Hans Ariza y Jaider “El Chino” Tang se unieron a la sub-17 de Deportes Bogotá. Entre casas hogar, viajes largos y la presión por rendir, persiguen el debut profesional mientras asumen el sacrificio familiar y aprenden que el camino exige disciplina, paciencia y estudio.
Jaider y Hans comparten muchos espacios junto a otros jóvenes deportistas, el cuarto en el que duermen, la sala en donde comen y el campo donde entrenan. Pero lo que más comparten, es la pasión por el fútbol que desde pequeños heredaron de sus respectivas familias. Cada uno despertó las expectativas de la directiva de Deportes Bogotá para ser parte de su proyecto deportivo en la ciudad capitalina.
En el caso del arquero de la categoría sub-17 Jaider “El Chino” Tang, un joven de 16 años, de aproximadamente 1.87 centímetros de altura y con un tatuaje en su antebrazo. Su padre Jaider Manjarres, jugaba con él desde pequeño, forzándolo a que con sus pies le pegará al balón de fútbol. “El chino” respondía a los intentos de su padre con las manos y ante la reacción de su hijo. Jaider lo ubicó debajo de la mesa y formó un arco con las sillas para observar su desempeño como guardameta. Desde aquel momento, todos sabían que el lugar del “chino” en la cancha era por debajo de los tres palos.
Por su parte, la pasión por el fútbol del bumangués Hans Ariza, de 17 años, nació en casa. Su padre creció fascinado con el Mundial de 1974 y se hizo hincha de la selección alemana que levantó la copa con figuras como Franz Beckenbauer y Gerd Müller. Desde que nació Hans, siempre hubo una camiseta —de Alemania o de cualquier equipo— acompañándolo. A los 7 años, tras salir goleador en un torneo escolar, entendió que tenía talento para el juego.
Entrada de la Sede Campus Prince, ubicada en la calle 212, en el norte de Bogotá. Foto de Manuel Cañas.
Los dos vivían en Santa Marta y entrenaban en academias locales. Tanto Jaider como Hans fueron contactados por la misma persona: Eduardo Pacheco, director deportivo de Deportes Bogotá y entrenador de la sub-17, encargado de ojeo y reclutamiento para el Torneo Nacional y la Liga de Bogotá.
Para la familia Ariza Niño fue una noticia enorme. Andrea Niño, madre de Hans, recuerda: “Fue un momento muy especial ver que el profesor Pacheco quisiera a Hans en Deportes Bogotá. Sentimos gratitud y esperanza al saber que alguien de su trayectoria creyera en el talento de mi hijo”.
La alegría, sin embargo, trajo una despedida difícil. Hans debía perseguir su sueño en una ciudad desconocida. “Ya estábamos en el carro, pero vi que mi esposo no salía. Volví y estaba con lágrimas en la cocina. Me tocó ser fuerte y tranquilizarlo, no imaginé verlo así”, cuenta Andrea. Lo más duro llegó al dejar a su hijo en la portería del conjunto y emprender el regreso a Santa Marta.
Para “El Chino” y su familia, la posibilidad de ir a Bogotá no era nueva. Jaider Manjarrés recuerda: “Cuando el Chino tenía 14, Millonarios lo quería, pero mi situación económica no me daba para sostenerlo en Bogotá. Somos una familia humilde, de recursos escasos, y Millonarios no ofrecía casa hogar”. Aun así, le dijo a su hijo que no se desanimara: llegarían mejores propuestas.
Pacheco, interesado en el talento del arquero, le propuso a la familia llevarlo a Bogotá para formarlo. El padre fue sincero: no tenía los recursos para cubrir todo lo necesario en la capital. Entonces llegó la contraoferta: media beca para apoyar la manutención del Chino y facilitar su estadía. Con el respaldo de Fayzuris, la madre, la familia tomó la decisión: el Chino viajaría a Bogotá a perseguir su sueño de ser futbolista.
Al llegar a Bogotá, la adaptación tuvo tropiezos para ambos. El Chino venía del calor que irradiaba la casa de lata donde vivía con su familia en el barrio 17 de Diciembre, en Santa Marta. Los primeros días el frío bogotano le pegó duro. Aun así, no dejó sus manías: por más helada que esté la noche, él sigue usando pantaloneta como si estuviera en su tierra.
A Hans el clima sí le agradó rápido. Su problema son las distancias y el tiempo. Aunque el sistema integrado de transporte cubre buena parte de la ciudad, cada trayecto se hace largo. Para llegar a tiempo al entrenamiento, por cercano que quede, debe salir una hora antes.
Los entrenamientos van de martes a viernes, 4:00 p. m., en la sede Campus Prince (calle 216, cerca del Club Campestre de Cafam). Muchos muchachos toman un alimentador desde el Portal Norte y caminan unos 20 minutos por la ciclorruta de la autopista. En la cancha el sol de la tarde quema como mediodía; una hora después baja la temperatura y el frío que viene de las montañas los obliga a abrigarse.
Vivir solos siendo adolescentes en una ciudad nueva es un desafío mayor. Desde los 16 años están lejos del núcleo familiar, de sus costumbres y de los amigos de infancia. Han dejado prácticas y rutinas para concentrarse en el proyecto. Son, en buena medida, el sacrificio compartido de sus familias.
Dedican sus días enteros al entrenamiento. Hans terminó el bachillerato el año pasado. Jaider, desde que llegó a Bogotá hace dos años, no ha podido retomar estudios: alcanzó a cursar octavo en Santa Marta y se frenó por razones económicas. Sabe que la formación académica importa, incluso cuando hace lo que más ama.
