Carlos Andrés Gil, la vida sobre dos ruedas

A la par que se levanta la neblina que cubre el paisaje boyacense en la madrugada, lo hacen también un sin número de jinetes que cabalgan caballos de acero por las montañas del departamento. Unos visten ruana y sombrero, otros llevan puesto maillots [camiseta especializada para ciclismo] como los que se ven en las grandes competencias europeas. Los más pequeños llevan su morral al hombro. Todos ellos han optado por las bicicletas como medio de transporte predilecto.

No es casualidad que, al escuchar con atención, se pueda percibir el sonido de los cambios, cadenas y engranajes de las ciclas que, diariamente, circulan por las calles y carreteras de Boyacá. Muchos de estos jinetes tienen la inspiración de sus coterráneos, aquellos que han escrito la historia del ciclismo colombiano a nivel internacional.

El municipio de Paipa, adornado por ancestrales aguas termales, reúne numerosos ciclistas en casi cada semáforo, tienda o panadería. Es un ir y venir, un desfile de cascos que pasan por las cercanías de la plaza central. Un niño se acerca a la catedral, se persigna y se dispone a emprender su ruta. En la dirección opuesta se ve pasar a un hombre mayor cuya ruana ondea cual capa de superhéroe. En aquel encuentro esporádico, convergen dos generaciones movidas por un una pasión en común: el ciclismo.

No muy lejos de la plaza central está la casa de la familia Benavides, en la que pareciese, fiel a las tradiciones de su municipio y a su legado generacional, que los más pequeños aprenden primero a pedalear que a caminar, así lo afirma Luis Antonio Benavides, quien desde su juventud presentó fascinación por las bielas y ha inspirado a la nueva ola de ciclistas en su familia.

 

Un amor heredado

El 28 de abril de 1997, las verdes praderas de Paipa vieron nacer a Carlos Andrés Gil Benavides, en cuya sangre, como si fuera una característica genética transmitida en el ADN, se encontraba presente la fascinación por el ciclismo.

Carlos Gil, su padre, creció escuchando las transmisiones de la Vuelta a Colombia, celebrando las victorias de Lucho Herrera y Fabio Parra y las hazañas de estos dos escarabajos en tierras europeas. A su vez, el señor Carlos creció viendo a su padre, el señor Marcos Gil, transportarse en su bicicleta, lo que lo inspiró en su juventud a practicar ciclismo de manera recreativa. 

Este deporte también tiene antecedentes en su familia materna. Gloria Benavides, su madre, heredó el amor de Toribio Benavides Díaz, su padre, quien a lo largo de su vida ha sido un fiel seguidor de esta disciplina que ha incrustado las banderas de Colombia y de Boyacá en los más importantes podios internacionales.

Así pues, Andrés Gil Benavides nació en medio de ruedas, cascos y gafas de ciclismo. Creció viendo la constancia y determinación de su tío Luis Antonio Benavides, un hombre cuya contextura física evoca la de los más potentes escaladores, así como su compromiso, que hace recordar a los más reconocidos campeones. 

Al mismo tiempo que crecía en Andrés su interés por el ciclismo, también lo hacía en sus primos Sebastián, Julián y Diego Molano Benavides. Ellos se enamoraron viendo a Gabriel Molano, su padre, competir en diferentes carreras de la categoría Senior Máster. 

Diego, el menor de los hermanos Molano, recalca que la familia siempre ha tenido una estrecha cercanía con el ciclismo, siendo aficionados y también practicantes. Afirma también que el hecho de crecer asistiendo a las competencias de su padre y su tío, viendo sus fotos en carreras y teniendo, desde niños, una estrecha cercanía con las bicicletas, de cierta forma forjó el futuro de su familia.

De izquierda a derecha: Mónica Gil, Sebastián Molano, Julián Molano y Carlos Andrés Gil. Desde pequeños, esta familia disfruta jugar con indumentaria de ciclismo. Foto: Archivo personal Gloria Benavides.

 

El primer encuentro

El 24 de diciembre del 2003, mientras muchos niños esperaban encontrar debajo del árbol de navidad un balón de fútbol o un carro a control remoto, Carlos Andrés Gil Benavides, con tan solo seis años de edad, soñaba con encontrar un caballito de acero. Sus padres Carlos y Gloria lo sabían, y con esfuerzo decidieron cumplir aquel anhelo de su hijo. No se imaginaron que en aquella festividad, más allá de una bicicleta, le habían entregado a Andrés lo que sería el gran amor de su vida. 

