Las violencias ejercidas en el territorio: Un punto de quiebre para las mujeres indígenas

La Comisión de la Verdad dedicó varios esfuerzos en comprender la importancia que tienen las mujeres dentro de sus comunidades y los tipos de violencia que los actores armados ejercieron sobre ellas a través de su territorio.

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Un territorio es mucho más que un lugar físico en donde habitamos, son lugares en los que vivimos, nos criamos, nos relacionamos y creamos comunidad. En el contexto de la guerra en Colombia, una de las formas de violencia más común fue el desplazamiento forzado, por medio del cual los responsables a través de actos de violencia desterraron de sus tierras o pueblos de origen a los habitantes de la zona. Esto representa la máxima expresión de pérdida, ya que afecta las relaciones familiares, con la tierra, los ríos, los bosques, así como con su pueblo y tradiciones.

Las mujeres indígenas fueron afectadas de gran manera por este tipo de violencia, según el Informe Final de la Comisión de la Verdad, 31,6 % de las entrevistadas reportaron desplazamiento forzado y otro 3,21 % despojo de sus pertenencias. Sin embargo, estas mujeres han sido enfrentadas a mucho más que tener que dejar sus hogares, la Comisión encontró tres aspectos de violencia; primero el contínuum de violencias o violencias de larga relación que vienen desde los años de colonización española y ha dejado marcas o huellas hasta en el conflicto actual y el racismo en Colombia; la segunda siendo el ya mencionado desplazamiento forzado, que además lleva a la perdida de cultura e identidad de estas poblaciones; y la tercera la violencia por actores armados, tal como la violencia sexual como acto de desarmonía y castigo.

Según Luisa, embera-chamí de Apartadó (Antioquia), estos son los efectos del conflicto armado: «Nos cambió la vida, al tener que dejar las cosas que uno amaba, la naturaleza. Uno ya no vuelve a ser el mismo, ya pasa a ser de otra cultura, a otras costumbres, ya no es el mismo de antes. Y el miedo que le queda a uno, para toda la vida, lo marca; toda la vida queda el miedo y la nostalgia de que uno ya no va a ver a los seres que uno quiso».

Es importante entender la palabra territorio como un concepto no solo geográfico sino también social, puesto que este es también entendido como un espacio que engloba no solo la parte física en que una comunidad vive, sino también, la parte cultural y simbólica que las representa, porque allí se desarrollan sus formas de vida, disfrutan y gozan de los recursos que les da la naturaleza; por esto, la conexión y sentido de pertenencia que hay con el lugar en que habitan es tan grande que al ser arrebatado no solo les quitan un pedazo de tierra, también una parte de ellos mismos, de su cultura y su historia.

 Fuente: Elaboración propia kit informativo para principiantes de Panas de la Verdad

La relación de la mujer con el territorio

El rol de las mujeres en los territorios es diferente a cualquier otro tipo de actor poblacional.  Es por esto que su relación con la guerra es diferente a la que viven los niños, hombres u otro grupo de la población. Ellas viven el conflicto en su hogar, en su cuerpo, en su vida y sobre todo, en su territorio.

Según el apartado Mujeres: voces que defienden y cuidan la vida del Informe Final, “el territorio para las mujeres indígenas implica una relación espiritual y cultural con la madre tierra, en donde las mujeres cumplen una misión especial y vital para garantizar su equilibrio a través de pagamentos y otros rituales. Por lo cual son fundamentales la permanencia de las mujeres en el territorio y su protección en el mismo”.

Es por eso que, cuando una mujer indigena es desplazada de su territorio, abandona su tejido comunitario, se fragmentan sus relaciones y se pierde de a poco su cultura. En muchas ocasiones estas mujeres llegan a las grandes ciudades, donde su único objetivo es la pervivencia de ellas y de su familia, lo que implica dejar a un lado sus prácticas ancestrales y espirituales y también la pérdida de formas de producción tradicionales que han sido tan importantes para los pueblos originarios.

Por otro lado, las mujeres indígenas que dieron su testimonio a la Comisión afirmaron que el despojo territorial también sucede cuando mediante recursos jurídicos, militares y económicos se accede de forma violencia y arbitraria a los bienes de la naturaleza existentes en la zona, atentando así contra la Madre Tierra y poniendo en riesgo la existencia de los pueblos. Así lo explica Rosalba, lideresa indigena nasa del Norte del Cauca:  «Primero, para nosotros, todos los seres son seres vivos, nada es muerto como lo enseñan en la escuela, que los seres inertes como la piedra, y resulta que para nosotros la piedra tiene vida, así que el territorio es una persona; el territorio, por ser una persona, pues tiene vida, o sea, nosotros lo personificamos, todo lo personificamos. (...) Muchos de estos grupos suelen estar en los sitios energéticos o sagrados; entonces están contaminando, están agrediendo a la naturaleza. Pero también decimos que, nosotros somos parte de la naturaleza (...) En el territorio están el conocimiento y la sabiduría, interpretados por los seres humanos, y son agredidos por estos grupos. Por lógica es ahí donde siempre se dice: necesitamos una reparación colectiva porque han violentado la espiritualidad, que es lo más sagrado, lo más sagrado de los pueblos». 

