Mi vida en el Hogar Clarita Santos

El Hogar Clarita Santos es una institución privada sin ánimo de lucro, que trabaja por la dignidad humana, el reconocimiento y garantía de los derechos de las mujeres con discapacidad cognitiva leve y moderada, que se encuentran en situación de riesgo psicosocial, a través de un servicio terapéutico y evangelizador.

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Su mano se mueve con sutileza hacia mi rostro para acomodarme un mechón de cabello que se me ha escapado mientras estoy haciendo la entrevista.

Ya con mi peinado bien acomodado, justo detrás de la oreja; no puedo evitar pensar en el sujeto que el acto esconde. Elizabeth, una mujer de 75 años, me mira con una ternura con la que solo me ha mirado mi abuelita, y sin importar la connotación de la pregunta, Elizabeth siempre, siempre me responde con una sonrisa.

— ¿Su familia la viene a visitar?
— Yo no tengo familia.

La luz natural entra por el patio interno de la casa de estilo colonial en la que se ubica la Fundación Clarita Santos. Aunque el sol nos da directamente y el ambiente se empieza a tornar caluroso, Elizabeth permanece con su ruana puesta. Joaquín, el vigilante, se sienta con nosotras y llama a su hija para que nos acompañe, a quien puede traer al trabajo sin ningún inconveniente.

— Mi familia son los de la fundación, ellos me dan ropa para estrenar – continua Elizabeth — A mis padres ya no los recuerdo bien, unos amigos de ellos me dejaron acá cuando estaba muy chiquita. Pero aquí estoy bien, estoy en el cuadro de honor porque soy juiciosa, la profesora Natalie me puso ahí.
— ¿Eso quiere decir que sus estudios los hizo aquí?
— No, yo nunca estudié, por eso no sé leer y por eso no voy a votar porque eso es con números y yo no sé de eso.
— La firma de ella es muy chistosa, vea. –interviene Joaquín.

Joaquín me muestra el libro en el que se registran las salidas, sobre todo cuando las señoras salen a caminar los domingos, y ahí en la esquina inferior derecha está la firma de Elizabeth; la cual es un conjunto de “ces” en diferentes direcciones. Ella se para, se acomoda la ruana, camina hacia la hija de Joaquín y le pide que extienda la mano en la cual deposita una bolsita de tela. La niña mira a su padre y él abre grande los ojos lanzándole esa mirada tan particular que implica una orden muy concreta “da las gracias”. Con gran curiosidad jala el cordón que mantiene la sorpresa adentro y cuando el empaque por fin se termina de abrir revela una delicada pulsera plateada.

— Es perfecto Elizabeth – dice Joaquín — justo ayer estaba cumpliendo años.

Elizabeth le da un beso en la mejilla, se voltea hacia donde estoy sentada, me dedica una sonrisa y se va directo para el comedor.

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Las 8:00, las 10:00, las 12:00, las 15:00 y las 17:00 son horas muy importantes. Es hora de comer.

Para un grupo de mujeres, que en su mayoría pasan del sexto piso, hay pocos placeres más placenteros que la comida. Los horarios en la Fundación están bien definidos; para la muestra un botón. Desde que llegué me han preguntado la hora 12 veces; todas pendientes de cuándo son las 17:00 porque a esa hora se van a cenar.

Entre comida y comida tienen varias actividades programadas, como talleres de arte o clases de educación física con Carlos, quien es su instructor favorito porque las hace reír mucho, casi un coqueteo que no llega a ser coqueteo. Además, realizan varias actividades al mes, como el septiembre pasado que fueron a piscina en la vereda de Chinauta del municipio de Fusagasugá. Flor no lo olvida, y a ella se le olvida todo. Tampoco olvidan cuando fueron a ver al Papa o los asados a fin de año en Cajicá, un municipio del departamento de Cundinamarca. Exploran el Jardín botánico y visitan varios museos, caminado la historia aun cuando ellas son historia, ven películas en las salas de cine de Cine Colombia con quien tienen un convenio, y de hecho este mes van a ir al parque de atracciones de Mundo Aventura, todas unas señoritas con agenda programada.


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En todo grupo de mujeres siempre está la que es poco convencional, esa de la que se escuchan rumores en los pasillos, solo que esta vez, no hablamos de adolecentes sino de mujeres de tercera edad que comentan sobre la vida de Libia Ramírez.

— ¡Ave María!, ¡cómo me gustaba bailar! Si no fuera por mi cadera…
— ¿Qué le pasó?
— Hace unos años, espere hago cuentas.

Unas operaciones matemáticas después.