Con el paso de los días el amor de Andrés y su fiel compañera de tonalidad azul se fortalecía cada vez más, las calles de Paipa veían el pelotón de la cantera perteneciente a la familia Benavides pasearse de arriba para abajo con sus pequeñas bicicletas, saltar por los andenes de la plaza central y caerse muchas veces en el intento. 

Cuando Carlos Andrés no estaba montando en su bicicleta, estaba “cacharreándole” y conociendo más sobre aquel complejo artefacto, según cuenta su padre, quien rememora la dedicación con la que Andrés cuidaba su cicla y el esfuerzo que depositaba en mantenerla limpia. Su madre recuerda que Andrés no podía ir a ningún lugar sin su compañera, hasta el punto de empezarla a usar como medio de transporte para movilizarse hasta su colegio, una imagen que rememora los inicios de escarabajos como Nairo Quintana.

 

El primer amor no se olvida

Cuando Carlos Andrés se acercaba a su etapa de preadolescencia, por motivo del trabajo de su padre, él y su familia se trasladaron a la ciudad de Bogotá. Andrés se percató de que las dinámicas de la ciudad eran totalmente diferentes, sus padres ya no se sentían seguros permitiéndole ir al colegio en su bicicleta, pues sabían que al pisar el asfalto bogotano la delincuencia estaría siempre al acecho. 

Su paso por la capital lo fue alejando, poco a poco, del que fue su primer amor. La bicicleta azul en la que dio sus primeros pedalazos le fue quedando cada vez más pequeña, lo que sumado al hecho de no poder salir mucho en ella por la inseguridad de la ciudad, generó que su interés por el ciclismo quedara arrumado por un momento en el cuarto del olvido, junto a su pequeña bicicleta.

Sus padres se percataron de la situación, a pesar de lo duro que pudo ser para ellos, decidieron que lo mejor para Andrés sería regresar a su natal Paipa para vivir en compañía de sus abuelos. Ellos sabían que estaban tomando la decisión correcta, por esto trataron de sobreponerse al dolor de tener lejos a su hijo, todo por su bienestar.

Con trece años cumplidos, Carlos Andrés volvió a la tierra que lo vio nacer, crecer y enamorarse de las bielas. Allí se encontró con que sus primos se habían encaminado aún más por el ciclismo. Motivado por este ejemplo, Andrés manifestó su deseo de acompañarlos en alguno de sus recorridos, a lo que Julián respondió: “Hágale, nos vamos un día los dos”. Andrés recuerda que para aquella ruta le pidió prestada la bicicleta de ciclomontañismo a su tío Luis y, sin importar que esta le quedara grande, emprendió con mucha motivación su recorrido en compañía de su primo. Aquel día el camino los llevó hacia la finca de sus abuelos, recorrido que Andrés asumió como un reto, pues jamás se había enfrentado a una distancia de tal magnitud.

A medida que los pedalistas de la familia Benavides se abrían paso entre una carretera que se alzaba durante diez kilómetros, Andrés recordó la sensación que lo invadió la primera vez que montó en una bicicleta. La alegría y la sensación de libertad se mezclaron con el éxtasis y la adrenalina, lo que reavivó su amor por este deporte, que no había muerto, simplemente se encontraba dormido.

La habilidad que tiene Andrés para la reparación de bicicletas lo ayudó a sortear cualquier dificultad que se presentara en sus entrenamientos. Foto: Angie Garay.

 

Pedaleando por un sueño

El reencuentro de Andrés con las bicicletas fue una inyección de motivación que lo impulsó a entrenar con más constancia y dedicación. Cada tarde, después de terminar su jornada escolar, Andrés salía a entrenar y a continuar fortaleciendo sus habilidades como deportista, en compañía de sus primos y algunos compañeros.

Entre risas, Andrés recuerda que a los cuatro días de empezar a entrenar con disciplina, se llevó a cabo la Clásica Nacional de Ciclismo en la ciudad de Paipa, una competencia muy popular en el departamento. Andrés contempló la posibilidad de participar, ya que a los paipanos no se les cobraba la inscripción. Carlos Andrés lo consultó con sus primos, quienes lo motivaron a intentarlo diciéndole que era el momento preciso para perder el miedo a competir y a enfrentarse a otros deportistas, además, le insistieron que esa experiencia le sería muy útil para aprender a andar en grupos grandes. 

