
El inicio de la Revolución Cultural china cumple 50 años esta semana. Formalmente comenzó el 16 de mayo de 1966 y terminó el 9 de septiembre de 1976 con la muerte de Mao Zedong. Una década marcada por un caos económico, político y social. Este movimiento fue convocado para luchar contra los ideales “burgueses”, aunque de fondo fue una estrategia de Mao para retomar el control total del poder y librarse de sus rivales políticos como Deng Xiaoping o Liu Shaoqi.
Esta revolución se convirtió en un llamado a golpear la cultura tradicional china, también considerada contrarrevolucionaria. Además, dividió a millones de familias en las que los hijos denunciaban a sus padres por no mostrar fidelidad a Mao. Otra de las grandes consecuencias fue el cierre por varios años de los centros educativos.
ELTIEMPO.COM habló con dos colombianos, el director de cine Sergio Cabrera y el economista Enrique Posada, quienes estuvieron en China durante este convulsionado periodo.
Los dos vivieron en el mismo lugar, el Hotel de la Amistad, en donde residían todos los extranjeros que trabajaban para entidades del gobierno. Sergio llegó a los 12 años, en 1962, y Enrique, a los 27 años, en 1965.
Sergio llegó a China con su familia, porque su padre obtuvo un empleo como traductor. Recuerda que el hotel era muy grande y agradable, con muchas comodidades. A la semana de llegar a Pekín, comenzó a tomar clases intensivas de chino, hasta de ocho horas diarias, por lo que aprendió rápidamente el idioma. “Con las únicas personas que hablaba en español era con mis padres, hasta con mi hermana hablaba en chino”, afirma.
Cabrera pasó sus primeros años en un internado, y aunque le gustaba el lugar, odiaba la comida, pues no se comparaba con la del hotel. Además, evoca las veces en las que no podían obtener todo lo que necesitaban. “Las cosas importantes estaban racionadas, incluso para nosotros los extranjeros. Había cupones para la harina, para el aceite, para la ropa. Recuerdo que empezó el invierno y necesitaba otra chaqueta y mi madre me dijo que no había cupones y que por lo tanto teníamos que esperar”.
En el internado empezó a vivir el espíritu de la revolución, por lo que decidió unirse a uno de los grupos de los guardias rojos. Según Cabrera, al principio se reunían para dialogar, para proponer cosas, para hacer tareas, pero luego empezaron las ideas de destruir cualquier vestigio de cultura capitalista o feudal. Además, muchos iniciaron una persecución hacia quienes estaban en contra de los ideales de la Revolución.
“En esa época supe de mucha gente que se suicidaba y de otros que mandaban a campos reformatorios. El movimiento poco a poco se fue degenerando. Luego cerraron el colegio y estuve en una comuna popular y en una fábrica, tratando de integrarme a las masas populares. Tiempo después comprendí que el problema del comunismo no es que las ideas sean malas, sino que no las han aplicado bien. Es una buena receta que nunca ha sido bien preparada”, asegura.
Cabrera, recordado por películas como ‘La estrategia del caracol’ y ‘Perder es cuestión de método’, asegura que durante aquella época solo podían ver alrededor de diez películas que estaban permitidas por el Partido y a pesar de que había gente inconforme con todas estas medidas, no se manifestaban públicamente porque iban a ser blanco de críticas y tenían miedo de ir contra la corriente.
“La Revolución Cultural me enseñó el poder del fanatismo, de la propaganda, de lo fácil que es manipular un pueblo y lo grave que puede ser que la gente responda a consignas, que no tenga la capacidad de reflexionar y lo fácil que es poner a la gente a obedecer, es impresionante, y eso sucede todo el tiempo. Por ejemplo, lo que sucede en Venezuela y lo que pasa aquí con Álvaro Uribe”.
Cabrera argumenta que no se puede satanizar la idea de la revolución cultural, pero que el resultado fue espantoso.
Por su parte, Enrique Posada llegó en una época de su vida muy diferente a la de Sergio, pues se mudó con su esposa y sus dos hijos. Decidió viajar a China porque le ofrecieron un contrato en el que requerían expertos en lengua española. También trabajó en la agencia de noticias 'Xinhua'. Además, se integró al grupo de traductores del 'Libro Rojo' de Mao
Un año después de su llegada inició la revolución, y los cambios de ambiente en el hotel se empezaron a notar. Se conformaron varios grupos a favor, como Bandera Roja, Estrella Roja, Comuna de París, unos más radicalizados que otros.
En las calles también se veían las manifestaciones de los estudiantes y los obreros, además, había una permanente citación de las obras de Mao en todos los ámbitos, como una especie de culto hacia este personaje.
“Durante el inicio lo sentí como una gran marejada de multitudes desfilando con bandera, jóvenes, universitarios. El movimiento se desarrolló en las universidades, había manifestaciones permanentes. Pero luego se empezaron a realizar juicios contra aquellos que los guardias rojos consideraban traidores al maoísmo”.
A pesar de que al principio estuvo de acuerdo con la Revolución, frente a este panorama Posada eligió no matricularse en grupos de guardias rojos y se dedicó a estudiar el idioma y a tratar de entender la historia.
Además, asegura que llegó un momento en el que todos se sentían dueños de la verdad y la lucha de los diferentes grupos se tornó violenta. Los guardias rojos actuaban autónomamente y no obedecían al mismo Mao.
“Fue un periodo inevitable, China estaba en medio de una utopía porque no tenía una sólida base económica. Fue una etapa negativa en muchos aspectos. El proceso se salió de las manos”.
Su experiencia viviendo en China durante los periodos más álgidos del siglo pasado, y en especial, durante la Revolución, lo ha llevado a seguir vinculado con este país, en la actualidad dirigiendo el Instituto Confucio, una alianza entre el Ministerio de Educación de la República Popular China y la Universidad Jorge Tadeo Lozano para difundir y promover la cultura de China.
DIANA RINCÓN HENAO
Redacción ELTIEMPO.COM