Para Delgadina

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Para Delgadina
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Lunes, Abril 12, 2021

 

Por: Miguel Rodríguez

 

     Este no sería un día cualquiera, desde hace un par de semanas sabía que mi muerte estaba más cercana de lo que me gustaría; no solía dar entrevistas porque mi trabajo era hacerlas, pero un chico que me esperó fuera de la televisora insistió tanto en que le diera una entrevista que logré verme reflejado en sus ojos, pues en mis primeros días como periodista el conseguir entrevistas era tarea difícil, también quise aprovechar para dar mi última entrevista.

 

     En la mañana de aquel día debía escribir una nota para el periódico “El Opositor”, donde llevo trabajando desde que tengo memoria. Con la trayectoria que llevo encima, he ganado el puesto como el columnista más leído en toda América Latina, me he caracterizado por usar fielmente el humor político en mis columnas. En las últimas semanas había escrito con seriedad sobre el pasar de mi vida en la televisión y radio, los dolores que llegan sin avisar a los 30 —y que por 9 años me han acomplejado—, y el descubrimiento que hizo que mi vida fuese más corta: la revelación de alianzas entre narcotráfico con un viejo Gobierno.

 

     Esta nueva nota sería una carta de despedida a mi más grande amor, y a todas esas decepciones amorosas que pueden tener un hombre que le teme al compromiso. ¿Cómo era posible que a mis 39 años no tuviera esposa?, todos mis amigos ya casados y aún peor, algunos con hijos, tengo miedo de que las palabras del viejo loco que vive fuera de mi casa sean verdaderas.


      — “Cuarententón y solterón, seguro maricón”.

 

     Desde temprano empecé mi habitual rutina de escritura, sentándome frente a mi laptop y tomando el café que me preparó mi hermana, quien luego de su divorcio, vino a vivir un par de días conmigo. Me entretuve un rato leyendo las amenazas que llegaban al correo, era un honor que los fanáticos ciegos de ciertos partidos políticos leyeran mis columnas, siempre creí que eso podía ser lo único que leyeran, su ortografía me lo demostraba. No encontraba inspiración adecuada para escribir sobre la doctora que robó mi corazón por mucho tiempo, curiosamente una llamada de esta interrumpió mi tiempo de meditación.

 

     —¿Hola?

     —(…)

     —¿Por qué lloras Delgadina?

     —Hoy en la radio entró una llamada… Amenazaban sobre tu muerte.

     —Jajaja eso no es novedad, ¿podemos vernos en la noche?, me gustaría que leyeras mi nota de mañana.

     —Puedes venir solo si me haces la cena. A las 9 te espero, se puntual.

     —Allí estaré, no te preocupes.

     —Te conozco Ramírez, te conozco.

 

     «¿Acaso no es preciosa esta mujer?», así empecé la columna. Hace 50 años hubiera sido imposible conocer a mi Delgadina, la llamaba así en honor al primer libro que ella me regaló. Ese invento de las redes sociales abrió muchos mundos, a mí me abrió el mejor de los mundos. Todo empezó en una aplicación de citas, aunque a ella le avergüenza contar eso, así que la versión para el público es que nos conocimos por una amiga muy cercana mía que también es doctora, nos texteamos por mucho tiempo, ella insistía en vernos, pero para ese entonces yo era muy inseguro, mi físico no me agradaba, y por su parte, ella siempre ha obtenido lo que desea. Un día, luego de mis clases, me esperaba fuera de la Universidad, no la pude evadir más. Conocerla fue lo mejor que me pudo suceder. Las inseguridades morían con el tiempo porque ella siempre me recordaba que yo era guapo e inteligente, lo suficiente para que mis ánimos fueran los mejores.

 

     Cuando nos conocimos, yo me recuperaba de un golpe amoroso y ella salía con un muchacho de su Universidad. Nos demoramos en ser novios. Desde que comenzó nuestro amor, hasta el día de hoy, mi única novia oficial ha sido Delgadina. En nuestra primera cita le invité un café, y por primera vez no era yo quien hacia los chistes malos en una conversación. El tiempo voló y pasaron más de tres horas. La acompañé a su casa en un acto de caballerosidad; su sonrisa lograba alumbrar todo un salón, disfruté el tiempo como ningún otro día hasta que su despedida me dejó un sin sabor que nunca había sentido, a partir de ese día era yo quien la invitaba a salir.

