Gioachino Antonio Rossini nació el 29 de febrero de 1792 en Pesaro, bellísima localidad a orillas del Adriático. Allí las montañas contrastan con el paisaje marítimo. Recorriendo la ciudad natal del maestro, encontramos múltiples referencias al Cisne de Pésaro, nombre cariñoso dado al compositor. En sus calles se libraron batallas, las cuales el maestro convirtió en música a través del crescendo. No es de extrañar ver en un café o en un pequeño restaurante personajes de edad y aspecto generoso que evocan la simpatía de Don Bartolo o Don Basilio en el Barbero de Sevilla, su ópera más famosa. La vida agitada de Pesaro, la belleza del idioma italiano y los sonidos de la calle, sirvieron para que Rossini adquiriera una destreza rítmica que da un sonido individual sobre todo a sus óperas bufas. Gioachino Rossini, en la plenitud de su carrera artística, se despidió del mundo de la escena lírica con su obra Guillermo Tell. Gaetano Donizetti en referencia a la mencionada ópera dijo: “Rossini compuso la primera parte pero la segunda... es la voz de Dios”. Las palabras de Donizetti, a su vez un brillante compositor del Bel Canto, representan una pequeña muestra de lo que fue el gran círculo de cariño y admiración que Rossini logró construir como músico y ser humano durante su vida.

La relación que mantuvo Rossini con la cocina se ve reflejada tanto en la ópera como en su vida cotidiana. El maestro alguna vez dijo en relación a los homenajes que varias ocasiones le rindieron los ciudadanos de su ciudad natal: “Si solo los habitantes de Pesaro, en lugar de hacer aburridas estatuas de mí, me regalaran un par de buenas mortadelas.” Alexandre Dumas escribió un delicioso relato llamado justamente: A cena en casa Rossini. En él Dumas describe en detalle la bella mesa de casa Rossini en Bolonia, decorada con flores y frutas, la amena conversación donde el maestro expresa sus opiniones sobre los grandes compositores y de dos importantes figuras históricas de la culinaria: Grimod de La Reynere y Jean Anthelme Brillat-Savarin.Entre las referencias a la comida en sus óperas podemos elegir una bella y romántica aria dedicada al dulce y sensual sabor de las fresas, cantada por la protagonista de la ópera Adina o el Califa de Bagdad. En la italiana en Argel la hilaridad llega a su máximo grado al final de la obra. Lindoro, Isabella y Tadeo, prisioneros del sultan, le enseñan a este mismo los placeres de la pasta italiana en una ceremonia llamada “Pappataci mangia e taci”. Así, mientras el sultán disfruta de un suculento plato de espaguetis con queso parmesano y bolognesa, los protagonistan preparan su regreso a Italia.

EL MÙSICO DE LA SEMANA, LUNES A VIERNES, 2:00 PM