Los hijos de Mayté, así es la adopción en Colombia

“Mi sueño es ser como Mayté, ser un director de un hogar para la protección de niños. Yo, como director, ayudaría a mi grupo a prepararlos para que tengan unos padres. Mi grupo y yo permaneceremos siempre como grupo, unidos, siempre como hermanos”, dice Raúl Jiménez, niño que vivió en Mi segundo hogar. 

Han pasado ya dieciocho años desde el cierre de Mi Segundo Hogar, una entidad sin ánimo de lucro que atendía menores maltratados, abandonados y violentados en algunas de sus formas.  La particularidad de Mi Segundo Hogar es que se convirtió, para estos niños, en una manera diferente de ver la vida, de verla desde la perspectiva del amor, del compartir y, a través de un proceso paulatino, les fue recuperando la voz, les dio esperanza, los educó, les brindó amor y calidez de hogar. 

De acuerdo a la filosofía de Mi Segundo Hogar, al niño se le introducía en un mundo de valores, siempre a través del ejemplo impartido con la palabra y la acción tanto de los adultos que los rodeaban como de sus compañeros mayores. Allí todos los niños compartían la misma realidad y vivían con los demás, así como hermanos. Los mayores se convertían en un ejemplo para los más pequeños, los niños compartían deberes, y además, ellos creaban su propio manual de convivencia, se les daba la libertad de la autoevaluación.

“A la par con la creación de esta casa, sentimos la necesidad de fijar un horizonte claro y bien determinado, al que los niños miraran con seguridad, al que ellos pudieran vincularse desde su propia historia. Fue así como enfocamos esta experiencia hacia el arte, la danza, la música, el teatro y la literatura. Por este camino han transitado todos los niños, quienes han llevado a sus lugares de vida el eco de sus canciones, el paso de sus danzas y las letras de sus cantos”, recuerda Mayté, directora por ese entonces del centro. Mi Segundo Hogar ayudó a brindarle un hogar adoptivo a 1.300 niños en Bogotá, desde 1980 hasta su cierre en 2002.

La adopción está regulada en Colombia bajo el Código de Infancia y Adolescencia en su artículo 61: "La adopción es, principalmente y por excelencia, una medida de protección a través de la cual, bajo la suprema vigilancia del Estado, se establece de manera irrevocable, la relación paterno-filial entre personas que no la tienen por naturaleza".  

El proceso de adopción tiene dos fases, la primera se realiza ante el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) o entidades delegadas de la misma. Se hacen los estudios de idoneidad de los adoptantes, y una vez se supera esta etapa, se estudia la compatibilidad entre adoptantes y adoptado para así determinar la asignación, la cual, de ser positiva, fija un encuentro para el proceso de integración. Todo ello antes de expedir la resolución que avala la adopción.

La segunda fase se efectúa  ante un juez de familia en un proceso judicial de única instancia. Es iniciado por el defensor de familia o en su defecto por el representante legal del menor o por la persona que lo tenga a su cargo. Tiene como finalidad la homologación de la resolución que declara la adopción del  niño ante un defensor de familia. La declaratoria de la adopción del menor produce para los padres biológicos la pérdida de la patria potestad del adoptado, razón por la cual dicha declaración deberá inscribirse en el registro civil de nacimiento del menor. Estos procedimiento se encuentran regulados en la Resolución 3778 del 2010.

Casa donde se encontraba Mi Segundo Hogar, casa del Bienestar Familiar dada en comodato. Foto: María Teresa Caycedo.

 

Convergen las historias 

Esta es la historia de Elsa Yaneth, más conocida como Yenny, contada a dos voces: la suya y la de Mayté, quien la conoció tras llegar a Mi Segundo Hogar a la edad de cinco años. “Fue una de las experiencias más duras”, reconoce Mayté. 

Sus primeros tres años de vida fueron relativamente normales: un padre, una madre, hermanos y abuelos. Hasta su vida dio un giro completo. “Una hermanastra mayor, no sé por qué, me vendió a una señora para que yo le trabajara. Le pagaba a ella por el trabajo que yo hacía”, cuenta Yenny. Era apenas una bebé cuando fue utilizada para un sin fin de labores. “Me pasaban de familia en familia para que yo les trabajara, así fue que terminé en Bogotá. La última familia me maltrató tanto que terminé en el hospital, no podía caminar, estaba en silla de ruedas”, cuenta Yenny. 

