Así es mi vida, entre el dolor, el llanto y la sonrisa

Nací el 23 de mayo de 1991 en la clínica San José, acá en Bogotá, cuando la ciudad se vestía de pantalones anchos y camisas de colores, cuando se tenían amenazas de bombas constantes, el año de la Asamblea Nacional Constituyente, del programa Zoo-ciedad de Jaime Garzón y su humor, del inicio de la telefonía móvil, de Los Victorinos y de la reina más querida por Colombia: Paola Turbay. Pero yo hasta ahora abría mis ojos para contemplar que mi historia no tendría nada que ver con esas cosas. 

Viví la mayor parte de mi infancia en el barrio Gran Yomasa, de la localidad de Usme en el sur oriente de la ciudad. Aquella casa donde viví es propiedad de mi padre Julio Vicente Páez, la construimos cerca de un potrero grandísimo y lleno de pasto donde los conejos comían hasta cuando no podían más y que años más tarde nos robaríamos uno que otro con mis hermanos. Yo soy la hija mayor y a veces creo que eso ha sido muy frustrante para la vida de papá, porque él quería a un varón como su primer hijo, pero la vida le dio no solo uno si no dos varones, Yhon y Julián, mis hermanos menores.

Esa casa aún hoy en día es de mi papá, yo la recuerdo, de izquierda a derecha, llena de polvo, de colores grisáceos y de obras inconclusas las cuales se combinaban con el frio de Usme para congelarnos hasta los huesos, años más tarde se cubrirían de rojo sus pisos y estos llenos de cera apestarían el lugar con aquel particular olor que aún recuerdo. Cerca de la casa había una tienda, donde sin falta mi madre Pricila Delgado nos compraba algo para el fiambre de cada día, esa tienda también era dueña de un olor particular, una mezcla extraña entre gelatina, dulces, azúcar, comida, no lo sé, recuerdo con agrado que olía a tienda.

Pero no puedo decir que mis recuerdos de ese intento fallido de hogar sean en general mágicos o magníficos, todo lo contrario, desde que mi historia comienza en la panza de mi madre esta casa se convierte en un espacio donde mi padre demostró que los monstros existen, y lo peor, es que son humanos. Mi papá se enteró de que mi madre se encontraba en cinta y por presión social se vio en la obligación de casarse con ella, así que el dio por sentado que mi madre, yo y mis hermanos éramos de su propiedad, objetos nada más, que nunca lo abandonarían hiciera lo que hiciera. Cuando mi madre estaba en gestación él la encerró en esta casa, alimentándola solamente de sopas, mi tía de vez en cuando, por debajo de la puerta, le pasa algo más de comer, un yogur, un pan, una leche, algo que alimentara ese bebé que en su interior crecía y que hoy cuenta esta historia.

Así que comenzó mi escape de la realidad. La verdad no es que me gustara mucho estudiar, pero estando en el colegio mi realidad era distinta, mejor para ser sincera. Entonces me esfuerzo mucho porque el amor hacia la educación empezó a brotar de manera natural; También lo hizo la tartamudez que me acompañó por gran parte de mi infancia, y gracias al esfuerzo de algunos de mis profesores, ahora es tan solo un recuerdo. Me sentía muy feliz en el colegio y con mis profesores, siempre me esforcé por entregar mis trabajos a tiempo y, sin saberlo, aprovechaba mi tiempo de tal manera que podía tener, por ratos, otro tipo de realidad.


 En mi infancia las únicas ocasiones que vestía como mujer era para las fotos, de resto me vestían como a un niño.

Ahora que lo recuerdo, siempre he intentado escapar y la vida me ha dado muchas opciones para lograrlo. La biblioteca pública La Marichuela abrió sus puertas en agosto de 1993, muy cerca de mi casa, en Santa Librada, para ser más específica, y allí, sin saberlo, comenzaría mi relación con estos espacios llenos de páginas, historias, personajes, películas, imágenes, autores; mejor dicho, un mundo con millones de mundos en el que pude y aún puedo ser libre.

Este espacio grande, ordenado, limpio, lleno de otros niños como yo, era mi cita sin falta todos los sábados, ese día se proyectaban películas para niños, y para que mi mamá nos dejara ir, recuerdo claramente hacer todo el aseo que nos fuera posible a mis hermanos y a mí, porque al llegar mamá y ver que todo estaba en orden y limpio, podíamos salir corriendo por las calles empinadas que decoran a Usme y llegar a tiempo para ver películas con héroes, princesas, brujas, amor y fantasía sin fin.