 

     Me sentía como aquel adolescente enamorado por primera vez escribiendo la nota, hice un par de confesiones con los mejores momentos que había vivido junto a Delgadina, como aquella vez que le propuse matrimonio en su lugar favorito de hamburguesas, cualquiera hubiera rechazado aquella propuesta, pero es Delgadina y sin dudarlo acepto; o cuando mi compañero del primer programa se enfermó y grabó unas escenas conmigo —cabe aclarar que a ella no le gustaba el mundo de la televisión, pero es Delgadina—. En aquella nota nunca confesé su nombre, a lo mejor algún otro amor podía sentirse aludido y jamás me ha gustado romper corazones. Terminé mi nota muy inspirado, era la despedida para la mujer que más había querido en mi vida.

 

     Al mediodía fui a la emisora, yo era el director del programa “basurillas”, ahí hacíamos análisis políticos de las situaciones diarias. Vivir en Colombia es todo un privilegio, y aunque los tiempos cambian y la sociedad es más crítica, los políticos son los mismos, siempre me daban motivos para hacer burlas de ellos, parece que nunca se cansan. En mitad de programa recibí la llamada del alcalde de la ciudad, me dijo:

 

     —¿Qué más hombre Juan?

 

     Haciendo una imitación de él, le devolví el saludo. El continuó:

 

     —Está muy bueno el programa de hoy, estoy muerto de la risa con todos aquí. Usted es todo un personaje.

     —Me alegra que le guste esta huevonada alcalde. ¿Para que soy bueno? ¿Llamó para quejarse de su imitación?, la puedo mejorar si quiere.

     —No, la imitación está muy buena. Lo llamaba para decirle que pondré a su disposición un grupo de veinte guardaespaldas, me han contado que su cabeza ya tiene precio.

 

     Un silencio invadió la conversación.

 

     —Alcalde, muchas gracias por su propuesta, pero la voy a rechazar, si me quieren matar que den la cara y lo hagan ellos mismos.

     —Juan no se puede exponer otra vez a reunirse con los paras, no sé cómo logro convencerlos, pero esta vez parece cosa seria.

     —Lo siento alcalde, pero si debo morir, que así sea.

     —¡No sea terco, hombre!

 

     Me despedí de él con la imitación de un viejo político.

 

     El programa terminó, ahora solo faltaba grabar un par de programas en televisión, darle la entrevista a aquel joven periodista y verme con Delgadina. Grabar los programas siempre ha sido de mi agrado, en la televisión me dejan tocar cualquier tema de la política actual, en homenaje a un periodista hacia un programa tipo noticiero con mi gran amigo Andrés, quien de profesión era economista. Una tarde se me ocurrió la idea mientras nos tomábamos un vino, el programa tenía que ser con él porque manejábamos un humor muy similar, la idea fue un éxito y nos salía de una forma muy natural. El programa de ese día trajo críticas en el set, disfrazado de paramilitar hice burla de mi muerte, al parecer era un tema muy “serio”, esta gente no sabe que para mí ningún tema es serio.

 

     El joven que me entrevistaría estaba haciendo un reportaje sobre mi trabajo en la televisión, fue al set y grabó el detrás de cámaras, lo volví a ver y realmente logré verme reflejado en ese muchacho, los primeros días de periodistas son muy difíciles, hacerse un nombre en los medios es casi que imposible si no se tiene dinero o contactos. Invité a aquel muchacho y a su novia, quien lo estaba acompañando, a un restaurante cercano que sabía que les gustaría. Antes de comenzar con la entrevista le di un par de concejos, debía quitarse los nervios, aprenderse las preguntas, saber conducir la entrevista, y otro par más.

 

     Hizo una buena entrevista, me preguntó sobre los personajes que hacía en la televisión, sobre las revelaciones que hice de la corrupción en varias ocasiones que parecían hechos que nunca terminarían, también sobre las amenazas de muerte que había recibido, y que últimamente estaban tomando un poco de fuerza. Tiene futuro en el mundo del periodismo, tenía un humor que si deseaba trabajarlo le hacía falta un poco. La cena continuaba hasta que entramos en preguntas personales; yo tenía una mala fama de coqueto, se decía que salía con diferentes actrices, modelos y reinas de belleza, la verdad era que mi corazón tenía una sola dueña, y aunque no logré casarme con Delgadina y nuestra relación había terminado a causa de esos rumores, mi corazón sería de ella por el resto de mis días. Aunque no podía hacerme el desentendido había salido con un par de mujeres, para mí no eran gran cosa, para los medios de comunicación sí lo era.

 

     También le hice un par de preguntas, no podía dejar mi labor de periodista de lado, me contaron ambos un poco sobre su relación, llevaban dos años, se conocían del colegio, pero su noviazgo empezó en la Universidad, ella era la primera novia de él. Escuchar a ese par de jóvenes me revivió la época en la que bien podíamos ser Delgadina y yo quienes estarían contestando esas preguntas, como extrañaba aquella época. Ahora, estando a horas o días de mi muerte, me arrepentía de cada error que tuve con Delgadina.