— Tengo 78, eso quiere decir que hace 36 años mi amiga Beatriz estaba sufriendo mal de amores, yo siempre he sido muy buena amiga así que la fui a visitar. Era de noche, estaba lloviendo y yo iba con unos tacones pequeñitos pero seguían siendo tacones; subiendo al andén para entrar a su conjunto me resbalé y caí sobre mi cadera; ahí me quedé como una tortuga, suplicando por ayuda pero la gente seguía pasando y no les importaba que yo estuviera ahí tirada en el piso, mojándome. Esperé un buen rato hasta que llegó un muchacho y me metió a un taxi, Beatriz bajó y me acompañó donde un sobador, pero el señor dijo que mejor no me tocaba, así que me fui para donde Diego, un ortopedista que me terminó operando.

Su postura, ligeramente inclinada hacia adelante releva que ahí no se acaban las historias.

— ¿Qué es lo que la hace sentir más orgullosa?
— Mis viajes. Trabajé cuidando ancianos para poder pagar mis viajes y mire, qué ironía, donde vine a parar. El caso, estuve por Francia, España, Inglaterra. Caminando por allá y por acá crecí mucho espiritualmente, por eso no le tengo miedo a la muerte, porque me di cuenta de que la vida es como un embudo y todo lo que me ha pasado hasta el momento es la parte más angosta, cuando me muera ¡boom! Todo se expandirá.
— ¿No se arrepiente de nada?
— No, nunca tuve pareja estable, ni hijos y puedo decir que estoy feliz con mi vida. Viajar fue la mejor inversión que he hecho porque la otra opción era quedarme y construir una casa como mi papá, pero ese tipo de cosas se pueden perder, como le pasó a mi papá. Así que preferí viajar y lo haría de nuevo.
— ¿A dónde?
— ¡A cualquier parte! El mundo es bello en cualquier parte. El paraíso es en todo el mundo.

Me dispongo a acompañarla a la merienda que dan después del almuerzo. La cojo por el brazo de gancho y vamos caminando lentamente a hacer la fila para reclamar las tajadas con aguapanela cuando una señora nos adelanta y me dice “buenos días doctora”.

— Yo la admiro mucho a ella, le dice doctor a todo el mundo. Es políticamente correcta.

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Las cosas no han cambiado tanto.

La señora Irene con 72 años, trabajó, se casó, tuvo hijos y se divorció.

Ahora le pide a su virgencita que alguno de sus hijos la venga a visitar, porque su virgencita es la única que no la deja sola.
— ¿Y su exesposo, Irene?
— Mi esposo se portó mal, son hombres que se acostumbran a vivir la vida libertina. Mi viejo tenía otras personas, otras mujeres y no me entregaba cuentas de nada. Apenas nos casamos, mi esposo me dio una orden y me dijo, justo cuatro días después de la boda que me tenía que poner a trabajar porque él no me iba a mantener. Me dijo muy serio que “No me podía quedar mirando pa´ las nubes esperando que él hiciera todo, y pues como no quedaba embarazada me puse a trabajar con mi familia que tenía unos almacenes. Ya después nacieron los niños y me pude quedar en la casa.

Mirando a Irene terminándose de comer su ponqué, relamiéndose los dientes. Observo que al otro lado del salón está Libia durmiendo las noticias, al parecer Mónica Jaramillo, presentadora de noticias de Caracol Televisión, resulta ser arrulladora.

Y con la realidad palpable y presente, me doy cuenta que Irene tiene clones y que su historia no es ajena sus generaciones predecesoras o sucesoras. En ese momento Irene se volvió ama de casa y pasó a ser parte del 34% de mujeres que se dedican a las labores del hogar, dejando su empleo a un lado en el que se registra una actividad laboral del 23% en Colombia. A comparación en países como Canadá, las cifras muestran un contraste, el 7% son amas de casa y el 41% tienen empleo de tiempo completo, según una investigación publicada en El Tiempo.

Irene, ya con los hijos más grandes quiso volver a trabajar, pero le fue muy difícil encontrar un horario flexible para poder seguir compartiendo tiempo con sus hijos, la corresponsabilidad no era un término que el ex esposo de Irene entendiera. Es por esto que de vez en cuando salen académicos a pensar maneras de ayudar a las Irene del mundo, como es el caso del economista Jaime Tenjo Galarza que plantea que “un punto clave es cambiar ese rol que tienen las mujeres en la economía del cuidado, que son actividades no pagadas en gran medida. Se necesita, por ejemplo, que los jardines infantiles y las guarderías amplíen sus horarios, cierren más tarde, para que cubran las necesidades de atención de los hijos de muchas mujeres trabajadoras”.

