Radiografía del movimiento estudiantil

El pasado 14 de enero la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), junto a otras organizaciones sociales, expusieron sus preocupaciones sobre el decreto 003 de 2021, que regula el uso de la fuerza en las manifestaciones. Según el comunicado, el estatuto carece de una "adecuada y efectiva reglamentación que limite la actuación policial y evite excesos en su labor", por lo que el derecho a la protesta social se mantiene en vilo, junto a otras peticiones históricas de los manifestantes.  

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Sentada en un puesto del aula universitaria, Gisell está cursando cuarto semestre de Comunicación Social en una universidad privada, pero el costo de estar allí aumenta con el tiempo. Tener un crédito con el Instituto Colombiano de Crédito Educativo y Estudios Técnicos en el Exterior (ICETEX), que cubre el 100% de su carrera, la hace adquisidora de una deuda de más de ochenta millones de pesos que la esperan a penas se gradúe. Probablemente, este compromiso le descontará, durante cinco años o más, una fracción del salario del empleo futuro que ella planea adquirir, sin embargo, puede que no lo consiga. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), la tasa de desempleo de la población joven fue de 29,7% en el primer trimestre del 2020. El problema de Gisell es el de miles de estudiantes de universidad privada y pública, que han empeñado su vida para poder acceder a la educación superior y ser parte de esos 48 de cada 100 bachilleres que pueden ingresar a la universidad.

En Colombia la educación es más cercana a un negocio que un derecho constitucional, contrario a lo que está estipulado en el artículo 67 de la Constitución colombiana. Es por esto que los estudiantes llevan décadas manifestándose para que les sea otorgado este derecho. Las calles son testigas de los miles de pasos y arengas que año tras año han hecho retumbar las principales plazas del país durante el gobierno de turno.

El movimiento estudiantil se ha configurado con el tiempo. En 1964, los “Comuneros de la UIS”, compuesto por 28 estudiantes de la Universidad Industrial de Santander, salieron a pie rumbo a Bogotá para exigir que la voz de los estudiantes fuera escuchada para la toma de decisiones, el mejoramiento de la calidad y eficiencia del plantel de profesores; así como el respeto a la libertad de cátedra y expresión. En su camino hacia la capital, los estudiantes lograron convocar a su paso otros jóvenes de diferentes regiones, que unieron sus pasos y fueron escuchados por más de 500.000 mil personas que los recibieron en la plaza de Bolívar. 

Sin embargo, no fue hasta 1971, cuando se evidenció el poder del movimiento estudiantil, pues las protestas de ese año, catalogadas por los historiadores como “la mayor movilización de esta índole en la historia de Colombia”, lograron llamar a la movilización a otros gremios, bajo la premisa: “Por una educación nacional, científica y de masas”. A esta movilización se unieron los sindicatos de trabajadores y los profesores, entre otros. Fue en este año que por primera vez la mayoría de las universidades privadas y públicas se unieron a favor de un gran pliego de peticiones, de las cuales se destacaba la “autonomía universitaria”; pliego que a finales de ese año vieron la luz, pues se aprobaron la mayoría de las exigencias. Aunque los logros fueron limitados, esta movilización estudiantil logró demostrar el poder de los jóvenes para convocar a otros gremios y presionar al gobierno.

La marcha debe incomodar para que sea notoria la problemática que vive el estudiantado. Foto de Felipe Martínez.

Cuando los estudiantes descubrieron su poder de convocatoria, el país se encontraba en un contexto de violencia exacerbada en todas las esferas de la sociedad colombiana; violencia que, en 1989, acabó con la vida del candidato favorito a la presidencia, el liberal Luis Carlos Galán. Bajo estas condiciones y a vísperas de las elecciones del 11 de marzo de 1991, donde se buscaba escoger representantes a la Cámara, diputados de asambleas locales, senadores, concejales municipales, alcaldes y al candidato presidencial del Partido Liberal, los estudiantes se reunieron alrededor del movimiento de la Séptima Papeleta, configurado con la finalidad de lograr una Asamblea Nacional Constituyente para reformar la Constitución de 1886, que ya no funcionaba para regir y enfrentar la situación que vivía el país.  En ese momento, se necesitaba una constitución que velara por los derechos fundamentales y que tuviera la paz como pilar. Aquí los estudiantes cobraron de nuevo un protagonismo especial, pues fueron ellos quienes lograron que el país se volcará por esta iniciativa, que finalmente desembocó en la constitución que tenemos hoy en día.

