Los SIKUANI, el pueblo nómada que sufre en la indigencia

-Esa muchacha está en el pueblo pariendo y la ambulancia nunca llegó-, era lo que se rumoraba ese día soleado y tranquilo en los rincones del colegio indígena Sikuani, situado en las afueras de la ciudad de Arauca, vía Matecandela. Al preguntar por Marly Páez, estudiante de quinto grado de esta institución, me encontré con la noticia de que estaba dando a luz a su cuarta hija, pero que a pesar de tener dolores de parto muy fuertes, y tras esperar más de dos horas a que la recogieran, la ambulancia nunca apareció y solo pudo ir al hospital cuando un profesor le hizo el favor de llevarla.

Para llegar allí hay que emprender el recorrido por un caminito despavimentado y muy angosto. Por un lado, se divisa el río Arauca, y por el otro, se levantan pequeños caseríos. En carro se llega, aproximadamente, en media hora o cuarenta minutos, pero si se va a pie el recorrido puede ser de dos o tres según la resistencia del caminante. A esto se le suma el fuerte rayo de sol que caracteriza a esta tierra llanera y la cantidad de polvo que se levanta durante todo el recorrido, que por obvias razones, le quita el aliento a cualquiera que lo camine.

En las calles araucanas este es el panorama, encontrar niños y niñas de la comunidad indígena Sikuani deambulando y consumiendo bóxer durante todo el día. Foto de Mary Ramírez.

Dos horas o más es lo que Marly Páez, de 19 años, y perteneciente a la comunidad indígena Sikuani, debe caminar cada vez que necesita ir al hospital o al casco urbano de la ciudad. A veces camina sola con la compañía de la vida que lleva en su vientre, y en otras ocasiones, junto a sus otras tres hijas; de tres, cinco y seis años, ya que en el resguardo no tiene con quién dejarlas, pues su madre tiene problemas graves con el alcohol, como muchos de los integrantes de este pueblo indígena; y su esposo, llamado Julio César, el ‘blanco’ (que es como los Sikuani le dicen a las personas no indígenas), no puede cuidar tampoco de las niñas, pues se encuentra estudiando en el Sena y debe hacer el mismo recorrido que Marly hace, pero todos los días.

Por esta razón, cada vez que Marly y las niñas caminan hasta el pueblo, llegan llenas de polvo, sudor, despeinadas, con hambre y sed. Cualquiera pensaría que por sus cuerpos no ha pasado ni una gota de agua o de jabón. Esta familia muchas veces es discriminada, maltratada y rechazada, pero no es un problema exclusivo de Marly y los suyos, este es un drama diario en los indígenas Sikuani que llegan a la ciudad en las mismas condiciones. Los ‘blancos’ los tratan de manera despectiva y sin compasión, como si no pertenecieran a esas tierras araucanas, como si no tuvieran derecho a llegar allí, como si no sintieran, ni sufrieran, ni pesaran.

El rancho de Marly está ubicado en la comunidad indígena de Matecandela. La comunidad cuenta con 127 personas distribuidas en 27 familias. Foto de Mary Ramírez.

Marly en realidad aún no estaba ‘pariendo’, pero afortunadamente encontró a alguien que la trasladara hasta el hospital, pues los fuertes dolores de ese día eran el resultado de una amenaza de parto pretérmino, que los médicos adjudicaron a las largas caminatas hasta la ciudad y luego hasta Matecandela, y por cargar a cada una de sus hijas durante el recorrido cuando cuando se cansaban. Eso fue lo que expresó Marly ese día en el hospital San Vicente de Arauca, donde se encontraba hospitalizada mientras la amenaza de parto pretérmino pasaba. Sin embargo, Marly estaba intranquila y sus gestos demostraban preocupación.

Los indígenas Sikuani son los habitantes de calle y los consumidores de bóxer en esta zona del departamento. Marly fue una de ellos, sabe perfectamente lo que está pasando con los miembros de su comunidad. Ella se fue de su casa a los ocho años, estaba aburrida de los conflictos en su familia, según cuenta todos se pegaban y peleaban, tal vez por la cantidad de alcohol que ingerían y las disputas violentas entre hermanos por ganar el liderazgo de la comunidad, estaba aburrida y prefirió marcharse antes que seguir en medio de este conflicto.