Con una bicicleta prestada, Andrés se dispuso a esperar la señal que daría inicio a su primera carrera de ciclismo. Las mismas calles de Paipa que lo habían visto crecer, enamorarse de las bicicletas y, entre golpes y raspaduras, aprender a dominarlas, lo veían romper sus miedos para enfrentarse a una competencia de trascendencia municipal y departamental.

Andrés sabía que se estaba enfrentando a corredores más experimentados que él. Cuando ya habían transcurrido, aproximadamente, cuatro vueltas de aquel circuito, la falta de nivel empezó a pasarle factura, las piernas comenzaron a quemar, el pecho a arder y su boca sabía a sangre. Debido a las dinámicas de la competencia, para evitar que por la acumulación de competidores se presentaran accidentes, los jueces iban descalificando a los seis últimos corredores de cada vuelta y, a causa de las molestias que venía presentando, Andrés fue eliminado.

En el momento fue una amarga experiencia, pero ahora Andrés lo recuerda con gracia. Aquel incidente lo ayudó a centrarse aún más en sus entrenamientos, le hizo entender que si quería ocupar un podio, tenía que seguir preparándose. 

La motivación que recibió de Luis Benavides, su tío, fue fundamental en esta etapa. Siempre le inculcó que para dedicarse al ciclismo se requería, más allá de la pasión, mucha disciplina, constancia y fuerza de voluntad para renunciar a la vida que cualquier joven lleva: a los amigos, las novias, el alcohol y la comida chatarra. Sacrificios que Andrés estaba dispuesto a hacer con tal de ver su sueño materializado.

Carlos Gil, al ver el compromiso de su hijo con este deporte, decidió apoyarlo para que él pudiera conseguir una buena bicicleta que lo acompañara en sus entrenamientos y futuras carreras. Sus padres, tal y como lo habían hecho siete años antes aquella navidad, trabajaron con esfuerzo. Gloria y Carlos, a pesar de la distancia, siempre apoyaron los sueños de su hijo y esto se materializó en una bicicleta de ruta, marca GW, en carbono.

Ya con una bicicleta propia, Andrés hizo toda la gestión para poder vincularse al club de ciclismo Lanceros de Paipa. De la mano del empeño y el apoyo de su familia y su club, empezaron a llegar las primeras victorias. Al año y medio de estar dedicado de lleno al ciclismo, se presentó la oportunidad de competir en Moniquirá. En cada competencia Andrés tenía el apoyo de sus primos, quienes corrían a su lado, y de su tía Blanca Benavides, quien asumió el rol de madre ante la ausencia de su hermana Gloria.

Durante el recorrido de 83 kilómetros desde Paipa a Moniquirá, Andrés no se sentía bien. Diego recuerda que su primo se sentía mareado y que se lo manifestó al momento de estar en los corrales, antes de iniciar la competencia. Ya en el ruedo Andrés pensó en retirarse, pero el apoyo que recibió de Julián y Diego y la idea de querer hacer sufrir un rato más a sus oponentes, lo impulsaron a “meterle caña”. Cuando Andrés fue consciente de lo que estaba pasando a su alrededor, se percató de que había sacado una amplia ventaja y decidió aprovecharla para llegar en solitario a la meta. Así, fugado, ganó su primera carrera. 

Recuerdo de su paso por el Campeonato Nacional de ciclismo en pista, que se llevó a cabo en Bucaramanga. Foto: Archivo personal Andrés Gil.

La victoria en Moniquirá fue el debut de un deportista que empezaría a abrirse paso en podios y competencias a nivel regional y nacional. Andrés recuerda que su meta fue siempre lograr participar en los Campeonatos Nacionales de Ciclismo. Diariamente pedaleaba con la convicción de abrirse camino en medio de un deporte con tan buenos adversarios, poniendo en práctica los consejos de su tío, cuyas palabras siempre fueron: “Entrene hasta que vea candelillas, hasta que la boca sepa a sangre”, recalcando que era esa la única forma de sacar provecho a cada entrenamiento.