La idea de que una hermana venda a su hermana menor parece ridícula en la actualidad, pero, de hecho, es más común de lo que se puede imaginar. Este fenómeno se disimula a través del “préstamo de niños” para la mendicidad.  Las cifras que dio el ICBF no son muy alentadoras. Según datos del 2018 y los primeros 4 meses de 2019, los Equipos Móviles de Protección Integral (EMPI) identificaron 6.541 niños en situación de trabajo infantil. 

Su trágica historia parece sacada de un cuento de hadas, pues esta niña fue rescatada por una trabajadora social del Hospital La Victoria, quien era amiga de Mayté, Marta Ramírez. “Me llamó, entonces me dice: Mayté, hay una nena que una señora trajo en muy mal estado, tiene quemaduras en las manos, según entiendo,  la tenían batiendo pintura en el barrio Eduardo Santos. Me da la impresión de que esta niña no es hija de ella”, relata Mayté. Y así fue, las sospechas fueron confirmadas, esta niña, de apenas cuatro años, de ojos tristes y verdosos, no era hija de aquella mujer cuya descripción parecía más a la de la bruja de la historia. 

Cuando Yenny llegó a Mi Segundo Hogar era una niña absolutamente deprimida, a penas levantaba la cara, tenía las manos entumecidas, no se movía, no sabía leer ni escribir. Mayté recuerda que las únicas palabras que pronunciaba Yenny eran: “Yo no aprendo porque soy bruta”. También recuerda que en Mi Segundo Hogar hizo toda la primaria de una manera muy acelerada, “a través de la palabra, del arte y de la terapia, ella se apropió de sí misma”, explica Mayté. Yenny era una niña extremadamente inteligente que hizo toda su primaria entre los seis y los diez años.

Para Yenny, estar con Mayté era estar en un palacio, “recuerdo los vestidos tan bonitos que me ponía y todo lo que nos enseñaba. Para mí, Mi Segundo Hogar fue un cambio de vida, me dio esperanza. Mayté era como mi hada madrina, yo la admiro mucho, recuerdo que era como estar en la historia de Cinderella”. 

A los diez años, cuando Yenny llevaba cinco años viviendo en el hogar, fue adoptada por Harriett, una mujer judía que le brindó un hogar en los Estados Unidos. Al cumplir quince años, le pidió de regalo a su mamá ayuda para buscar a su familia biológica. Yenny solo tenía una pista, ella tenía el vago recuerdo de una tienda que, al parecer, era de un familiar, así que madre e hija se aventuran a buscar la tienda en Viracachá, Boyacá. Lo que no esperaban era que después de tantos años la encontraran. Era de un tío de Yenny. 

Se encontraron con el siguiente panorama: el tío, un hermano del papá biológico, les cuenta que sus padres están separados y les da las direcciones de donde viven. ”Mi hermano vive solo en el campo, es un campesino, y tú eres igual a mi hermano”, les dijo. 

Primero fueron donde la madre, una señora de unos 50 años de edad que se encontraba sentada en una silla, de mirada fría y dura. Al verlas, no cambió su postura, no sonrió, no habló, no hubo abrazos ni lágrimas, solo silencio. La voz temblorosa de Yenny rompió con ese incómodo silencio que se había adueñado de la habitación.

- ¿Usted perdió una hija hace doce años? 

- Sí - contestó la señora, sin mostrar sentimiento alguno.

Yenny, a pesar del nerviosismo que la invadió, mantuvo su compostura.

-Yo soy tu hija, y te doy las gracias por darme la vida y por respetarla cuando estaba en tu vientre, gracias a eso, hoy tengo a la mejor madre del mundo, mi madre adoptiva-, sin decir nada más, Yenny se despidió.

A las pocas horas y tras andar por un sendero pequeño llegaron a una casa en la soledad del campo, el sinsabor del encuentro anterior se disolvió cuando vieron a un hombre esperándolas en la entrada de la casa agitando las manos en modo de saludo. Sus rasgos faciales los repetía su hija Yenny, al igual que sus gestos y ademanes. “Al verme, a diferencia de mi madre, le toqué el corazón, él nunca supo cuándo me vendieron. Me contó que pasó toda su vida llorando mi pérdida, es impresionante, mi papá es igual  a mí, tengo sus ojos, fue un encuentro diferente”, concluye. 

Una de las habitaciones de Mi segundo hogar, clasificadas por género y edad. Foto: María Teresa Caycedo.