En la calle se encontró con otros ocho indígenas Sikuani que también habían abandonado sus comunidades, ellos la acogieron y le enseñaron a consumir bóxer, y poco a poco se fue perdiendo en ese mundo de olvido sin dimensionar la gravedad de sus actos. Ese contacto que tuvieron los indígenas Sikuani con las malas costumbres de los ‘blancos’ dentro del pueblo, fue lo que produjo que la calle y las drogas se apoderaran de esos nueve indígenas Sikuani ingenuos en un ‘mundo’ desconocido.

Tanto los adultos como los niños saben navegar canoa sin ningún problema, desafían el río y de esta manera pasan a Venezuela y vuelven a Colombia cada vez que lo necesitan. Foto de Mary Ramírez.

Marly hace parte de una de las generaciones más jóvenes de la comunidad Sikuani y sin embargo, es una de los indígenas que ha tenido que cargar a cuestas las consecuencias de una tragedia que ha atormentado a toda su comunidad desde finales del siglo XX, como lo plasman los documentos que han contado la historia de este pueblo indígena. Sin embargo, en su memoria no existe recuerdo alguno de la historia de su comunidad. No sabe bien por qué están pasando por un proceso tan complicado de discriminación, pérdida de costumbres ancestrales, de dialecto y de cultura, pero algo sí afirma con mucha seguridad, “Nuestra comunidad se dañó desde que el ‘blanquito’ entró en ella”.

Según las referencias de los indígenas mayores, el pueblo Sikuani llegó a ser muy significativo por el número de sus pobladores en las diferentes comunidades en el departamento de Arauca, pero desde 1940, por las continuas colonizaciones de los territorios ancestrales y la destrucción ambiental, se empezó  a sentir la mano colona, la gran influencia por el idioma castellano y las costumbres de los ‘blancos’, dejando de lado el uso de la lengua materna, para incursionar en el nuevo universo que por obligación tuvieron que aprender a vivir los Sikuani, lo cual los llevó a una transición de la cultura indígena hasta volverse semi-nómadas, e incluso sedentarios

Para mediados de la década de los ochenta, los Sikuani sintieron el golpe frío y despiadado de una violencia sin precedentes y juego de poderes que no solo les arrebató sus tierras, sino también su historia y sus raíces.

Los colonos y su cultura dominante fueron y siguen siendo inhumanos contra el pueblo Sikuaní, la voracidad por el poder de las multinacionales y la complicidad del Estado, sin duda ha sido notoria, un claro ejemplo de este fenómeno son las petroleras que llegaron a instaurarse en el departamento de Arauca por esta época, con el consentimiento del Estado y justamente en tierras que les pertenencian a los indígenas. Las petroleras trajeron consigo problemas de territorios y de identidad para los Sikuani, a esto se suma el conflicto armado que caracterizó la época y que como a muchas personas en Colombia, a los indígenas también afectó y sigue afectando.

Las petroleras fueron instaladas en el complejo petrolero de Caño Limón, ubicado en el departamento de Arauca, donde alguna vez existió el sitio sagrado de la Laguna de Lipa, un santuario donde los indígenas Sikuani llevaban a cabo rituales de vital importancia para su cultura. Muchos de los residuos químicos con los que trabajaban eran arrojados al río, como consecuencia, las especies que consumían los indígenas fueron exterminadas y contaminadas.

El Estado les ha concedido pequeñas áreas de tierra infértiles e improductivas, con las que los indígenas no tienen ninguna alternativa de trabajo, ni sustento, tierras donde además poseen grandes problemas de vivienda, alimentación, salud y hacinamiento, pues los territorios donde se encuentran ubicados hoy en día son improductivos e insostenibles culturalmente, y todos estos factores los han distanciado de sus raíces.

