Agua de Dios, el pueblo que vivió de la lepra

Falta poco para el mediodía del sábado, son muchas las personas sentadas a las afueras de los negocios o en las bancas ubicadas bajo los árboles, todos en busca de la tan anhelada sombra. El calor que hace es impresionante, abrazador e inclusive asfixiante. Las calles están húmedas y caen gotas de las ceibas del parque principal y sus alrededores, - hace meses que no llovía, el aguacero que cayó esta mañana explica el bochorno que está haciendo ahorita- dice uno de los hombres mayores que está sentado en el parque jugando dominó.

Estamos en Agua de Dios, un pequeño municipio ubicado en el suroccidente del departamento de Cundinamarca, a 114 Kilómetros de Bogotá, el cual cuenta con una población de no más de 11.000 personas y tiene una temperatura promedio de 34ºC. Un pueblo donde, aparentemente, nada está fuera de lo cotidiano, mujeres vendiendo raspaos de hielo en el centro del pueblo, hombres promocionando la gran rifa de un mercado de 300.000 pesos por una boleta de solo 5.000 pesos, grupos de compadres sentados tomándose una cerveza bien fría para el calor y madres e hijas caminando recorriendo el pueblo bajo una sombrilla.

Pero detrás de la aparente normalidad del municipio, está toda su carga histórica que desde el 10 de agosto de 1870 (fecha establecida por los historiadores, pero de la cual no existe certeza) ha diferenciado a Agua de Dios de otros pueblos. El origen de este municipio fue un caso especial y casi que único, donde la protagonista fue la Lepra. Según María Teresa Rincón, directora del Museo Médico de la Lepra, fue la ignorancia médica la que llevó a que el país empezara a tomar determinaciones administrativas referente al enfermo de lepra, y es que, en esa época, el enfermo era todo aquel que luciera “feo”, podían ser personas con labio leporino, con dermatitis o que sufrían de artritis, pero para los médicos de ese entonces eran leprosos solo por como lucían, tomando la decisión de que debían ser congregados y aislados.

Maestro José Ángel Alfonso. Foto: Evelyn Díaz.

Fue así como nacieron los Secretarios de Lucha Anti Leprosa, personas que eran prácticamente “caza recompensas”, quienes se dedicaban a buscar a los enfermos de lepra y llevarlos ante la policía. Cuando la fuerza pública los recibía, los mandaba en los últimos vagones de trenes notoriamente marcados (para que todos supieran que quienes iban allí eran peligrosos debido a la enfermedad que tenían) hacía los leprosarios.

Los leprosarios, leprocomnios o lazaretos eran sitios donde todos los enfermos de lepra eran reunidos con el fin de controlarlos y aislarlos para evitar la propagación de la enfermedad, la prioridad, en un principio, no era tratarlos o darles seguimiento médico, sino sencillamente mantenerlos alejados de todo. Para la época se crearon dos de estos centros de reunión; uno ubicado en Contratación- Santander y el otro en Agua de Dios-Cundinamarca. De acuerdo a la información reunida por José Castañeda, director del Centro de Memoria Histórica del Municipio de Agua de Dios, en Colombia ya había existido un primer sitio con estas características ubicado en el Islote de Tierra Bomba, en Caño del Oro, al sur de la ciudad de Cartagena de Indias, el cual fue construido a mediados del siglo XVII. En 1950 el gobierno de la época decidió trasladar a todos los leprosos de aquella zona a otros leprosarios, para luego bombardear el territorio para “erradicar la lepra”.

En el caso concreto de Agua de Dios hubo muchos elementos que influyeron en que esta zona fuera escogida para la creación de un Leprosario. Estas tierras hacían parte de la hacienda Agua de Dios e Ibáñez, propiedad de Manuel Murillo Toro. De acuerdo al historiador Antonio Gutiérrez Pérez, este territorio, desde las épocas de La Conquista de América, fue ampliamente reconocido por los enfermos del mal de San Lázaro, quienes llegaban allí buscando alivio de sus males y graves dolencias, incluso se comenta que el propio Gonzalo Jiménez de Quesada (primer hombre enfermo de lepra en América) acudió a la zona en busca de remedio para su enfermedad. Fue así como gradualmente la región de Tocaima (pueblo vecino a Agua de Dios) fue empezando a recibir más y más enfermos, llegando a ser 60 o 70 leprosos que tenían propiedades y casas en el sector.

