Diario de un vendedor de fruta, un testimonio del trabajo informal en Cartagena

La economía del rebusque, arraigada en la cultura laboral de Cartagena, es uno de los alicientes para el aumento del trabajo informal en esta ciudad; pero este no es el único inconveniente que tiene La Heroica para generar empleos formales. Conozca la historia de Guillermo Puertas, un vendedor de fruta que desde niño recurre a las dinámicas económicas de la calle para huir del desempleo.

Como si se tratara de un niño sentado en el piso, organizando los juguetes de su habitación, observo a Guillermo Puertas contabilizando y ordenando sus productos, los cuales serán vendidos el día de hoy “con la ayuda de Dios”, como él mismo me indica, cuando me acerco a darle los buenos días.

Aunque la imagen me parece graciosa y evoca mi infancia, me permite confirmar las duras condiciones que componen el empleo informal en Cartagena de Indias. En esta ciudad  es común que los vendedores no cuenten con un espacio mínimamente adecuado para ubicar la mercancía o no se les brinde todas las garantías de salubridad; estas falencias hacen que trabajadores como Guillermo pierdan competitividad y confianza con sus clientes, más ahora, con la pandemia del covid 19.

- ¡Patrón, buenos días! - me responde Guillermo. 

Inmediatamente me lanza una mandarina para que la consuma, y me aclara que esta fruta es una fuente importante de vitamina C, necesaria para esta época de lluvias y virus en la ciudad. 

A sus 40 años de edad, Guillermo Puertas es un mulato amable y de carácter dócil. Es originario y residente del corregimiento de Bayunca, ubicado al norte de la capital del departamento de Bolívar y siempre está dispuesto a dar una mano. En su lugar de trabajo nunca usa jeans, camisa o zapatos, siempre viste de camiseta, pantaloneta, tenis o chanclas. 

Aun cuando su vestimenta desafía las normas de presentación formal, Puertas cuenta con la confianza de aquellos que son sus clientes; sus camisetas sencillas no han sido esto un impedimento para vender sus productos. Desde los ocho años de edad, “Guille”, como frecuentemente le llaman sus amigos y clientes, ejerce como vendedor informal de frutas y verduras. Inició con su madre en el mercado de Bazurto, ayudando a cargar los pesados bultos de plátano y naranja, dos de los productos más apetecidos en aquella plaza de mercado, que más allá de su informalidad, representa lo majestuoso de la cultura caribe y las negritudes, a quienes el exsenador de la república  Vicente Blel Saad, condenado por parapolítica, alguna vez llamó “negros flojos”.

Puertas tiene tres hijos: Guillermo David, el mayor, que tiene diecisiete años, Guillermo Luis, de trece, y el menor, Ever David, un niño de ocho años. Es padre cabeza de hogar y vive en la casa de su madre, la señora Catalina Martínez. No terminó el bachillerato, pero eso nunca le impidió desarrollar cierta habilidad para los números; Puertas cuenta con una destreza matemática admirable, fruto de su experiencia como vendedor. 

En nuestro país, la venta estacionaria o ambulante de frutas y verduras cobra trascendencia por el hecho de ser una labor históricamente importante para las familias colombianas. Cada región ha participado activamente, aportando conocimientos para la consolidación de un mercado que, aunque es informal, es de primera necesidad, según indica el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).

Los medios de carga de fruta y verdura son tan variados, como los productos o las mismas personas en este lugar. Fotografía de Saddam Daniel’s.

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Este mercado representa conceptos fundamentales en la economía del país. La inflación y los  Índices de Precios al Consumidor (IPC), por ejemplo, son regidos por los productos considerados de canasta básica familiar, los cuales son ofrecidos a diario por Guillermo Puertas, lo que confirma la envergadura e importancia del tema a tratar. Según cifras del informe Cartagena Cómo Vamos 2019, cinco de cada diez cartageneros devengan sus ingresos de un empleo informal. Esto se ve reflejado en el orden tributario, la reducción de la productividad, la invasión al espacio público, las finanzas de los cartageneros y su calidad de vida. 