Lorena es una gran amiga de infancia que me dio junto a mis hermanos la oportunidad de conocer cosas maravillosas que de otra manera no hubiéramos podido. El primer computador que utilicé en mi vida era de ella, y es fascinante evocar el recuerdo de las tardes en que podía verla jugar en aquel aparato extraño, esperando con ansias mi turno para poder usarlo. Ella es hija única y esto le daba, en la infancia, ciertas comodidades que en mí no causaban envidia sino admiración total, su casa era el polo opuesto a la mía y esto en realidad me gradaba, podía escapar y de qué manera. Ella llegó a Usme cuando iniciábamos el grado tercero y al verla sola, desubicada, sin amigos, nació en mi cara una sonrisa para que ella se sintiera mejor, este gesto fue el causante de una amistad que hoy en día aún prevalece.

Fueron dos años de grandes recuerdos, de descubrir cosas nuevas, de ver cómo unos padres sí pueden dar amor a su hijo y eso me hacía feliz, así no fuera yo quien recibiera ese amor. Le agradezco demasiado a Lorena por permitirme descubrir un nuevo y mejor mundo, pero claro, la situación puede ser peor, no mejor. Estábamos en vísperas de comenzar un nuevo siglo, y como era costumbre en la casa, cada fin de años nos dispusimos a comprar mucho pan y acomodarlo en una caja para ir al Tolima, de donde es mi mamá, allá les encantaba que nosotros llegáramos con aquella caja, recuerdo que mis primos y mis abuelos decían que era un pan delicioso.

Nadie conocía el plan de mi mamá y cuando nos enteramos ya era demasiado tarde, ella decidió escapar de mi padre ¿Y qué mejor excusa que ese tradicional viaje a fin de año? A papá no le gustaba ir, entonces todo encajaba de maravilla, pero lo que más me dolió fue que me alejara de mis hermanos. Mis abuelos fueron los que me acogieron en el paradero del que eran dueños, este está ubicado en la vereda de Tetuancito, y a Yhon y Julián les tocó irse donde una tía en Ibagué que prometió cuidarlos. La comida marcó mi estadía en ese lugar porque recuerdo demasiado el olor a sangre con el cual me despertaba los sábados, ya que como de costumbre mataban un cerdo. Yo alguna vez presencié aquel espectáculo, y en realidad, me parecía que era armónico, creo que carecía de maldad o bueno, la manera como el abuelo lo hacía.

En mis 27 años de vida he recibido más de 50 medallas por honores académicos y deportivos. 

El paradero siempre estaba lleno de abarrotes, jabón, papel higiénico, granos, arroz y claro está, también mucha cerveza. Mi abuelo, en un buen o mal momento, decidió convertir aquel paradero en una gallera los días sábados en la mañana, ya en la noche, sería una cantina. Yo era niña de nueve años, pero bastante alta, y por los comentarios de los hombres, también muy bella, entonces mi abuela me dio uno de los consejos más valiosos que recibiría en mi vida. Escuchábamos Radio Recuerdos de Caracol Radio, la frecuencia era 850 AM y  sonaba de fondo mientras atendíamos en el paradero, ella me miró muy fijo a los ojos y dijo - Mija, no le vaya aceptar cartas de amor a nadie, por nada del mundo lo vaya hacer, si usted acepta una carta de amor es como si usted aceptara a quien se la dio- Mi cara demostraba cierta incertidumbre, mi inocencia no me permitía ver en realidad el deseo que esos hombres traen consigo y con sus cartas, aun así tomé la decisión de olvidar por voluntad propia el leer, claro está que aquello simplemente fue una excusa para nunca recibir esas cartas.

Una madrugada cuando ya llevaba un buen tiempo en aquel lugar verdoso, húmedo, acompañado de muchos animales y de árboles de guayaba que lo aromatizaban todo, llegó por sorpresa un par de muchachos que le pidieron permiso a mi abuelo para dormir allí. Yo en aquella época no entendía muy bien quién era quién, guerrilla, paramilitares, hasta el mismo ejército, para mí todos eran iguales. Pasaban constantemente pidiendo información los unos de los otros, pero nunca tan temprano, mi abuelo accedió pensando inocentemente que por mucho serían cinco personas las que se quedarían, así que pueden imaginar nuestra cara de sorpresa y de miedo cuando empezaron a llegar y desplomar sobre el piso decenas de costales y camas primitivas donde uno a uno ocupaban todo el espacio del patio, los pasillos y hasta las habitaciones.

