Texto por: Carol Parra
Edición/Corrección de estilo: Carolina Labrador
Ilustración: Xiomara Ramirez
¿Alguna vez te has preguntado “Por qué las niñas juegan con muñecas”? Parece una pregunta inocente, pero el trasfondo de esta sirve como sostén para conformar uno de los arquetipos más comunes que la historia cultural le ha dado a la mujer: La maternidad.
Y es que, detrás de esta enseñanza al cuidado que se le dicta a las niñas, estamos perpetuando un espacio que Marcela Lagarde (1990) nombraría como: cautiverio. Sí, un cautiverio que expresa una condición en la cual la mujer estará sujeta a lo largo de su vida; específicamente, hablamos del espacio de “Madre”. Pues, no es un secreto que la explicación más común que se da sobre el juego con muñecas, que se asemejan como hijos para una pequeña de cinco años, sea la de tener hábitos que se circunscriben en el hacer de cuidadora, es decir, en un “ser de y para otros”.
De este modo, la subjetividad femenina se va forjando desde una apropiación ajena al cuerpo de sí misma, pues, ¿por qué nos afanamos en que una bebé aprenda sobre el cuidado de un imaginario, en vez de aprender sobre su propio cuerpo, sentimientos y necesidades? Y no me malinterpreten, está claro que las ventajas de jugar con muñecas también existen, forjando en las niñas habilidades sociales y de interacción con el mundo que van descubriendo, pero el problema radica en cómo la sociedad va construyendo una mirada simbólica sobre el propio quehacer femenino, que comienza a estar más atravesado por las expectativas culturales que por las propias. Vale preguntarse entonces, ¿quién está determinando estas simbologías?
Desde las instituciones (religión, academia, política, entre otras…) surgen los escenarios mediante los cuales conformamos el mundo. En este sentido, son los entes y los sujetos sociales los cualesdeterminan el qué y cómo hacer;, hoy en día son los adultos, quienes, históricamente, han tenido un lugar importante en la construcción de estos significados. El adultocentrismo sería, en este caso, uno de los espacios de poder que se deberían problematizar. Bajo ciertos referentes teóricos como el de Bordieu (2000), se puede ver la categorización etaria como una de las formas más comunes de ejercer poder, siendo información manipulada y manipulable que puede transformarse como falso o verdadero dependiendo de la realidad que se quiera construir. Es por eso que el primer paso para fomentar espacios de juego libres, seguros y abiertos para las niñas, sea dado mediante la comprensión del desarrollo juvenil y de sus necesidades consigo mismas y la conformación de saberes respecto a las condiciones en las que se encuentran (región, núcleo familiar, relación con la religión, educación, etc.). Sobre todo en una época globalizada y altamente dependiente del consumo y del mercado que vuelve volubles sus necesidades.
¿Entonces qué hacemos? ¿Quemamos las muñecas que venden en las jugueterías?
Es difícil definir concretamente los pasos a seguir para que las niñas se sientan cómodas y libres en el mundo que se ha venido conformando a partir de miradas “canónicas” que nos dicen qué hacer, pero considero que todo parte desde el relato; y vale cuestionarse qué les estamos contando a las niñas sobre su cuerpo, sus capacidades y su valor dentro de la sociedad. Lo ideal es otorgar herramientas para que, desde edad temprana, las infancias tengan la potestad de elegir sus gustos, relaciones y preferencias en todos los ámbitos de su vida, especialmente en el juego, alejándolas así de los cautiverios sociales. Así, la respuesta no iría encaminada hacia el objeto en sí (en este caso, la muñeca), sino en el símbolo que le otorgamos a dicho objeto. ¿Los juguetes son para que los niños se imaginen siendo otros, o más bien, son para que descubran una parte del mundo que habita dentro de sí?
Si quieres saber más sobre de qué modo podemos disminuir la idea del rol de género durante el juego, dirígete a