No es locura, es olvido

A la repetición de una rutina lejana,
en son de aquello confuso y perverso del día.

Prólogo

Sin orden ni desorden, este es el relato de tres mujeres colombianas: Antonia, Laura y Stella, que se encuentran en el diario de un vivir singular, sin precedentes y estático, en el que intentan recordar el instante voraz que define su refracción en los miedos de una sociedad sin memoria.

 

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No es débil, su postura y ojos observadores cuentan lo matrona que es en su hacienda, especialmente, en el restaurante de perdibles objetos y utensilios de cocina, que por motivo alguno se desaparecen entre las manos de quien los toman ¿sabe quién se los llevó? No, los días trajinados y pasados de mando en mando no permiten encontrar aquel lugar en el que ahora reposan los nichos de cordura en su memoria.

Un par de zapatos color gris marcan su espacio en el aire, vienen con dos pegatinas encima, alzan la voz y mencionan: “¿Ustedes cuándo se van a parar?, yo ¿para qué les pago?, claro, si les pago es para que trabajen”, recuerda Sor Ana Inés Rincón Barbosa, una acuciosa que a menudo frecuenta el lugar; a la dueña le es inexplicable que a la hora del almuerzo las muchachas que contrató para las tareas en el restaurante no hagan sus deberes, y que ya, con uniforme, estén sentadas sin nada qué hacer, sentadas sin fijar horario ni rutina para su trabajo, sentadas en el borde de la mesa a la espera, sentadas sin explicación ni indicación.

Sospecha que otros podrían contar mejor su historia, porque sigue ocupada en los quehaceres del hogar, en cuidar de sus nietos y en traer de vuelta a sus hijos. El problema es que nunca le hacen caso, a pesar de su mano pesada y “andarles duro, no pegándoles ni nada”, aun así, sigue firme en que lo más importante para una buena ama de casa en su vida diaria no consiste en limpiarse las uñas desgastadas e ir al salón de belleza a que le arreglen el pelo casi gris que tiene, sino en darles la comida a los muchachos para que al siguiente día no se sirvan de lo trasnochado, de la sombra de un día lleno, de lo insensible al ser humano.

Ella, quien a pesar de hacer oficios, permanece con ropa estilizada, sin uniforme, con una ruana “quita frío” y una conjunta combinación de café, marrón y beige como el agua de panela con pan que se está comiendo en el momento, ahora, es el reflejo de lo que siempre ha sido, una señora con los pantalones bien amarrados, que desea mantener el orden de su hogar con el control de cada ser que respira por medio de la observación y el llamado de atención, especialmente añora inspeccionar de cerca su restaurante, “Yo no trabajé en un restaurante, ¡tuve un restaurante!”.

Grandes pinceladas de boleros del taller de al lado ocupan el espacio en el que Antonia puede responder a cada intermisión en el ambiente, pues ella en todo momento, a pesar de su deteriorado estado de salud, debe estar supervisando las tareas que realizan los empleados del hogar, de hecho, el único instante que le queda libre parcialmente es el de la comida, y sin embargo, al dedicarse minutos para sí misma, no deja de mirar si los demás caminan, hablan, la miran, abren la puerta, llaman o trabajan.

Los tiempos han cambiado para Antonia, y como si ya no le importara el asunto dejando al azar razones y aclaraciones “ese restaurante se lo robaron” y como si fuera parte del menú “se lo comieron”, comenta al sazón y organización de las cucharas y de los comensales, siendo esta la única manera de guardar responsabilidad y deber con lo propio agrega: “Claro que cocino bien, y todavía cocino, de todo. Yo vendía platos a la carta -tose afectada por una virosis- y lo que se vende en un restaurante así rápido, rápido, rápido, yo duré arto con ese restaurante, no les traje por ahí unas…” unas palabras, de pronto comida, o tal vez fue lo que se quedó.