 

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Tic, tac, tic, tac… con estas últimas cuatro ya eran veinte las que había contado en su cabeza. Manos sudadas, corazón agitado, en pocos minutos sabría el resultado de las pruebas. –¡Es positivo, felicitaciones, están embarazados!- la voz de la trabajadora social detiene el conteo del sonido del reloj-, fueron aprobados como idóneos para la adopción-. Lo habían anhelado tanto que al llegar ese momento, como lo diría el escritor Paulo Coelho, el universo conspiró haciendo realidad su deseo más grande, el de ser padres.

“Este es el inicio de una nueva etapa, el de imaginar cómo será ese bebé o ese niño que te llamará mamá”, cuenta Claudia con voz alegre y risueña.

Claudia es madre de Sebastián, a quien adoptó ya hace veinte años junto a su expareja. Ella había tratado de quedar embarazada en varias ocasiones, pero sufría de endometriosis [inflamación de una capa del útero], lo que dificultaba el proceso. Había tenido ya siete pérdidas y no quería someterse a más tratamientos. “Yo le dije a mi pareja que quería ser mamá, pero ya no me quería someter a más tratamientos porque me perjudicaron mucho la salud”, recuerda Claudia. 

Cuando Claudia y su entonces marido tomaron la decisión de adoptar, se acercaron a una de las oficinas del Bienestar Familiar. “Yo todo lo empecé, directamente, con el Bienestar, yo no quería nada de comprar un hijo. El primer paso es hacer un curso, es un proceso muy bonito, nos hicieron unos talleres, miraron nuestra parte económica, pero era más bonito cuando nos preparaban para ser papás”. 

La etapa más hermosa de Claudia fue cuando llegó Sebastián a su vida, ella cuenta que acababa de terminar el curso en el Bienestar Familiar, cuando recordó que tenía una amiga que se llamaba Mayté, que dirigía una casa de hogar llamada Mi Segundo Hogar. En ese entonces quedaba ubicada en el barrio Normandía, en Bogotá. Para esos momentos, Mayté estaba pasando por una epidemia de neumonía, por lo cual, decidió repartir a los niños más pequeños en casas amigas por el fin de semana.  “Yo fui ese fin de semana y recogimos al niño que nos habían asignado, que fue Sebastian. Eso fue un amor a primera vista”, narra Claudia.

Una vez que el juez elige una familia, comienza el proceso de vinculación. “Nos dijeron que nos iban a dar una  bebé de siete meses, pero yo ya conocía a Sebastián -señaló Claudia-. Entré en un encuentro de sentimientos, porque aquí existe una ley de primogenitura, si adoptamos un bebé de siete meses, ya después no podíamos adoptarlo a él”.

Tras varios meses de trámites y solicitudes, lograron que les aceptaran  la adopción de Sebastián, pero para ello tenían que ir al Bienestar Familiar, ya que el niño no había sido declarado en abandono, “mira, mi Dios sabe cómo hace las cosas, si no fue declarado en abandono era porque mi Dios me lo tenía reservado para que fuera mi hijo”, recuerda Claudia que esa fue la respuesta que le dio  a la trabajadora social. “Empezamos a llevarlo con la psicóloga y con la trabajadora social, él se integró muy fácil con nosotros. Aceptaron darnos al niño bajo la Ley de Hogar de Paso. Si en seis meses llegaba a aparecer algún familiar, mientras lo declaraban en abandono, me lo quitaban”.  

Tras seis meses, Sebastián ya era oficialmente hijo adoptivo de Claudia, “es sorprendente cómo hay personas que piensan que uno no va a amar tanto a un hijo adoptado, cuando es todo lo contrario, lo amas más, uno los desea tanto con el alma que uno entrega todo”. 

Copia de carta escrita por Jéssica Correa en el año de 1996, niña de 11 años. Hoy vive con un familiar.

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En el mismo año en que se aprueba la adopción de Sebastián, se encontraba en Bogotá una pareja de franceses, Marc y Lily Marsac, tramitando una adopción tras cuatro meses de espera. Estaban a una semana de conocer a su hijo: Paul, quien también había pasado toda su vida en Mi Segundo Hogar. 

