¿Quién es Kalaca Skull?

La pantalla del celular marca las 8:30 a.m. Espero sentado en el parque Bolívar de Cartago. Un municipio que se ubica al norte del Valle del Cauca y que colinda con Risaralda en el cauce del río La Vieja. Ahí donde sus aguas difuminan los linderos de la cultura del Valle y la Cafetera. Percibo el tiempo lento. Tal vez por el viaje o el insomnio, así que miro de nuevo el celular. Cuando me incorporo, diviso un personaje inquietante en el parque. Es un hombre de rostro esquelético que tapa su cabeza con la capota de un saco negro, sin camisa que cubra la escarificación de un pentagrama y los tatuajes de su pecho, con un pantalón camuflado azul y botas militares negras con taches. Se aproxima hacia mí. Es a él a quien espero.

Bajo la sombra de un follaje anónimo lo saludo. Su nombre es Erick Jheiner Hincapié Ramírez, pero cuando se presenta lo hace como Kalaca Skull. Kalaca hace referencia a una de las expresiones populares de la muerte en México y, Skull, es el anglicismo de calavera, me explica Erick. Es la primera vez que lo veo en persona, pero su apariencia nos es desconocida para mí. Artículos, videos y publicaciones en redes sociales lo han hecho tendencia en Internet. Su rostro es como una máscara hecha de tinta, esculpida al filo del escalpelo.

En el 2014, a la edad de 18 años, Erikc inició la trasformación de su rostro. Se tatuó la forma de las cavidades orbitarias alrededor de los ojos, la silueta del orificio piriforme en la nariz y los maxilares inferior y superior alrededor de su boca y mejillas. No obstante, ahí no terminó su transformación.

En febrero de 2018, a la edad de 22, optó por una serie de modificaciones más radicales. Cercenó la parte no ósea de la pirámide nasal, compuesta por la unión cartilaginosa, la suprapunta, el lóbulo nasal y el vestíbulo nasal. Asimismo, cercenó los dos pabellones auriculares compuestos por la cara lateral, la cara medial, el armazón cartilaginoso y los ligamentos. También se tatuó la esclerótica de ambos ojos con tinta negra, se bifurcó la lengua y, a finales de agosto, se hizo implantes subdérmicos en sus pómulos y cejas. Estos procedimientos los realizó "Damián el Carnicero". Un sujeto misterioso que reside un Ecuador.

Los implantes subdérmicos de su cara están hechos de silicona. Estos implantes realzan la facciones de sus pómulos y cejas para acentuar los rasgos de una calavera. Aún le falta el implante del mentón. (Foto: Gian Díaz)

No le importó que la pirámide nasal haga parte del proceso de filtración, calentamiento y humidificación del aire en la inspiración o que los pabellones auriculares dirijan las ondas sonoras hacia el conducto auditivo, tampoco le prestó atención a que una indebida pigmentación de la esclerótica puede causar ceguera. Nada de eso detuvo su transformación. Erick tiene un objetivo: personificar una calavera. Un objetivo que nace tras un hecho trágico y que trae consigo varias consecuencias en su vida.

Quiero ser empático y lo llamo por su nombre real cunado le hablo, pero me parece que de nada sirve. Su actitud se torna pensativa y callada. Le pido que me guíe hasta algún hotel para hospedarme y lo hace sin reparo. Las sombra del follaje nos cubren hasta que salimos del parque Bolívar y cruzamos la cll. 11 en dirección a la cr. 5.

—Erick es mi nombre, pero me ofende que me digan así. Aclara con voz seria y mirada gacha mientras cruza la calle.

Sobran las palabras y no digo nada. Erick es el prisma de un pasado ilusorio en su vida. Kalaca Skull es ahora una identidad corpórea, la cual expresa lo que él es y quiere ser. A partir de sus modificaciones ha definido y rehecho su identidad, como lo explica el estudio Psicología de la Modificaciones Corporales Extremas, y la investigación “Mi Piel es Un Lienzo”. Sentidos de la modificación corporal en jóvenes de la ciudad de Cali.