Esta mujer de “los años de la mazamorra” como lo dice ella misma, también tiene dos hijos y tres nietos “Óscar Julián, Óscar Julián y el otro José Óscar, también tengo más nietos pequeños, esos nietos pequeños son Óscar Julián… Óscar Julián y las señoritas, pero… una señorita nada más, de resto así mujeres no”. Sus dos hijos viven fuera del país en la actualidad, en Aruba, un país autónomo como ellos, que con un poco más de 14 años, trabajan en los rayos matutinos que se les aparecen en frente, “en lo que les salga”.

Con las texturas gruesas de las hojas de cada una de las matas que se encuentran colgando de negras cuerdas y otras que reposan en el piso colorado y geométrico al frente suyo, examina y señala con su dedo, con símbolo de ofuscada frunciendo cada una de las líneas de su ceño “que no vayan a romper la matera” mientras permanece atenta a los dos jóvenes entre 25 y 30 años que están arreglando cada una de las plantas en el patio y sin apartar la mirada de cada uno de ellos, cuenta el itinerario del día: se levanta, hace la comida, mira que los niños hagan la tarea y va sin rumbo fijo de esquina a esquina en la casa “aquí no dejan de estar llamando y preguntando por cosas y más cosas, mire ese verraco, ellos llaman porque van a coger una mata y se la van a llevar” y prosiguiendo con el discurso protocolario de quien ordena, no le come cuento a nadie y no abandona por milésimas de segundo lo que es “pues ojalá la estén arreglando, y no tenga que pararme y contarles cómo me llamo”.

Como señora y ama de sus años, ella acostumbra a comprarse la ropa y a repetir el proceso de entrega a los demás para poder ganar dinero, atendiendo a las personas, recogiendo los trastos y estando atenta a que nada se pierda, pues cantidad de personas ingresan a su recinto sin permiso alguno “aquí han entrado, vuelven, salen y siguen caminando pero yo lo único que les digo que es tengan cuidado con las cositas”, cositas que se pierden porque juegan o vuelan, tenedores, platos, sillas, vasos, macetas, hijos y memoria.

Como disco rayado con razón de años, como olvido de trazos y pasos, como cápsula de tiempo y de amor “mirar que no se vaya a perder la losa, pues puede ser que los boten, porque eso ya no sirve, los hijos míos ¡mire ahí hay uno!, se hacen los que ayudan, de pronto sí, pero yo nos les paro ni bolas, en la casa no me colaboran nada”. Con plena convicción y común recogida de boca, orienta hacia aquel muchacho de uniforme vinotinto que frecuenta la casa en tono de celador, aquel que tiene su escritorio en una esquina, ahí, donde permanecen los recuerdos del pasado de Antonia, la señora que tuvo el dominio de situaciones, comida e hijos en el restaurante, pero no en su propia casa.

Tiras de memoria, cuelgan cada una de las ramitas al final de su ruana, “tiene como todas unos periodos, unos lapsos en los cuales sí se puede ubicar y tiene un pequeño hilo con la realidad”, dice Cristhian Bucheli, gerontólogo de la Casa Clarita Santos, asimismo, como común abuela y mamá colombiana, que nunca ve crecer a sus hijos “ella habla como si Óscar Julián fuera pequeño, habla como cuando todavía estuviera a su cuidado, e igualmente se refiere a Óscar, él sí está muy pendiente de Antonia” comenta la trabajadora social, Johanna Yanez.

De hecho, uno de los factores de riesgo que se es proclive a presentarse en estas ocasiones, es la depresión, pero la actividad mental que circula por cada corredor en la casa de Antonia hace que la organización pasada de cada una de las sillas, adornos, instrumentos y personas sigan en su lugar, llevándola a un estado permanente de realidad propia en la que ella todavía es la protagonista.

