, lo sé porque conozco su forma de caminar y su cabello lacio. Es él. 

… ¿Papá?, ¿Donde dejaste tu alma? 

Bienvendo 

¿Todo va a estar bien? 

Es bueno verte 

 ​​¿Por qué tu rostro no tiene piel?  

(Es el 9 de agosto del año 1945, 11:09 a.m. Nagasaki, Japón. Acaban de lanzar Fat Man, la segunda bomba nuclear que devastó la ciudad en la que murieron 70.000 personas.  

Mientras Hiroshima y Nagasaki luchan por mantener una estela de vida en la tierra, el presidente de los Estados Unidos realiza una llamada en la que dice: “Esto es lo más grande de la historia. Es tiempo de volver a casa”). 

Ahora nuestra casa son los templos y la memoria. Y, aunque nuestros cuerpos ya no están, no hay arma que logre quemar los nombres del recuerdo universal. 

 

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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