Para evitar un escándalo

“Era domingo en la mañana. Estaba trabajando donde doña Helena Patiño, me llamó “El Chivo”, el papá de Jaime. Me dijo: "Luz Dary, aquí vinieron unos hombres en una camioneta a recoger a Jaime y se lo llevaron, no sé para dónde." Yo gritaba y doña Helena me dijo: "Tranquila, Luz Dary, que a él ya lo pasaron". Lo tuvieron como dos horas, ausente”, la conversación se interrumpe y Luz Dary rompe en llanto.

Jaime Alonso Gamboa Villa era hijo de Luz Dary, un joven de escasos recursos que vivía en el barrio Pueblo Nuevo. Tenía 14 años y, de acuerdo a registros de la Institución Educativa San Pablo, cursaba grado séptimo. Quienes lo conocieron concuerdan con que era un joven muy activo, inteligente y vivaz.

“Era un niño de aquí del barrio, muy hiperactivo, muy metido en todo. Era un niño que los mayores se ponían a hablar y él estaba ahí metiendo la cucharada. Era un niño rebelde con la mamá y hacía lo que quería. En esa época llegaron los paramilitares, él se hizo amigo de ellos, como llegaban con armas y motos, a él le gustaba eso”, dice María Lorena, una vecina que lo conoció.

Según la relatoría del Informe nacional de reclutamiento y utilización de niños, niñas y adolescentes en el conflicto armado colombiano: Una guerra sin edad, presentado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en el año 2018, “el conflicto armado ha atravesado la vida de la niñez y la adolescencia. Ha pervivido por más de sesenta años y ha logrado invadir muchas de sus cotidianidades. Aunque los actores armados en Colombia acepten parcialmente algunas formas de reclutamiento y utilización y apelen reiteradamente a las realidades territoriales de las vidas de los niños, niñas y adolescentes como excusa, es evidente que todos y cada uno de ellos desde sus inicios, definió, ordenó y llevó a cabo la vinculación de todas las formas posibles a sus estructuras armadas”.

Katherine López, coordinadora e investigadora del anterior informe, también anota que “tanto el reclutamiento como la utilización han encontrado sus raíces desde la misma génesis de los grupos armados y el conflicto armado, pero también han tenido asidero en unas condiciones sociales y culturales que se han vuelto estructurantes de la no real garantía de los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Sus cotidianidades ponen en evidencia la gran dificultad para crecer en este país. Muchos se han visto expuestos a entornos familiares y comunitarios no protectores, a una realidad institucional distante de sus intereses (...) Todo un andamiaje que manifiesta la dificultad para llevar a cabo una protección integral”.

Puente sobre el río Guarinó en la vía Victoria – Albania, vereda del municipio de Mariquita, Tolima, sector hacia donde se dice fue conducido Jaime. Según las autoridades, era un lugar de torturas. (Foto: Jairo Andrés Vargas)

Jaime llevaba aproximadamente tres meses de relaciones con los paramilitares que llegaron a Victoria y que se instalaron en Pueblo Nuevo. Poco a poco se convirtió en el mensajero de la organización y sus integrantes mandaban a lavar la ropa con su mamá y le pagaban incluso el doble o el triple de su salario por realizar este tipo de trabajos. Jaime y su familia vieron en este tipo de relación una manera de beneficiarse y encontrar ingresos extras para tener una mejor calidad de vida.

Mayid Fernanda Villa, trabajadora social, colaboradora de la Comisión de la Verdad de la regional Magdalena Medio en la Casa de Verdad de La Dorada, y quien ha trabajado con asuntos de conflicto y víctimas por más de diez años en la región, comenta que las dinámicas del conflicto hicieron que los actores en juego tomaran dominio del cuerpo de otros y les dictaran ciertas lógicas de comportamiento, vestimenta, relaciones, entre otras.

Después del domingo en que fue obligado a salir a la calle, Jaime no volvió a salir y empezó a enfermarse. Tenía fiebre y aparecieron manchas moradas en su cuerpo que aumentaban de tamaño. Aunque este se negó en primer lugar a hacerlo, sus padres finalmente lo trasladan al hospital, donde el médico luego de la revisión rutinaria constata que tenía una inyección en uno de sus glúteos. A los pocos minutos de haber sido internado en el Hospital San Simón, cuatro paramilitares hicieron su ingreso y hablaron con el médico.

“De lo mucho que él mantenía con ellos, se escucharon unos chismes que decían que él había llevado información dentro de los mismos integrantes de ellos y había ocasionado una pelea entre uno de los paramilitares y una mujer con la que tenía una relación”, cuenta María Lorena.