La postura robusta y rígida de Antonia hace que se reconozca como una persona con carácter, que a lo largo de su vida significó un ser independiente y líder en el trabajo y con su familia, ahora, como el aseo que acostumbraba a llevar a cabo en su casa, barre en tiempos determinados cada pesquisa de su realidad, y vive en el mundo pasado que un día la representó como matrona del hogar.

 

Uno, dos, tres, cua… fueron 18 veces en las que realizó distintas composiciones, a duetos, a solos, a tríos, solo combinaba do, re, mi, fa, sol con corcheas, semicorcheas y semifusas, en un orden y en el orden contrario, Laura, orquestaba una y otra vez: tan bonita esa letra, una letra muy bonita, tiene bonita letra usted, la felicito porque tiene muy bonita letra, qué letra tan bonita...

Signos, grafemas aquellos que la señora no aprendió a escribir “la gente antigua era terrible, no le gustaba que las mujeres aprendieran a escribir” ella quería, pero no podía, a pesar de las propuestas del gobierno colombiano para ver reducidos en el 2018 los niveles de analfabetismo histórico de 5,7 a 3,2 por ciento, sin embargo, ella no sabe ni de estado, ni de planes, ni de poblaciones, mucho menos de las verdaderas razones por las que no tuvo una oportunidad.

De pequeña fue mujer de árboles, flores, piedras y tierra, aún con la esperanza de que a los que vengan a compartir momento les pueda regalar la bolsita de platanitos para llevar, y como ruta del Sistema de Posicionamiento Global (GPS), buscarlos por toda la casa, por rincones, por corredores, por ventanas, por puertas, y terminar a los 10 minutos de darse por vencida y no encontrar el anhelado racimo que se perdió.

Con una temperatura de unos 19º Celsius, y vestida con sudadera azul como el lado oscuro del mar, pero con un saco cielo claro del que cuelga una capota recogida de orillo a orilla y en sus brazos, una bufanda beige brillante, reitera a cada instante “está haciendo mucho frííío” manifiesta con voz aguda, de alto volumen, débil, pero estridente, mientras toma las manos de las personas, como si el clima le atravesara la garganta “yo tengo arto frío, usted tiene las manitas frías, qué pecao”. Así, recorre cada peldaño de sus calles en busca de alguien que le regale dinero para el bus, uno que la lleve a donde en cualquier momento dejó tirados a los niños que cuida. De cualquier modo, el problema yace en que intentan tomarle el pelo y sienten que con 200 pesos le va a alcanzar, cuando como cualquiera, ella sabe perfectamente el valor de la puerta dura para volver a ver cómo están los niños que nunca tuvo.

No es el prototipo de mujer que camina por los lados, guarda la figura delgada y un peinado de tres cascadas enredadas cayendo hasta sus hombros, también, acostumbra a hacerse un suelto rizado de blancos que se amoldan a los costados, no espera vislumbrar, es la cotidianidad conspirando en su imagen, en fin, Libia Ramírez, una compañera lo considera “a mí me parece que Laura es muy bonita, incluso, ella ha debido ser buena gente”.

Mejor llamada, como una uva morada, pero con B de una blanca, Uba, permanece en la búsqueda de al menos una oportunidad de empleo, pasa de persona en persona y de casa en casa ofreciendo sus servicios como lavandera, pues aunque está al pendiente de los niños, “a veces no hago nada porque qué puedo hacer, terrible la situación”, se acaba la indumentaria, dando por sentado que la ropa, hasta la suya, se la remolcó otro para limpiarla sin darse cuenta, así como cuando por las mañanas no se fija en que se queda como la estatua del Anfitrite en el Gran Caimán, que vive bajo el agua, sin más movimiento que el del agua alrededor de ella.

A veces tiene la estufa prendida, pero se le apaga, así que para calentarla de nuevo pasa sus manos en incontables ocasiones rozando cada fibra de la sudadera, los dos cuerpos se transportan al unísono dejando rastro de los dedos de tiza, con marcas venas al blanco de las uñas. Aquí no tiene amigas, ellas están trabajando y viven lejos, en ocasiones y con suerte le dejan un rinconcito en su habitación, el dinero de mañana no alcanza, no tiene dónde dormir, aunque algunas de ellas intentan convencerla de que la casa también es la suya, sigue consciente de que no lo es.

