Las necrópolis hebreas de Bogotá, vestigios del pueblo judío en Colombia

La ciudad más grande de Colombia, Bogotá, puede describirse como tal no solo por su extensión geográfica, si no por ser la ciudad que alberga la mayor cantidad de ciudadanos provenientes de otras regiones del país dentro de sus siete millones de habitantes. Ha sido la capital de la multiculturalidad resultado esa diversidad. En sus frías calles podemos encontrar expresiones culturales como gastronomía de todo tipo, sonidos de marimba en la carrera séptima, llamativas bailarinas de salsa, entre otras, que convierten la ciudad en una especie de laboratorio en el que se mezclan todos los matices, desde la selva amazónica hasta los llanos orientales, conformando una enriquecida “bogotanidad”. 

Sin embargo, pocos conocen el aporte que han hecho comunidades internacionales a la economía y la construcción social de Colombia desde sus inicios como Estado. Los alemanes, que fueron de los primeros grupos de extranjeros radicados en el país; ingleses, en su mayoría soldados que pertenecieron a la legión británica y se destacaron por su participación en la lucha por la independencia de nuestro país de la corona española, lograda junto a Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, y los judíos, que han sido parte de nuestra historia desde que éramos una nación joven.


El rastro más sólido del paso de estos foráneos en nuestra historia son sus cementerios, que desde principios del siglo XIX se fueron construyendo de forma casi que fantasmal alrededor del Cementerio Central de Bogotá, antes de que este siquiera tuviera ese nombre, cuando el hoy llamado barrio Santafé no estaba habitado y era únicamente un montón  tierras destinadas a la agricultura conocidas como el sector de San Diego, el cual quedaba a las afueras de la ciudad y ahora, tras décadas de crecimiento, es parte del centro de la capital. 

En la actualidad, estos camposantos son desconocidos para la mayoría de los ciudadanos, a pesar de que están ubicados sobre la concurrida calle 26, y de que desde la avenida se pueden observar jardines de enormes y verdes pinos y eucaliptos que provienen desde su interior. En ellos revolotean varios tipos de aves, por lo que parecen más un bosquecillo privado de una entidad desconocida de la ciudad que un conjunto de necrópolis, cuyos difuntos han llegado a habitar el subsuelo hasta por más de 100 años. Debido a su pertenencia a sectores minoritarios de la sociedad capitalina y a su consideración como territorios sagrados por sus respectivos cultos, no son abiertos al público. Cuentan con vigilancia privada y, a menos que se tenga un permiso especial, no es posible conocer más allá que enormes y sólidas rejas que separan estos lugares de la complicada realidad bogotana. 

Cementerio Central, por la calle 26. (Foto: Lorena Rivera)

Desde los tiempos de la Nueva Granada, se tiene certeza del asentamiento de miembros de la comunidad judía y británica en Colombia. Se dice incluso, según la Fundación Samson Trust, que los primeros hebreos llegaron en la época de la colonización de las Américas, acompañando a Cristóbal Colón quien según estos estudios pudo haber sido un descendiente judío que tuvo que convertirse al catolicismo para evitar la persecución, y que incluso la expedición misma pudo haber sido patrocinada por los seguidores de Abraham.

El pueblo judío ha sido un silencioso partícipe de la construcción de Colombia, desde su llegada, huyendo de las cruzadas, tuvieron que practicar su culto en secreto, dentro de casas privadas, y debían identificarse como católicos, pues las prácticas denominadas herejes estaban prohibidas en el territorio y eran castigadas con torturas, expulsión definitiva o la muerte. Posteriormente se daría una segunda migración masiva -la más importante-, en medio de los horrores de la Segunda Guerra Mundial en la que la economía de Europa se derrumbó por completo a causa de los conflictos bélicos, pero la movilización se dio sobretodo a causa del clima antisemita protagonizado principalmente por Hitler y los Nazis en Alemania. 

Desde entonces, Colombia ha sido el refugio de los antecesores de más de 5.000 judíos que actualmente residen en Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla y Santa Marta  y que han venido desde países como Rusia, Lituania, Rumania, Siria y Polonia. Fortalecen su hermandad con un Centro Israelita que los representa, colegios y clubes. Se han caracterizado por sus importantes incursiones en sectores comerciales como los textiles en los que impusieron prácticas innovadoras para la época como las ventas a crédito.


Esto explica por qué en Bogotá podemos encontrar un total de tres cementerios hebreos, destinados a servir como último refugio para sus miembros quienes, debido a sus prácticas religiosas, no comparten usualmente sus ceremonias fúnebres con seguidores de otros credos como el católico. Dos de estos cementerios ya no se encuentran en funcionamiento, pues su cupo está totalmente lleno.
 