A pesar de que una significativa porción de la población del departamento de Arauca es indígena, ellos declaran que sus derechos ancestrales han sido violados, Jorge Eliécer Yance Blanco, director del colegio indígena Sikuani, manifiesta que la pérdida de sus territorio sagrados es una injusticia, pues la ley decía que esas tierras eran de los blancos y sin opción de refutar fueron desplazados; entonces los colones empezaron a construir en las tierra sagradas, y por esta razón todos los Sikuani fueron obligados a sobrevivir en territorios pequeños que no corresponden a los suyos. “No nos ofrecen las garantías de supervivencia por el despoblamiento de fauna y flora al que fueron forzados nuestros territorios y por tanto, nuestra comunidad está en alto riesgo de seguridad alimentaria y cultural” asevera Nancy, una indígena Sikuani venezolana que vive en el resguardo de la Isla, pasando el río Arauca, un lugar por ahora completamente virgen que aún no ha sido tocado por la mano del blanco, tal vez porque está en territorio Venezolano, pero que de igual modo los indígenas han tenido que proteger de todas las maneras posibles, pues es una de las pocas tierras que les quedan.

Un estudio de caracterización de los niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos indígenas consumidores de sustancias psicoactivas y habitantes de la calle, realizado en el departamento de Arauca en el año 2015, demuestra los altos porcentajes de estas problemáticas. 46 indígenas Sikuani, divididos en tres grupos, sufren de indigencia. Un 72% del resguardo indígena de Corocito, un 22% del resguardo de Matecandela, al cual pertenece Marly, y un 6% de otros resguardos, en donde la mayoría son niños y adolescentes de 12 a 17 años.

Nancy y su familia viven en el resguardo indígena Sikuani, llamado La Isla, que se encuentra cruzando el río Arauca en territorio venezolano, allí hay 193 personas. Foto de Mary Ramírez.

Muchos de los consumidores de pegante no están siempre en la calle, también tiene sus resguardos y pueden ir cuando quieran con la promesa de no llevar ese “veneno amarillo” a su comunidad, ni llevarse a nadie de la misma para la calle, como cuenta Julio César, el esposo de Marly, que por su cercanía a la comunidad indígena, ha sido testigo de todas las problemáticas que allí se presentan.

Licenia Agualimpia, coordinadora de Asuntos Étnicos de la Alcaldía de Arauca, cree que una vez que van a la ciudad y se dan cuenta que pueden olvidarse de sus problemas con el pegante, y vivir de la comida que encuentran o que les dan en El Parque Caldas, ellos se sienten tranquilos (El Parque Caldas a propósito es el lugar donde más se aglomeran los indígenas Sikuani habitantes de calle, y tal vez el lugar más emblemático para ellos, pues cuentan los historiadores que allí se situaba antes el desembarcadero indígena Sikuani de Arauca y que por ello siempre este es el punto de encuentro de los indígenas). Ellos ven esto como un escape a sus preocupaciones y necesidades, prefieren quedarse en las calles que volver a sus comunidades.

Marly Páez concuerda con este pensamiento y piensa que hay mucho desequilibrio por parte del Estado, pues ella es el mayor referente y ejemplo de que sí se puede superar la vida en la calle y el consumo de bóxer. “Si no hubiera sido por ese blanquito, quién sabe dónde estaría yo en este momento,” repite una y otra vez sin titubear cuando habla de su esposo. Ella fue la única que pudo rehabilitarse del grupo de nueve personas con quienes habitaba en la calle y consumía pegante.

Marly se encuentra en la espera de su cuarta hija en su ranchito ubicado en el resguardo de Matecandela, el que construyó junto a Julio César a partir de elementos de reciclaje, cemento y ladrillos que han podido ir consiguiendo poco a poco, solo tienen una habitación y cuatro ‘chinchorros’. El piso es de arena, no tienen cocina, ni tampoco sala, pero lo que sí tienen es un pequeño parquecito que le construyeron a las niñas con un rodadero que encontraron en la basura un poco dañado, varios juguetes que han ido recolectando, un columpio que hicieron con madera, cuerdas y mucha imaginación, para que ellas estuvieran felices.

Marly quiere conservan las raíces culturales y recuperar todas esas costumbres y ritos propios de los indígenas Sikuani que se han perdido durante esta lucha, por eso a sus tres hijas les ha enseñado la lengua materna indígena ‘Guahiba’, y así lo hará con la pequeña que viene en camino, de eso, piensa ella, todos deben estar seguros.

 

 

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