La silla roja

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La silla roja
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Viernes, Marzo 6, 2020

Redacción: Diego Ortega

Ilustración: Angie Martinez

Hace unos años trabajé en el área de Recursos Humanos y lo que más recuerdo son los casos que llegaban sobre intolerancia y racismo, diariamente, a nuestras oficinas. La cantidad era espeluznante y movía demasiadas fibras en el interior de mi cuerpo, eran situaciones muy difíciles de escuchar, que causaban que mis ojos se llenaran de lágrimas y que mi alma se rompiera un poco, sin embargo, era un deber mantener la compostura. Todo esto pasaba en mi ámbito laboral.

Nos  propusimos plantear varias estrategias para evitar que esto siguiera sucediendo y generar un mejor ambiente en cada área de la compañía; decidimos hacer todo lo posible para lograrlo: Nos quedamos aun cuando nuestra jornada laboral se había terminado, no cobramos horas extras y teníamos confianza en el apoyo de nuestros compañeros. Desafortunadamente, no tuvimos éxito.

La desesperación no tardó en llegar, fueron muchas veces en las que quería tirar la toalla, pero las ganas de poder generar un cambio a mí alrededor me mantuvieron con la mirada puesta en las metas que me había planteado. La noche llegaba, me tomaba el tercer café del día, la comida que habíamos pedido a domicilio llegaba y ponemos música disponiéndose a hacer lluvia de ideas, pero el fracaso no se hacía esperar.

Pero llegó una noche en que la oficina estaba desocupada, lo único que desentonaba era la silla roja desacomodada del jefe, esa silla que era diferente a todas los demás y demostraba su poder en el área de Recursos Humanos. Fue en ese momento en el que se creó la actividad que cambiaría el rumbo de la compañía.

La actividad se llamaba “La silla roja” y consistía en ubicar 24 sillas azules y una silla roja en un salón; 24 personas debían llegar allí a recibir una capacitación sin recibir instrucción alguna, libres de ubicarse donde quisieran, sin embargo, después de varias sesiones con diferentes personas, aquella silla roja permanecía sola.

Fueron pasando los meses y la situación no cambiaba. Aumentamos el grupo de personas a máximo 30, y cuando la única silla que quedaba disponible era la roja, las personas preferían quedarse de pie o sentarse en el suelo, sin importar que la capacitación duraba más de una hora. Incluso decidimos que ya no era obligatorio usar uniformes con el fin de que las personas se sintieran cómodas al usar lo que prefirieron, y a pesar de que a muchas les parecía una pérdida de tiempo, poco a poco empezamos a ver resultados.

Toda esta experiencia me llevó a pensar que a las personas les asusta lo diferente. Sin embargo, conforme fuimos desvelando el propósito de aquella silla roja, los trabajadores empezaron a verse entre sí como una familia gracias al tiempo que pasaban juntos. Ya no había un día en el que la silla roja quedase vacía, quien la ocupaba entendía el privilegio de ser el centro de atención por unas horas. 

Hace tiempo que no volvía a esa empresa, pero hace poco pase a saludar y me di cuenta de que el salón se mantiene y la actividad continua. Me alegra mucho saber que una simple actividad puede transformar la mentalidad de, al menos, unas cuantas personas, y que estas pueden empezar a tratarse con tolerancia y respeto entre sí, haciendo que el ambiente laboral sea tranquilo y ameno.



 

 

 



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