El recuerdo más difícil de borrar

Mercedes Zamudio despertó a las siete en punto de la mañana como usualmente lo hace y, no tan desorientada como algunos otros días, desayunó normalmente. En la hora del almuerzo repitió la misma frase que se le ha escuchado decir incontables veces durante los últimos años: “Tengo dolor de estómago, no quiero comer, solo quiero descansar”, pero pasadas las horas, finalmente comió y, repentinamente, como creyendo que nadie la estaba viendo, se dirigió al baño con paso lento para vomitar lo que había comido. Minutos después, con poco ruido y sencillez, salió del baño sin queja alguna, pues esto para ella representaba una rutina que había establecido mucho tiempo atrás.

Su familia la llama “Mechi” de cariño. Tiene 83 y conserva su vanidad como lo hacía a los 20: los aretes jamás le faltan, sus uñas deben estar siempre arregladas y su cabello no luce ni una sola cana, pues la costumbre de tinturarlo de rubio desde hace algunos años no la pierde por nada. Mide aproximadamente un metro y medio. Y, en su última revisión médica, la balanza marcó 34 kilogramos. Siempre fue una mujer delgada a la que le importó mucho su apariencia. Es indiscutible la elegancia y el aire de modelo que refleja en las fotos que se conservan como un tesoro en el álbum familiar, un álbum hecho con cartulina negra y papel protector en cada una de sus páginas, todo exclusivamente dedicado a ella.

Durante su juventud vivió en la calle 11 con carrera 8 en todo el centro de Bogotá. Posteriormente, estuvo algunos años en Girardot, municipio del departamento de Cundinamarca, la hermosa ciudad de clima cálido que fue escenario de la mayoría de los recuerdos fotográficos que, día a día, su familia trata de recapitular, así como la mención de sus familiares y allegados. Probablemente fue por ellos (y en esa etapa de su vida) que se produjo el origen de su anorexia nerviosa (AN), pues según su hijo, Andrés García, los papás y hermanos de Mercedes “ven a un gordo y se impresionan”.

Por consiguiente, Mercedes puede olvidar los lugares en los que estuvo, la ropa que tiene, el nombre de sus familiares o lo que comió hace unas horas, pero en ningún momento, desde que fue diagnosticada con alzheimer, ha olvidado el disgusto que tiene hacia las personas con algunos kilos de más. Sus palabras son crudas al respecto: “Qué impresión, miren eso”, como si se tratara de una catástrofe masiva, de algo imposible de creer. La abominación que se refleja en su rostro es como la reacción que tendría cualquier otra persona al ver una noticia violenta en su país o que le marcaron gol a la selección nacional en el último minuto del partido. En ella se ve con claridad la rabia, el asco, la frustración de tener que soportar algo que no va con sus creencias, con lo que tiene en la cabeza estandarizada como lo que está bien o mal en cuanto a la apariencia física.

Antes de ser diagnosticada con ese trastorno de conducta alimentaria (TCA), el tema nunca había sido mencionado en su hogar. Se sabía de la existencia de dicha enfermedad, pero jamás creyeron que alguien de su familia podría padecerla, pues todos eran delgados naturalmente y por imposiciones de sus estrictos padres eso estaba bien, así que ella y todos sus hermanos siguieron el prototipo impuesto sin importar el camino al que eso podría llevar.

La ropa ocupa un lugar muy importante en su vida, desde muy joven trató de estar a la moda, tener lo mejor, y por supuesto, que sobresalir. Su nieto, Jonathan García, se siente feliz al regalarle algo nuevo para su armario. El problema radica en que, según él, “ella dice que está gorda cada vez que esa ropa le aprieta un poco, lo cual resulta absolutamente sorprendente teniendo en cuenta que lo que ella usa algunas veces es ropa que usaría una niña de siete a diez años de edad. La delgadez de Mercedes ha llevado a su familia a tomar tales medidas y, a pesar de todo esto, al ver su reflejo, sigue sin parecer conforme con lo que ve.

Es necesario que cada cosa que le corresponde a ella en su hogar de tres pisos en el norte de Bogotá, esté siempre en el mismo lugar. Su pijama, por ejemplo, siempre debe estar debajo de la almohada de la cama doble en la que duerme cada noche. Fue ahí mismo donde su antigua cuidadora, "Titi", con sorpresa absoluta, un día encontró el trozo de carne que se le había servido en el almuerzo. “Al principio me imaginé que era Tommy, el perro de la familia”.

