Al otro lado

La Brújula

LA BRÚJULA es un medio de comunicación de la Universidad Jorge Tadeo Lozano "hecho por estudiantes y para estudiantes", donde se dan a conocer los acontecimientos y la realidad que influye en la vida universitaria tadeísta.
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Al otro lado
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Viernes, Diciembre 20, 2019
El siguiente cuento es la historia de Ricardo, hombre terco y fiestero que se toma unos tragos y canta "Navidad que vuelve, tradición del año, unos van alegres y otros van llorando", lo que pasa despues es un misterio.
Gissel Enciso Ramirez

Por: Daneisi Julied Rubio Rosero 

Ilustración Gissel Enciso Ramirez

Este año me levanté muy tarde el 24 de diciembre. Abrí la ventana de la sala que da a la calle y a lo lejos ya sonaban los ladridos decembrinos de Rodolfo Aicardi, Navidad que vuelve, tradición del año, unos van alegres y otros van llorando. Cerré de nuevo las cortinas para dormir porque aún tenía subida a la cabeza la resaca de la noche anterior. La secuencia del bajo sonaba todavía en mi memoria como un antecedente, esto es puro ritmo, esto es puro goce, esto tiene feeling pa’ que usted se lo goce, y así cantando me quedé dormido sobre las cobijas, semidesnudo y sin desayunar.

A veces la memoria de una noche de rumba se reduce a las cavilaciones del día siguiente. Hay quienes miden el nivel de éxtasis por la cantidad de lagunas mentales que uno tiene cuando se despierta. No, hombre, eso así no es bueno. A mí me gusta acordarme, saber con quién me descarrié en la discoteca para llamar después en caso de algo, en caso de que la pelada valga una segunda vuelta. Me quedé pensando un rato y nada. Lo único que recordaba era que la nena de la última noche tenía un vestido azul, pegadito, y que de vez en cuando me decía “¿Qué quieres, lindo? Yo invito”. Claro que eso me gustó, es que de esas casi no hay, pero no tenía ni su nombre ni su rostro en la memoria. Me quedé un rato pensando y se me ocurrió que de pronto habíamos intercambiado números, así que tomé el teléfono y la busqué. En esas caí en la cuenta de que hace un mes no llamaba a mi vieja y decidí marcarle, pero el teléfono no tenía el pitido de siempre que avisa que está funcionando.

¡Para cobrarle a uno si joden, pero cuando uno las necesita ahí si no! Grité para mí mismo recostado en la cama y consideré cambiar de compañía telefónica. Después de un rato evaluando si hacerlo de una vez, de pura rabonada, o hacerlo otro día, decidí volver a levantarme, ir a la cocina y tomar un café. Tenía que recordar quien era la nena. En la cocina me acordé que tenía el cabello ondulado, muy oscuro y la tez muy blanca, unos ojos negritos también y una boquita carnosa, coqueta, que de vez en cuando me mordía cuando me daba un beso. Adrianita, si, así se llamaba, y era pura música, puro movimiento. Oleaba en medio de la gente con soltura y le gustaba mantenerse pegadita a mí, moviendo la cadera, hasta que le daba por ir por un trago. Ahí la perdía por momentos, pero siempre volvía a mí, atraída, coqueta y me susurraba: “¿bailamos otra?” Ni loco le hubiese dicho que no.

El vecino le iba subiendo gradualmente a su musiquita. Traigo la contra, la contra pura, contra, para la amada mía, tabaco y ron. Dejé el café sobre el mesón y me fui al baño. Me esperaba otra rumbita en la casa de Gustavo, el man de la oficina. Luego de una ducha larga, volví a coger el teléfono, pero me acordé que no servía y vi de nuevo el número de mi mamá. Me puse la mejor pinta para que mi vieja no dijera que andaba de vago, me apliqué colonia y me fumé un cigarro en el baño, como de costumbre, antes de salir para su casa. El dolor de cabeza no bajaba, pero no le puse cuidado, porque iba distraído y extrañado de no ver gente en el edificio un domingo a esa hora.

Caminé por el corredor de la recepción y me pareció que iba corriendo el perro recién fallecido del 303, pero me reí de mí mismo, perros hay muchos y en estos edificios todos se

parecen. Una vez en la calle la soledad de la ciudad era inaudita. ¡Qué alguien llame a los medios, la ciudad no tiene trancones! En el camino me cruce con uno que otro ciudadano, pero todos parecían distraídos con ganas de ir a quien sabe dónde. ¡La crisis económica nos tiene a todos en la mala, la gente ni plata debe tener para diciembre! Cuando llegué al barrio de mi infancia se me hizo un nudo en la garganta. Las calles estaban decoradas como de costumbre, con listones de colores, andenes pintados y arcos de luz en las puertas.

