Así es Kacha-Lote, la casa que respira arte

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La música es un lenguaje cultural y universal con la cual nos podemos hacer entender, al menos, en transmitir sensaciones. Nos transforma, puede acompañar cada situación en la que estemos. Disuelve la realidad y la convierte en un mundo de recuerdos, emociones y situaciones. Nos hace mover el cuerpo, aunque sea involuntariamente. Es un medio de expresión que no tiene límites.

Al realizar cualquier tipo de expresión artística, como hacer música o escucharla, nos ayuda a un desarrollo psíquico, emocional, creativo, nos da una capacidad de abstracción y análisis. En otras palabras, gracias al arte, podemos descubrir nuestro propio mundo interior y desarrollar la comunicación con los demás, apreciando el mundo que nos rodea.

 

Casa cultural Kacha-Lote

Era una tarde de domingo, nublada, cotidiana de la ciudad de Bogotá, a punto de que empezara a caer los primeros indicios de lluvia. El punto de encuentro es en la casa cultural Kacha-Lote, que queda ubicada dentro del barrio Bonanza, a cuatro cuadras hacia el sur de la estación de Transmilenio de la Avenida Boyacá con calle 80. Anteriormente, en el barrio Bonanza, hubo una gran cantidad de humedales y hectáreas inmensurables de vegetación. Este sector, está inmerso en la localidad de Engativá y su urbanización empezó en los años 60, específicamente, en 1965 por constructoras privadas.

Caminando hacia dicha casa, se ve que las estructuras no superan los cinco pisos de altura, es tranquilo y un poco desolado, tal vez por el día y el clima. Pasando la última cuadra, a lo lejos, se ve una iglesia amarilla llamada Parroquia San Silvestre, que es la pieza arquitectónica más llamativa que se puede ver a los alrededores. Camino sin darme prisa. El ambiente es húmedo, con un olor a eucalipto. Las casas son de diferentes colores, hay amarillas, blancas, verdes, azules, edificios negros de cuatro pisos y otras que dejan relucir el color del ladrillo.

Imagen de la artisita Montañera. Foto de Jorge Villamarín.

Al llegar a la casa cultural, a diferencia de las demás, es la única en la que emergen unas plantas que se pueden ver desde afuera. La vivienda es de dos pisos, blanca, con dos rendijas o ventanas de color café hechas de madera, y en la puerta principal, están pegados los afiches de los eventos próximos que se van a hacer dentro de la casa.

Sin embargo, lo que más la distingue, son los arbustos, donde predomina el color morado de las flores que brotan de las ramas. Son tan grandes que pareciera que se estuvieran comiendo a la casa, y a su vez, escondiendo lo que hay dentro de ella, puesto que, por la puerta y la vegetación, el interior y el segundo piso quedan sin ser vistos desde afuera.

Al tocar el timbre, abre un señor con gafas, aproximadamente de 1,70 centímetros de altura. Iba con unos tenis azules, una bermuda gris clara y una camiseta negra. Él es Luis Acosta, el dueño de la casa Kacha-Lote y uno de sus gestores. El recibimiento fue entre sonrisas, me estrechó la mano y, con una voz un poco aguda, me dijo que siguiera a la casa.

Al entrar, al costado izquierdo, en el patio que queda al frente de la casa, se ve la forma en la que crece los arbustos que se observan desde afuera, como si se tratase de un pequeño bosque dentro de un patio. A parte de la vegetación que se para con imponencia, al seguir el recorrido, se puede apreciar el parqueadero y el pasillo que se dirige a la puerta principal, aquella puerta que ha recibido diferentes propuestas artísticas.

Ya parado en la sala de estar, en la pared del lado izquierdo, se alza un árbol pintado de negro, donde el tronco nace en una esquina y sus ramas abarcan dos muros. Empieza desde el piso y termina en el techo. El retrato del árbol se percibe como si estuviera en el inicio de la primavera, donde empieza a crecer sus hojas en las ramas secas que se extienden por las paredes, adornado de luces que imitan dichas hojas en crecimiento.