Doña Lolita. Foto: Evelyn Díaz.

Esto generó muchas inconformidades en el resto de habitantes del pueblo, quienes de nuevo por desconocimiento decidieron sacar de forma hostil a los enfermos de sus casas, obligarlos a salir del pueblo y cruzar el río Bogotá para que estuvieran aislados. Fue así como los leprosos se empezaron a reunir en la zona, facilitando al gobierno de Cundinamarca el establecimiento de un lazareto departamental.

Poco a poco empezaron a llegar más y más enfermos, el leprocomnio de Agua de Dios reunió personas de todas las regiones del país. Muchos llegaban solos y sin nada, otros eran acompañados por su familia, pero algo que sí se sabía era que quien entraba al leprosorio nunca más volvía a salir. De esto se encargó muy bien el Estado colombiano, quienes crearon toda una normatividad policiva de aislamiento de los lazaretos, esto se convirtió en una obligación (a través de la Ley 104 de 1890), la cual, según María Teresa Rincón y José Castañeda, consistía en un campo de concentración Nazi al estilo colombiano, donde había un encerramiento en contra de la voluntad de los enfermos, el cual tenía un acordonamiento de 2 km² con un enrejado de alambre de púas doble que delimitaba el sector de Agua de Dios, donde la única forma de entrar o salir era a través de uno de los siete retenes militares y policiales que se habían dispuesto para este fin.

Además, se dispuso de nuevas “cédulas” para identificar a los enfermos, puesto que al entrar al lazareto perdían todo tipo de condición de ciudadanos colombianos (incluyendo derecho a votar o a heredar), quienes no tuvieran tales cédulas debían adquirir un tipo de visa (igual a la que necesita para acceder a países como Estados Unidos o Rusia).

Foto: Evelyn Díaz.

En los primeros años del lazareto el único medio que lo comunicaba con la vecina localidad de Tocaima, era el Rio Bogotá, el cual era atravesado usando una canoa, o bien una tarabita o canasta que colgaba de unos cables, pero que era muy insegura. Según Gloria Rey y Efraín Oyaga, fue por eso que, en 1872, el gobierno del Estado de Cundinamarca otorgó permiso para construir un puente. Este puente es reconocido como “El puente de los suspiros”, y fue una de las primeras infraestructuras colgantes del país. Hay muchas historias y mitos entorno al puente: que se llama así porque quienes lo veían lo único que podían hacer era suspirar ante la magnitud de la obra, dicen algunos; que su nombre lo toma de los tristes suspiros que hacían las personas al dejar a sus familiares enfermos de lepra para que llegaran a Agua de Dios solos, dicen otros.

Lo que sí se sabe, es que el puente fue testigo de innumerables despedidas, no solo de familiares sino de vidas enteras que se dejaban atrás al cruzar por allí. En Europa también existió otro "puente de los suspiros", al cual los condenados a la horca debían atravesar antes de sufrir su condena definitiva, condena que, para muchos, era equiparable a vivir enfermo de lepra. Toda la estructura fue construida en hierro, pero el camino era de tablas que se dañaban con frecuencia.

En la actualidad las tablas fueron cambiadas por concreto, así como el puente (patrimonio cultural e histórico de la nación desde 2011) fue reemplazado por uno nuevo, con señalización y doble carril. Dejando relegado al Puente de los Suspiros al lado izquierdo de la nueva obra, de forma muy similar a como el Agua de Dios en el que estamos deja de lado el Agua de Dios de las épocas del Leprosario.

Moneda de 50 centavos Coscoja. Foto: Evelyn Díaz.

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Ya ha bajado un poco el sol en Agua de Dios, son las 3:00 de la tarde. En la casa rosada de doña Lolita suenan las canciones de Luis Alberto Posada a todo volumen, la puerta de la entrada está abierta permitiendo observar todo lo que pasa al interior. En la sala de estar se encuentran la señora Aurora Rodas (mejor conocida en el pueblo como doña Lolita) y una vecina, conversando muy fuerte sobre la novela que se emite todos los días a las diez de la mañana. Doña Lolita llegó a Agua de Dios cuando apenas tenía 6 años, debido a que su papá estaba enfermo de lepra y la policía trasladó a toda la familia desde Caldas.

