El honor

El 23 de septiembre de 1996, la Escuela Nacional de Carabineros Alfonso López Pumarejo de Facatativá, daba a conocer los nombres de quienes conformarían el curso número 001 de mujeres carabineras a nivel nacional. Más de cien esperaban impacientes luego de saber que solo veinticinco serían escogidas. Una a una, las carpetas revelaban el nombre de las seleccionadas. Llegó el momento de conocer a la última mujer que conformaría este grupo, allí estaba la carpeta número veinticinco a punto de ser leída. Luego de un silencio inquietante, se escuchó el nombre de Elizabeth Amaya Iles, acompañado por un ¡Felicitaciones! A partir de ese momento, como en un juego de azar, esta joven de veintiún años y con un bebé en brazos pertenecía al primer curso de carabineras de Colombia.

Este era un logro del que había que sentirse orgullosa, pues históricamente, las mujeres colombianas representaron por mucho tiempo un rol secundario dentro de las familias patriarcales: debían servir al esposo, a los hijos y al hogar. Con el paso de los años, las mujeres gozaron de derechos políticos y económicos que les permitieron tener acceso a diferentes esferas sociales y laborales como el de las Fuerzas Armadas.

En 1953 se incorporó a la mujer en las filas de la policía bajo el gobierno del Teniente General Gustavo Rojas Pinilla. Y fue su hija, María Eugenia Rojas Correa, quien encabezó el primer cuerpo de Policía Femenina en ese mismo año. Inicialmente, la vinculación de la mujer a la institución policial la posicionó en cargos relacionados con bienestar social. Allí se desempeñaban en control del tránsito, protección a menores y funciones de apoyo como asistentes o secretarias.

Y este no era un escenario distante para Elizabeth, pues asegura que, en ese entonces, la mujer asistía a eventos de protocolo y nunca se le permitía estar en lugares donde hubiese disturbios. Poco a poco, la mujer logró afianzarse en cargos que anteriormente eran exclusivos para los hombres como vigilancia, patrullaje, servicio de inteligencia y misiones de alto riesgo.

Elizabeth fue promotora del evento Polidiscapacidad realizado en la Subdirección local de Usme, con el fin de integrar a las personas en condición de discapacidad a través de diferentes actividades recreativas.

 

Una mujer de armas tomar

La preparación de Elizabeth no fue diferente a la de cualquier hombre que estuviese enlistado en la policía. Con un metro con cincuenta y cinco centímetros de estatura demostró lo que es ponerse a la altura de cualquier circunstancia que se le presentase. Tuvo que asistir al curso de los Comandos en Operaciones Especiales y Antiterrorismo COPES, cuya misión es realizar operaciones policiales de alto riesgo con personal altamente capacitado en operaciones especiales, para contrarrestar grupos al margen de la ley.

Luego, presentó el curso Nacional de Granaderos, el cual consiste en un entrenamiento fuerte que permite llevar al límite las capacidades, lidiando con factores como el clima y la biodiversidad. “Te ayuda a conocer tus miedos más grandes y a enfrentarlos –dice Elizabeth–. En una ocasión, tenía que lanzarme desde cuarenta metros de altura hacia el mar. Yo no sabía nadar, pero dije –entre risas– aquí no me van a dejar ahogar, y me aventé con mi fusil”.

Con su ardua preparación consiguió hacerse a una larga carrera policial.  Se ha desempeñado en distintos campos dentro de la Institución. Su primera especialidad fue en la Dirección de Tránsito y Transportes, donde aprendió a conducir carro y moto. Después trabajó como policía de menores en el Área de Infancia y Adolescencia. Estuvo en varias estaciones de policía de Bogotá, y después fue enviada para la Fuerza Disponible de la Policía Metropolitana, que es un grupo dispuesto a prestar apoyo en la logística de conciertos, espectáculos deportivos y eventos gubernamentales, y que además está capacitado para intervenir en manifestaciones o alteraciones del orden público.  “Yo siempre quise estar con grupos operativos. Fui muy feliz”, asegura Elizabeth.

Elizabeth no teme decir que su verraquera y empuje la han convertido en una mujer ejemplar dentro de la Institución. Sin embargo, señala que fue difícil ganarse el respeto de algunos pares y subalternos. “Así como ahora las mujeres mandan, hay hombres que dicen que no se pueden dejar mandar por una mujer”, dice Elizabeth. Dice que ha recibido comentarios discriminatorios por parte de algunos compañeros y de los civiles. Que con frases como "¿y usted cree que una mujer nos va a sacar de aquí?" demostraban su rechazo ante la mujer policía. Y aunque dice que es muy tolerante ante esas situaciones, no debe siquiera pensarse que por ser mujer se es menos, o se tiene alguna debilidad.