— A pesar de todo lo que me hacía sufrir, yo por mis hijos dije que me quedaba. Pero las infidelidades golpean duro y yo me aguanté muchas, así que llegó un momento en el que yo le dije que mejor nos separáramos y a él le pareció bien. Entonces tocó separar todo, y pues lo único que teníamos era la casa así que fue lo único que separamos. Como la pagamos entre los dos, él la puso en venta y me dio la mitad para que yo me fuera a vivir “donde a mí se me diera la gana” y yo solamente pude decir que sí señor. Lastimosamente no me alcanzaba para comprar ninguna tierra así que nos fuimos a pagar arriendo, mis tres bebés y yo; después se me crecieron y empezó lo de la universidad, y a las dos niñas se les dio por estudiar en la Javeriana, una hijita había escogido inglés y la otra hijita había escogido contabilidad. Mi hijo sí me salió más barato, ese no hizo caso de estudiar, él cumplió con su bachillerato y en seguida se puso a trabajar.

Con el extremo de la sudadera Irene se limpia las migajas que tiene en la comisura de la boca y con la otra mano me señala la habitación que está delante de nosotras.

— Ahí hace mucho frío, pero yo soy muy agradecida, así que no me quejo ¿Si ve mi cama? en la cabecera tengo unos muñequitos que me regalaron mis hijos, me recuerdan a ellos y los quiero mucho. Y ya que le tengo confianza le cuento que a mí me molesta que no haya venido mi hijo y me haya llevado a pasear porque yo sí le dediqué tiempo a él, pero no puedo hacer nada. Solo pedirle a mi diosito que me haga ese milagro.

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Las cosas no han cambiado tanto. El número 3 es un buen número. Tengo 3 hijos, con el número 3 se gana la lotería, y si tienes 3 novios alguno tiene que salir bueno.

Al llegar a los 84 años puedes decir cualquier cosa, la época de hablar con filtro se acabó para Elizabeth. Con su feminidad latente Elizabeth se sienta en una de las sillas plásticas azules ubicadas a un costado de la casa. Toma su bastón con ambas manos e inmediatamente resaltan sus largas uñas pintadas de un verde sobrio en el que se ve una flor muy bien trazada en uno de los dedos de cada mano; con permiso le toco una de las uñas y sin poder controlarlo, mi vanidad sale a flote.

— ¿Cómo hace para tenerlas así?
— Niña, tome una pastillita de calcio al día y tendrá las uñas tan largas como las mías. Además, se las tiene que arreglar, aquí vienen cada mes para cortarnos el cabello y para arreglarnos las manos.
— ¿De joven también tenía así de bonitas las uñas?
— Niña, no era lo único que tenía bonito – riéndose —, yo no tenía ni novio, pero los sinvergüenzas me llevaban chocolatinas. Yo los recibía, pero sin pensar en nada malo, porque los sinvergüenzas son capaces de echarle mugresitos, como gotas que puede que funcionen.
— ¿Y para qué harían eso?
— Pues, cuando les gusta una jovencita.
— ¿Eso le paso a usted?
— ¿A mí? Chinos hijuemadres. ¡Claro! si yo era una criatura de por ahí 14 o 15 años y ese hombre ya tenía como 30, pero ahora la crianza de las niñas es más directa, en mi tiempo fácilmente se aprovechaban de las muchachas, y esos pendejos eran a cogerle a uno los senos y uno que tenía solo un pedacito de carne con unos aritos, yo no tenía la forma del seno.

Las cosas no han cambiado tanto, todavía hay quienes intentan tocarles los “pedacitos de carne” a las niñas sin su consentimiento. En el 2017 se reportaron, 6.188 niñas agredidas sexualmente con edades entre los 10 y 13 años.

— Niña, camine a tomar onces.

Normalizando comportamientos machistas, Elizabeth y yo disfrutamos de un delicioso café con un pedacito de ponqué.

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Eternamente acompañadas, eternamente solas.

Irene siente cada paso, cada segundo de ese sábado en el que su hijo prometió visitarla y no lo hizo. Hasta se puso su reloj favorito el cual tiene una manecilla dañada, pero decidió usarlo ya que pensaba convencer a su hijo de que se lo llevara para que lo pudiera arreglar.

El sobrino de Elizabeth se acaba de ir, y mientras contempla a sus compañeras sentadas en una hilera de sillas plásticas, para ella es inevitable pensar en el sentimiento cíclico que representa el anhelo de querer volver a ver a alguien, verlo, y luego presenciar su partida.

Elizabeth, es Elizabeth, no desea mucho; todas las personas que quiere y necesita ya están a su lado.

Pero hay un ser que apacigua la soledad de estas mujeres. Dios.