Para Guillermo, llevar un pan a la casa y sacar a su familia adelante, son las razones que hacen que día a día, con toda la disciplina necesaria, se despierte a las 2:30 de la madrugada para iniciar su jornada laboral, puesto que muy temprano debe dirigirse al ya mencionado mercado de Bazurto, donde adquiere al por mayor las frutas y verduras, que posteriormente vende en el barrio Bocagrande. 

- ¡Entre más temprano, más bacano! - exclama Guillermo.

- ¿Por qué? - le consulto.

- ¿Cómo así, patrón? Entre más temprano, tengo más opciones de comprar los productos más frescos y a mejor precio.

Sonrío habiendo entendido lo que Guillermo me acaba de explicar, le doy un apretón de manos como una forma de felicitarlo y por un momento ignoro las normas de bioseguridad, propias de la época. Mientras continúo caminando a la estación donde tomo el transporte para dirigirme al trabajo, pienso que es apenas  obvio que salga tan pronto y con tanta prisa, porque así funcionan las plazas de mercado a nivel nacional.

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Lunes, 5 de octubre.

Visito a Guillermo Puertas en el corregimiento de Bayunca, situado entre la vía al mar y la troncal del Caribe; ambas líneas conectoras de las ciudades de Cartagena y Barranquilla recrean un borde al caserío, que en la actualidad y a falta de un censo oficial, cuenta con aproximadamente 20 mil habitantes.

El recorrido inicia en el barrio Bocagrande a las 2:00 a.m. cuando mi amigo de infancia Saddam Daniel’s, a quien contacté a última hora para que me diera una mano, pasa a recogerme. A Daniel’s lo invité con la promesa de garantizar un buen desayuno, la gasolina de su automóvil y los respectivos créditos en el trabajo. La idea era que me ayudara con el transporte y las fotografías. Partimos a eso de las 2:15 a.m. desde uno de los extremos más turísticos de la ciudad y llegamos rápidamente a poco antes de 3:00 a.m. al corregimiento de Bayunca.

A las 3:10 de la mañana, mientras nos adentramos al corregimiento, nos topamos con una gigantesca y espesa bruma que nos asusta un poco. Aunque la visibilidad es escasa, debido al fenómeno natural, el alumbrado público no mejora el panorama, todo lo contrario, su apariencia es propia de un pueblo fantasma. Gracias al punto de referencia: cantina “El Rincón Vallenato”, que previamente Puertas nos ha indicado, encontramos rápidamente a Guillermo, ubicado en la entrada del establecimiento portando el tapabocas, su pantaloneta, los tenis, un suéter y un morral. 

-¡Patrón! ¿Estamos listos? - Pregunta Guillermo.

- Listo Guillermo, pero antes indícame dónde está ubicada tu casa - le respondo.

- Patrón, esa que está después del taxi que se encuentra ahí parqueado.

Doy un vistazo hacia el lugar que Puertas me señala con las manos y observo a lo lejos, entre la capa de bruma que aún permanece en el pueblo, una casa trajinada por el tiempo. Le pido que me lleve, pero él se rehúsa y afirma que su mamá, sus hijos y esposa “están en los brazos de Morfeo”. La penumbra creada por la naturaleza y reforzada por la baja del alumbrado público, me da pie para preguntarle a Guillermo Puertas: ¿Qué tal la experiencia con Electricaribe? 

El mercado de Bazurto ofrece pescado, carne, frutas, ropa y arte, y es tan importante como el Castillo de San Felipe. Fotografía de Kevin Schmalbach.

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- El servicio de electricidad es malo, muy malo. Se va la luz a cada rato y la potencia es bajita. También recuerdo que mis abuelos contaban historias de cómo iluminaban o combatían la oscuridad. Ellos utilizaban cenizas de carbón, maderas y otros elementos para iluminar las terrazas, calles o frentes de sus casas. Al interior de las viviendas, lo hacían con mechas.

