Crónica del Imperio del Medio

Crónica del Imperio del Medio
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Jueves, Junio 6, 2019 - 15:00
Autor: 
Juan Restrepo

Mi llegada, las calles centrales de Pekín eran un hervidero. Las manifestaciones de pesar por la muerte de Hu Yaobang en la plaza de Tiananmen, centro neurálgico de la capital china, habían degenerado abiertamente en una contestación al régimen protagonizada por los estudiantes. Decían los testigos al comienzo que el número de participantes era inferior a aquellas de 1976 después de la muerte de Chu Enlai, pero recordaban su efervescencia.

El monumento a los héroes en medio de la plaza, igual que en la muerte de Chu, se había cubierto de coronas mortuorias, flores blancas sinónimo de luto y mensajes de dolor. Y la inmensa explanada de casi medio millón de metros cuadrados, la más grande del mundo, acababa de ser escenario de un insólito ritual que los periodistas occidentales que adelantamos la llegada por aquellos acontecimientos, no comprendimos en ese momento.

Dentro de uno de los edificios que enmarcan la plaza, el Gran Salón del Pueblo, la jerarquía en pleno del Gobierno y del PCCh rendía homenaje al político fallecido velando su cadáver; mientras afuera, una multitud silenciosa contemplaba a tres estudiantes de rodillas ante aquella mole de frío corte arquitectónico soviético, suplicándoles que recibieran un documento con peticiones de cambio en la gestión del gobierno. Una escena calcada de los rituales antiguos, cuando el pueblo presentaba sus demandas ante el emperador.

Poco antes de las diez de la mañana del 22 de abril, Deng Xiaoping ingresó al enorme edificio, sede de la Asamblea china, por una puerta trasera para evitar hacerlo frente a la impresionante multitud que inundaba la plaza. A las puertas de aquel ingreso posterior tan poco digno, el viejo líder fue recibido por el secretario general del partido, Zhao Ziyang, que había reemplazado a Hu Yaobang cuando fue defenestrado, y por el primer ministro Li Peng.

Pero la intensidad de las demandas crecía. Los estudiantes habían llegado a forcejear con los guardias que custodiaban la entrada de Zhongnanhai, recinto amurallado al interior de la Ciudad Prohibida en donde vivían y trabajaban la mayoría de los líderes chinos, y las imágenes de unos chicos llorosos siendo retirados de la fachada de aquel centro de poder con modales bastante comedidos por funcionarios estatales, resultaba cuanto menos inusual.

Los principales protagonistas de aquellos hechos provenían de la Universidad Normal de Pekín en donde se formaban los futuros maestros chinos. Este centro y el Instituto de Formación Profesional para Profesores, compartían una antigua tradición de movimientos estudiantiles en la turbulenta historia de la China contemporánea. Un sobrio monumento en su campus universitario recuerda aun hoy a tres alumnos del centro muertos en 1926, y junto a él comenzaron a congregarse los estudiantes, entre los que destacaban dos nombres: Wer Kaixi, un joven perteneciente a la etnia minoritaria uigur, y Chai Ling, una chica recién graduada en psicología por la Normal de Pekín.

Por su parte en Beida, la más prestigiosa universidad de la capital, un grupo denominado “Democracia de Salón” encabezado por Wang Dan, otro joven que pronto lideraría todas las manifestaciones y protestas callejeras, anunció desobediencia a la asociación oficial universitaria y la creación de una nueva a la que se llamó Comité de Planificación. Siete estudiantes más, cuyos nombres irán apareciendo de aquí en adelante, fueron elegidos para un llamado Comité de Liderazgo que, entre otras cosas, pidió la liberación de un famoso disidente y exigió a Deng Xiaoping que reconociese el fracaso de la última reforma estudiantil llevada a cabo diez años atrás.

El luto que motivó aquellas manifestaciones comenzaba a desaparecer y el cariz político y reivindicador afloraba de manera evidente. Se anunciaron, además, manifestaciones para el 4 de mayo, fecha especialmente significativa para los estudiantes chinos, y Shen Tong, un nuevo protagonista estudiantil, lanzó un encendido discurso llamando a que Beida se uniera a la efervescencia de sus colegas normalistas. En aquel contexto se produjeron los primeros choques violentos entre policías y manifestantes.

Pero quizá lo que causó mayor malestar entre los dirigentes chinos llegó por parte de dos medios japoneses. El diario Sankei Shimbun comparó el movimiento estudiantil con los levantamientos contra el sistema comunista ocurridos en Checoslovaquia y Hungría, y la agencia Kyodo afirmó que los líderes estudiantiles habían instado a los trabajadores a declararse en huelga. La agencia dijo que, si los trabajadores se unían al movimiento estudiantil, se sacudirían las raíces del Partido Comunista.

El secretario general del partido, Zhao Ziyang, que debía emprender un viaje oficial a Corea del Norte, instruyó al primer ministro Li Peng y a los otros jerarcas que fueron a despedirlo a la estación de ferrocarril, para que se destacasen los aspectos positivos de la protesta estudiantil. Aquel viaje, que Zhao debió haber suspendido, fue uno de sus grandes errores.