Muchas de estas obras o decoraciones, como el árbol que está pintado en la sala, son hechos por Cavito Mendoza, una de las fundadoras de Sesiones Bajo el Árbol y actual gestora. Es ella quien acude a sus dotes y sus manos inquietas para rehacer o modificar el espacio. Lleva el pincel a las paredes y traza líneas que después se convierten en objetos con significados, como lo son algunos cuadros que están colgados en las paredes o la pintura en negro que retrata los brazos de guitarras y bajos.

Columna donde están pegadas las boletas de antiguas sesiones. Foto de Sergio Retavisca.

Cuando se sigue el recorrido, se puede dar cuenta que el árbol pintado no es lo único que llama la atención dentro de la casa. Hay cuadros que adornan todas las paredes del primer piso, todos con unas características diferentes. Algunos representan paisajes irreales donde se sale la textura del lienzo, otros, donde se ven animales salvajes pero con pequeños detalles que se salen de la realidad, como un leopardo azul que de fondo tiene el rostro de una mujer expectante y el entorno que los rodea es la galaxia o algo parecido.

Este tipo de pinturas tienen sus orígenes en un concurso que hizo la casa cultural, en el que invitaba a la comunidad a participar en dicho evento. Como este, tiene varios eventos realizados. Otro, fue el primer encuentro de mujeres creadoras, el cual iba del 15 al 20 de diciembre del 2019; allí hubo una exposición de artes visuales, artes escénicas, talleres, conversatorios, feria artesanal y demás.

Estos son proyectos que buscan promover el arte en la localidad de Engativá y el barrio Bonanza, aunque las puertas están abiertas para cualquier persona, solo necesitan tener una pizca de curiosidad por el arte. A su vez, tienen una unión con el Museo de Arte Contemporáneo, ubicado en el barrio Minuto de Dios, también en la localidad de Engativá. Dicha coalición, consta de diferentes movidas artísticas y culturales para hacer un circuito llamado Artiva, que busca conectar las iniciativas con espacios representativos de la localidad.

Entre la diversidad de actividades de la casa cultural, se encuentran exposiciones de fotografías, sesiones de yoga, noches de tango, cine bajo las estrellas (proyecciones de películas), club de lectura y una próxima actividad que se realizará dentro de poco, cursos de cocina. El arte es uno de sus ingredientes principales, la promoción y realización de estos eventos son su razón de ser como casa cultural.

Por donde quiera que se mire, hay algo que decora cada espacio de esta casa. Aun así, hay ornamentos que llaman la atención más que otros, como una columna que está en la sala, que de forma vertical, por una parte, tiene fotos y retratos de personajes reconocidos como Gustavo Cerati, John Lennon, Marilyn Monroe, Janis Joplin y Jaime Garzón. Sin embargo, la otra parte de la columna tiene una decoración más propia del sitio, ya que tiene pegados las boletas de los conciertos de Sesiones Bajo el Árbol. Cada boleta consta de ilustraciones de los artistas que se presentan el día del concierto. Este gesto artístico, también, es hecho por Cavito Mendoza, en la que la cara de cada artista se vuelve caricatura y un acto simbólico para este proyecto.

Concierto en el patio de la casa. Eli Moya y la Rivera Invisible. Foto de Luis Acosta.

Saliendo de la parte interior, de la casa al patio trasero, es donde ocurre la magia, es decir, los conciertos. Hay tres muros hechos de ladrillos que rodean el patio, y encima de estos muros, se levantan otras paredes de ladrillo que fueron pintados de blanco, para luego, retratar un ambiente marítimo con una mantarraya, un pulpo y un cangrejo. En la parte derecha del muro blanco, se ve pintado un mapamundi con un cachalote en la mitad del mar atlántico. Este dibujo hace alusión al clásico libro de Moby Dick e inspira el nombre de la casa cultural.