En plena esquina de la cr. 5 se alza un presuntuoso edificio republicano cuya fachada es azul cobalto y ventanales blancos. La cr. 5 es una sector comercial donde los ojos curiosos de los cartagueños persiguen el paso a paso de Kalaca. Comerciantes salen de sus negocios solo para verlo cruzar, peatones se tropiezan por seguirlo con la mirada y un motociclista incógnito grita “Kalaca” a su paso. Luego de un breve trayecto, Kalaca me señala la puerta de la residencia Dulce Sueños. Tantas miradas me hace sentir como desnudo. No reparo en nada y me registro.

Cuando se identifica con su cédula tiene problemas, pues la foto de su cédula no coincide con su rostro actual. Recientemente, solicitó el pasaporte, el cual sí tiene su foto reciente. (Foto: Gian Díaz)

Son las 12:00 a.m. Una estatua a escala humana de la Virgen María con el Divino Niño en brazos, y otra de San Francisco de Asís junto a incontables adornos religiosos en paredes y estantes, decoran el largo corredor de la casa donde vive Kalaca. Adornos que percibo como talismanes que repelen algún mal invisible. Kalaca deambula por el corredor. Una mujer de pelo cano, piel canela y mirada apacible aparece de súbito tras él.

—“Yo dele que dele cantaleta para que usted se quite esos puntos, Peluza”, sentencia a Kalaca su abuela con el apodo de su infancia.

Sin embargo, él no responde nada. Su abuela se resigna ante el silencio y mira con desconcierto las suturas en su rostro. Kalaca recoge su celular de una mesita, sale hacia el borde del portón donde yo estoy y deja atrás su abuela. Responde con afán los 96 chats de su WhatsApp mientras cuadra los detalles de la cita con su cliente de hoy. Desde hace 9 meses ejerce el oficio de tatuador. Un hombre se acerca al portón y pide permiso cuando pasa a nuestro lado.

—Todo bien, primo. ¿Qué se dice? pronuncia Kalaca con tono jocoso, pero el hombre no responde.

Kalaca vive con su abuelos maternos Amparo Caicedo y Ricaurte Hincapié, algunos de sus tíos y primos. Durante nuestra estancia en el portón, varios de sus familiares entran y salen de la casa, pero muy pocos cruzan palabras con él. Uno que sí lo saluda es Jhon Kerlin Ramírez, su primo, quien parquea en el andén frente al portón una cicla GW Linx lynx Rin nueva, como si parqueara una imponente moto de alto cilindraje. Jhon es un joven de 17 años, robusto, risueño y resuelto. Hablo con él mientras Kalaca está absorto en su celular.

—Yo ya me acostumbré a verlo así. Comenta Jhon cuando señala con un movimiento de cabeza a Kalaca. Aprovecho e indago cuánto impacto causo en él la primera vez que vio a su primo modificado.

—No, él ya lo había dicho antes, bobo. Cuando Peluza llegó así, pues normal. Declara Jhon mientras mira con preocupación la llanta trasera de la cicla. Cree que se pinchó.

Kalaca no tiene un estudio de tatuajes. La mayor parte sus trabajos los realiza en la casa de sus cliente donde no se cuenta con la bioseguridad a adecuada. La mayoría de los implementos que utiliza, los compra con el dinero que cobra por el tatuaje. (Foto: Gian Díaz)

Kalaca advirtió a su familia sobre su intención de modificarse. En un intento por disuadirlo, su abuela  amenazó con echarlo de la casa. Aún así, se modificó, duró dos días por fuera por fuera y regresó ante el asombro y la desaprobación de sus familiares. Según el psicólogo Edwin Torres, especialista en neurolingüística, aunque su familia lo rechace o se oponga, no es un problema para Kalaca, pues el problema recae en quienes no son capaces de aceptar la individualidad de las otras personas.

