Por: Edwin López
La producción artesanal santandereana durante la colonia, que se concentró fundamentalmente en el Socorro, tiene sus orígenes en la elaboración de hilos de algodón, mantas y otras telas producidos por los Guanes, pobladores prehispánicos de esta zona del oriente colombiano.
Según el historiador René Álvarez, la experiencia artesanal de los indígenas y la abundancia de cultivos de algodón y otras fibras vegetales llevaron a los conquistadores españoles a organizar la mano de obra indígena en encomiendas destinadas a la producción agropecuaria y artesanal con el fin de abastecer de víveres y ropas a los centros mineros de la zona, obteniendo una retribución en metálico. En general, todo el mercado local se benefició de la producción de manufacturas con la que los indígenas pagaban el tributo a los españoles y que finalmente se ofrecían a la venta como alpargates, lienzos de algodón, mantas de algodón y lana, frazadas, canastos y petacas, costales de fique, cueros y zamarros, jabón de tierra, enjalmas, sombreros, camisas, pantalones de lienzo entre otros.
Con el auge inicial de la minería de aluvión en el siglo XVI, muchos mineros y grandes comerciantes de la zona tuvieron la posibilidad de mantener algunos de sus patrones de consumo europeos gracias a la comercialización de algunos géneros y ropas provenientes de Castilla, jabones, especias, vinos, aceites y aceitunas. Sin embargo, con la crisis minera de 1590 los ingresos cayeron y con esto las introducciones de mercancías importadas provenientes de Cartagena, a la par que se generaron movimientos poblacionales en busca de nuevas oportunidades económicas. Esto generó el despoblamiento de Pamplona y Vélez y una reorganización del trabajo en la región.
Gran parte de la población indígena fue reorientada a la producción agropecuaria, lo cual permitió ampliar la frontera agrícola. A su vez, gran parte del gasto que se realizaba en mercancías importadas se trasladó al consumo local, fortaleciendo la producción agropecuaria y la artesanía que pasó de tener influencia meramente local a participar en intercambios con mercados de mediana distancia.
No obstante, los conquistadores no estaban acostumbrados a las prendas de algodón que producían los indígenas; además, los lienzos que tejían las mujeres indígenas no eran lo suficientemente anchos para confeccionar los trajes que los españoles solían usar. Por tal razón, se empiezan a importar ovejas para la producción de lana y seda con las cuales los europeos tejían sus ropas, importando también maquinaria adecuada y sastres que capacitaran a la población indígena. De esta manera se combinaron las técnicas locales con las europeas, enriqueciendo así los métodos de producción artesanal de la región.
Así, la región del Socorro junto con el altiplano cundiboyacense y Pasto se consolidaron como los polos del desarrollo artesanal de la Nueva Granada. Si bien las tradiciones y técnicas de cada una de estas regiones tenían fuerte arraigo indígena, la organización del trabajo fue distinta en cada una de ellas. Por ejemplo, mientras en Tunja y Pasto la artesanía se desarrolló en talleres u obrajes, los artesanos en Santander adecuaban sus domicilios como talleres donde el trabajo lo aportaba la familia, combinando en ocasiones esta actividad con la producción agrícola. De acuerdo con René Álvarez, el hogar en el que se desarrollaba un tipo de industria artesanal doméstica poseía una sencilla “planta” de producción y una serie de herramientas necesarias para la producción como tornos de hilar, telares, tijeras, molinos de desmontar y despepar el algodón, pailas de cobre para teñir las telas, cajas, balanzas, entre otros.
Con el mestizaje, esta forma de trabajo doméstico se fue transformado progresivamente en un sistema similar al gremial característico de Europa. Esto permitió diferenciar en el siglo XVIII dos sistemas de organización del trabajo de los artesanos, que ya no eran exclusivamente indígenas, sino también mestizos y españoles pobres: por una parte el tradicional trabajo doméstico y por la otra el trabajo a domicilio.
Según los historiadores Amado Guerrero y Armando Martínez, en el sistema de trabajo doméstico, el tejedor era independiente del comerciante: compraba directamente el algodón o la lana al tendero y lo vendía por su cuenta en el mercado local. En el sistema de trabajo a domicilio muchas familias en busca de mejores condiciones de vida adoptaban las técnicas artesanales como método de subsistencia, determinando así una relación de dependencia entre el tejedor y el comerciante, quien por lo general le fiaba la materia prima al primero y le adelantaba un jornal o salario.
La provincia del Socorro, que para 1781 ya ostentaba el título de villa, se había convertido en una ciudad floreciente y de rápido crecimiento, con una población que pasó de cerca de 2.000 habitantes en 1710 a 15.000 en 1781, según lo señala Anthony McFarlane. Basado en las impresiones de un viajero inglés, Luis Ospina Vásquez afirma que en 1810 el valor anual calculado de los productos manufacturados en las provincias de Quito, Tunja, Socorro y Pamplona fue de 5 millones de pesos. De la misma manera señala que para la época del levantamiento comunero, la producción manufacturera del Socorro ascendía a 1 millón de pesos.
El desarrollo artesanal socorrano le permitió producir todas las manufacturas y textiles de algodón que se podían encontrar en la región, como los hilos que también se producirán en Charalá, los sombreros en Zapatoca y, por supuesto, el lienzo gordo del Socorro. A finales del siglo XVIII el fique fue ganando importancia, la cual se mantuvo a lo largo del siglo XIX sirviendo para la confección de productos como los sombreros de jipijapa o panameños, diseño que no era propio de la región pero que con gran habilidad imitaban algunos artesanos santandereanos, y con lo que algunos pudieron sortear e incluso superar con éxito la crisis provocada por Independencia.