Como las campanas de la iglesia, parece reloj biológico, sabe cuál es la hora del almuerzo y la del refrigerio, cree que no le tiene miedo a nada, pero cuando en la habitación que alcanza alquilar con sus amigas se apaga la luz, cuenta Luz Elvia Muñoz, que ella insiste en que vuelva ese toque de claridad y razón. Perdida de cama en cama, Sara Del Socorro Narváez, como su segundo nombre lo indica, la ayuda a encontrar su lecho, sin embargo, después de tornarse la calma y tranquilidad total por el silencio de cada una de ellas, irrumpe en el espacio la preocupación, ¡vienen los ladrones! ¡vienen los ladrones! la golpean y la devuelven al globo al que hace unos años perteneció.

“Las personas que sufren de demencia tipo Alzheimer, tienen flashes del periodo pasado, pero no memoria a corto plazo, ella ejerció actividades, pero eso fue hace muchísimos años, entonces esos recuerdos son los que ella menciona” manifiesta la trabajadora social, Johanna Yanez. Es de esta manera, que 15 o 30 veces al día, o como los ciclos de reincidencia rodea un romboide sin salida, Laura saluda con su natural sonrisa y el habitual apretón de manos, es la misma persona en los tres minutos siguientes y de nuevo copla “buenos días, está haciendo mucho frío”, de ahí que el estudio De la amnesia al olvido aclara: “El disturbio de la memoria causa alteración significativa en el funcionamiento social o laboral pues ella es esencial para todos los aspectos de la vida diaria y su anormalidad afecta el aprendizaje y el recuerdo”.

La reproducción de los movimientos en sus manos, vuelven el siguiente momento igual al anterior, el gerontólogo Cristhian Bucheli expone: “Ella tiene niveles de ansiedad muy altos, que son cosas que van mostrando su particularidad en su proceso, pero son muy comunes y muy usuales en estas personas” así, la Universidad Instituto Colombiano de Estudios Superiores de Incolda, Icesi, realizó un estudio, en el que refiere que aproximadamente 260.000 personas mayores de 60 años para el 2020 podrían padecer una de las enfermedades más comunes en el mundo, la demencia tipo Alzheimer.

Justamente, asomada al borde de la verde pared con tonos de madera vieja, observa sumida en su aparente y tranquila sordera, esa que igual que su memoria, viene y va, dependiendo de la dirección, el tono y la autoridad que opere. Pasea sin saber nada de la segura oscuridad que se viene a cada tarde o noche en la que vuelve a las preocupaciones de una joven trabajadora informal, pero al estado de perfección en que aún tiene un papel en la sociedad.

 

Lo cantó como la teatral Martha de fondo: “Stella, -una y otra vez- Stella , mucho gusto, bienvenidos, Stella ” como a quién olvida y a la vez no lo olvida. Ella no lo quiere olvidar. ¿Su nombre? Stella, hija de Antonio y Tránsito.
Stella recibe a cada uno de sus visitantes con una sonrisa de oreja a oreja, Stella, trabaja para ayudarle a su mamá y aunque Stella está apenas hace un mes ahí, se la llevan hasta por ocho días a su casa.

No es una pena permanente, es el reflejo lloroso a través de dos lentes, gafas de marco mitad transparente y mitad rosado, ahora, ve mejor el mundo que le recetó su médico “especial”, como las demás, sabe en dónde está, tiene 21 años y nació el 4 de febrero del 66 ¿no es así? no, Stella lleva su edad a un juego de suerte por medio de la adivinanza, termina teniendo 51. Tampoco, ella cumplió 52.