La mayor parte de sus familiares no está de acuerdo con su estilo de vida ni les interesa la atención mediática que recibe él por estos días. Excepto si representa algún beneficio económico para ellos, argumenta Kalaca cuando le comento mi interés por entrevistar a su familia.

—Yo en esta casa no me amaño. Por eso ando más perdido que un hijueputa — Apunta antes de ingresar a la casa en busca de sus implementos de trabajo.

Jhon se fue en su cicla y yo reflexiono un momento cuando espero a Kalaca solo en el portón. Veo una mujer que sostiene un bebé en brazos. A mi mente viene una duda. Después de un rato, Kalaca sale al portón con una tula y le comento que deseo conocer a sus padres.

— Loco, la verdad, yo no tengo mamá y no sé qué es un papá. Concluye con un tono seco.

En la pared de la tienda cuelga un reloj. Marca la 1:45 p.m. Kalaca mira hacia la casa de Jorge Ramírez y me indica que él ya está allí. Tomo el último sorbo de cerveza, me levanto del tronco y salgo hacia la calle. Kalaca se rezaga por acomodar el tronco donde me senté. Un gesto cortés inadvertido. Jorge tiene un estudio de tatuajes en su casa y es su tutor en el oficio del tatuaje. Según la investigación “Mi Piel es un Lienzo”. Sentidos de la Modificación Corporal de los Jóvenes en Cali, las prácticas como el tatuaje ofrecen una proyección laboral a muchos jóvenes que desean mejorar su calidad de vida. Kalaca le compra a Jorge unas agujas para líneas y tinta negra.

Kalaca se tatuó en su rostro la inscripción hebrea אלוהים ואמא que traduce Dios y Madre y los números romanos VI-VI-MCMXCVI que simbolizan su fecha de nacimiento. 

—Yo soy el único que hace sombras con agujas de líneas. Afirma con un tono de orgullo en su voz a pesar de que esa no es la aguja adecuada.

Mientras negocia, llega el cliente. Su nombre es Andrés Bedoya. Aún hacen falta algunos implementos para la realización del tatuaje. Así que nos dirigimos a la cr. 14 donde Andrés y Kalaca compran toallas de papel vinipel, guantes quirúrgicos y vaselina. Mientras caminamos por la cr. 14, los niños curiosos lo rodean para mirarlo, personas incógnitas gritan “Kalaca” y otras se acercan para tomarse fotos con él. Kalaca es como una celebridad.

Recorremos varias calles hasta que llegamos a la cr. 8. Nos dirigimos a la casa de Andrés, que se encuentra en los recovecos de un callejón que asciende por una colina. La casa está en el punto más alto y desde allí se observa la bella torre blanca de la Catedral Nuestra Señora de Carmen. El edifico más alto de Cartago. Andrés ofrece a Kalaca una presa de pollo apanado y dos cervezas mientras come su almuerzo, pero no la come. Me la ofrece a mí y me anima a que la coma. Ninguno de los dos ha almorzado. Un gesto amable y sorpresivo.

Kalaca no pierde tiempo. Coge una mesita donde reposan dos cervezas, la forra con vinipel, ubica los implementos que compró encima de la mesita junto a una fuente de poder, el boceto del tatuaje, su máquina para tatuar dragonhawk y, por último, una cerveza que también envuelve con vinipel. Luego, se pone los guantes sin antes lavar sus manos y me pide que le envuelva sus antebrazos. Calibra la máquina con precaución. Acto seguido, hace la primera línea e inicia la sesión. Varias personas se reúnen alrededor de la sala donde vuelan moscas neuróticas.