Al llegar a entrada de la casa de mi vieja me acordé que de niño me gustaba ayudarle a armar el árbol. Este año les caí de sorpresa. Golpeé la puerta, pero nadie me abrió. Recordé que tenía metida en la billetera una llave de la casa y en lugar de entrar de inmediato entré a la tienda de al lado para comprar algo de comer.

- ¡Ay no diga! ¿Qué le pasó, mijo? – Escuché decir desde adentro del local, pero no supe quién lo dijo – Carmen, venga, adivine quién llego.

Me acerqué al mostrador y entre tanto iba recordando. Carmen era la señora de la tienda, la esposa de don Julio. Ella había muerto años atrás y de él yo no sabía nada hace rato. Eso era que el cucho tenía otra y claro, apenas se murió, la reemplazo. Al menos se hubiera preocupado por buscarla con otro nombre. Cuando estuve delante de él me pareció verlo más joven.-  Vineaveramimamá–ledije.-  ¡Ay chino! A ver... ¿cómo le explico?

  • -  ¿Qué? ¿Le pasó algo a mi vieja?

    -  No, no, no pelao. Su señora está bien. Los que no estamos bien somos nosotros.

    -  ¿Cómo así? ¿Le puedo ayudar en algo?

    -  Mire, mijo. A veces hay cosas en la vida que son difíciles de entender hasta que las

    vive uno mismo. El mundo no es tan grande ni tan chico como uno se imagina. La

    realidad nuestra es la de mucha gente.

    -  No le entiendo.

    -  Ricardo, mire, yo le aconsejo que descanse, no se vaya a quedar rondando por ahí. Si

    tiene algún pendiente soluciónelo y se va tranquilo, pero no se quede por aquí queeso no es bueno.

    -  ¿Luego? Vecino es que no sé de qué está hablando.

    -  Mejor vaya rápido donde su mamá y dese cuenta de lo que está pasando. Cuando lo

    sepa viene y me cuenta – miró hacia el pasillo y gritó de nuevo – ¡Carmen, venga mija que esto es grave!

    Salí angustiado de la tienda y entre en la casa. No había nadie. Las luces estaban prendidas, olía a natilla recién cocinada y había ruido, en algún lugar de la casa un parlante decía: vamos a brindar por el ausente, que el año que viene este presente, vamos a desearle buena suerte y que Dios lo guarde de la muerte, pero no sabía de donde venía todo porque ellos no estaban. Recorrí la casa entera y no los pude ver, así que salí de regreso a la tienda y cuando entré pude ver a doña Carmen.

    -  Papito, tranquilo, no se asuste. Mijo, tranquilo, quédese quieto y yo le explico.

    -  ¡Don Julio! Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a

    nosotros tu rein... hágase tu...

    -  Mijo de eso le estaba hablando hace rato. Nosotros ya no habitamos el mismo mundo

    – me dijo Don Julio.

    -  ¿Cómo así? No, abrase, esto es producto de algún mal viaje, ¡yo no puedo estar

    muerto!

    -  Ricardo, entre más rápido lo acepte mejor para usted. Mire, estar muerto tampoco

    está tan mal.

    -  Sí, papito, mire yo estaba enferma y ahora estoy bien.

    -  Vaya otra vez, ahora que lo sabe va a poder verlos.

    Me armé de valor y regresé a la casa. Ahí estaban, bailando sabroso y comiendo. Me mezclé entre sus cuerpos, fui hasta la cocina donde estaba mi madre, le besé las manos y salí. Ella se llenó de lágrimas, le echó la culpa a la cebolla y se limpió los ojos mientras cocinaba la cena de media noche. Estando dentro de la casa me tomé dos traguitos, bailé cerquita de una vecina que estaba muy linda. Ahí encontré que con los vivos también bailaban mis dos tías fallecidas, mi primo el artista que había muerto en Londres y mi bisabuelo Armenio, ya sin su parálisis. Nos enrumbamos y nos reímos de la muerte. Golpe con golpe yo pago, beso con beso devuelvo, esa es la leí del amor que yo aprendí, que yo aprendí.

    En esas me acordé de Adrianita y de inmediato lo supe. Entre puro ritmo y pura música me quitó la vida. Pobrecita, no se habría molestado en meterme tanto trago y tanta pepa si hubiera sabido que esa noche no tenía ni para el bus.

 

 

 

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