La incursión de los diferentes grupos armados en los regiones donde habitaban las comunidades indígenas rompió la relación que tenían las mujeres con sus territorios, por esto la Comisión de la Verdad a partir de los testimonios recaudados por parte de las mujeres ingas, yukpas, emberas, nükaks, nasas, yanaconas, kamentsás, wayuus, misaks, zenúes y de la Amazonía, determinó que la presencia de las FARC-EP, los grupos paramilitares y las fuerzas militares, tuvo gran influencia en la violencia ejercida hacia este grupo y sus territorios de diferentes formas.  

En el período de recrudecimiento y las confrontaciones entre las guerrillas y los grupos paramilitares, se afectó la naturaleza, la espiritualidad y sobre todo la soberanía alimentaria. Así como lo cuenta Tatiana, indigena inga de Puerto Guzmán (Putumayo): «No tenemos nuestras tierras para cultivar. Acá ya estamos perdiendo hasta las costumbres. Ya no tenemos plátanos. La yuca la sacábamos de ahí, pero ya no tenemos esa costumbre. Ya me toca comprar la yuca, la panela; mientras que allá, cuando estábamos adentro, nosotros teníamos bebida natural. Acá ya no. ¡Es duro para la comunidad! En la parte espiritual nos ha afectado bastante. Lo que es de medicina tradicional se está perdiendo todo. Lo que ellos tomaban era el yagé; entonces acá se perdió eso, porque no se consigue». 

El cambio en las formas de producción era evidente, ya que al contar con la presencia de los grupos al margen de la ley, el cruce de disparos y las confrontaciones eran inminentes y esto supuso una dificultad a las personas para salir a cultivar. Por lo que se empezaron a reemplazar estas actividades por las extractivas o megaproyectos, como la agroindustria del banano y de la palma, en las cuales el paramilitarismo ha tenido un rol activo. Otro problema eran los bloqueos por parte de los grupos armados que impedían la entrada y salida de productos, esto ocasionó problemas y peligros en las personas que dependían de este intercambio, afectando especialmente a las mujeres, ya que eran ellas las que persistían en los territorios.

 Tomada de: Comisión de la Verdad - Panas de la verdad, 2022

La violencia sexual fue otro tipo de violencia que se evidenció en los testimonios de las mujeres, donde según el Informe y datos otorgados a la Comisión por la Organización Nacional Indígena de Colombia, entre 1986 y 2016, el grupo al que más se le abribuyeron este tipo de actos fue a las guerrillas con el 40,2 %, seguido de los grupos paramilitares con el 28,3 %; la fuerza pública con el 19,7 %; y en el 11,8 % restante no se identificó a los responsables. 

Las mujeres indígenas han sido sometidas a este tipo de violencia por una gran cantidad de actores sociales, ya sean armados o no armados; legales o ilegales. Por lo cual, los responsables que han hecho parte de las Fuerzas Militares, llamados a defender los derechos de estas poblaciones, entraron en estas dinámicas; y por el contrario afectaron su integridad sometiendolas a tratos indignos como violaciones, amenazas y diferentes tipos de violencia física, que recrudeció aún más el conflicto, caso que vivió  Graciela, una comunera nasa de la zona de Tierradentro: «Vivíamos cerca de una base militar. Los militares siempre iban a pedir el favor de que los dejáramos lavar ropa (...) Un día, en 1992, me quedé sola en la casa. Estaba lavando ropa cuando llegó un militar, alto, mono, de ojos verdes. Me dijo que le regalara un vaso de agua, y yo, sin pensar lo que el tipo me iba a hacer, me fui para la cocina. Cuando estaba sacando el agua de un cristal que tenía para los niños, el tipo me cogió por detrás y me arrastró por la cocina. Me puso el fusil en la cabeza, me empezó a quitar la ropa y me violó. Me empezó a golpear las piernas con el fusil y me decía cosas».