Empezamos el recorrido por las calles del corregimiento, que en su mayoría son destapadas, y vamos hacia un paradero popular de las rutas de transporte público: PEMAPE y Bayunca. En menos de 10 minutos subimos al primer bus que llega; así inicia todos los días la rutina de Guillermo: con un recorrido de aproximadamente 55 kilómetros diarios, incluyendo el trayecto de regreso. 

- Mi amigo Saddam va detrás de nosotros en su auto, con su amigo Kevin Schmalbach, que también se decidió a acompañarnos.

Desde el inicio, y durante todo el trayecto, me sorprende el orden y la música instrumental que pulula en el ambiente. Es todo lo contrario a lo que me esperaba, sin embargo, mientras me lleno de detalles, observo a un hombre que me mira en la distancia. Se trata de Carlos Castro, un señor delgado que está sentado justo detrás de las sillas disponibles, cerca del lugar donde nos ubicamos Guillermo y yo. Castro toca el hombro de Guillermo y casi le murmura:

- ¿Guille, qué? ¿Mario’ Nuevo?  Dile al cachaco que me ayude con dos “barras” (dos mil pesos), voy pa’l mercado a hacer una vuelta…

Luego de un poco más de 30 minutos, a eso de las 4:15 a.m., Guillermo me explica la situación de Carlos Castro. El sujeto se había robado dos gallinas y esperaba venderlas por, aproximadamente, $12.000 (doce mil pesos) o máximo $15.000 (quince mil pesos) cada una, pero al regresar a su pueblo fue reprendido por los “cívicos”, un grupo compuesto por pandilleros de vieja data o “vieja guardia”, encargados de impartir justicia y orden ocupando el puesto de la policía, que por allá es escasa.

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A medida que ingresamos a la plaza de mercado, puedo percatarme de inmediato que Guillermo Puertas cuenta con el respeto y el aprecio de cuanta persona se encuentra en el lugar. Seguramente los apodos más llamativos del globo terráqueo están aquí, porque a nadie lo llaman por su nombre, al contrario, tienen más distinción aquellas personas con los sobrenombres que hacen apología a los animales y las partes íntimas de los seres humanos.

Poco a poco entro en confianza, en medio de todas esas personas que trabajan a un ritmo frenético. Una joven vendedora de fresas me dice: 

- ¡Cacha, a la orden, ricas y frescas fresas, para que prepares un jugo como le gustan a ustedes! – Lo de cachaco estoy convencido que es por mi apariencia física.

Mientras Guillermo avanza en su compra, Kevin, Saddam y yo, nos encontramos maravillados por todo lo que nuestros ojos observan. Puertas comienza a relacionarnos con distintas personalidades, asegurando que los debemos conocer: mayormente se trata de comerciantes al por mayor, provenientes del interior del país. 

Las etnias o poblaciones con mayor influencia en esta plaza de mercado son las comunidades afro de la región, los “Chinos”, provenientes del municipio de Chinú, departamento de Córdoba, conocidos por vender tinto en la zona turística de Cartagena. Dada la situación migratoria, también hay algunos “Venecos”, como son llamados los ciudadanos provenientes del vecino país. Los cartageneros rasos son los propietarios de los negocios más humildes y ocupan los puestos de trabajo más precarios; mientras que los Cachacos, Vallecaucanos, Paisas y Santandereanos son dueños de las bodegas de distribución, de camiones atiborrados de todo tipo de alimentos y de la administración de la seguridad de la plaza, donde grupos al margen de la ley se enfrentan a los problemas inmediatos. 

Ruta de transporte intermunicipal, este fue el bus que abordamos junto a Guillermo cuando íbamos para el mercado de Bazurto. Fotografía de Kevin Schmalbach.

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Aparentemente, las autoridades distritales y departamentales no hacen nada para vigilar esta situación, sobre todo teniendo en cuenta los nefastos antecedentes que de la nación tras la creación de estructuras paramilitares en todo el territorio nacional. Según afirma un señor que me presentó Guillermo, proveniente de Bogotá, a quien por motivos de seguridad reservo su nombre: 

- “Acá existen mafias y muy poderosas. Aquí no se ven hurtos u otro tipo de delitos comunes en las áreas urbanas, pero sí existe la extorsión, la usura y, por ejemplo, para usted meter en la madrugada un camión de cualquier producto, más que el dinero, necesitas de ciertas influencias y contactos”.