Pero más allá de esto, es importante detenerse en este episodio del movimiento para fijarse en los líderes estudiantiles de esta iniciativa, quienes en su mayoría hoy son influyentes políticos u ocupan cargos de gran envergadura, como la actual alcaldesa de Bogotá Claudia López, quien para entonces tenía tan solo veinte años y estudiaba Biología en la Universidad Distrital. En su momento, López estaba alejada de buscar una vida en la política, sin embargo, a raíz de este episodio comenzó una lucha contra la mafia y la corrupción, que caracterizó sus primeros años de activismo. Pero además de ella, el ex procurador general de la nación, Fernando Carrillo, graduado como abogado de la Pontificia Universidad Javeriana, inició su carrera política con la victoria de dicho movimiento.

Recientemente también han ocurrido grandes movilizaciones, aunque el desenlace no ha sido el mismo de las marchas de 1990. En 2011 los estudiantes se volcaron contra la reforma a la educación del gobierno de Juan Manuel Santos y en el 2016 fueron los estudiantes quienes alzaron su voz de apoyo al plebiscito por la paz. Teniendo en cuenta que se trataba de una lucha de puntos en común, los estudiantes de universidades públicas y privadas se unieron para crear y conformar desde el año 2018, la Unión Nacional de Estudiantes de la Educación Superior (UNEES); coalición que formalizó el enlace entre las universidades por una educación de calidad y una postura crítica frente a las decisiones del gobierno.

Por los antecedentes recientes, es evidente que las manifestaciones sociales han configurado líderes que han consolidado un futuro político, cuya capacidad de movilización y trabajo conjunto ha permitido que se lleven a cabo encuentros multitudinarios como los de del 21 de noviembre de 2019.

La acción violenta no debe empañar los verdaderos motivos de lucha. Foto de Santiago Ramírez López. 

Jhean Karlo Acevedo, estudiante de la Universidad Nacional en Bogotá, es líder y participante activo en la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios (ACEU), organización que lleva más de 22 años luchando por la defensa de la educación crítica, creadora y transformadora. Jhean Karlo ha tenido un recorrido amplio en el movimiento estudiantil y afirma que “no es una labor sencilla y menos en la universidad pública, donde te tildan de guerrillero”. Sin embargo, no le importa la estigmatización de la gente y se alegra cada vez que se reúne con los demás líderes para poner en la mesa las diferentes problemáticas por las que está atravesando el estudiantado; su pasión es trabajar para que los estudiantes reciban garantías de una educación de calidad dentro y fuera de su universidad.

En medio de todo lo que cuenta, define su labor como un ejercicio constante de amor, disciplina y empatía, alejado de la efusividad de las arengas y las piedras. Aunque su postura no está en contra de estos actos, sobre ellos se pregunta: “¿Dónde queda la acción conjunta?”, es decir, los argumentos, la teoría, los pliegos, la convocatoria de estudiantes, etc. A veces las marchas se convierten en un medio de catarsis personal, que no está mal, pero desvía la visión de lo verdaderamente importante.

Ser líder estudiantil en universidad pública no es fácil. Los estudiantes universitarios, el plantel y el movimiento los acogen y protegen hasta donde más pueden, pero a veces parece que los líderes están vigilados en todo momento. Jean Karlo sufre de cortos en las llamadas de su celular y a veces su señal es bloqueada sin razón, eventos que le roban su tranquilidad pues sabe que en un país como Colombia no hay garantías, ni protección para él y sus compañeros, y que hacer lo que más le gusta le puede costar la vida.

De la misma forma, Lucía Cárdenas, presidenta del Consejo Estudiantil Tadeísta (CET), quien fue representante estudiantil ante el consejo directivo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, es una participante activa  de la Asociación Colombiana de Representantes Estudiantiles (ACREES), lo que la llevó a hacer parte del Comité Nacional de Paro que se reunió con el presidente Iván Duque el pasado 26 de noviembre del 2019.

Ser mujer y además integrante de la comunidad LGBTIQ+, se convirtieron en etiquetas que pesan sobre sus ideas y a veces dificulta que sean escuchadas, pues aún en el movimiento estudiantil se evidencian estructuras machistas. Al igual que Jhean Karlo, sufre los señalamientos por su labor. La han llamado revoltosa e incitadora, y según ella, esto obedece a un desconocimiento total de lo que hay detrás de una líder y el proceso que la ha llevado a construirse como tal. “Si te siguen es porque siguen tus ideas, tu visión y argumentos, no porque los obliguemos”, afirma Cárdenas.