A pesar de que estos lugares existen desde la década de los 30, la costumbre judaica plantea que, a menos que los restos vayan a ser trasladados a Israel, para reposar en la tierra prometida por Dios, pueden ser exhumados únicamente cuando haya pasado un mínimo de cien años.
 
El Cementerio Alemán data del año 1912. Allí se encuentran conocidos personajes de la sociedad bogotana como el padre Antanas Mockus. (Foto: Lorena Rivera)


El Cementerio Hebreo del sur, uno de los camposantos más antiguos, está ubicado en lo que en esa época era el municipio de Bosa. Fue un lote comprado al señor Tito B. Forero por $1'282.500 y comenzó a funcionar en 1932, lejos de las zonas residenciales. En la actualidad esta zona es denominada El Barrio Inglés y se ubica a un par de cuadras de Centro Mayor, uno de los complejos comerciales más grandes de la ciudad que usualmente está repleto de visitantes.

A primera vista la edificación parece más un colegio distrital, con paredes color marrón rojizo mezclado con amarillo pastel. Un completo equipo de  cámaras de seguridad observan permanentemente el interior y el exterior de la necrópolis, no se especifica en ningún lugar que se trata de un cementerio, pero se aprecian varios escritos en hebreo sobre el arco principal. Se ve una puerta cerrada y dos estrellas de David, uno de los símbolos más conocidos de la comunidad judía, que simbolizan lo terrenal y lo divino y se mezclan en un paisaje lleno de buses viejos y deshuesados, ruidos de talleres, carretas de recicladores, fábricas de colchones y tiendas. Se ve un anuncio muy pequeño, que se ha ido distorsionando por el paso del tiempo, en el que se especifica que el lugar es patrimonio de interés cultural. Justo al lado hay un timbre que al tocarlo viene acompañado de un fuerte ladrido de un perro. Se abre una ventana del segundo piso, es una vivienda que hace parte de la edificación. Es evidente que las visitas no son comunes allí, pues se asoma un hombre que asumió que me había equivocado de lugar y cierra la ventana al instante. 

Después de un segundo intento responde Edilberto Pérez, cuidandero del lugar. Vive allí hace más de 20 años y, cumpliendo fielmente con su trabajo informa que el lugar es privado y que se requiere un permiso del Centro Israelita de Bogotá para poder ingresar. 

La última persona enterrada en el lugar fue la señora Polea Blickstein en 2005 y en el lugar quedó un saldo definitivo de 892 difuntos que reposan allí para siempre. Es un lugar casi que  desierto. La comunidad judía realiza acompañamientos y oraciones a sus difuntos más o menos a finales de septiembre.

En el centro de las tumbas hay un enorme monumento en honor a los judíos que fueron víctimas del holocausto nazi. La descripción reza: “IN MEMORIAM: que recuerden todas las generaciones judías que seis millones de nuestros hermanos judíos de Israel fueron asesinados por el nazismo en los años 1939-1945”. Por respeto a quienes sufrieron este genocidio, los cuerpos no deben ser cremados, cuenta Hilda Demmer en su libro Sobrevivientes del holocausto que rehicieron su vida en Colombia; además el Halajá, la ley judía, lo prohíbe.
 
El mandamiento más relevante para el judaísmo es la vida, la cual hay que cuidar a toda costa. (Foto: Lorena Rivera)


Es inevitable resaltar la sencillez de las lápidas con formas triangulares o rectangulares, sin imágenes diferentes a la estrella de David y al candelabro de siete brazos, el menorah, que representa la luz de Dios los siete días de la semana. En lugar de flores hay pequeñas piedras de mármol que funcionan como recordatorio de que sus allegados han estado allí presentes. 

Se considera que después de once meses el alma del difunto se ha encontrado ya con su creador. El cuerpo que no es más que un “estuche”, no debe ser llenado de honores y extravagancias, simplemente debe volver a su origen, la tierra, por lo que de ser posible tampoco se utilizan ataúdes, unicamente fosas conectadas directamente con el suelo.

El Comité de Cementerios Hebreos en la ciudad es parte del Centro Israelita y se ha encargado, a través de los años, de administrar y proteger estos lugares sagrados en los que descansan aquellos que han sido motor fundamental de la economía de Bogotá.
 
Es el caso de Abood Shaio, quien nació en Aleppo, Siria, en 1881. Llegó a Colombia en 1930. Se caracterizó por ser generoso: fue él quien donó los recursos necesarios para que se construyera la fundación Shaio, una de las clínicas más reconocidas en la actualidad. El objetivo era apoyar la iniciativa de un grupo de siete médicos de construir un centro especializado en cardiología, los galenos se hacían llamar los “siete patriarcas” entre los cuales se encontraba Fernando Valencia Céspedes, el primer cardiólogo que tuvo Colombia. 