Terminado el primer recorrido, nos juntamos en el comedor de “Mayo”, la reconocida dueña del restaurante donde nos disponemos a probar el delicioso menú: un exquisito plato de bocachico fresco, yuca “harinosa” y guarapo bien frío. Al finalizar nos despedimos y partimos hacia Bocagrande.

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Son las 6:00 a.m. y Guillermo ya se encuentra en su lugar de trabajo. No cuenta con espacios idóneos para la conservación de los productos, por eso debe ubicarlos en el piso, en los andenes, debajo de los árboles o utilizar cualquier otro método que le permita salvaguardar la mercancía. El semáforo vehicular, que detiene los autos entre la carrera tercera con calle 10, justo  donde se construye una de las edificaciones más polémicas de la ciudad de Cartagena, diseñada por el experimentado arquitecto uruguayo Carlo Ott, es el mejor aliado de Guillermo. 

Entre las 11:30 de la mañana y las 2:00 de la tarde, cuando el semáforo permanece en color rojo, los residentes del sector y los visitantes son tentados por los productos que ofrece Guillermo, quien en dos zancadas y media está frente a los vehículos que allí se encuentran. Algunos bajan los cristales para poder realizar la compra de un aguacate o de cualquiera de las jugosas frutas de Guillermo. Él, sincronizado con el tiempo del semáforo, atiende a sus clientes haciendo gala de una destreza de malabarista, con la que manipula con habilidad y cuidado cada uno de sus productos.

Las edificaciones que rodean el escenario, junto a algunos árboles y enormes palmeras, que se ubican a los lados, crean por un par de horas un lugar fresco y sombreado, ambiente necesario en esta ciudad para realizar cualquier actividad. La calle 10, entre carreras segunda y tercera, del barrio Bocagrande, es un lugar estratégico para los residentes del vecino barrio de Castillogrande porque esta intersección les permite acortar el tiempo y la distancia para dirigirse de manera práctica hacia sus destinos, principalmente aquellas personas que viven o trabajan a orillas de la bahía de Cartagena. 

En el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) aún no está definido si Bocagrande es un barrio turístico, residencial o comercial; sorprendentemente, estos factores se constituyen en fortalezas para actividades como las realizadas por Guillermo, permitiéndole aprovechar ese vacío y devengar unos ingresos. 

Bodega de “Patillas”. Todavía conserva la vieja estructura de la década de 1970. Fotografía de Kevin Schmalbach.

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“Inclemente” es la palabra con que Guillermo Puertas se refiere al clima, especialmente al sol. El asfalto caliente y la humedad condicionan de manera considerable esta actividad y sus estrategias comerciales. “El Corralito de Piedra”, como es reconocido el distrito turístico y cultural de Cartagena, posee uno de los ambientes más cálidos y húmedos del planeta: tiene una temperatura promedio anual de 30°c, con humedad relativa de un 90%, en un contexto climático tropical. Aquí el sol está en su cumbre dos veces al año, hacia principios de mayo y finales de agosto. Cartagena tiene la ventaja de no ser golpeada de manera directa por huracanes que sí afectan a otras capitales caribeñas como La HabanaSanto DomingoCancúnKingstonMiami y San Juan. La razón de ello es que la ciudad está situada más al sur y hace parte del continente sudamericano, lejos de los pasillos huracanados. 

Teniendo en cuenta estos atributos climatológicos, en el pasado algunos conserjes de los edificios residenciales del sector le daban una mano a Guillermo guardando la mercancía en lugares óptimos para su cuidado y conservación; pero este año, luego de varias juntas de residentes y copropietarios, estos últimos tomaron la decisión de negarles esta ayuda a los vendedores como Guillermo, e incluso amenazaron con despedir del trabajo a los porteros que no obedecieran la orden.