Ahora con 90 años, recuerda cómo era este municipio cuando ella llegó a finales de la década de los 20: cuenta que era un pueblo muy sano y bueno, donde todo era barato, había mucha preocupación por el bienestar de los enfermos de lepra, abundaban los doctores y los buenos tratamientos, inclusive "uno podía dormir de puertas abiertas, podía dejar lo que fuera, y más bien llegaban y le golpeaban a uno para que entrara las cosas", dice.

Agua de Dios, al estar principalmente habitado por enfermos de lepra, se convirtió en un país aparte, con un ambiente social muy diferente, lo que permitió que todos los pobladores vivieran de forma tranquila, sin tener que preocuparse por aislarse o taparse, sin ningún miedo a ser rechazados. Este ambiente lo vivió José Ángel Alfonso, quien a sus 8 años fue diagnosticado con lepra (en la escuela en la que estudiaba en la época lo suspendieron por tener la enfermedad), llegó con 15 años a este Leprosario (tras haber pasado por el de Contratación). Él recuerda que sentía un gran anhelo por llegar a Agua de Dios, y que cuando finalmente se dio el encuentro, todo fue muy agradable y emocionante, la amabilidad y alegría de la población, así como la belleza de sus paisajes, lo dejaron impresionado.

Restaurante al aire libre en Agua de Dios. Foto: Evelyn Díaz.

-Ranchitos de paja, algunas casitas con tejas metálicas, calles destapadas pero llenas de árboles, pobladores caminando por doquier, un clima agradable que ayudaba al optimismo y a la buena energía- dice José Ángel.

Al ser prácticamente nueva nación, muchas cosas en Agua de Dios se manejaban de forma distinta; como por ejemplo el dinero con el que se movía la economía al interior de los leprosarios, la “Coscoja”, una moneda creada por el Estado para evitar el contagio de la enfermedad a través de los billetes. Otro elemento diferenciador es el estar “enfermo”, es muy normal escuchar a todos los habitantes del pueblo hablar de “los enfermos”, que no son otros que quienes padecen la enfermedad de la lepra, - cuando uno va a alguno de los tres hospitales que hay en el pueblo (Herrera Restrepo, San Vicente y Ospina Pérez) y el médico le pregunta ¿Usted es enfermo?, se está refiriendo a si uno tiene lepra, no ha si uno tiene diabetes, esclerosis, cáncer u otra enfermedad, sino solamente a si padece de ese mal- cuenta Carmen Leal, la dueña de uno de los puestos de bebidas junto al parque principal.

A los enfermos del Leprosario el Estado le suministraba precarios subsidios, llamados “Guayaba”, los cuales eran la fuente principal de ingresos en la zona. Con estos recursos se llegaba incluso a pagar por elementos ilegales, como lo dice María Teresa Rincón. Por ejemplo, se pagaba por el licor (prohibido en el Leprosario) que dos niñas vestidas igual comercializaban de forma ilícita en unas canastas, o los pagos que se hacían a un señor Pardo, que medía más de dos metros de estatura, quien se encargaba de sacar a los enfermos del lazareto (si eran discapacitados y los tenía que cargar la tarifa era más alta) a través del Reten de Barrero y los entregaba a sus familiares en Casa Blanca, en los termales de Nilo- Cundinamarca. Y así hay muchas características propias que hacían de Agua de Dios, algo más que un lazareto donde aislaban a los leprosos.

Pero hay cosas que no eran diferentes a otros pueblos de Colombia, como el fuerte arraigo religioso que tiene este municipio. Debido a que, en las primeras décadas del lazareto, fueron llegando diferentes congregaciones católicas, como los Salesianos y las Hermanas de la Presentación de Tours, quienes guiados por la caridad y la bondad que los caracterizaba, decidieron crear asilos, ayudar a los enfermos y brindar un acompañamiento constante. Fue así como la religión se estableció como un elemento vital en Agua de Dios, llegando al punto de que existan 21 capillas repartidas a lo largo del pueblo, una de ellas a una cuadra de la casa de doña Lolita, quien dice que en esas épocas todos eran muy creyentes e iban a misa casi todos los días, no solo para orar por los enfermos sino también para agradecer por lo poco que tenían.

Foto: Evelyn Díaz.