Cama blanca como de hospital, sesteada en el tercer dormitorio del pasillo, en realidad el primero de la entrada trasera, lecho en el que a su vez penden recuerdos gramaticales, colgantes con escuela y prendas de bolsillo, pues permanece algunas bolsas y un esfero azul en el interior de su faltriquera derecha, renueva el intento “estamos en febrero, el veinti… cuatro de dos mil… diechi… ocho”, una respuesta a la pregunta más recurrente en su vida, ubicada como calendario diario, encesta el hecho de la jornada.

Tiene puesto “amarillo, azul y rojo, como la bandera de Colombia”, color total de su traje vinotinto, aquel que su mamá le compró. No solo trajo ropa, también cartillas y cuadernos para realizar cada detalle de la gallina, el pato y el payaso, destacando en el trazo de las líneas, en los bosquejos con gruesos y vivos colores, como “un perito” que vive en una de las primeras páginas de su cuaderno, con cuerpo naranja, cola, cabeza y dos patas delanteras marrones, tres manchas como nubes de color azul en el lomo y un collar grueso rosa al que le destacan cuatro puntos verdes en el medio.

Mantiene una postura rígida y una sonrisa que le marca las mejillas finiquitando sus labios, busca en la única bolsa azul de agarradera, y alarga en sus dos manos un color rosado guayaba fuerte a lo largo de su torso, asimismo, hay otra azul con amarillo y blanco que reposa en su cama. Valen ocho mil pesos y son dos bufandas, algunas con comprador definido anteriormente otras a la espera de uno. El dinero no se utiliza para comprar los dulces prometidos, sino que forma parte del ingreso económico familiar que le pasa a su mamá, especialmente cuando quiere ayudarle en los gastos de la enfermedad de su papá.

Mientras suenan las pequeñas llantas de carritos a lo largo del corredor y el vaivén de las lavadoras en la sala contigua, la preocupación por los demás la embarga, como fehaciente católica al esperar de primera en el transporte de salida a la misa, le pide a Dios por la lavandera, la jefe de restaurante, la mesera, la aseadora, la visitante, la hermana y por la que aún no conoce “pedirle a papá lindo que los ayude, que nos proteja a todo, en la salud y los favorezca” haciendo énfasis con su cabeza arriba y abajo en la demanda de felicidad, empatía, y pan de trapo y de cartón.

Como espera la misa, también aguarda la realización de los talleres diarios, y como parte del espectáculo, sale a relucir los avances que hizo en la cartilla, y en medio de la disertación confunde la Ñ con la M en el concepto, por lo que recurre a la repetición para encontrarle sentido a lo que sale de su boca en la práctica “niña a-ma ama a su mu-ñeca” ordena cada sílaba en su cabeza mirando con atención lo que ya leyó e insiste siguiendo con el dedo: “¡esa niña ama su muñeca!”.

Se acerca el llamado retórico del día, su compañera Concepción Bernal le recuerda las onces que pretende como un fragmento de torta “delicioso” y al mismo tiempo anexiona: “quién sabe si este sábado se la llevará la mamá, y cuando se la llevan para la casa dura ocho días y como por allá tiene familia”, a lo que se une otra pasante con una detallada y pequeña risa.

La media mañana duró unos 15 minutos, ella vuelve casi de arrastre a mostrar lo que resta de sus dibujos y a demostrar su logro con la escritura, poniendo “miernes” en vez de miércoles, y llega su sábado: “Stella vinieron por usted” la llama una de las enfermeras del lugar. Stella emprende una rápida y fugaz recogida de los implementos de muestra sin darle mayor importancia al orden de las cosas y sale al encuentro de su verdadero hogar.

En el comedor de cuatro largas bancas, la espera su cuñada María Isabel Hernández “Normalmente, venimos por ella cada quince días, solamente va el fin de semana y regresa el lunes” debido a la condición de su mamá. Stella tiene Deterioro Cognitivo Leve y aunque no pasa lo que cree en su casa, se toma su tiempo para limpiar, arreglar su alcoba y estar con sus papás.