Llegado el 2013 el esfuerzo se materializó y dejó ver sus frutos: Andrés fue convocado para participar en los Campeonatos Nacionales de Ciclismo de Ruta y Pista, los cuales se disputaban en Barrancabermeja y Bucaramanga. Allí, Andrés participó en la categoría juvenil y tuvo la oportunidad de mostrar su destreza sobre las bielas, enfrentándose a adversarios como Álvaro Hodeg, cuando ambos tenían dieciséis años. Este año representó mucho en la carrera de Andrés y trajo consigo el mayor reconocimiento que obtuvo en esta etapa, el galardón como tercer mejor deportista del año en Paipa. 

Mónica Gil, su hermana, recalca que aquellas victorias fueron fruto de las largas jornadas de entrenamiento que a diario tenía su hermano, quien no vivía la mayor parte del día sobre sus pies sino sobre dos ruedas. Mónica atesora, como sus mejores recuerdos, las carreras en las que acompañó a su hermano. Aún permanece latente en ella el cúmulo de sensaciones que la invadía durante cada competencia, la angustia de la espera, el sinsabor de la derrota y el orgullo que se apoderaba de ella tras cada victoria.

 

Lo que un diciembre regaló, otro diciembre se llevó 

Mientras las calles de Paipa se vestían de rojo, verde y blanco, haciendo alusión a la llegada de las fiestas decembrinas del 2015, Andrés se encontraba esperanzado con la llegada de un nuevo año, en el cual tendría la oportunidad de ascender a la categoría sub 23 y estaría más cerca de tocar las mieles del ciclismo profesional.

Limpia, con ruedas en carbono, ciclo computador empotrado y cadena engrasada; la bicicleta GW Flamma estaba lista y a la espera de la segunda competencia que Andrés correría, en forma de empalme, con la que sería su siguiente categoría. Con anterioridad, Carlos Andrés había preparado a su fiel compañera, para que juntos recorrieran los terrenos que se empezaban a abrir para él.

El 19 de diciembre, con su cicla lista para la carrera que se correría el día siguiente, Andrés se dirigió a la Bicicletería los Búfalos, lugar donde laboraba en el área de reparación y mantenimiento de ciclas. Allí, Andrés ponía en práctica sus conocimientos empíricos sobre las bielas, aquellos que adquirió gracias a la curiosidad que, desde muy niño, estos artefactos causaron en él. 

Mientras el Sol se empezaba a esconder detrás de las montañas que enmarcan la ciudad de Paipa, Andrés se dirigía de regreso a casa con el fin de arreglarse para un matrimonio al que él y su familia habían sido invitados. Al llegar a la puerta de aquella vivienda, ubicada en una calle inclinada, que fue el primer puerto de montaña que este ciclista coronó, Andrés no se imaginó que lo que encontraría dentro de la edificación le cambiaría la vida que, hasta ese entonces, llevaba. 

Al avanzar por el largo y oscuro pasillo que desemboca en un patio, observó en el suelo unos audífonos que él recordaba haber dejado al interior de su habitación, esto generó en él un estado de alerta. Inmediatamente ingresó a su habitación y se dio cuenta de que su bicicleta, la que en la mañana dejó perfectamente organizada, no estaba. Su primer pensamiento fue que se la habían escondido, creyendo que aquel suceso era parte de una broma pesada jugada por sus primos o su tío. 

El vacío de no encontrar su bicicleta lo invadió, empezó a buscar desesperadamente en cada una de las habitaciones de la vivienda, pero lo que halló le heló aún más la sangre. Se encontró con una de las imágenes más caóticas que ha visto a lo largo de su vida, cajones volcados, armarios desordenados y ropa en el suelo. Al ver esa escena, Carlos Andrés llamó a su tío para preguntar por su bicicleta, al comentarle la situación, su tío, que ya presentía lo que había sucedido, le pidió que buscara la de él, una Cannondale todoterreno negro con rojo. Al buscar, Andrés se percató de que esta tampoco estaba en la vivienda. 

Andrés conserva el trofeo de deportista del año, con el que fue galardonado como el tercero en la categoría de ciclismo masculino en 2013. Foto: Angie Garay.