Las principales protestas se habían extendido ya a la mayoría de las provincias. Más de 10.000 estudiantes de la Universidad de Nankín, de la Universidad de Tianjin y otros centros de enseñanza, salieron a la calle; y las de Tianjin fueron unas manifestaciones como no se habían visto en diez años en aquella ciudad. El boicot a las clases estaba dando frutos:treinta y nueve universidades y más de 700 mil estudiantes estaban boicoteando las clases el 24 de abril.

La jerarquía china empezaba a mostrarse desconcertada por la actitud estudiantil. El alcalde de Pekín acusó a la mujer de Fang Lizhi, el profesor de astrofísica inspirador de los estudiantes en 1986 en las manifestaciones en pro de la democracia que tuvieron lugar en Hefei,de haber sido el vehículo principal para poner en contacto a los estudiantes con la prensa extranjera.

Zhao Zhiyang había visitado a Deng en su residencia para hablar de su viaje a Corea del Norte y, según cuenta en sus memorias, ambos estuvieron de acuerdo en cómo tratar el asunto de las protestas estudiantiles. Nada más salir Zhao Zhiyan hacia Corea, sin embargo, las cosas se volvieron extrañas. Muchos estudiantes querían regresar a clase al tiempo que la minoría más radical se oponía. Aquellos que estaban por el diálogo pensaban que algunas propuestas razonables se podían discutir, pero la radicalización de los conservadores dentro del gobierno y del Partido terminó por enrarecer aún más el ambiente.

Deng Xiaoping habló en una reunión de jerarcas y les dijo que aquello no era un movimiento estudiantil cualquiera: “Esto es el caos. Debemos tener claro nuestra posición, adoptar medidas eficaces… Estas personas están influidas por cuanto pasa en Yugoslavia, Polonia, Hungría y por el liberalismo de la Unión Soviética. Su objetivo es derrocar al Gobierno comunista y ensombrecer el futuro de China. Tenemos que actuar con rapidez. No debemos temer… la reacción internacional. Solo puede haber verdadera democracia cuando China se haya desarrollado y modernizado”.

Y agregó Deng: “El camarada Yaobang cometió errores, pero ahora que está muerto debemos limitarnos a respetar su memoria. Él hizo muchas cosas buenas, una de ellas apoyar las reformas, pero esto no significa que no haya cometido errores. Fue débil y cedió a la tendencia liberal burguesa. Sus políticas económicas también fueron equivocadas. Si hubiéramos adoptado su plan, la inflación sería mucho peor de lo que es ahora. La importancia que dimos a su funeral fue más que suficiente. Algunas personas querían que le llamáramos un gran marxista. Ninguno de nosotros merece ese honor. Espero que no intenten hacer lo mismo conmigo cuando haya muerto”. Estas palabras se pueden leer en el libro Tiananmen Papers de Liang Zhang, Andrew J. Nathan y Perry Link. Bajo el pseudónimo de Liang Zhang se oculta un cuadro de la jerarquía del PCCh de entonces que prefirió el anonimato por temor a represalias.

Un duro editorial contra las protestas atribuido a Deng Xiaoping en el Diario de Pueblo el 26 de abril, encendió más aun los ánimos. Al día siguiente, los estudiantes de cuarenta universidades se lanzaron de nuevo a la calle con pancartas que decían: “Dispuestos a morir” o “Si lo viejo no se aparta del camino, lo nuevo no puede entrar”. Fue la primera marcha organizada de todas las que dieron en aquel tiempo.

En aquel ambiente la jerarquía china veía con temor la llegada de un aniversario que podía inflamar la situación, el 4 de mayo. En esa fecha se cumplirían setenta años de unas manifestaciones de protesta estudiantiles por la débil respuesta del Gobierno chino al Tratado de Versalles que fue tremendamente perjudicial para los intereses del país. Entonces, el último emperador, Pu Yi, permanecía recluido en la Ciudad Prohibida, y China estaba envuelta en el caos por los señores de la guerra.

De hecho, todos los acontecimientos de aquella primavera de hace ahora treinta años en Pekín, fueron la conjunción de tres acontecimientos casi simultáneos: la muerte de Hu Yaobang, la visita de Gorbachov y los setenta aniversarios del 4 de mayo.

Con la ayuda inestimable de mi traductora Alicia Relinque, yo trataba de aproximarme a aquella situación caótica que me desbordaba. El equipo de Televisión Española llegado de Madrid, se había instalado en el hotel Sheraton Great Wall, al oriente de la ciudad, a siete kilómetros de la plaza de Tiananmen, y allí me alojé.

Recuerdo la primera impresión de aquel edificio de dieciocho pisos con su fachada de cristal y las modernas instalaciones, la profusión de plantas ornamentales, el hall y su trasiego de colegas de todas partes de mundo con aire levemente festivo. Una elegancia inesperada, nada que ver con el cubrimiento periodístico que me había tocado en otros países comunistas como Cuba o la Unión Soviética, con personajes cutres y casposos siempre a la caza del forastero para venderle una caja de cigarros, una botella de ron o una prima, en La Habana; o para pedirte que le comprases el almuerzo en la diplotienda de Moscú. Los chinos no, ellos andaban en otra cosa.

 

Images Credits: 
CATHERINE HENRIETTE

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