La cuadra donde estamos mide setenta metros de largo con quince metros de ancho, aproximadamente. Puertas aprovecha sus dimensiones sobreponiéndose a todos los obstáculos, con ello, mantiene viva una labor que se ha preservado varias generaciones.  Como en tiempos de antaño, además de no contar con las condiciones mínimas de un empleo digno (prestaciones en salud y pensión, entre otros factores), Guillermo debe enfrentar constantemente la persecución de las autoridades. 

El pasado lunes 21 de septiembre, mientras me disponía a tomar el transporte a tempranas horas de la mañana para asistir a un compromiso laboral, fui testigo presencial de la imposición de un comparendo por parte de dos patrulleros de la policía, quienes se basaban en el artículo 140 del Código de Policía del año 2016. 

Tal como señaló la Corte Constitucional en el expediente: D-11638 Sentencia: C-211/17, el conflicto jurídico planteado ubica en un extremo a las normas impugnadas que protegen la integridad del espacio público, tipifican una contravención y le señalan medidas correctivas, mientras que en el otro extremo se encuentran los derechos al trabajo, al mínimo vital, al debido proceso de los trabajadores informales que se encuentran amparados bajo el principio de la confianza legítima. 

La decisión establece: Primero. Declarar exequible, por el cargo examinado, el artículo 140, numeral 4, de la Ley 1801 de 2016, por las razones expuestas en esta providencia. Segundo. Declarar exequible, por el cargo examinado los parágrafos 2º numeral 4° y 3º del artículo 140 de la Ley 1801 de 2016, en el entendido que cuando se trate de personas en situaciones de debilidad manifiesta o pertenecientes a grupos de especial protección que de acuerdo con la jurisprudencia constitucional se encuentren protegidas por el principio de confianza legítima, no se les aplicarán las medidas correccionales de multa, decomiso o destrucción, hasta tanto se les haya ofrecido por las autoridades competentes programas de reubicación o alternativas de trabajo formal, en garantía de los derechos a la dignidad humana, mínimo vital y trabajo.

El día en que Guillermo se vio en líos con los agentes, me acerqué con para tratar de comprender los argumentos de los policías y la defensa de Puertas; pero lo que encontré fue un breve diálogo entre ambas partes, donde todos aceptaban sin refutar lo que allí sucedía y culpaban a algún vecino, que seguramente había llamado a los agentes para solicitar que Guillermo fuera expulsado por uso indebido y apropiación del espacio público, debido a que representaba una amenaza a la salud pública en el marco de la pandemia del covid 19. 

La escena me llevó a cuestionar la persecución que algunos ejercen sobre quienes viven de realizar alguna actividad económica en los espacios públicos de la ciudad. Los orígenes del empleo informal en Latinoamérica y el Caribe, son particularmente similares, porque los factores que incitan a las personas al comercio informal suelen ser los mismos: la falta de empleo, el bajo nivel de estudios y el no tener competencias laborales o profesionales.

La economía informal en Cartagena es una actividad profundamente paradójica, porque no es solo un fenómeno preocupante para los mercados laborales, sino que además, parte de una serie de valores culturales relacionados al rebusque. Sin embargo, que el 55.5% de las personas en la ciudad generan su riqueza de estas actividades que no pagan impuestos, supone que hay un mundo laboral con una economía inconsistente. 

Contradictoriamente, cerca del 80% del pescado que consumen los cartageneros proviene de Vietnam, Argentina, México y Ecuador. Fotografía de Kevin Schmalbach.

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A las tres de la tarde Guillermo Puertas sube al casi desvalijado Jeep Willys modelo 1953, que le ofrece el servicio de transporte de regreso hacia el corregimiento de Bayunca. Ubica y amontona rápidamente los productos que no logró vender, previamente envueltos en papel periodico, y se prepara para el día siguiente.

Mientras lo veo partir, pienso que Guillermo Puertas es un héroe. Al menos lo es para sus tres hijos y el resto de su familia. Su empuje y motivación podrían vaticinar un futuro promisorio para “Guille” de no ser por las múltiples complejidades que debe enfrentar.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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