Hoy Paul Marsac, de 28 años, es un joven felíz, graduado de Publicidad en I.U.T. Gea Le Mans. Y esa felicidad se siente al escuchar su voz, está agradecido de haber encontrado una familia que le brindó todo el cariño y amor. Se formó en Rennes, Francia. Dice que siempre supo que era adoptado. “Mi padre es alto, mide un metro con ochenta y dos centímetros, mi mamá es rubia, tiene los ojos azules. Entonces es más fácil entender que yo no tengo mucho en común con ellos”, confiesa. 

“Siempre me he sentido colombiano-, recuerda que, en su infancia en Rennes, no había tanta migración, entonces dice- yo era el niño diferente, moreno, con ojos rasgados y no muy alto. Recuerdo un día que unos niños me estaban diciendo “al chino, al chino”, entonces a mí eso me enojó mucho y les respondí; “yo no soy chino, yo soy colombiano””, -cuenta con un español enredado-, “recuerdo que yo no quería ser asimilado a otra cultura u otra cosa, siempre mis padres me lo habian dicho, que yo era colombiano. Con Mayté siempre mantuve comunicación, ella me iba a visitar cada año por dos semanas, así practicaba con ella mi español”.

En Colombia, a pesar de que la ley permite la adopción de niños por parte de personas solteras, sigue siendo un tabú. Gladys Troncoso es una madre cabeza de familia que adoptó en el año de 1994 y, posteriormente, en el año de 1996, a dos niñas de Mi Segundo Hogar.  “Mi experiencia cuando decido adoptar a mi primera hija, Paola, fue de mucha zozobra, mucha angustia, pero también de mucha ilusión y mucho amor, -recuerda Gladys-, como lo tienen todas las madres biológicas, fueron muchos meses de trámites, pero, afortunadamente, las leyes en Colombia permiten que una mujer soltera o un hombre soltero, siempre y cuando demuestren una estabilidad económica, buenos principios y la posibilidad de hacer feliz a un niño, puedan ser padres adoptantes”. 

“Es necesario empezar a desmentir uno de los mitos más sonados cuando se habla de la adopción, y es que se cree que la persona puede ir al ICBF y escoger a un niño, esto es completamente falso”, cuenta Juliana, hija adoptiva de Gladys.

Gladys Troncoso, madre soltera adoptante, junto a sus hijas Paola y Juliana.

Gladys no tenía certezas, no sabía cuánto tiempo duraría esa espera ni si le iban a entregar un niño de un mes, un año o cinco, si sería niña o niño.  “Me vinculé con Mi Segundo Hogar gracias a una amiga muy cercana llamada Claudia. Recuerdo que ella acababa de adoptar un niño, me presentó a la directora, quien también terminó convirtiéndose en una gran amiga. Mis dos hijas vienen de allí”, cuenta Gladys con los ojos iluminados de emoción.

La segunda niña que Gladys adoptó es Juliana. Para ese entonces, ella ya estaba en proceso de adopción por parte de una familia extranjera, pero los papeles se habían demorado y algo no iba bien. Juliana tenía un año y seis meses. 

“Yo le pido el favor a Gladys de que acepte a Juliana en hogar de paso (es una modalidad de atención transitoria para la ubicación inmediata de niños, niñas y adolescentes, en una familia de la red de hogares de paso, organizada en cada municipio o departamento, en el marco del Sistema Nacional de Bienestar Familiar), ya que ella necesitaba empezar adaptarse a un hogar. Cada día era más grande y los meses pasaban y la adopción de Juliana no salía”, cuenta Mayté. 

Como obra del destino, la adopción de Juliana no salió, y Gladys lo tomó como un mensaje de Dios. Entonces decidió solicitar la adopción de Juliana, alegando los meses que estuvo con ella en hogar de paso, lo que hizo posible su adopción.

“Entre Paola y Juliana hay año y medio, tanto en diferencia de edad como en el tiempo de adopción. Hoy son dos chicas estupendas. Inclusive, terminan pareciéndose entre ellas y también tienen parecido conmigo”, cuenta Gladys, mientras sostiene una foto familiar entre sus manos.

En 2019 se adoptaron 1.200 menores de edad en Colombia, cifra que ha disminuido en los últimos diez años, ya que en 2009 se adoptaron 2.700 menores de edad, según cifras que reporta el ICBF. Esta baja se debe a que, según la entidad, en el 2011 la Corte Constitucional instó a las autoridades administrativas a efectuar una búsqueda más exhaustiva de los familiares antes de que un defensor de familia los declare en condición de adoptabilidad.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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