“Me declaro víctima del conflicto, los cacharros que viví no son poquitos. Me ha tocado duro”, confiesa Elizabeth justo antes de nombrar varios episodios en los que el pánico y el desesperoabrían espacio a la entereza para utilizarla como escudo. De esa manera podría sobreponerse a las situaciones tortuosas.

 

El Subintendente Alexis Henao junto a Elizabeth Amaya lideran el evento, incentivando el respeto por los Derechos Humanos de las personas en condición de discapacidad y demostrando su compañerismo. 

 

Las cicatrices de la guerra


Uno de ellos fue en el 2001, cuando la localidad de Usme, en Bogotá, era considerada zona roja por tener presencia de guerrillas. Elizabeth regresaba a la Estación de Policía de Usme a seguir con sus labores cuando le notificaron que su cuadrante, -es decir, su patrulla en moto-, iba a sufrir un atentado esa noche y que, por motivos de seguridad, debían enviarla a otro operativo. Sin objetar, Elizabeth y su compañero se abrieron camino entre una de las zonas más sensibles de Usme. Al llegar se vieron rodeados por guerrilleros aparentemente muy armados. “Se acercaban hacia nosotros de a poco, y a mí me gritaban que me iban a matar y a descuartizar, no entendía qué pasaba”, dice Elizabeth mientras representa con sus manos la forma en que sostenía una escopeta Mossberg de origen estadounidense, su favorita entre todas las armas. “Yo les apuntaba, no tenía intención de disparar a no ser que ellos lo hicieran primero. Estaba en riesgo mi vida”.

De la nada un niño se acercó y le dijo: “Cuidado porque están armados”. Elizabeth no entendió y se inclinó para comprenderle mejor. Fueron esos cinco centímetros los que la salvaron de un fatídico desenlace, pues en ese momento cruzó una bala con dirección a su cabeza. Como pudo, retrocedió.  Pidió refuerzos por un radio que tenía guardado en su pecho. Al buscar un lugar para refugiarse, se percató que su compañero había desaparecido. La había abandonado. La patrulla de refuerzo llegó luego de cinco minutos eternos. La tomaron por el traje, la subieron a la moto y emprendieron el viaje de vuelta a la estación. Su compañero llegó corriendo minutos después, excusando su cobardía y recibiendo un regaño por su abandono.

Otro suceso que marcó su vida fue en mayo del 2006, cuando Elizabeth era jefe de logística de la Fuerza Disponible de la Policía Metropolitana. Su labor en ese entonces era verificar que se hiciera la correcta distribución de los equipos de protección requeridos donde la Fuerza Disponible hiciera presencia. Elizabeth recién se recuperaba de una lesión en la columna por un mal movimiento en otro operativo, cuando recibió el llamado de su superior solicitando municiones y armamento para poder enfrentar los disturbios provocados, inicialmente, por estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia. En su lugar envió a un patrullero: el dolor de espalda no cesaba. Las primeras veinticinco granadas de aturdimiento les fueron entregadas al Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), que, a diferencia de la Fuerza Disponible, interviene en las manifestaciones mediante el uso de la fuerza para dispersar a las masas que realizan actos violentos. En otras palabras, interviene cuando dejan de ser manifestaciones pacíficas.

El patrullero, confundido, se retiró inmediatamente del lugar. Las municiones no llegaron a su destino. Al enterarse de esto, Elizabeth pidió el favor a un superior que la reemplazara y llevara otras municiones al lugar, pero no llegaron debido a un contratiempo. “Ya no podía sacar el cuerpo, y aunque esa no era mi función, me tocó llevarlas”, dice Elizabeth. Así que se armó con su chaleco antibalas y se dirigió al lugar. Llegó a la Universidad Nacional y vio a sus compañeros en posición de defensa en el puente de la calle 26 con carrera 45. Se resguardaban de los ataques perpetrados por los estudiantes y algunos infiltrados que se movilizaban en pequeños grupos. Ya entregadas las municiones, Elizabeth descendió del puente por orden de su superior, pues era la única mujer en la unidad. Se dirigió al auto para seguir armando los chalecos con sus respectivos armamentos. Detrás del vehículo había un grupo  de veinte personas. Elizabeth lo describe como parte de algún movimiento guerrillero por las banderas que llevaban. “Uno sabe que no son estudiantes, porque ellos van a marchar y de piedras no pasan, pero con estos ya era mucho más difícil”.