Yo hacía mi mayor esfuerzo por conciliar el sueño junto a mi abuela, me costaba mucho porque la habitación estaba llena de personas, algunas me decían –Vamos guerrillera, vámonos de aquí- Creo yo que era una invitación para unírmeles, pero solo los ignoraba. Desgraciadamente no pude ignorar cómo, al lado de mi cama, los gritos de desesperación de una mujer salían de su boca, mientras un hombre invadía su ser saciando su instinto animal. Al cualquiera traumaría aquel momento, yo debía seguir.

La finca contaba con la compañía de una quebrada, donde mi abuelo decidió poner el baño, cerca de allí, también estaba un lavadero gigante donde yo me podía bañar cuando el sol no me daba muchas opciones para refrescar el cuerpo. Aquel día varias muchachas que acompañaban a ese grupo de hombres también se bañaron en las aguas de la quebrada, y unas pocas, hicieron de aquel un lavadero gigante. Yo di una vuelta por la finca, necesitaba distraer el miedo que me acompañó ese día y me quedé viendo a ese grupo de mujeres, porque sus caras de satisfacción al poder mojar sus cuerpos, llenarlos de jabón o quitar la espuma que el shampoo producía en sus cabellos no era normal, para ese momento pensé que tal vez hace mucho tiempo no podían disfrutar de un baño como ese, hoy en día pienso exactamente igual.

Ese día aquel grupo compró de todo en el paradero, hasta entraron donde se criaban los marranos y vieron a una que estaba muy gorda ya, así que se la compraron a mi abuelo, ¿recuerdan que les dije que mi abuelo mataba los marranos de una forma que era armónica? Pues tenía toda la razón, aquellos hombres vestidos de camuflado y con botas de caucho, tomaron en sus manos una pica y se la clavaron en la frente a la marrana, sonó un alarido espantoso y ese animal se desplomó.

En la ceremonia de graduación me otorgaron la mención de honor a mejor puntaje en la prueba Icfes de toda la institución.

Por fin llegó la hora de que esos hombres se fueran, y cuando cruzaron la puerta para no volver, la paz invadió el paradero y a todos los que allí vivíamos. Los días siguientes transcurrieron con normalidad hasta que, como lo dije anteriormente, las cosas pueden ser peor y no mejor. Mi padre convenció a Yhon y Julián de que volvieran con él a Bogotá, para lograr su objetivo, les dijo que todo estaba cambiando, que tendrían lo que nunca habíamos tenido, bicicletas, juguetes, computador, en fin, el cielo en Usme. Ellos en su inocencia accedieron.

Mi papá me llamaba constantemente para que yo también accediera, mi temple era mucho más verraco, así que no accedí con facilidad, pero mi amor y ganas de proteger siempre a mis hermanos me obligaron a volver. Él me llamó un día diciendo que mis hermanos se habían caído de una terraza y que se quebraron hasta el hueso doscientos seis del cuerpo, mi angustia fue inmediata y le rogué a mi mamá de todas las maneras posibles que volviéramos, que yo necesitaba saber que ellos estaban bien, entonces ella accedió y aquí empieza otro capítulo de mi vida.

Para el mes de octubre volvimos a Bogotá, pero no a vivir con papá. Nos mudamos a Juan Rey en la localidad de San Cristóbal sur, pero muy cerca de Usme, tanto así que cuando volvimos con mi padre a Usme, continué mis estudios en esta parte de la ciudad. Para continuar en el colegio distrital Federico García Lorca me hicieron un examen porque en mi estadía en el paradero tuve que dejar de estudiar, menos mal lo pasé y continué como si ese tiempo en el Tolima no hubiera pasado. La situación era difícil en la casa ya que se percibía una normalidad frente al abuso y el mal trato, y esto me estaba enloqueciendo, necesitaba escapar y lo necesitaba pronto. La vida de nuevo me lo permitiría.

El colegio me brindó una manera de poder canalizar los sentimientos de rabia e ira que mi cuerpo cargaba como un Cristo cargando la cruz; el baloncesto entró a mi vida para alojarse en ella y así poder escapar de mi realidad. El profesor Juan Manuel Carreño vio en mí un potencial para este deporte por mi estatura, y accedí a jugar, la verdad me fue muy bien, tuve muchos triunfos y la experiencia fue grandiosa, en cada partido mis pensamientos solo se centraban en el juego, no existía nada más.

La iglesia me permitió estar ocupada también, después de hacer mi primera comunión, años atrás, me vinculé al coro y así encontré otra manera de ser libre por ratos. Paso del coro a ser acólita del padre Rafael, él era un señor que cuando lo ves, enseguida piensas que es un malhumorado, tenía cara de pocos amigos, como se dice comúnmente, de puño. A medida que el tiempo pasó, él y yo nos hicimos muy amigos, tanto así que él me obsequió mi propia alba, atuendo con el cual los acólitos nos vestimos para celebrar la eucaristía. También tuve la oportunidad de volver a la biblioteca la Marichuela, y así sumergirme entre las páginas de sus libros que mil historias guardan.  