Los estudiantes necesitan soluciones, no la llegada del ESMAD con gases y aturdidoras. Foto de Michelle Tenjo.

Lucía dice que su forma de manifestarse es pacífica, pero no deslegitima otras formas de expresión. Particularmente, la suya consiste en llevar a cabo actos contundentes que invitan a la reflexión. Cuando fue invitada a sentarse en la mesa de diálogo con el presidente, donde fueron invitados los promotores del Paro, estuvo rodeada de los representantes del sindicato de trabajadores, líderes afro, indígenas y por su puesto de otros estudiantes. El encuentro con Iván Duque duró una hora exacta en la cual no se concretó nada, puesto que los grandes empresarios afectados por el paro eran los siguientes en la lista de citas del mandatario. El afán por culminar el encuentro era evidente, por lo que Lucía sacó unas monedas, se las puso en la mesa como queriendo pagarle al jefe de Estado la hora laboral y fue la primera en ponerse de pie e irse de la sala.

Ponerse de pie o, como dicen por ahí, 'pararse duro', es lo que ha hecho Lucía a lo largo de estos años. Sin embargo, luchar desde la universidad privada no es una tarea fácil pues, a diferencia de la universidad pública, no hay un apoyo a estas iniciativas y se debe evitar que la universidad se vea involucrada o nombrada en cualquier momento por una cuestión de prestigio. Hoy se encuentra en un lugar retirado por su seguridad, pues ha recibido amenazas de muerte tras representar el paro del 2019.

Los líderes como Jhean Karlo y Lucía ya tienen un andamiaje y unas bases marcadas en el movimiento, pero ¿qué pasa con aquellos que hasta ahora se encargan de liderar un grupo pequeño de estudiantes? Uno de estos líderes en potencia es el estudiante de Sociología de la Universidad Nacional, Sergio Donoso, quien hace parte del departamento de jóvenes de la Federación Sindical y de UNEES, ha sido un vocero ferviente de las marchas estudiantiles y una piedra en el zapato de algunos políticos de turno, que esperan pasar desapercibidos.

Cuando se busca pasar un 'mico’ en el congreso, es decir, esos artículos que aparecen de sorpresa y que pretenden favorecer a algún grupo político en particular, Sergio se encarga de hacer una veeduría personal, manteniéndose al tanto de lo que se hace con el presupuesto a la educación y comentando sus hallazgos con quienes no indagan y fácilmente podrían ser engañados por los dueños del poder. En lo que coinciden la mayoría de los líderes aquí mencionados, es en el rigor académico como una característica fundamental para desempeñar su labor, dado que el desconocimiento de sus ideales puede desviar sus objetivos.

El paso de la violencia en las marchas estudiantiles solo deja dolor y sufrimiento. Foto de Santiago Ramírez Lopez.

Este fue el caso del estudiante Juan Guerrero Rubiano, de 20 años, que cursaba segundo semestre de Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, cuando decidió salir a las calles en el marco de las marchas de noviembre de 2019.  Ese día se tomó unos tragos con unos amigos, que habían decidido ir más tarde a 'tropelear’ con los agentes del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) que se preparaban a la entrada de la Universidad Distrital en la sede de la Macarena.

Con las capuchas, salieron al frente con piedras y palos, mientras los agentes del ESMAD respondían con gases lacrimógenos. La catarsis de odio profundo contra el Estado era evidente y Juan estaba en medio, casi en primera línea, disfrutando de ese 'rifi rafe’ hasta que escuchó un estruendo que sintió al instante en su ojo. El estudiante cayó al suelo, personas de Derechos Humanos lo sacaron de inmediato, y su llanto se confundió con su sangre y sus gritos, cuando decía: “No puedo abrir mi ojo izquierdo”. Lo que él no sabía es que no lo iba a poder abrir por el resto de su vida. La noticia la recibió con su familia en el hospital, junto con el dictamen de pérdida total del globo ocular por impacto de aturdidora. Juan demandó al Estado colombiano con apoyo de la Universidad Distrital, institución que le ayudó con todos los gastos del proceso judicial.