Quienes vivían al interior de leprocomnio no dejaban de vivir sus vidas por la enfermedad de la lepra. Según José Ángel, o mejor, el ‘Maestro’ José Ángel (como es conocido por casi todos los habitantes del pueblo) su vida en el Leprosario siempre fue muy animada, toda su juventud la vivió como una persona sana pues eran muy pocas las señales o molestias de la enfermedad. Ahora sentado en una silla de ruedas (debido a un accidente que afectó su cadera) e internado en el Albergue Boyacá (uno de los tres albergues para enfermos de lepra que aún existen en Agua de Dios) rememora cómo era él antes: “Un muchacho muy activo y guapo”, que hacía mucho ejercicio físico: caminatas, basquetbol, futbol y gimnasia. Doña Lolita, quien desde los 7 años fue diagnosticada con lepra, también dice que su vida siempre fue muy buena, le encantaba divertirse sanamente y sobretodo bailar, desde los 5 años bailaba con su hermano (quien también padecía la enfermedad y murió hace 20 años).

Ninguno de los dos fue ajeno a los amores juveniles. José Ángel cuenta que en el pueblo había muchas muchachas bonitas a las que les coqueteaba, el plan para conquistarlas era llevarlas al cine a ver películas mexicanas, vestido de gabardina blanca y sombrero, luego invitarlas a pasear por las calles. Doña Lolita, por su parte, dice que encontró el amor muy joven, y por eso a sus 15 años decidió casarse por primera vez, de esos tres años de matrimonio ella conserva muy buenos recuerdos –fue tan bueno que me volví a casar, aunque el segundo sí me salió un poquito maluco- dice en medio de carcajadas mientras acomoda su silla de ruedas. Ambos crearon toda una vida dentro del Leprosario de Agua de Dios.

En Agua de Dios poco a poco empezaron a surgir opciones de entretenimiento para quienes tenían que vivir toda su vida allí debido a su enfermedad, haciendo que la vida de las personas fuera menos dura. Se hacían campeonatos de varios deportes, se celebraban muchos eventos sociales y religiosos, con pólvora y parranda. Pero además se dio un espacio importante al arte. El Leprosario fue testigo de muchos artistas de renombre como Luis Antonio Calvo, Armando Rodríguez Jiménez, Agustín Álvarez, Leonel Moreno Manrique, José Olimpo Álvarez Sánchez y Adolfo León Gómez. De este selecto grupo también hizo parte el maestro José Ángel Alfonso, quien ahora con sus recién cumplidos 83 años, recuerda cómo logró llegar a ser reconocido internacionalmente con su arte (no solo con sus pinturas, sino además con su literatura) a pesar de que solo pudo estudiar hasta 4º de primaria, ya que el gobierno de entonces no permitía a los niños enfermos de lepra estudiar más pues –consideraban que era una pérdida de tiempo, que ya nosotros estábamos condenados en la vida a no ser nada-.

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El viento empieza a recorrer las calles del municipio, lentamente el sol se va escondiendo por el occidente del pueblo, justo al lado derecho de la catedral de Agua de Dios, ya son las cinco de la tarde. El atardecer viene junto con una sensación de tranquilidad y serenidad, son pocos los ruidos que se oyen, solo las hojas de las ceibas moviéndose al ritmo de las corrientes de aire y la lejana música de los puestos de bebidas cercanos al parque. Es imposible pensar que estamos en el mismo lugar donde hace unas décadas “cientos de personas caminaban dejando tras de sí pedazos de carne que caían de sus cuerpos”, efectivamente es imposible pensarlo porque nunca sucedió. La lepra siempre ha cargado con infinidad de mitos y miedos fomentados por el desconocimiento, se podría afirmar que, en el pensamiento colectivo de la sociedad en Colombia, la lepra sigue siendo “una maldición bíblica” que carcome a las personas y las deja convertidas en “muertos andantes”.

  Manos de Doña Lolita afectada por la lepra. Foto: Evelyn Díaz.

Gran parte del temor generalizado que se siente hacía la lepra es debido a su mención en varios de los libros de la Sagrada Biblia Católica. Según Amparo Baquero, quien hace parte de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, entre esas menciones, una de las más importantes y que más fomentó el aislamiento y estigmatización de los enfermos de lepra, fue en el Antiguo Testamento, Libro Levítico, Capitulo 13, donde se dedican 59 versículos a explicar cómo se reconoce y diagnostica a un leproso, además de afirmar en más de 20 ocasiones que la persona con lepra debe ser declarado impuro. Se hizo sagrado el aislamiento de los enfermos, así como la quema de sus prendas lavadas se convertía en una obligación para evitar el contagio de la maldición y la impureza.