Durante la sesión de tatuaje, conversamos de algunos hechos de vida de Kalaca. Así me entero que en Cartago se rumorea que él roba niños. También, de las amenazas de muerte y burlas que recibe en sus publicaciones en redes sociales. Además, de la vez que un sujeto le apuntó con un revólver una noche para que se fuera de un parque. Kalaca sospecha que quien le apuntó es miembro de las autoridades que estaba de civil.


Andrés Bedoya quería tatuarse una serpiente envuelta en una cruz, pero Kalaca lo convenció de tatuarse una calavera, pues son su especialidad. (Foto: Gian Díaz)

—Aquí no pueden matar a alguien, así como así. Eso hay que pedir permiso en La Oficina. Ahí tienen que decir quién y por qué. Señala Andrés mientras frunce el ceño por el dolor.

Andrés es un taxista que cubre el turno de la noche. Me dice que La Oficina es el grupo que tiene el control del los sicarios y el tráfico de drogas. Andrés admira a Kalaca y piensa que él promueve el turismo en Cartago. Después de dos horas de sesión, Kalaca sombrea la última parte del tatuaje.

Andrés lo mira entusiasmado, le toma foto, saca cuarenta mil pesos de una canguro y se los da mientras le agradece. Uno a uno se acercan los familiares a ver el tatuaje. Parecen embelesados. Kalaca recoge los materiales y los guarda en la tula. Antes de partir, todos los presentes participan de una sesión de fotos improvisada con él en la que hasta yo participo.

El tono azul–naranja del atardecer me avisa la hora: 5:30 p.m. Recorro con Kalaca las calles anchas y andenes estrechos de Cartago. A medida que el velo de la noche oscurece el cielo, percibo una energía vibrante que aviva mi curiosidad por Cartago. Por eso, Kalaca me ofrece un tour nocturno que inicia por la calle del bordado donde se encuentra un edifico colonial cuyo nombre es La Casa del Virrey y, a causa del azar o la embriagues, acaba a la salida de una discoteca en las inmediaciones de Zaragoza a las 6:00 a.m.

Despierto en la habitación 202 de la residencia Dulce Sueños a las 11:40 a.m. El guayabo me recuerda que aún estoy vivo. Evoco la escenas de la noche anterior e intento editarlas como si mi memoria fuera algún tipo de programa de edición. Así es como recuerdo que, tras desinhibirse por los tragos y con la sinceridad de un alma dolida, Kalaca me comenta los detalles del hecho trágico de donde nace el objetivo de su transformación: personificar una calavera.

Kalaca sí tuvo una madre. Su nombre era María Duviar Ramírez. Murió a la edad de 37 años, el 5 de febrero del año 2009, a causa de varias complicaciones tras una hospitalización. El día en que Colombia celebraba la liberación de Sigifredo López, uno de los doce diputados del Valle del Cauca que secuestró las FARC y el único que sobrevivió al secuestro. También, el mismo día, en que murió Erick Jheiner Hincapié, según las confesiones de Kalaca.

En Alcalá la gente rodeó a Kalaca por varias horas para tomarse fotos con él. A cambio, el les pedía una cerveza o un cigarrillo. Todo dependía del presupuesto de la persona. (Foto: Gian Díaz)

De ahí en adelante, la responsabilidad de su crianza recayó en sus abuelos Amparo y Ricaurte, debido a que él no tenía una buena relación con su padre. Una crianza que estuvo marcada por la falta de su madre, problemas en los colegios, la escena del metal de Cartago y una libertad que raya en el libertinaje. De hecho, el psicólogo Edwin Torres, señala que la ausencia de los límites dentro de su estructura familiar desvela que, tal vez, él tampoco tiene límites dentro de sí.

Horas más tarde, tras pasar varias veces por la cr. 7, donde se erige detrás de un murito cercado el imponente edificio republicano de la Alcaldía Municipal de Cartago, el moto-taxista da con la dirección de la casa de Kalaca a punta de las indicaciones confusas y contradictorias que le doy.

