Escrito por: Luna Martinez
Editora/correctora de estilo: Sofía Rodríguez
Ilustración por: Ana Sofía Jiménez
La causa científica comprobada de este fenómeno ambiental es el paso del sol sobre el ecuador terrestre, lo que provoca que el gran astro de fuego ilumine todo el planeta por igual.
Antiguas civilizaciones, igual que la nuestra, se esforzaron por vislumbrar un porqué para este día a partir de mitos y ritos ancestrales que celebraban el renacer de la naturaleza. A continuación, una breve recopilación de esas magníficas historias.
Mito de Perséfone (Mitología griega)
Perséfone, hija de Deméter, la diosa de la agricultura habitaba la tierra junto con las ninfas. Era tal su belleza que los reflejos de su primavera llegaron hasta el inframundo y cautivaron a Hades. Este, en vez de optar por un cortejo la raptó e hizo su esposa. Así, un día que Perséfone recogía flores, una de ellas captó su atención, pero al arrancarla la tierra se abrió y de su interior emergió Hades, llevándola consigo hacia el inframundo.
Cuando su madre descubrió la ausencia, la buscó sin pausa, sin comer ni descansar, pero, al enterarse de la violencia de los actos del dios del inframundo, se llenó de rencor y la tierra dejó de dar frutos. Zeus, consciente de la situación intercedió entre ambos dioses para llegar un acuerdo, finalmente Hades cedió y permitió que Perséfone regresara a la tierra con la única condición de que debía ingerir algún alimento durante su ascenso, pues según leyes sagradas, quien comía en el reino de los muertos estaba condenado a no poder abandonarlo. Perséfone en su ignorancia cayó en la trampa.
Pero este secuestro también congeló el corazón de la joven, y Hades se vio obligado a enmendar su error en el afán de volver a tener el aprecio del objeto de su cariño. El acuerdo fue el siguiente: se repetirán los tiempos del año entre la tierra y el inframundo, que a consecuencia y de forma maravillosa dio inicio a la primavera, el resurgir de las flores y el calor del florecimiento.
Mito de Osiris (Mitología egipcia)
Osiris reinaba Egipto con sabiduría y pasión, pero víctima del rencor y envidia de su hermano se enredó en una trama de venganza de la cual no fue culpable. Fue así como Seth, su hermano, preparó un banquete extravagante y mandó a traer un sarcófago sagrado, prometiendo que quien entrara a la medida sería el nuevo dueño del regalo divino. Desafortunadamente, cuando Osiris estuvo dentro fue capturado y arrojado al río Nilo.
El sarcófago viajó como un secreto atrapado en la corriente hasta quedar engarzado en las raíces de un sicomoro en Biblos. Isis, persistente como la brisa que desentierra cenizas, siguió su rastro hasta encontrarlo. Lo ocultó, pero Seth, insaciable en su crueldad, lo hizo trizas y esparció sus restos por la tierra como semillas al viento. Su corazón, sin embargo, fue devorado por un pez del Nilo, dejando un vacío imposible de llenar.
Isis y Neftis tejieron el cuerpo de Osiris con paciencia de alfareras, hilando su carne con cantos y sortilegios. Sin su corazón, su retorno al mundo de los vivos era imposible, pero los dioses le otorgaron un nuevo destino: gobernar el inframundo y guiar a los muertos en su travesía. Mientras tanto, en la tierra, su hijo Horus desafió a Seth para restaurar el equilibrio.
Cada primavera, cuando los campos reverdecen y el Nilo recupera su caudal, el mito de Osiris se repite en la naturaleza. Así como su cuerpo fue fragmentado y vuelto a unir, la vida también se renueva después de la muerte. Su historia recuerda que el fin nunca es absoluto y que, incluso en la pérdida, siempre hay lugar para el renacer.
Mito de Quetzalcóatl (Mitología Azteca)
Antes del Quinto Sol, el mundo era un murmullo apagado. No quedaba más que un cielo denso y una tierra donde nada respondía al tacto. El agua dormía, los campos callaban, y en ese silencio, los dioses entendieron que la creación aún no estaba completa.
Se reunieron en Teotihuacán, donde los destinos se entrelazan. Había que encender un nuevo Sol, pero nadie quería enfrentarse al fuego que todo lo devora. Nadie, excepto Nanahuatzin. Sin adornos ni grandeza, el dios más humilde caminó hacia las llamas y se entregó sin dudar. Su cuerpo se quebró, su esencia ardió y del fuego emergió un astro nuevo. Pero su luz era estática, atrapada entre el cielo y la incertidumbre.
La vida no se mueve sin ofrenda. Uno a uno, los dioses abrieron sus venas y dejaron que su sangre tocara la tierra. La savia roja se hundió en el polvo, pero el Sol no respondió. Fue entonces cuando Quetzalcóatl, aliento de las tempestades, sopló con toda su furia. Su aliento envolvió al astro y lo empujó, obligándolo a recorrer el cielo. Así comenzó el tiempo nuevamente.
Con la primavera, cuando la luz se extiende y el aire sacude lo que parecía inerte, el mundo revive la historia de Nanahuatzin. La tierra despierta porque alguien fue valiente. El Sol avanza porque alguien lo empujó. Nada regresa sin transformación y todo renacer exige una entrega.