Por: Hernán Onofre
En una cajita pequeña, me encontraba yo, siempre estuve ahí, encerrado. No había más que un pequeño halo de luz que a veces se tornaba encima de mí, era lo único que conocía… de un momento a otro empezó a desaparecer y solo entonces empezó el temor ¿y si nunca en la vida volvía?
La caja se hacía cada vez más pequeña - ¿o era yo quien estaba creciendo? - y con ello vino la claustrofobia, nunca la había sentido, pero al ser consciente del espacio reducido empecé a palpar más seguido los costados de la caja, era de textura lamosa, muy resbaladizo y no podía pararme, a veces cogía mal olor, extrañaba la luz, ese haz de luz lo era todo para mí y desapareció. Todo cambió. Con mis dedos procuré hacer un hueco en las paredes, lo logré, era realmente pequeño, pero no importaba, por ahí empezaría a ver qué había más allá de lo que conocía como la caja oscura.
Vi un espacio fuera de lo que conocía, al principio me cegué, ese pequeño halo de luz era realmente grande, lo abarcaba todo y mis ojitos no lograban aguantar más que unos segundos. Tuve que volver a sumergirme en la oscuridad una vez más, pero habiendo conocido la luz… tendría que conocer lo que ella iluminaba. Cada vez abría más el hoyo, empecé a conocer una vida fuera de la caja, mis ojos percibieron muchas más cajas, negras por fuera y seguramente con más personas dentro, pero había otras, unas personas que caminaban libremente, que no les ponían cuidado a las cajas, sino que seguían su camino… espero algún día poder caminar tan libremente como aquellxs, espero poder salir de esta caja que realmente me está quedando pequeña.