Hay que reconocer la actuación del ejército y los paramilitares, quienes fueron los mayores responsables en las violencias sexuales hacia las mujeres wayuus, esto también causó un entendimiento diferente a las reglas de la guerra, unas que con el tiempo se volvieron difusas durante el conflicto, incluso afectando la historia y el entendimiento poblaciones como las wayuus. «Antes, los códigos de guerra eran muy claros entre los clanes wayuus: la mujer no se tocaba; eso era un principio de guerra, creo yo. En los conflictos interclaniles se podía matar, podía haber las guerras más sanguinarias, cuando los clanes se enfrentaban, las mujeres podíamos ir a recoger a los muertos, porque había un código de guerra, cosa que en el marco del conflicto cambió totalmente, cuando se permeó la cultura, por ejemplo, cuando se permeó todo el sistema jurídico wayuu» cuenta Berenice lideresa social wayuu.

De 1970 a 1980, las FARC-EP fueron también quienes ejercieron cierto control social, priorizando ciertos códigos morales como los anteriormente mencionados, asi como tambien no admitir ni perdonar ladrones, violadores, creando cierta conexión con las mujeres indígenas, quienes empezaron a confiar y ver a estos actores armados como aliados en las luchas contra la violencia interna en la comunidad. 

«En ciertos tiempos, estos temas de violencia sexual no llegaban, o sea, no los asumía la autoridad indígena. Cuando el mando de las FARC se daba cuenta de que integrantes de ellos o comuneros habían violado a una mujer, los asesinaban. Por eso, la gente dice, incluso en este momento: “Si a mí, a mi hijo o mi hija nos viola fulano, me voy y les aviso a las FARC”. Aquí en Huellas hubo una época de violaciones, y dicen que la familia iba y les avisaba a las FARC y los mataban; si el comandante se daba cuenta de que el violador era un integrante de las FARC, también lo mataban» Rosalía, lideresa del resguardo de Huellas, en Caloto (Cauca).

Sin embargo, este no fue el caso en todos los escenarios, con el paso del tiempo y con el propósito de mantener sus tradiciones, aún más importante con la necesidad de mantener el territorio donde nacen, se mantienen y honrar las creencias, los altos líderes indígenas piden a todos los actores armados respetar su autonomía, lo que creó conflictos entre los dos grupos, cosa que junto con la llegada del narcotráfico y la agudización de las dinámicas de guerra se perdieron esta relación, intensificando aún más los traumas y violencias. 

Los paramilitares también fueron responsables de múltiples situaciones donde se evidenció  violencia sexual. En el Cauca, municipios Santander de Quilichao y Caldono, lugar donde se asentó el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y donde hacía presencia la comunidad nasa, se registraron varios casos, uno de ellos es el de Rosa del resguardo de Pioyá, quien fue secuestrada y acusada de ser ayudante de las FARC-EP, una forma muy común de inculpar a los civiles para cometer este tipo de acto. De su secuestro cuenta que: «Allá no me amarraron, allá me soltaron, pero estaba en una pieza, asegurada y todo eso. Él solamente llegaba en la noche y decía: “Voy a dormir acá, usted sola no puede amanecer porque más de uno se va a meter acá. ¿O usted quiere que se meta más de uno a su cuarto?”, y yo le contestaba que no. Entonces me decía: “Le toca acostarse conmigo. Va a tener sexo conmigo”».

Después de la tormenta

 "María Beatriz es una mujer indígena del pueblo nasa proveniente de Tierradentro (Cauca). Desde su liderazgo ha trabajado en recuperar los rituales ancestrales de su pueblo para buscar el equilibrio y enfrentar las adversidades.

Fotografía: María Paula Durán Rubiano para la Comisión de la Verdad, 2022."

La resiliencia es la capacidad que tiene el ser humano para recuperarse de las adversidades que se presentan, es transformar el sufrimiento en fuerza para superar las situaciones negativas y salir fortalecido de ellas, consiguiendo así un cambio o una oportunidad de mejora. Luego de entender que en el camino de la guerra no se encontraría una salida hacia la recuperación de la dignidad, las mujeres indígenas, campesinas y afro  renacieron de las cenizas y encontraron opciones para enterrar el dolor que por tantos años les había causado la guerra.

Las mujeres no solo sobrevivieron por ellas, también por los propios y los ajenos, por los muertos y los vivos, por su territorio y por la historia. Las mujeres se mantuvieron en pie por Colombia y por el respeto por la vida. En este proceso, y a pesar de la carga emocional que implicó el conflicto armado, las mujeres se sobrepusieron al silencio, levantaron su voz y han resistido sin bajar la guardia. 

A través del Informe se busca reconocer la contribución de las mujeres en grupos y organizaciones por construir la paz y reconstruir la memoria histórica. Esta sección sobre mujeres del Capítulo 6: Mi cuerpo es la verdad, es el fruto del ahínco y el empeño de las organizaciones de mujeres víctimas, que con unanimidad proclamaron: «Sin la voz de las mujeres la verdad no está completa».

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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