Estas creencias y prevenciones en cuanto a la lepra fueron adquiriendo cada vez más credibilidad, debido a que los enfermos fueron usados como elementos para producir lástima y facilitar las donaciones a su favor o favor de terceros. Esto se evidenció en dos casos principalmente. El primero, para María Teresa Rincón, fue cuando llegaron las monjas pertenecientes a la Congregación de las hermanas de La Presentación, que, en los primeros años del leprosorio de Agua de Dios, empezaron a enviar cartas a sus benefactores europeos buscando ayuda para cubrir las necesidades de los enfermos y su tratamiento.

Para darle mayor impacto y ser más convincentes, decidieron exagerar la situación –pobres cadáveres andantes que al caminar se les cae la oreja, la piel y los dedos- decían en sus textos las monjas, como ellas eran casi que las únicas personas con quienes los leproso tenían contacto dentro del lazareto, todas las personas del exterior de Agua de Dios empezaron a creer en sus palabras. La segunda situación importante es el llamado arte de “petrolear”, que, según José Castañeda, consistía en el saber pedir, básicamente eran personas (por lo general sanas) que por medio de imágenes de los enfermos pedían donaciones caritativas (dinero, ropa o comida) a las personas de otras regiones para ayudar a los pobres leprosos de Agua de Dios, aunque en este caso los donativos por lo general nunca llegaban a quienes lo necesitaban.

 

Monjas de La Presentación con enfermos. Fotografía cortesía de Grupo Hijos de Agua de Dios.

Todo esto fue posible debido al desconocimiento y la falta de claridad que había (o mejor hay) en cuanto a la enfermedad de Hansen. Claudia Marcela Rojas Daza, directora del Centro Dermatológico Federico Lleras Acosta, explica que la lepra es una enfermedad producida por Mycobacterium leprae (conocida como el bacilo de Hansen), sí es contagiosa (no es hereditaria), pero se requieren una serie de condiciones para que se dé el contagio como lo son una convivencia permanente de entre 5 y 20 años con alguien que tenga el bacilo activo, malas condiciones de salubridad y defensas bajas. Sin embargo, en la actualidad es completamente tratable e incluso curable si se descubre en su etapa temprana. Cabe resaltar que la lepra no es una enfermedad que mate, pero sí afecta los tejidos, produciendo la muerte del nervio, haciendo que se pierda la sensibilidad y la capacidad de movimiento.

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La noche cae sobre Agua de Dios trayendo consigo una refrescante brisa. Los locales y negocios cercanos al parque principal aún tienen sus puertas abiertas. El puesto de raspaos que había al mediodía es reemplazado por un puesto de pizzas. Hay más personas caminando por las calles, hablando tranquilamente sobre cualquier tema, familias completas se sientan en los restaurantes a comer una deliciosa cena. Unas cuadras más al norte encontramos la “Zona Rosa”, donde cinco o seis bares iluminan la noche con sus luces de colores y su música bailable. El ambiente festivo inunda las calles, todos lucen alegres y animados. En definitiva, este no es el Agua de Dios al que Adolfo León Gómez se refiere en Las Noches de Agua de Dios: “Los que, en ensueños de amor, hacen de risas derroche, no saben lo que es la noche, de la Ciudad del Dolor”, porque Agua de Dios ya no es esa Ciudad del Dolor.

Si bien la lepra aún no está erradicada ni del pueblo ni del mundo, todo el estigma y el dolor que causó sí quedó en el pasado. Un pasado que, como dice Georgina Vélez (residente y fundadora del grupo Hijos de Agua de Dios), no se debe dejar de mencionar, sino que se debe tomar y hacerlo parte de la memoria histórica de Agua de Dios, para aprender de él y usarlo para impulsar el desarrollo del municipio. Agua de Dios siempre fue más que un Leprosario, más que una zona de aislamiento, ahora después de décadas de estar “maldito”, con orgullo, este municipio poco a poco se desprende de esos vestigios y se convierte en un Edén.

 

Cédula de Identificación al interior del Leprosario. Foto: Evelyn
Díaz.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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