En tiempos de cuarentena, el hambre no da espera
Durante la cuarentena obligatoria, los trapos rojos colgados sobre las ventanas de cientos de hogares colombianos se han convertido en un paisaje y radiografía de aquellas poblaciones más desfavorecidas que piden ayudas alimentarias para paliar el hambre. Sobre ello reflexiona el exrector y consejero de Utadeo José Fernando Isaza, en su más reciente columna de opinión en El Espectador.
Sin embargo, denuncia Isaza, la corrupción no ha cesado frente a esta necesidad humana, en lo que el tadeísta denomina como “depravación moral”. Ella se ha visto evidenciada en multimillonarios contratos para compras de alimentos y otros productos a precios inflados: “afortunadamente la Contraloría, la Procuraduría y la Fiscalía están actuando con celeridad y han logrado revertir contratos de suministros que mostraban sobrefacturaciones evidentes. Es conveniente conocer los nombres de las autoridades que incurren en este delito y las empresas privadas cómplices”.
En todo caso, Isaza les recuerda a las autoridades que el hambre no da espera, razón por la que no puede esperarse a que censen e inscriban en el Sisbén a toda la población vulnerable. La solución, dice, no puede ser enviar a la fuerza pública a reprimir las manifestaciones de gente hambrienta, pues no solo es irracional sino inhumano.
“Supongamos que para disolver un mitin de 250 personas se emplean siete granadas de humo, cinco de mano no letales, dos dispositivos de aturdimiento, cuatro de emisión de luz y dos de multipropósito. El solo costo de esta munición asciende a $1’523.646, mientras que con ese mismo valor se pueden llevar, en camionetas oficiales o de la fuerza armada, ollas con suficiente comida para 450 personas. Si la gente protesta por hambre, es más humano darles comida y no dispararles”, explica Isaza.