Su abuelo, el señor Ricaurte, se encuentra a la orilla del portón con un cigarrillo en la mano. Su pelo blanco, barriga voluminosa y mirada serena me recuerdan a mi propio abuelo. Le pregunto por Kalaca y me dice que aún se encuentra dormido. Miro la pantalla del celular y marca la 4:10 p.m. Unos minutos después, Kalaca asoma al portón. Las lagañas que limpia de sus ojos me confirman lo dicho por su abuelo. Le comento que tengo la intención de visitar el cementerio donde yace su madre.

—De una, loco. De paso le muestro un dibujo que estoy haciendo por allá. Responde mientras se esboza una sonrisa pícara en su rostro.

Camino al cementerio converso con Kalaca de aspectos significativos en su vida. Me comenta lo enamorado que está de una joven de 19 años que vive en Alcalá, Quindío, con la que sostiene una relación sentimental hace 2 meses. Los planes de independizarse a corto plazo para que él y ella vivan juntos están en pie. Su gran deseo de tener un hijo. El sueño de tener su propio estudio de tatuajes. El anhelo de ver una vez más a la niña que reconoce como hija, a pesar de que, según Kalaca, la prueba de paternidad no lo dictaminó a él como padre. La madre viajó fuera del país con la niña para que no tenga ningún tipo de relación con él por sus modificaciones. 

El Cementerio Central se caracteriza por su arquitectura. En el convergen construcciones de periodo republicano y un monumento de estilo modernista en honor a los músicos más célebres de Cartago. (Foto: Gian Díaz)

Lo primero que diviso cuando ingreso al Cementerio Central de Cartago son unas palmeras en ambos costados del camino que se enfilan hacia la Rotonda Republicana, la cual es una especie de cúpula abierta en el centro del cementerio. Allí la actitud de Kalaca se torna más callada. Primero me lleva hasta la parte trasera del cementerio donde realiza el mural de una rosa. Después me dirige hasta la tumba de su madre. Mira distraído la lápida unos largos minutos en silencio.

—Es que yo no veo el mundo como con vida—, expresa Kalaca cuando le pregunto sobre qué piensa de la vida.

Desde la muerte de su madre, cuando tenía 13 años, Kalaca asegura que vive con un enorme remordimiento por no haber hecho algo para evitar su muerte, por las palabras no dichas, por las promesas incumplidas, por su mal comportamiento y por el valor que siente no le dio a su vida. Un remordimiento que los condujo a una reflexión sobre la muerte.

Kalaca concluye que, al final de cuentas, todos somos una calavera. Esa condición de igualdad él quiere personificarla por medio de su rostro. El estudio Psicología de las Modificaciones Corporales Extremas, señala que las personas como Kalaca, parecen pretender expiar los hechos de sus vidas como los mártires, los cuales buscaban un saneamiento real o un beneficio simbólico a través de la flagelación. Es decir, que las modificaciones en Kalaca se pueden entender como un proceso de catarsis o de redención.

Sin embargo, el psicólogo Edwin Torres, cree que hay otro tipo de procesos para hacer catarsis. Él cree que las modificaciones de Kalaca son una forma de llamar la atención o, en el peor de los casos, puede ser un trastorno límite de personalidad o un trastorno dismórfico corporal. Edwin no puede ofrecer un dictamen hasta valorarlo en persona.

Al salir del Cementerio Central, Kalaca me guía hasta la residencia Dulce Sueños. Allí recojo mis cosas, pues mi tiquete de regreso a Bogotá está para las 8:00 p.m., de ese mismo día. Dos semanas después estoy de nuevo en Cartago y percibo a Kalaca de una forma diferente. Esta vez no solo veo en su rostro una apariencia esquelética; esta vez veo un rostro que proyecta una idea, unos sucesos trágicos y un estilo de vida. A través de ese rostro comprendo que los seres humanos solo nos parecemos en nuestras enormes diferencias.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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