¿Qué puedo perder?

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¿Qué puedo perder?
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Sábado, Marzo 26, 2022
¿Esto será infinito? Es la primera vez que me pasa, pero juro por Dios que deseo con todo mi corazón que sea la última.

Por: Julián Cardozo

Ilustración: Juliana Gomez

 

Las manos me sudan, siento que el aire a mi alrededor no es capaz de llenar mis pulmones, respiro cada vez más agitado y con prisa; estoy en un cuarto donde pareciera que las paredes se acercan un poco más a mí y la ventana donde entraba un poco de luz se ve pequeña y casi inexistente ¿Qué es esto que siento? El desespero se apodera de mí, pero también siento angustia, no paro de pensar y es como si en mi cabeza se cambiara de canal a mucha velocidad. El mundo se me está cayendo a pedazos y mis ojos no logran contener las lágrimas que resbalan sin parar por mis mejillas.  

¿Estoy bien? Creo que estoy bien, yo me siento bien ¿Yo me siento bien? Carajo, no sé ni qué estoy sintiendo, es tanto y nada a la vez que no sé cómo tomarlo. ¿Fumar? ¿Por qué no? Tal vez fumar me relaje un poco. Intento caminar para llegar a la perilla de la puerta de esta habitación asfixiante, pero los pies no me responden. Los arrastro con muchísima dificultad y, aunque de la cama a la puerta exista solamente un par de metros, se me hace eterno el trayecto como si de un camino infinito se tratara. 

Cuando por fin estoy afuera tomo con mis manos la caja que contiene a dos solitarios cigarrillos, busco con afán y torpeza en cada uno de mis bolsillos un encendedor que me pueda prestar por unos segundos una llama. Paso mis manos por mis bolsillos dos veces y esto cada vez es peor. ¿Dónde puede estar ese maldito encendedor? Me tomo el cabello con las manos, respiro profundamente como quien quisiera robar oxígeno que no le corresponde y de nuevo las lágrimas brotan, pero ahora con más intensidad. El mundo se siente como si el piso firme fuera la cubierta de la popa de un barco en plena tormenta, cierro mis ojos y creo que mi cara se va estampar con rudeza contra el suelo. Logro estirar mi mano menos hábil para apoyarme en un poste que me brinda un poco de luz triste y tenue para esta noche que pareciera no tener fin. Al tener el soporte de este cilindro de hormigón trato de arrastrarse para poder sentarme en el pequeño andén que hace de frontera para la acera de los peatones y la calle en la que transitan un sinfín de carros. 

Ya sentado, con mi cara sumergida entre mis rodillas, siento en mi bolsillo de atrás ese pequeño tubito lleno de gas líquido que antes me era imposible de encontrar. Saco un cigarrillo dejando aún más solo el que queda en esa caja de color rojo con blanco, lo llevo hasta mi boca que ya está húmeda por culpa de mis lágrimas. Si encontrar el encendedor fue difícil, hacerlo funcionar fue una misión digna de una película. El temblor de mis manos, el sudor, la ganas de poder sentir la forma en que el humo pasa por mi garganta, todo se combina para que no pueda hacer crecer la llama que nace de la combinación de la chispa que da la piedra del encendedor y del gas que sale cuando se aprieta la válvula. Pienso en botar el cigarro y rendirme, pero de manera milagrosa, en un último intento la llama nace y logro encenderlo. 

El humo se ve claramente por el contraste de la oscuridad de la noche y de la tenue luz de la bombilla que corona el poste a mi lado. Pensé de manera errónea que esto me iba ayudar, aun así, mis ojos lloran, mis manos tiemblan, mi boca se enmudece y mi mente piensa y piensa sin parar. Creo que llevo un tiempo acumulando y cargando con una gran cantidad de sentimientos que muchas situaciones desatan. Mis amigos, el trabajo, mi familia, mi compañera, esto llamado vida me está ahogando y yo estoy pretendiendo que sé nadar con la esperanza de poder llegar a la orilla y poder quedarme allí por un rato. 

¿Esto será infinito? Es la primera vez que me pasa, pero juro por Dios que deseo con todo mi corazón que sea la última. Ya con las caladas finales siento que mi corazón empieza a estabilizarse poco a poco. “Me volvió el alma al cuerpo”, la frase que mi abuela recitaba cuando, en una situación difícil se encontraba una solución, toma todo el sentido del mundo. Ya caminar no es una tarea difícil y respirar se siente bien. De nuevo estoy en la cama donde todo comenzó, pero ahora todo se ve de una manera diferente, ya es de madrugada y creo que duermo más por necesidad que por gusto. 

Al despertar pienso en mi mejor amigo y le escribo, lo saludo. Cuando él me pregunta cómo estoy le cuento todo, le digo la verdad y ya no solamente digo “bien” para hacer una conversación amena. Al terminar de escribirle siento que he hecho catarsis con mis dedos pulgares y una pantalla grasosa como cómplices. Él me pide que piense en ir a terapia, que un profesional podría ayudar, pero ¿Lo necesito?, no estoy loco, solamente fue algo de una noche, seguramente no volverá a pasar, ya saqué lo que llevaba dentro. 

Leo con detalle todo lo que él me escribe, pero no logro entender por qué la insistencia de que vaya a terapia, entonces una pregunta me hace dudar ¿Qué puedes perder si vas? Es cierto, esta vez él tiene razón, pero yo también te quiero preguntar a ti ¿Qué puedes perder si lo intentas? 

 

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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