Al cabo de unos segundos los policías se vieron reducidos por las piedras y explosivos. Un gran estallido los sorprendió y un humo espeso se apoderó del ambiente. A las cuatro de la tarde terminados los disturbios, el superior a cargo anunció que un patrullero había resultado herido por una papa bomba. “Me culparon por no haber llegado a tiempo con las provisiones, eso me afectó bastante. Estuve triste por mucho tiempo”, dice Elizabeth.

 

Elizabeth se ha convertido en una figura materna y de ayuda, por su calidez, compromiso y disposición para las comunidades vulnerables dentro de la localidad de Usme.

 

Policía, madre y esposa


Actualmente trabaja como promotora de los derechos humanos en la localidad de Usme. Su trabajo consiste en ser el puente de comunicación entre los policías y las comunidades vulnerables como los transgénero, los afrodescendientes, los indígenas y desplazados, pues muchas veces los malos tratos entre ambas partes imposibilitan la comunicación. Por un lado, se realiza una capacitación a los policías sobre cómo tratar a cada comunidad y se hace énfasis en el uso del Código de Policía. En cuanto a las comunidades, se les enseña a respetar a los policías a través de actividades en grupo, donde inicialmente se busca al líder para que ponga en discusión las quejas respecto a los policías. “La idea es sacar a las manzanas podridas de la Institución”, dice Elizabeth. Afirma que es un mecanismo en el que los superiores pueden observar si los policías están cumpliendo correctamente con su labor.

Además de ser policía, Elizabeth es mamá, hija y esposa. A diario se arma de carácter y decisión para enfrentarse a las más duras pruebas. Dice que lo único que logra desarmarla son sus hijos Ayleen, de 23 años, que actualmente vive con su pareja; Dairon de 15 años, con síndrome de Asperger, un autismo leve; y el menor, Hian, de 3 años, que es el consentido de la casa, fruto de su relación con su esposo, el Intendente Jefe Luis Felipe Moreno Cortés con quien lleva tres años de casada. 

Elizabeth se declara cuidadora, pues no solo tiene el deber de mantener unida a su familia, sino que también debe cuidar de su madre que padece de artritis reumatoide, una enfermedad que le causa dolor, inflamación y rigidez en las articulaciones: y a su hermano que tiene autismo severo con retardo mental. 

“Me considero la cabeza de mi hogar. Soy el apoyo de mi mamá y de todos en la casa. Yo busco soluciones, motivo, hago y armo”, dice Elizabeth. Al llegar a la casa deja atrás el estrés que conlleva su trabajo y dedica todo el tiempo que le es posible a su familia, pues dice que como mujer se debe a sus hijos.

De su trabajo habla poco, pues no le parece justo involucrar a su familia en estos temas. “Si mi deber es proteger a los de afuera, ¿por qué no proteger a los de adentro?”. Asegura que Susana, su madre, no tiene idea de todo por lo que ha tenido que pasar, y aunque cuenta con todo su apoyo, prefiere separar lo personal de lo laboral.

Con su esposo Luis es distinto, pues al pertenecer ambos a la institución, hay algunos temas de trabajo que se cruzan en la mesa, y aunque tengan posturas y temperamentos muy diferentes que generan conflicto, siempre hay espacio para el diálogo y la reconciliación.

Nelly Perea es una de las líderes parteras que vienen del Chocó, y trabaja de la mano con Elizabeth brindando apoyo a la comunidad de Usme. Posa junto a Samuel Felipe, uno de los jóvenes  presentes en el evento Polidiscapacidad.


Han pasado veintiún años desde que Elizabeth ingresó a la Policía. Tiene una placa en su escritorio con el cargo de intendente, que corresponde al nivel ejecutivo, y cuenta con más de cien reconocimientos por su trabajo. “Dentro de mis motivaciones siempre estuvo defender a la mujer. Me gusta el deber de proteger y ayudar a los demá. Eso es lo que me mueve a seguir aquí”, sentencia.  Y aunque ha tenido ganas de ‘tirar la toalla’, para dedicarse plenamente a su familia, dice que son las mismas personas que ha ayudado durante tantos años, las que la apoyan y no la dejan desfallecer, porque eso sí, su vocación es la que diariamente le permite ser una mujer de armas tomar.

 

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Esta crónica hace parte del especial "La otra cara del conflicto, rostros e historias" producido por el CrossmediaLab en asocio con la Policía Metropolitana de Bogotá, a través de su Modelo de Policía para el Posconflicto, que busca contar un puñado de historias que tienen como común denominador: la vida, la reconciliación y el perdón de sus protagonistas.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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