En la ceremonia de graduación me otorgaron la mención de honor a mejor puntaje en la prueba Icfes de toda la institución.

Transcurrieron los años y yo crecía, pero como si los problemas fueran mi reflejo, ellos también lo hacían. Yo me la pasaba en mi casa, en la iglesia, en el colegio, jugando baloncesto y en la biblioteca, vivía el día a día. En una ocasión estaba con mis hermanos y compartíamos un momento con Lorena y sus padres, salimos a caminar y ellos compraron para todos, unas cañas, pan dulce cubierto de crema blanca y relleno de ariquipe, recuerdo que ni siquiera las pudimos probar cuando a lo lejos vi a mi padre caminar, le entregamos las cañas a Lorena y salimos corriendo con la esperanza de que no nos hubiera visto.


Todo fue tristeza cuando le conté a mi amiga que mi madre había tomado la decisión de irnos de Usme, la idea era irnos a un pequeño apartamento que hacía parte de la casa de una tía, ubicado en Bosa La Paz, suroccidente de la ciudad de Bogotá. Ese sería nuestro nuevo hogar. En un abrir y cerrar de ojos ya estábamos viviendo allí, aunque yo seguía estudiando en Usme, así que ahora vivía gran parte de mis días en los buses donde por lo menos no tenía que pensar en mi realidad; pero esta ruta de escape no fue del todo buena, ya que mi cuerpo no pudo soportar aquel trajín diario que desató en mí problemas de azúcar y gastritis. Viendo esta situación tomé la decisión de pedir mi traslado y el de mis hermanos a un colegio que estuviera más cerca de casa, lo logré, por eso al iniciar mi último año de educación básica hice parte del colegio Manuel Cepeda Vargas en Bosa.

Por aquella época mi situación no era nada fácil, yo trabaja haciendo aseo en casas, y para poder conseguir estos trabajos, caminaba desde Bosa hasta el Tintal. Mi madre, en su necesidad humana, estaba siempre acompaña de hombres a quienes ella permitía su ingreso a nuestro hogar; pero nunca olvidaré al mueco, feo, desaliñado y con pantalones salta charcos de Erwin, jamás entendí mi madre qué vio en aquel hombre que se asemejaba más a un espanto que a un ser vivo, y cuya única posesión era una moto que al andar hacía más ruido que tres tractores juntos; además, tiempo después, nos enteramos que él tenía una familia y que su señora era sorda y muda.

Su recuerdo me provoca repulsión. Una tarde me encontraba sola en la casa, mi madre llamó demasiado angustiada, repetía, casi sin aliento, que me fuera, que saliera ya mismo de esa casa porque él sabía que yo estaba sola y me iba a violar. Colgué, tomé algo de ropa, me puse una sudadera, sobre mi cabeza estaba la capucha de aquella prenda de vestir y salí sin ningún rumbo a deambular en medio de la noche, a esperar la madrugada y volver a ese lugar con la esperanza de que ese hombre ya no estuviera más.   

Finalmente, mi educación básica culminó y yo quedé en un momento de no saber qué hacer con mi vida, necesitaba estar ocupada y poder trabajar para tener algo de dinero. Pasaba un día al frente del colegio Claretiano de Bosa con Jhonatan, un gran amigo de ese último año de colegio, nos enteramos de que la Secretaría de Educación estaba implementado un programa en alianza con la Corporación Unificada de Educación superior CUN, en la cual al cumplir ciertos requisitos nos beneficiaría con una beca completa para los estudios de técnico y tecnólogo en la carrera que se escogiera. Jhonatan y yo nos postulamos para el programa de Hotelería y Turismo, tristemente, él no se vio beneficiado, pero a mí, en cambio, me dieron la oportunidad de tener de nuevo un espacio en el cual podría escapar.

He sufrido desde mi adolescencia de ansiedad y en algunas ocasiones he estado medicada.


Terminaba el ciclo técnico del programa con bastante esfuerzo, ya que trabajaba en la mañana y en las noches estudiaba; en ocasiones, Morfeo vencía mi voluntad y caía en sus encantos en plena clase, además, mi madre en reiteradas ocasiones me dijo –Usted se está prostituyendo- cuando en realidad lo único que hacía era buscar una manera de superar mis obstáculos. Abrirían una convocatoria para realizar las prácticas en el área de bienestar, más específicamente en la parte de biblioteca de la CUN; me postulé y obtuve el puesto, las bibliotecas de nuevo decían presente en mi vida y allí trabajé un corto periodo conociendo gente que ahora quiero mucho, como Sonis, una mujer ya madura que me enseñó muchas cosas positivas.