Sin embargo, estos eventos de confrontación entre estudiantes y la policía han dado pie para que, quienes se encuentran en oposición al movimiento estudiantil, tengan argumentos negativos frente a la lucha, como la actual senadora del Centro Democrático María Fernanda Cabal, una de las principales detractoras de las marchas, quien se ha pronunciado en repetidas ocasiones hacia los estudiantes con frases como “estudien, vagos”; y no fue la excepción en las marchas del 21N del año 2019, ya que la senadora, luego de ver el apoyo de estudiantes de la Universidad de los Andes a las multitudinarias marchas, se pronunció así: “Vergüenza debería darles a estos estudiantes mamertos cuyos padres pagan semestres de 20 millones. “Estamos cansados”, dice este mediocre que no sabe lo que es estar cansado”. El movimiento muchas veces se critica desde el supuesto de la “ignorancia” de los jóvenes frente a la vida y la experiencia que esta aún no les ha dado. Siendo de tal manera, entre muchas otras, que los opositores al movimiento estudiantil minimizan los pliegos de peticiones y los reducen a adjetivos despectivos, que muchas veces no tienen fundamento.

Frente al tema de la violencia en las marchas hay opiniones encontradas, pues este es un punto de debate en el que los opositores al movimiento y quienes lo apoyan discrepan. Recordemos el proyecto de ley del exministro de Defensa Guillermo Botero en el año 2018, que tenía como fin regular la protesta social por “atropellar el derecho de las mayorías”. Refiriéndose al derecho al trabajo que se ve afectado en estas jornadas, esto evidenciado en la cifra reportada por la Federación Nacional de Comerciantes (FENALCO), pues en la primera semana de protestas del año 2019, reportaron una pérdida para el comercio de 1.4 billones de pesos. Por otro lado, académicas como Sandra Borda aseguran no estar a favor del accionar violento, pero consideran que se debe remover a las personas de su comodidad para que se sientan afectadas por el problema del otro. Aclarando que las marchas no son un suceso que ocurre de la noche a la mañana, pues, a diferencia de lo que muchos creen, conlleva organización y planeación ardua. 

Radiografía de la marcha estudiantil. Imagen de Michelle Tenjo.

Relacionado a esto, Lucía afirma que la organización de una marcha estudiantil lleva por lo menos un par de meses de trabajo arduo y una comunicación continua con los líderes locales y nacionales, para así concretar los motivos de la marcha, los mecanismos de acción, los partícipes, el cuerpo de protección de derechos humanos y la ruta de movilización, que previamente debe estar al conocimiento de la alcaldía local, pues esta da el visto bueno para planear la desviación del tránsito ese día.

Los líderes están de acuerdo, tanto en Colombia como en el resto del mundo, que para una marcha se deben disponer de elementos de autoprotección para los manifestantes, teniendo en cuenta los antecedentes de hechos violentos cometidos por la fuerza pública. Pero más allá de lo difícil y riesgoso que puede ser para los estudiantes salir a las calles, el movimiento estudiantil se caracteriza por su alegría, su creatividad y sus intervenciones artísticas, en las cuales las calles se llenan de color que reclaman una lucha que está lejos de acabarse, pues la meta de todos los líderes estudiantiles es alcanzar una educación superior gratuita y de calidad para todos, ese es el norte, para el cual aún falta un largo camino por andar.

 “La lucha es larga, comencemos ya”, dijo Camilo Torres, y esa frase ha sido la bandera de líderes como Lina María, estudiante de último semestre de Antropología en la Universidad Nacional, quien durante toda su carrera desarrolló su amor por la movilización ciudadana. Fue parte del comité organizador del Encuentro Nacional de Estudiantes de Educación Superior (ENEES) del año 2018, en el  cual se organizó el paro nacional que se adelantó entre el 10 de octubre al 16 de diciembre, “meses antes de las protestas, era imposible imaginar que el movimiento tendría una acogida como la que tuvo”, esto referente a la multitudinaria participación de un gran número de estudiantes que se unieron para hacerle frente a la crisis de financiación de la educación pública y su posterior decisión de desfinanciación, por parte del entrante gobierno de Iván Duque.

La crisis que viene de muchos gobiernos atrás, afecta no solo a los estudiantes de universidad pública sino a los de instituciones privadas, que además de adquirir deudas millonarias, tienen que suplir otras necesidades como los pasajes, la comida, las fotocopias y, en algunos casos, la estadía en otras ciudades que tengan disponibilidad de cupos en la carrera que el estudiante eligió. Gisell vive en carne propia esta situación. Allí, desde el aula de clase, escucha las arengas, los silbidos y pasos de miles de estudiantes que están luchando para que ella tenga mejores condiciones para estudiar. Se asoma a la ventana y se pregunta “¿estas marchas servirán de algo?”, sin conocer que el movimiento estudiantil es un agente de cambio que gesta pequeñas victorias y es el nicho, posiblemente, de los próximos líderes políticos de nuestro país.

*Foto de portada de Santiago Ramírez López

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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