 

     Fui al baño, conmigo entraron dos sujetos que tenían una actitud extraña, uno se me acercó y me dijo:

     —Usted es el periodista ese.

 

     En un tono humorístico le contesté:

 

     —No señor, me está confundiendo, yo soy un pobre bobo.

 

     Al parecer no le causó nada de gracia.

 

     —No se venga a hacer el gracioso con nosotros, aquí le manda el patrón, cuídese mucho.

 

     Me entregó un escapulario y se retiraron del baño. Mil pensamientos llegaron a mi mente, el principal era Delgadina, debía estar con ella el último tiempo que me quedaba de vida. La entrevista terminó y felicité a aquellos jóvenes, les deseé la mejor de las suertes y partí para la casa de Delgadina, pensé en pasar la noche allá.

 

     Llegué a su casa. Al abrirme entendí que los ánimos no eran los mejores, ella estaba hecha una Magdalena, la abracé y la consolé, traté de calmarla, al parecer mi muerte sería más dura para ella que para mí. Le preparé algo de comer y ahí logró calmarse. Le puse mi laptop frente a ella, abrazándola y esperando que leyera mi nueva columna, donde, más que repetirle una vez más que era mi gran amor, me estaría despidiendo porque sabía cuál sería mi nueva realidad. Comenzó a leerla hasta que el llanto la invadió de nuevo:

 

     —También eres mi gran amor, Ramírez. Pero no permitiré que te maten, si es necesario, que nos maten a los dos.

 

     Delgadina en ese momento me demostró lo que para mí era la prueba más grande de amor, entendí que habíamos dejado de ser dos almas para convertirnos en una.

 

     —Estás loca si crees que permitiré que mueras por mi culpa, Delgadina, mi destino está escrito, por hoy solo abrázame, bésame y arrunchame por una última vez.

 

     Al parecer mis palabras eran muy duras para ella, seguía llorando y su llanto era cada vez más fuerte, eso lo convertía más doloroso para mí. Nos serví unas copas de vino mientras veíamos fotos viejas, ese momento, sintiéndome más muerto que vivo, me hizo pensar las decisiones que debía tomar, llamé a los directores de la radio y televisión para presentar mi renuncia temporal, era tiempo de un descanso, a lo mejor y así se les olvidaría mi existencia y mi muerte se alejaría. Intenté enviar mi última nota, pero Delgadina no tenía internet, en los medios escritos mi retiro era total.

 

     Llamé al alcalde para arrepentirme de aquella decisión que rechacé en la tarde.

 

     —Juan, vea la hora. ¿En que lo puedo ayudar?

     —Míster Felipe, ¿se acuerda de la propuesta que me hizo en la tarde?, ¿aún está vigente?

     —Claro, menos mal sentó cabeza. Deme la dirección donde amanezca y mañana a primera hora recibirá a mis hombres.

 

     Pensé la situación, quedarme en casa de Delgadina representaría no poder enviar mi nota, era el mejor detalle que tendría con ella, además se me ocurrió proponerle matrimonio una vez más, lo haría a través de la nota, así que debía irme a mi casa para que fuera toda una sorpresa para ella.

 

     —Míster, esta es la dirección, anote bien: Cll 68 Sur N 30 A – 42

     —Listo, Juan, mañana estarán allá lo muchachos, lo dejo porque ya va a empezar su programa.

 

     Le dije a Delgadina que la tenía que abandonarla porque el alcalde me necesitaría a primera hora, ella se ofreció a acompañarme insistía e insistía, le dije que mañana me quedaría en su casa, pero ella insistió, fue difícil lograr convencerla, pero al final lo logré. Le di un beso de despedida, un beso que no habíamos tenido antes, un beso que representaba todo nuestro amor.

 

     Salí de su casa, entré a mi camioneta y terminé aquella nota que me daría las razones que mi muerte anunciada me había quitado, la envié, me fui camino a mi casa; estando a medio camino me crucé con un semáforo en rojo, una señora cargando a un niño pedía dinero, no solía darle dinero a aquellas personas, pero era un día diferente, bajé el vidrio y le pasé un billete, una moto que se parqueó a mi lado acabó con los sueños que logré construir ese día. Dos balas acabaron conmigo, no con el periodista que lo dio todo por este país, sino con el enamorado que dio la mitad de sí y que en camino a darlo todo, tuvo que tomar un descanso, prometiendo que en su reencarnación su prioridad no sería darlo todo por un país que aún no cambiaba.

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