Después de contarle a sus familiares esta situación, poco a poco comenzaron a ser más evidentes los comportamientos que señalaban que algo no estaba bien respecto a la relación de Mercedes con la comida.

Días más tarde, empezó a rechazar el dulce que tanto parecía disfrutar al terminar su almuerzo, pero la decisión de hacer la supervisión diaria de su alimentación se tomó el día en que la descubrieron induciendo su vómito. Se comenzó a vigilar todo lo que come, todo lo que esconde en sus bolsillos y en los huecos que encuentra por ahí, todo lo que intenta vomitar, sus excusas, sus reacciones. Y no solo afecta su salud, sino también la del pobre perro de la familia que terminaría intoxicado por el exceso de comida que ella, de buena abuela, le ofrece con una doble intención.

Tal como lo dice Luz Marina, su nuera, “hasta que no termine, no nos levantamos de la mesa”, “¿Como los niños chiquitos?”, pregunto, “sí, como los niños chiquitos”.

Mercedes es una persona madrugadora, de esas que dice: “Al que madruga, Dios le ayuda”, pero en algunas oportunidades sus mañanas se vuelven tormentosas porque, al despertar, no sabe dónde está ni por qué está ahí, no reconoce lo que trae puesto, su cama, ni mucho menos a Lina, quien es la encargada de cuidarla actualmente. Por fortuna no es así los 365 días del año. Hay días en los que, en cambio, despierta muy tranquila y logra desayunar sin esconder ni vomitar el alimento, “siempre y cuando se le esté supervisando”, dice Lina.

No se puede negar que su rostro cambia de un extremo al otro cuando llega la hora de comer: juega con sus manos como expresando ansiedad, sus ojos color miel se pierden en un punto del infinito, y pareciera que sus pensamientos más profundos —que vayamos a saber cuáles son—, la llevaran a un lugar que solo ella conoce. Aunque me atrevería a asegurar que gran porcentaje de ellos están relacionados con la comida, basta con ver sus reacciones cuando los demás producen algún ruido mientras comen: el roce de los cubiertos cuando se llevan la algo a la boca, el crujido de la comida, el choque de los dientes una y otra vez, todas estas reacciones causan molestia para ella y eso es lo que refleja, aunque también es notorio su esfuerzo por disimularlo, pues nunca dice nada con palabras, nunca reprocha ni habla del tema y sus gestos son los encargados de exponerla y acusarla.

Suele caminar por la casa como un explorador en busca de información, tratando de saber qué tan grande es, quién la habita y desde cuándo, ¿por qué esa pintura y no otra?. Literalmente, cada día descubre algo nuevo para ella. Ya en la tarde, al darse cuenta de que llega la hora del almuerzo, viene con ella su querido y fiel dolor de estómago. Al ver que esa táctica no funciona hace el intento de comer, eso sí, porciones pequeñas y hasta donde puede. Cuando definitivamente no tiene otra alternativa, aparta con disimulo la comida hacia los bordes dejando un vacío en la mitad, algo así como un cráter en el plato hondo de la vajilla. Para ella, su almuerzo ha finalizado y si dice que terminó, terminó.

¡Son las cinco de la tarde! y en la iglesia Santa María del Camino, del barrio Cedro Golf, se desarrollan actividades de lunes a viernes que van desde la elaboración de crucigramas y el llenar de color las hermosas mandalas, hasta ejercicios mortices: estiramientos especiales y bailes para las personas mayores. Aunque Mercedes no las recuerde al día siguiente, estas actividades en su momento la llenan de energía, se ve el brillo de sus ojos al enfocar su atención en algo diferente y, sencillamente, es feliz sin siquiera darse cuenta.