Andrés entendió que habían sido víctimas de un robo y se dio cuenta de que los ladrones habían entrado a la vivienda por el patio trasero, para sacar las bicicletas por un muro de dos metros que colindaba con un lote vacío. A plena luz del día y en una ubicación central y concurrida, nadie vio nada. Estos hechos se convirtieron en parte del 24,1% de hurtos a viviendas que se dieron ese año con la modalidad de saltar tapias, muros, terrazas o tejados. También hacen parte del 29,3% de los hurtos a residencias que ocurrieron entre las doce del mediodía y las seis de la tarde, según lo indica la Encuesta de Convivencia y Seguridad Ciudadana realizada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), para evaluar el índice de criminalidad que tuvo lugar en el 2015.

A 181 kilómetros de distancia, los padres de Andrés se encontraban disfrutando de los alumbrados característicos del mes de diciembre, pero al momento de escuchar la voz de Andrés quebrantada y cargada de impotencia narrando lo ocurrido, se derrumbaron. Sabían lo difícil que iba a ser para ellos conseguir rápidamente una bicicleta nueva con características similares a la que había sido hurtada, que en ese momento se encontraba avaluada en seis o siete millones de pesos.

En medio de la impotencia que se apoderó de ellos por estar lejos y no poderle brindar el apoyo que en ese momento requería, su reacción fue intentar, por cualquier medio, localizar las bicicletas. A través de una publicación en la red social Facebook, su madre promovió un mensaje y unas fotografías, con la esperanza de que alguien las hubiera visto. Sus familiares, amigos y allegados mostraron empatía con la situación, preguntando por Andrés y compartiendo dicho mensaje, sin embargo, nunca se obtuvo ningún indicio del paradero de las ciclas.

Carlos Gil, con su mirada cristalizada, afirma que aquel evento fue como arrojar a la basura todo el proceso que su hijo había venido realizando, y añade que al día de hoy, casi cinco años después, el sentimiento que sintió aquella tarde aún aflora con el mismo dolor. Gloria Benavides, con su voz entrecortada, sostiene que el robo marcó la vida de toda la familia que, por un momento, se alejó de aquel deporte que significaba tanto para ellos. 

Dos semanas completas duró Andrés encerrado en su habitación sin comer y casi sin dormir, en aquel momento sus primos fueron el pilar que no le permitió derrumbarse. El círculo cercano que apoyó desde siempre el proceso deportivo de Andrés fue fundamental para ese momento complejo. Así lo explica Daniel Trujillo, licenciado en Educación Básica con énfasis en Educación Física, Recreación y Deportes, quien a lo largo de toda su trayectoria profesional se ha centrado en el área de entrenamiento deportivo en diferentes categorías y niveles competitivos. 

A pesar de que sus primos contaban con una bicicleta adicional y la pusieron a disposición de Carlos Andrés, él sostiene que no se sentía cómodo trabajando con un material ajeno, lo que ocasionó que, progresivamente, Andrés renunciara al deseo de dedicarse profesionalmente al ciclismo. En medio de lo difícil que fue aquella situación, Andrés y la familia decidieron ver aquel evento de forma positiva. Diego sostiene que "Dios mueve las cosas según sus planes", tal vez el ciclismo traería alguna consecuencia más difícil para la vida de su primo, tal y como fue su caso, con una caída que lo obligó a alejarse definitivamente de las bielas.

El robo de su bicicleta partió en dos la vida de Carlos Andrés Gil Benavides, pero también le permitió asumir la situación de la mejor manera, sobreponiéndose al dolor. Encontró en los triunfos de sus primos la forma de seguir manifestando su amor por el ciclismo, nada logró apagar su amor por el deporte que le permitió soñar en grande, que lo hizo enamorarse de los paisajes de su tierra, conseguir las más duraderas amistades, aprender a trabajar en equipo, vivir las mejores experiencias y enriquecerse en cada kilómetro recorrido. 

Andrés ahora turna las ruedas de la bicicleta todo terreno, que compró con dos años de ahorros, con las herraduras de los caballos que cuida con esmero. Disfruta alternar el galope de los equinos, con el sonido de los cambios de su bicicleta y, aunque la dinastía no está completa, Andrés ríe y llora con las victorias y caídas de sus primos, quienes se han encargado de llevar el nombre de su familia a los podios de grandes competencias de ciclismo.

Andrés mantiene una buena relación con las personas que laboran en la Bicicletería los Búfalos, donde él trabajó un tiempo. Foto: Angie Garay.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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