La religión juega un papel importante en sus vidas. Los discursos hegemónicos han sido una guía para la toma de decisiones en los momentos más trascendentales de su existencia. Y ahora siendo personas de la tercera edad, su presencia es más requerida que de costumbre, ya que la incertidumbre que genera el conteo de los años no llega en vano.

La religión les ha dado los valores básicos para distinguir entre el bien y el mal, pero aun así no logran vislumbrar completamente el valor de los sacramentos, dice la hermana Ana Inés Rincón, directora de la Fundación.

De igual forma, los domingos siguen asistiendo a la iglesia y también rezan rosarios. Además, desde hace 3 fines de semana, los seminaristas Miller Linares, David Calleras y Holman Frank las acompañan en la oración, y hacen el proceso de la evangelización, como si fueran niños, eso es lo que afirma Linares.

Al final, sin ninguna connotación, la religión termina siendo para ellas una compañía, al igual que una manera de salir de la rutina ya que las “charlas de evangelización” terminan siendo una actividad más en los horarios de las señoras, esto se evidencia en que incluso las mujeres no creyentes se unen a los grupos de oración, para simplemente tener algo que hacer.

La paz que el concepto de Dios les brinda, trasciende su vida y les llena el corazón con la esperanza de que al menos, un ser, en algún lugar, las escucha y se preocupa por ellas.

Mientras hablo con los muchachos que dicen haber sido llamados por Dios, de los cuales ninguno pasa de los 19 años, una de las señoras pregunta cuándo van volver, a lo que ellos responden que la próxima semana.

Y así cada semana, sintiéndose útiles amando y siendo amadas.

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La minoría de la minoría de la minoría no es un grupo fácil de manejar.

Aun así, la hermana Ana Inés Rincón dedica todo su tiempo a la fundación. Esta es su vocación, y como ella misma dice.

— El sueldo es una “ñapa”.

Llena de energía, la hermana Inés me recibe en su oficina como si fuera una vieja amiga. Esta es solo la segunda vez que nos hemos visto.

— ¿Cuál es su principal función en el hogar?
— Dignificarlas.
— ¿Cómo?
— Hay muchas formas, como las actividades que realizamos o también por medio de la higiene. Mensualmente se les da un kit de aseo personal, pero si en transcurso del mes a alguien le falta algo pues se le completa. A algunas señoras, las enfermeras les manejan todo lo de aseo porque no tienen las facultades para hacerlo ellas mismas. Somos muy cuidadosas en este aspecto porque la higiene es muy importante para ellas como mujeres; por eso todo está marcado, hasta las sábanas. Además, también lo hacemos para evitar problemas con los productos que se les entregan, no queremos que una resulte con 5 cremas dentales y la otra con nada.
— ¿Hay alguna actividad que les guste especialmente?
— El reinado, eso es una belleza. Este año se celebra el décimo reinado de la alegría y lo vamos a hacer el último viernes de agosto, en el Club edad de oro de Cajicá. Eso se vuelve, haga de cuenta Cartagena, porque ellas lo disfrutan mucho.
— ¿Cómo es toda la logística del evento?
— Cada año se escoge una temática. Hace como dos reinados el tema fue el reciclaje y gustó mucho, porque ellas pudieron hacer sus propios vestidos con materiales reciclados; esta vez es el folclor colombiano.
— Suena muy bonito.
— Sí, es muy gratificante. El evento se ha expandido, antes era una pequeña fiesta el patio del hogar, hoy ya lo hacemos en un salón y vinculamos otros hogares de vejez, cada sede presenta una candidata. Es algo que seguiremos haciendo porque es poder brindarles en sus vidas espacios de felicidad que antes no se podían permitir.

La población de adultos mayores es vulnerable y necesita de mejores políticas públicas para garantizar el pleno ejercicio de sus derechos, parte de esa labor la realiza la fundación, pero hay un alto porcentaje de personas que quedan desprotegidas. En el país hay aproximadamente 5’750.000 adultos mayores (DANE), de los cuales 995.000 viven en Bogotá y son aproximadamente 400 los que son abandonados en la capital según el informe de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Sabana y la Asociación Colombiana de Gerontología y Geriatría. Las mujeres adultas mayores con un nivel de discapacidad, son un grupo en el que confluyen múltiples discriminaciones, asegura la politóloga Angélica Bernal Olarte.

La hermana Ana Inés intenta mejorar esa calidad de vida, ella junto con su equipo de profesionales trabajan las 24 horas para las 140 mujeres que viven en las dos sedes. Mujeres como Rosalba o Elizabeth que no tenían otra opción y que fueron acogidas por una familia, casi como una adopción, a los 70 años de edad.

Como dice Ana Inés.

— Nuestra casa es de puertas abiertas. 

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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