Escrito por: Luna Martinez
Edición/corrección de estilo: Carolina Labrador
Ilustración: Juan David Fernández
Total, también podemos destruirlo todo y echarlo a perder por una caricia, desfogue, emoción o impaciencia. Somos animales expertos en el arte de mimar, añorar y revivir esos breves —o prolongados— instantes de contacto.
A veces, el contacto se desborda, se refleja, llena vacíos, reafirma la identidad, desafía al destino. El amor como refugio, como escape, como alivio. «Tú eres ese algo que me hace sentir bien cuando me siento mal», canta Mon Laferte. Hay besos que no se dan por deseo, sino por necesidad. Hay cuerpos que se buscan no por pasión, sino por consuelo. Es en ese roce donde se disuelven por un instante todas las ausencias.
Si ha de existir una experiencia colectiva compartida, ineludible, esa debe ser el beso. Comportamiento irracional, emocional, expresión que nace de la intuición. Un gesto que cambia de forma y de sentido: a veces deseo, a veces consuelo. Hay besos que no exigen, que cuidan. Besos de madre, de abuela, de amiga. «Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo», canta Mercedes Sosa, y en su voz comprendemos que en el beso también cambia su intención, su peso, su memoria.
Silvio Rodríguez, poeta cubano, lo cantó así: «Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar.» Del temor, no queda ni el recuerdo; de las ganas, ni la paciencia; de la nada, ni una frase, ni una historia.
Hoy celebramos el beso, aunque no siempre lo sepamos dar. Aunque a veces lo confundimos con deseo cuando era ternura, o con costumbre cuando era adiós. En un mundo donde los cuerpos a menudo se esquivan y la soledad se disfraza de ocupación, besar puede ser un gesto revolucionario, una forma de volver al otro, de habitar la piel y decir «te entiendo» sin palabras. Que este día no se quede en lo trivial, sino que nos impulse a reflexionar sobre los besos que nos faltan, los que guardamos por miedo y aquellos que dimos con el alma abierta. Como canta Jorge Drexler en Todo se transforma: «Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da. Nada es más simple, no hay otra norma: nada se pierde, todo se transforma.» Así, en el ir y venir de cada beso, se teje la historia del amor, en sus múltiples y sorprendentes formas.