Después de apreciar cada espacio de la vivienda, mi interés se centró en las personas que estaban dentro de la casa, los cuatro integrantes del proyecto Sesiones Bajo el Árbol, quienes estaban sentados en la sala, esparcidos entre el sofá y las sillas de color negro. Sus nombres son: Jorge Villamarín, Cavito Mendoza, Luis Acosta y Daniela Manrique. Cada uno con una labor específica dentro del proyecto.

Estaban organizando los últimos detalles, una semana antes del próximo concierto, el cual fue el 28 de febrero del 2020. Se hallaban pactando los arreglos, la organización del evento, cómo se iba a difundir por las diferentes redes sociales y los últimos adornos que se iban a poner. Estaba Daniela Manrique, estudiante de Comunicación Social–Periodismo, trabajando desde el computador, Cavito Mendoza se encontraba de rodillas en el piso, haciendo una manualidad para complementar la mesa de centro que había en la sala, Jorge Villamarín y Luis Acosta estaban conversando.

“Hacíamos toques dentro de la casa, de bajo del árbol, de ahí viene el nombre”. Estas son las palabras de Cavito Mendoza para contar la historia de cómo empezó el proyecto. Jorge Villamarín y ella vivían donde hoy es la casa cultural. Su arrendatario era Luis Acosta, dueño de la casa. Todo empezó con la reunión de amigos dentro de aquella vivienda, pactando el encuentro para tocar música y luego disfrutar de su compañía. Sin embargo, con Luis Acosta queriendo regresar a vivir a su casa y acabado el contrato de arriendo, ellos sabían que era la hora de un cambio, pero sin querer dejar de hacer ese tipo de encuentros.

Un factor clave en la iniciación de este plan, fue la relación que tiene Cavito y Andrés Correa (cantautor de la escena independiente en Colombia). Puesto que fue él quien incluyó y acercó a otros cantautores que querían tocar junto a Cavito Mendoza. De esta forma, se unieron los hilos para la invitación de los cantantes a los conciertos. Gracias a esto, inicia el proyecto de Sesiones Bajo el Árbol en el 2015.

“Nos echó”. Entre el regocijo, sale a flote esta frase por Cavito, quien le dice eso a Luis Acosta. Todo en broma, sus risas se apaciguan y siguen con el relato. Después de haber abandonado la casa, viene a su cabeza la idea de que podrían hacer este tipo de conciertos y abrirlos al público, que, con incidente esfuerzo, quisieron inaugurar un espacio cultural para promover la música independiente. A Luis no le pareció mala idea y se dispuso a abrirle la puerta al arte.

 

Sesiones Bajo el Árbol

El día se disponía a culminar y la noche se asomaba en la ciudad de Bogotá. Había acumulación de transeúntes en las calles y en el transporte público, muy habitual a esa hora. Es viernes 28 de febrero. Mientras muchas personas salían de trabajar o estudiar para dirigirse a la casa, o a alguna parte para realizar actividades de ocio, en otro espacio se disponían a abrirle la puerta al público para que disfrutara de un concierto de música independiente. Sesiones Bajo el Árbol presentaba a dos cantautoras, Montañera (Colombia) y Laura Murcia (México).

El costo de la entrada es de 20.000 pesos por persona y de 30.000 por pareja, el 80% de lo que es recaudado va dirigido al pago de los artistas. Estos conciertos, en general, constan de dos invitados, uno internacional y otro nacional. Está organizado de esta manera para atraer un público bogotano que esté interesado en uno de ellos, y pueda, también, ampliar su conocimiento musical. De esta manera, da un reconocimiento a diferentes artistas de la escena independiente, que no tienen más que sus letras, sus instrumentos y su voz para llevar un mensaje a diferentes lados.

Aunque estos lugares son indispensables para las presentaciones del cantautor, los programas de streaming (Spotify, Apple Miusic, Deezer o Youtube) y la disminución de la importancia de la radio en la música, ha generado una popularidad nunca vista en la música independiente. En los países latinoamericanos, según el informe de la ONErpm, los ingresos han aumentado en un 50%, y en el mundo, sus ganancias se acercan a los 6900 millones de dólares.