Al llegar la noche, la cena es muy similar al almuerzo con una que otra excepción en la que, con carácter fuerte decide simplemente no comer. O cuando lo hace, corta en trozos exageradamente pequeños la comida, no importa si es comida muy pequeña o incluso si está molida. Posteriormente, la pasa con dificultad, similar a cuando tragamos saliva por el nerviosismo de algo que nos espera. Así pasa una noche más en la que puede levantarse de una a tres veces de su cama para dar una vuelta por el cuarto o mirar por la ventana, y despedirse algunas tantas también de quienes la acompañan, hasta que logra conciliar el sueño. Otra noche con sueños y recuerdos inciertos que quedarán ahí, en el vacío, en el alma, en lo más profundo de su memoria, tan profundo que serán difíciles de volver a alcanzar alguna vez.

Medios, ¿único medio?

Las tendencias o imaginarios colectivos del cuerpo ideal suelen estar reflejadas en lo que vemos diariamente en los medios de comunicación, la publicidad, las novelas e incluso los noticieros se han encargado de crear expectativas, la mayoría de veces irreales.

Para el 2016, en la Universidad La Laguna de España, se realizó un estudio sobre influencia de los medios de comunicación en la autopercepción corporal y en la aparición de los trastornos de conducta alimentaria (TCA). Este análisis reafirma la idea de que los medios de comunicación pueden afectar negativamente la autopercepción de los individuos.

Un 84% de las mujeres encuestadas afirma haberse comparado con alguna modelo o actriz en algún momento de su vida. Esta comparación puede provocar la insatisfacción corporal y, por lo tanto, un riesgo determinante en el desarrollo de un TCA.

Por otra parte, existen estudios como el del psicólogo y psiquiatra Josep Toro, “Factores psicobiológicos en la etiopatogenia de la anorexia nerviosa”, que rompen con esta teoría y que explican que también pueden presentarse unas predisposiciones genéticas que podrían dar origen a los TCA.

A Mercedes nunca le molestó la televisión, pero tampoco es una de sus grandes pasiones. Prefiere pasar el tiempo caminando con alguno de sus familiares por el pavimento que ha sido calentado previamente por el sol.

El psicólogo Camilo Mendoza, especializado en desordenes emocionales y afectivos, considera que los orígenes de estos desórdenes se comienzan a gestar en la infancia. Las familias con valores estrictos de figura y belleza comienzan a hablar y a mencionar estos temas en su cotidianidad, lo que provoca en cada individuo el concepto sobre dimensionado de la figura física. Respecto a los medios de comunicación, afirma que muchas veces se encargan de mostrar una imagen moldeada de la belleza creando así una distorsión en el autoconcepto y autoestima de las personas.

Desde otro punto de vista Daniel Anillo, director del Centro de Mayores San Paulino, dice que los problemas de alimentación son muy comunes en pacientes con alzheimer, por lo cual podrían considerarse secundarios a la demencia, ya que en ella se pueden encontrar todo tipo de trastornos de la conducta alimentaria.

Una batalla más

Paredes blancas y adornos hechos por su difunto esposo decoran todo el lugar al que deber acostumbrarse a diario. Siete en punto de la mañana, es hora de despertar otra vez, hay que quitar las cinco pesadas cobijas con las que debe dormir por el frío tan fuerte que padece y tal vez, recoger del suelo una que otra almohada de las cuatro con las que duerme.

La luz del sol que logra entrar desde su ventana se refleja en algunos de los cuatro espejos que tiene en frente de su cama. Es hora de empezar con sus prácticas comunes. El calendario de color rojo indica que es jueves, 25 de septiembre del 2018.

Emprende el recorrido por el tiempo, a su derecha: una mesita de noche con la fotografía en donde ella luce un vestido blanco de manga larga y encaje en hombros y brazos. Junto a ella su difunto esposo, Luis Alberto García, con traje elegante y un pañuelo blanco en el bolsillo izquierdo de su abrigo. Es la hermosa foto que congeló el día de su matrimonio en la Parroquia de Las Mercedes.

A su izquierda, la mesa en donde le gusta poner sus mandalas para colorear, las fotografías con sus familiares más cercanos junto a una biblia y la figura en porcelana de la Virgen María. La puerta de su cuarto tiene en la manija unas pequeñas campanitas que su familia puso ahí para estar atentos cada vez abre y cierra la puerta.

¡Suenan las campanas de un nuevo día! Y entonces sale Mercedes a enfrentar de nuevo ese mundo desconocido en donde tiene que dar la cara a sus grandes miedos y controlar el mundo de sentimientos que vienen con cada sorpresa que le da la vida.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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