Durante su estadía en el hospital, los padres de Jaime y algunos familiares que llegaron desde Bogotá solicitaron al médico que remitieran a Jaime a un hospital de mayor nivel, pues el de Victoria solo alcanza el I, pero inexplicablemente y a pesar de la gravedad del cuadro clínico, el traslado nunca se realizó ni se dieron las explicaciones pertinentes de las razones para no hacerlo. Algunos testigos aseguran que el médico fue amenazado y los paramilitares prohibieron que se diera la remisión. Funcionarios de la IPS, que prefieren reservar su identidad, señalan que a la fecha no hay registros del hecho, pues las historias clínicas en esta institución se queman cada cinco años y Jaime murió el 17 de junio del 2002.

“Lo inyectaron para evitar el escándalo que se hubiera armado en Victoria. A los siete u ocho días de estar enfermo el niño murió. Yo estaba desesperada de verlo sufrir, dejé al papá la última noche con él, allá lo envolvieron a mentiras, lo llevaron al calabozo y en el calabozo amaneció muerto. Todo ayudó, él estaba inyectado, envenenado, el hospital no lo dejó mover para ninguna parte, yo le suplicaba a ese doctor, me le arrodillaba y le decía ¡déjemelo mover! Me decía, ‘señora es que él no se puede mover’.  Él quedó allá, el médico lo esposó y en el calabozo murió”, comenta entre lágrimas Luz Dary.

Tumbas de N.N. en el cementerio del municipio de Victoria, algunas corresponden a cadáveres fruto del conflicto en el oriente de Caldas. (Foto: Jairo Andrés Vargas)

La autopsia de Jaime fue realizada en La Dorada, Caldas. Los familiares nunca pudieron acceder a los resultados de este procedimiento, pues su mamá relata que cuando se dirigió a esta localidad para hacer esta diligencia, alias “Napo”, uno de los comandantes paramilitares del momento en esa zona, la paró a mitad de camino y le dijo que no se preocupara, que él ya había reclamado los resultados de la autopsia y que la razón de la muerte de Jaime había sido un paro cardiorrespiratorio y la hizo devolver para Victoria. Los días siguientes a su deceso, en medio de la rabia, el papá de Jaime señaló a los paramilitares como culpables del crimen, lo que ocasionó que fuera golpeado y desterrado del pueblo, dejando a Luz Dary y su familia aún más desamparados. Ante la precaria situación económica, Luz Dary anota que el mismo Napo pasaba por su casa para ofrecerle mercado o lo que necesitara, ayudas que nunca aceptó.

El caso de Jaime Alonso Gamboa Villa cayó en el olvido. Los archivos de la Fiscalía General de la Nación, seccional La Dorada, en los que podía haber estado por lo menos reseñado el caso del joven fueron trasladados hace algunos años a la ciudad de Cali y Luz Dary Villa señala que, a la fecha, no aparece en el registro de víctimas o cualquier proceso de justicia restaurativa. Algunas fuentes dicen que el Defensor Local del Pueblo de la época tuvo interés en avanzar en la investigación, pero también fue amenazado, y que en los confusos hechos también estuvo involucrado Jhon Dairo Yepes Betancur, inspector de Higiene del Hospital San Simón y quien está siendo procesado por vínculos con grupos paramilitares de la región. 

Para varios periodistas que cubrieron conflicto en Colombia que fueron consultados, no se ha escuchado otro caso similar como forma de tortura o asesinato de los paramilitares, sin embargo, el periodista Federico Benítez señala que, en alguna de sus entrevistas a jefes de las autodefensas en la cárcel de alta seguridad de Itagüí, varios de estos anotaron que dentro de la estrategia de guerra que tomaron, el envenenamiento era una forma de actuar contra sus enemigos. 

El dolor de Luz Dary todavía es incontenible, las lágrimas caen de sus ojos en todo momento cuando cuenta la historia de su hijo, pero al ser preguntada por el perdón, señala que perdona a cada una de las personas que estuvieron involucradas en la muerte de Jaime y que, si algún día vuelve a ver a Napo o los actores intelectuales del crimen, es capaz de abrazarlos y desearles lo mejor, porque es la única manera de avanzar.

 

*Algunos nombres de esta historia fueron modificados por solicitud de las fuentes para resguardar su seguridad.

 

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Esta historia hace parte del especial "Cuando en los tiempos de la violencia: historias de guerra, vida y resistencia en el oriente de Caldas" producido por el CrossmediaLab

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