La música, anteriormente, no era independiente a las grandes productoras para ser redistribuidas a gran escala. Gracias al internet y los lugares como Sesiones Bajo el Árbol, Andrés Felipe (estudiante de Trabajo Social, amante de la música) ha podido ver y conocer a dos de sus artistas favoritos. 

 La promoción del concierto en la puerta de la casa. Foto de Sergio Retavisca.

Tiene el pelo negro, largo y recogido, llevaba un buso rojo con una chaqueta azul y un jean de mezclilla. En la conversación que tuvimos en el patio de la casa cultural, menciona que tiene sentimientos encontrados. Alude a su voz gruesa y tenue para expresar que este sitio se ha vuelto su segunda casa. “Me ha enriquecido como músico y hace que empiece a escuchar las esencias de otros países”.

“Gracias a este tipo de espacios he conocido a dos de mis artistas favoritos, pero algo que me ha enriquecido como musico es acercarme a la pluriculturalidad que maneja estos eventos. Cada artista deja una pizca de las tradiciones de su país de origen que exporta con la música que hacen. Siento las energías del espacio. He conectado con cada musico que he escuchado, sus letras, sus historias y las voces me hacen transportarme a los pensamientos más profundos de mi cabeza. Disfruto cada momento en el que estoy aquí”, de esta manera, es como Andrés describe su experiencia en los conciertos de Sesiones Bajo el árbol.

La noche sigue transcurriendo, son las 7:30 p.m. Falta media hora para que empiece el concierto y la situación del barrio Bonanza no es distinta a la que expliqué anteriormente. Aunque la ciudad estuviera llena y su actividad nocturna apenas empezaba, el barrio es una zona residencial y sus calles se caracterizan por la ausencia de personas. Mientras se camina por aquellas aceras, en donde se levanta la mirada y apenas se distinguen locales abiertos, el viento regala una brisa fría que se estrella contra las hojas de los árboles, haciendo ese sonido particular que se hace más perceptible por el silencio que predomina en el sector.

Timbro y abren la puerta, de nuevo es Luis Acosta el que da el recibimiento. Las cosas han cambiado desde la última vez que estuve aquí, todo reluce con los bombillos pequeños que aluden a una festividad navideña. Al entrar, se ve que el sofá ya no está acomodado en la sala, sino en la parte frontal de las puertas corredizas de vidrio, que son para entrar al patio. Las sillas están organizadas frente a la tarima, en donde estaba el sofá. Claro está que los conciertos siempre son en el patio, pero debido al clima, de posibles lluvias, este se tuvo que hacer dentro de la casa. No es la primera vez que pasa.

Todavía no inicia el concierto, mientras las personas hacen de este lugar un espacio conocido; lo exploran, lo miran, le toman fotos y se toman fotos en él. Ahondan en mirar cada detalle que está en la casa, sus obras artísticas, las manualidades que están en la sala y las luces que se mueven en el patio como si fuera una discoteca. Sin embargo, el detalle que se lleva la mayor atención es el escenario que está montado y esperando a que los artistas se apoderen de él. Está dotado de un sintetizador, una consola, un amplificador y un micrófono, el cual tiene un enredadera de plantas artificiales.

Se distinguen otras pequeñas luces que adornan el árbol pintado que está detrás del escenario, estas son blancas y alumbran intermitentemente, dejando una mayor visualización del escenario. Es en esta parte tan importante para cualquier artista (el escenario), donde se deja de lado los sentimientos de inseguridad y salen a lucir las habilidades. Se demuestra el trabajo que se hizo por meses y a veces hasta por años. Se alza la voz para que se escuche lo que en un momento solo pudo ser un pensamiento efímero, pero que después de un tiempo, muta para volverse la letra de una canción.

 Imagen de la artista Laura Murcia. Foto de Jorge Villamarín.

Luz, cámara y acción. El concierto está a punto de empezar, Cavito Mendoza que estaba con unas media veladas, una falda de cuadros rojos y una chaqueta de cuero, se sube al escenario para darle la entrada a Montañera, una artista colombiana que esta presentado su proyecto en solitario. Las 20 personas que asistieron al concierto van tomando asiento, se reparten entre las sillas y el sofá, los demás, que no alcanzaron a sentarse entre estas dos, se sientan en el piso.