Aproximadamente 7.550 millones de personas en el mundo, y ella también tiene días de felicidad y de tristeza “se cohíbe cuando llega un fin de semana, hay un festivo y la mamá no viene, se ve triste, se le ve en el rostro” menciona la directora del programa en Cajicá, Sor Apolinaria Clemente Chilo, a pesar de que entre semana diferentes profesionales en lúdica, manualidades y terapias, intentan incentivarla a unirse en actividades que le permitan manejar la hemiplejía. Este tipo de actos se muestran como benéficos para su condición, pues como lo demuestra la investigación Efectos del ejercicio físico en la condición física funcional y la estabilidad en adultos mayores llevada a cabo en el 2012 , en la que un licenciado en educación física y dos fisioterapeutas profundizan en que la ocupación corporal contribuyen al “mejoramiento de la masa muscular, de la estabilidad, de la resistencia cardiorrespiratoria y en general al mantenimiento de la independencia y autonomía” buscando este tipo de incursiones “la flexibilidad, la coordinación y la agilidad”.

Su cuerpo es telar que tiende, enreda y trata de ordenar hilo a hilo cada pendiente de su realidad diaria, y aunque no recuerda su edad, ni sabe contar los 14 años que cumple el 14 de abril de estar en el hogar, ciertamente va paso a paso hasta su casa cuando la recogen y sigue en la búsqueda de quién compre sus bufandas de color amarillo, verde, azul o de la bandera de Colombia color vinotinto.

 

 

Epílogo 

El mundo pasado se llena de realidad, la cotidianidad amenaza el presente y trae devuelta consigo aquello inverosímil y transparente que hizo parte de una necesidad, esta que resiste al borrador y trata un sueño que vieron como existente.

Un déjà vu físico que no advierten, Antonia y Laura tienen la sensación del experimento, a manera de la película Como si fuera la primera vez, no les importa si repiten, no lo saben, no les importa saludar, no lo saben, no les importa sonreír, no lo saben, no les importa volver a su trabajo, no lo saben, comparten la misma habitación de 26 camas, no lo saben, en ocasiones conjugan sus cuentos y aún no lo saben.

Antonia tiene consciencia de que olvida las cosas, pero no tiene consciencia de las cosas que olvida, distorsiona la edad de sus hijos, su rol en el hogar, su rutina. Laura, no conoce lo que extravía ni sabe que lo hace, sigue empeñada en la habitación, en el dinero que no es suficiente, en que no pudo aprender a leer. Al otro lado de la orilla, pero con corrientes para cruzar, está Stella, una sonriente mujer que da la mano, vive en su casa, dice sin pena la edad, indica con orgullo a sus amigas Cecilia y Rosa, confunde letras, habla como puede, siente orgullo por su nombre y vive en el hoy.

La soledad no viene sola, es causada por el síndrome del nido vacío, relaciones familiares pobres, la salida del mercado laboral, los prejuicios, entre otros, como lo trata el estudio La soledad en el anciano de Marta Rodríguez Martín, su condición no es el resultado de esto, pero en parte es la materialidad de su condición actual. Sin embargo, al fin y al cabo, no surge, no tiene rol, ellas viven con otros en ellas, y si bien Antonia, Laura y Stella no están en el mismo ring, pelean contra el mismo boxeador, el Deterioro Cognitivo Leve a Moderado que tiene Stellita “es aceptado como una entidad diagnóstica y se refiere a un estado transitorio entre la normalidad y la demencia” según las líneas de la investigación El deterioro cognitivo leve. Un paso antes de la enfermedad de Alzheimer realizada en 2011.

Son personas, son mujeres, lo encuentran, lo sienten, lo hallan y pertenecen al mundo habitado, nadie está exento, no es demencia senil tipo Alzheimer, es demencia, no es locura, es olvido.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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