No obstante, lejos de ser un actor directamente involucrado en el sector de la salud, Abood Shaio se desenvolvió principalmente en el sector textil, creó una fábrica de tejidos de nombre Sedalana S.A, que posteriormente se convertiría en una de las más importantes de Suramérica. 
 
Cementerio Hebreo del Sur, el primer camposanto hebreo, los primeros difuntos fueron enterrados en el Cementerio Central y posteriormente trasladados a este lugar. (Foto: Lorena Rivera)


La creencia judía resalta que, más que la muerte, son las acciones bondadosas de una persona las que la definen y perduran en el tiempo. Shaio realizó innumerables acciones que beneficiaron a ciudadanos del común, pero también a su propia comunidad pues hizo parte de los que se denominan judíos sefardíes, aquellos provenientes de España, Oriente medio, Portugal y África. Cuando estos llegaron a Colombia no contaban con un lugar para celebrar sus ceremonias y, como un acto de filantropía, donó los terrenos que constituyen hoy en Bogotá una sinagoga de colores blanquecinos y que puede encontrarse en la calle 79. 

Los judíos sefardíes cuentan con un cementerio distinto al Cementerio Hebreo del Sur, ocupado por judíos asquenazis, que vienen principalmente de países de Europa oriental. Este cementerio hebreo se encuentra dentro del conjunto funerario del barrio Santafé, a pocas cuadras del Cementerio Central (este que curiosamente es el que guarda gran parte de la historia de Colombia, pero es el más descuidado del complejo, por no decir que se cae a pedazos) exactamente en la calle 25 con carrera 25 y justo al lado del Cementerio Alemán, terreno que compartieron años atrás pero en la actualidad son independientes. 

Es imposible saber de su existencia a simple vista y es probable que muchos hayan pasado frente a él sin siquiera tener la menor sospecha de que se encuentran rodeando un cementerio judío que existe desde 1932. Fue adquirido en fechas muy similares al del sur, pero su cupo se llenó mucho antes, en 1982, razón por la cual hoy existe un tercer cementerio al norte de la ciudad que sí está funcionando. 

La dirección en principio parece sencilla, sin embargo, desde allí solo se puede divisar una zona industrial rodeada de fábricas. En vista de la dificultad para encontrar el lugar, me acerqué a un anciano de unos 70 años de edad que vendía helados en la entrada del parque el Renacimiento. Me indica que efectivamente ya había llegado al cementerio, que estaba bien, solo debía timbrar en la puerta gris que estaba dando la vuelta por la calle 25.
 
(Foto: Lorena Rivera)

Una puerta gris que no tiene diferencia alguna con los talleres cercanos al lugar, cerca a ella se ven varios perros callejeros que ladran defendiendo el sitio, no hay una sola insignia o símbolo que represente el judaísmo y con mucha dificultad se puede ver algo de la vegetación interna que decora las paredes. “Cuidado niña, por ahí sí que hay de los buenos”, recuerdo la advertencia que me hizo el anciano  refiriéndose a los ladrones del sector antes de partir a mi destino. Hay un timbre que suena en todo el camposanto y parece perturbar las palomas que deambulan libremente por allí. A diferencia del cementerio del sur, nadie vive en este lugar y nadie responde, un vendedor de Bonice que pasaba por el lugar pareció  comprender la situación. Me cuenta que en el lugar hay una señora que se encarga de la seguridad, que por cierto es su prima, y que únicamente está allí algunas horas en la mañana, que es más fácil encontrarla un martes.

El cementerio en su interior es muy similar al del sur, lápidas con mensajes en hebreo, con estrellas de David y el Menorah, este lugar también  fue declarado patrimonio de interés cultural, aunque tiene un ambiente mucho más solitario y silencioso que la necrópolis Asquenazí.

La cultura judía está más arraigada a nuestra sociedad de lo que muchos pensamos, y a pesar de que no consideran la ciudad como su tierra definitiva, si no como un lugar de paso, pues según su tradición el sitio que realmente les pertenece en el mundo es Israel. Es inevitable ver restos de su paso por toda Bogotá, ya que han hecho parte hasta de la construcción de barrios enteros como Salomón Gutt con Santa Sofía, La Providencia, Las Ferias y Los Cerezos. Sin que muchos seamos concientes de ello, estos ciudadanos han aportado su cultura a nuestra vida cotidiana, lo que me hace preguntarme cuántas culturas milenarias más juegan un tímido papel en lo que consideramos es ser colombiano, y la innegable evidencia de que esa palabra encierra más significados de los que los límites físicos de nación nos sugieren.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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