Al terminar la primera presentación, se crea un espacio de descanso de quince minutos mientras la artista baja sus instrumentos y libera el campo para la siguiente cantante. Todos charlan, conversan y compran comida que se hace dentro de la casa, una comida casera que va desde tamal, envueltos y aromáticas, hasta empanadas y cervezas.

Al pasar los 15 minutos, se sube Laura Murcia al escenario, y a diferencia de Montañera, ella solo está acompañada de su guitarra. Los aplausos no cesan hasta que ella empieza a cantar sus canciones, aquellas que versan sobre lugares imaginarios que fueron inspirados por los diferentes paisajes que ha visitado la cantante. 

Al terminar el concierto, los dos artistas se han quedado y se abre un pequeño espacio para que se pueda interactuar con ellos. Muchos, en este lapso, van a buscar a Montañera y a Laura Murcia para pedirles fotos y conversar con ellas. Todo este ambiente se torna cercano, las personas pueden tener un espacio más íntimo con los cantautores.

Ese momento lo aproveché para hablar con Laura Murcia, que me aclara las diferencias de tocar en la sala de alguien a tocar en un espacio más grande y con más personas. “Siempre es especial porque se genera una dinámica de cercanía que en otros lugares no pasa”. Este tipo de espacios, para ella, es un llamado a las personas para que atiendan a lo presente, a lo que está sucediendo más cerca.

Sebastián Franco, que es un animador gráfico y músico, abre una discusión de lo que es estar en esta situación con uno de sus artistas favoritos. Mientras todos hablan, se ríen y comen, esperando a que empiece la segunda presentación de la noche, Sebastián me cuenta su anécdota con un cantautor que vino a ver en uno de estos conciertos. Se llama Rodrigo Carazo, es argentino.

Tarima montada en la sala d e la casa. Foto de Sergio Retavisca.

“El concierto fue el 25 de noviembre del 2017, vimos a un muchacho que se llama Rodrigo Carazo, ha sido uno de los mejores conciertos en los que he estado acá, por todo lo que el tipo hizo. En esos momentos me puse a pensar, que, como cantante, fue una inspiración para que yo quisiera arriesgarme a hacer este tipo de presentaciones en algún momento de mi vida, el estar cerca de los espectadores y ver que no nos separa nada. Me llena en muchos aspectos haber podido compartir este espacio con él”.

Dentro de las curiosidades, después de que terminó la presentación de ese día, hablé con una joven llamada Laura Ruiz, que también había asistido a ese concierto de Rodrigo Carazo. Laura tiene los ojos profundos de un color oscuro, su cabello es castaño claro y su voz es aguda y baja de tono, pero afinada. Su sensación fue la misma, pero su experiencia fue más detallada debido a que era la primera vez que venía a este sitio. Conoció el lugar con unos amigos con los que quería formar una banda y con los que compartían los mismos gustos musicales.

El primer detalle que le pareció acogedor fue el árbol que está pintado en la sala, ese que lo adornan las luces de color naranja. Ese sentimiento entrañable que le inspiraba la casa, la hacía imaginar tener un espacio similar cuando ella viviera sola, un lugar en el que pueda tener la libertad de transformarlo y que lo pueda llenar de música, tranquilidad y arte por cada pequeño espacio. 

Ella recuerda un olor a aromática de agua de panela que impregnaba el ambiente de la casa, recuerda las historias que cantaba Rodrigo Carazo mientras hacía sonar su guitarra, recuerda la anécdota que les contó a los espectadores sobre una canción que escribió. Esa canción que compuso cuando sintió que estaba conversando con un pájaro. “La historia que nos contó, fue de un águila que dejó de volar por creer que ya no podía hacerlo. Así fue como compuso una canción que dice: ave que sabe, sabe que sabe, volará. Yo creo que de alguna forma todos podemos volar y soñar si pensamos que es posible”.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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