A mis compañeros les conté mi historia, tal cual como lo hago ahora por medio de estas letras, tal vez todas esas anécdotas que me ocurrieron y construyeron les impactó, porque una compañera se acercó a mí y me dijo que un familiar estaba arrendado una pieza, era una oportunidad para el escape perfecto de mi realidad, accedí a ser yo la dueña, al menos por momento, de aquella habitación. Sonis se alegró de mi decisión, siempre alabó la verraquera con la que enfrentaba mi vida y no dudó en regalarme una cama, y así empecé a cultivar un patrimonio, que más allá de lo material, era sinónimo de libertad.

Doña Clema entraría a mi vida como una figura materna que tomó un lugar en mi corazón para quedarse allí por siempre. Ella, quien me arrendó la pieza, fue quien me dotó de consejos, regaños, cariño y una vida distinta, tenía a alguien para contarle qué me pasó durante el día, era muy gratificante para mí. Esa habitación dentro de un apartamento ubicado en el Perdomo, muy cerca de la estación de Transmilenio bautizada homónimamente, se convirtió en mi hogar.

Las prácticas acabaron y yo necesitaba seguir trabajando, la ciclovía y otro bello espacio lleno de libros llegarían a mí. Entrar en el programa de guardianes de ciclovía no fue tarea fácil, pero tampoco fue un imposible, además, la cicla me apasiona, era la situación perfecta. Con este momento vivido llegaron amigos que aún son parte de mi vida, trabajadores de una pequeña tienda de reparaciones de ciclas, en donde le confiaba a mi fiel compañera de dos ruedas para arreglar sus daños. Los conocí a todos y hasta tuve con ellos mis primeras borracheras, el gusto a la pola era inminente.

Al mismo tiempo ya era parte de la biblioteca Virgilio Barco, ubicada en el occidente de Bogotá, este bello espacio lleno de libros, experiencias, un restaurante, un jardín, ciclorrutas y muchos parqueaderos lo inauguraron el 21 de diciembre del año 2001. Empezaría trabajando como recepcionista, haciéndome muy amiga de los usuarios, que en su mayoría son de la tercera edad, y de los vigilantes de las instalaciones. Creo que todos mis compañeros de la biblioteca me reconocen por mi sonrisa, y hasta Arelis, sabe que así sea un poco acelerada y me haga muy amiga de los viejitos, he sabido cómo llegar hasta donde estoy. Un hombre de altura media, canas en su poco cabello y con un muy buen semblante, se volvería una figura paterna para mí sin saberlo. Don Alvarito venía casi que diario a la biblioteca, y me percaté de eso, le informaba siempre de los eventos, pero para que no faltara, siempre recalqué que además del evento había onces y siempre estuvo.

Actualmente vivo en el municipio de Soacha en un apartamento de mi propiedad.


Un día necesitaba pagar mi semestre de universidad, entonces él me hizo el favor, era bastante dinero y la desconfianza brotó naturalmente en mí, pero me dije que él tenía más que perder si su conducta no era correcta. A Dios gracias me equivoqué, en las horas de la tarde llegó con el recibo de pago y yo lo esperaba con una amistad sincera, la cual se convirtió en casi un amor de hija a padre, él está siempre ahí, con consejos y apretándome las tuercas cuando lo necesito, o bueno, don Alvarito dice que a veces lo necesito. Él me contó historias de su juventud y con esto logró motivarme para que comprara algo que en realidad fuera mío. De las decisiones que he tomado, separarme de doña Clema para vivir en mi propio espacio, fue de las más difíciles, a veces cuando estoy tumbada en mi cama, dentro de mi casa, me pesa no verla a diario y me siento sola, pero después de todo lo vivido, es necesario que sepan que por fin soy feliz, camino a mi ritmo, con mi historia encima y las consecuencias de todo lo que he hecho y dejado de hacer. Esta soy yo, además me falta mucho por vivir y por contar.  Soy Ángela Viviana Páez Delgado; cada recuerdo, cada anécdota y cada sufrimiento dibujan una sonrisa en mi rostro y me llenan de entusiasmo para mirar al futuro con confianza.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

Institución de Educación Superior sujeta a inspección y vigilancia por el Ministerio de Educación Nacional.