La casa hogar también marca diferencias. Jaider comparte con amigos de Santa Marta; ya hay confianza y se cuidan entre todos. Hay roces a veces, pero a él, en especial, lo respetan. Hans llegó a una casa con desconocidos y hábitos ajenos a los de su hogar; al principio no se respetaban cosas simples —unos huevos, unas medias—. Con el tiempo eso cambió: hablaron y hoy todos procuran respeto.
Cifras y contexto:
Deportes Bogotá es un club de formación que trabaja con divisiones menores y ojea talento en varias regiones. A la sub-17 la dirige Eduardo Pacheco, también director deportivo. Allí combinan físico, técnica y táctica, con entrenamientos de martes a viernes a las 4:00 p. m. en Campus Prince (calle 216). Juegan la Liga de Bogotá y el Torneo Nacional, y piden disciplina dentro y fuera de la cancha. El mensaje para los jóvenes es claro: llegar exige constancia diaria, respeto por el grupo y hábitos de alto rendimiento.
El sueño de ser profesional es enorme y la ruta es estrecha. Miles lo intentan y pocos llegan. No basta el talento: pesan la disciplina, el descanso, la alimentación, la salud mental y la suerte de estar en el lugar justo. Una lesión te puede frenar meses. Un mal torneo te puede cerrar puertas. Por eso los técnicos insisten en estudiar en paralelo y sostener un plan B. Quien se mantiene, compite y crece cada semana aumenta sus opciones. No hay atajos. Solo trabajo, paciencia y la convicción de que cada día suma.
Según fuentes de la Difútbol —la División Aficionada del Fútbol Colombiano—, el brazo de la Federación Colombiana de Fútbol (FCF) que administra y regula el fútbol aficionado en el país, no existe una cifra oficial sobre el porcentaje de juveniles que debuta en el fútbol profesional. Lo que sí existe son listados de debutantes por torneo (Liga BetPlay) y, cada semestre, debutan varias decenas de jóvenes. Por ejemplo, Transfermarkt (portal alemán sobre fútbol que recopila información de jugadores, clubes, ligas, fichajes, contratos y estadísticas) publica el registro de debutantes de cada temporada y muestra además el total de inscritos en la liga (591 jugadores en el Apertura 2025, que no son todos debutantes).
Sueños en juego:
Adaptarse al equipo no fue fácil. Había que cumplir expectativas, rendir en los entrenamientos y en los partidos, e integrarse a un grupo nuevo. Estar en un equipo de fútbol es más que jugar bien: es entender el planteamiento técnico y ser eficiente dentro de él. La presión abruma a algunos; no son pocos los jóvenes que deciden retirarse de la academia y volver a su departamento.
Un estudio reciente de la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales - FIFPRO reveló que el 38 % de los futbolistas profesionales en activo ha presentado síntomas de depresión, con una notoria falta de apoyo en la industria. Ese informe solo contempló a jugadores que viven del deporte. En niñas, niños y jóvenes la situación puede ser más crítica, sobre todo cuando están lejos de su círculo social.
Entrenamiento de la categoría Sub-17 de la Academia Deportes Bogotá. Jugadas a pelota parada. Foto de Manuel Cañas.
Según la Organización Mundial de la Salud, “los trastornos del comportamiento son más frecuentes entre los adolescentes jóvenes que entre los de más edad. El 3,1 % de los adolescentes de 10 a 14 años y el 2,4 % de los de 15 a 19 años tiene un trastorno por déficit de atención con hiperactividad, caracterizado por la dificultad para mantener la atención, el exceso de actividad y conductas impulsivas”.
Hans Ariza confesó que su mayor miedo, ligado al fútbol y a su proceso de formación, es no alcanzar el profesionalismo. Su entrega y disciplina le impiden imaginar ese futuro; aun así, sabe que, si no lo logra, sería un golpe duro para ese niño al que un día le prometió dedicarse sí o sí al deporte que más ama.
Ese miedo es común entre los jóvenes futbolistas. Lo resume el exfutbolista y entrenador Vicente Moreno: “El 99,8 % de los federados no llega a la élite. Es una cifra contundente. Seguramente es más fácil que te toque la lotería que llegar a ser profesional en el fútbol”. Solo una minoría cumple el sueño; aun así, muchos lo intentan, una y otra vez.
Para Jaider “El Chino” Tang, el fútbol es algo más que un balón. Es la oportunidad de crecer como deportista y de ayudar a su familia, de darles estabilidad a partir de su talento. “Uno tiene que ver el lado de la familia, cómo la están pasando y si usted quiere ayudarla. Siga esforzándose cada vez más para sacarla adelante y no se rinda en ningún momento”, expresa Jaider.
Vivir en una casa hogar tampoco es un reto menor. No cualquiera acepta, a su edad, esa responsabilidad. Pero entre jóvenes que persiguen el mismo objetivo, enfrentan las mismas adversidades y comparten sueños, el apoyo aparece. Hans lo dice así: “Yo siento que los que estamos acá en casa hogar tenemos muy claro lo que queremos. Cada uno busca su objetivo como puede, pero todos vamos enfocados. ¿Quién no quiere regalarle la casa a la mamá?”.
Aunque desde afuera los vean pequeños, escandalosos, inocentes o irresponsables, estos muchachos buscan su lugar en las canchas y en el mundo. Sacrifican a diario: comer un plato hecho por su mamá, ver un partido con su papá, jugar con sus hermanas, incluso enamorarse. Todo nace de un sueño que les late en el pecho. Y Hans lo resume con una frase que les repite su entrenador: “El profesor nos ha dicho a todos: ‘El día que abandonaron sus casas para perseguir sus sueños, ustedes ya se convirtieron en hombres’”.