Relato de una sobreviviente a la violencia de género

Cada día, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia, según la Organización de Naciones Unidas para las mujeres (ONU Mujeres). En Colombia la violencia de género, producto del machismo, es otra pandemia a la que las colombianas se enfrentan. Conoce la historia de una mujer que vivió de cerca esta problemática y hoy ayuda a otras personas a salir de este flagelo.

Servirle a Dios y a su comunidad ha sido parte de la vida de Nancy García desde hace 24 años, cuando una serie de sucesos cambiaron su vida. En 1994 la camioneta Toyota, 4x4, de color rojo, donde se transportaban ella, su marido y su hijo de 2 años, rodó por un abismo en la vereda del Nudillo a pocos minutos del municipio de Pacho, Cundinamarca. En un espacio de carretera tan amplio como aquel, suena ilógico un accidente, pero lo cierto es que su hijo salió volando por el parabrisas del vehículo, mientras el carro seguía rodando hasta el río. El menor quedó inconsciente debido a una lesión en su cabeza causada por el choque con una piedra de gran tamaño que le ocasionó una lesión en el cráneo, una fractura de tibia y otra de peroné.

Nancy, quien en ese momento llevaba al niño en sus piernas, terminó en una unidad de cuidados intensivos luego de caer sobre una roca que le lastimó su abdomen severamente; lo que le provocó un sagrado interno que estuvo cerca de llevarla a la muerte. Tras una cirugía de riesgo, realizada en una sala de emergencia de Pacho, municipio donde reside actualmente, ella pudo salvarse.

Estuvo inconsciente durante cuatro días, mientras su cuerpo estaba atado a la camilla con correas de gran grosor para limitarle el movimiento, porque en términos generales estaba reventada por dentro y cualquier esfuerzo extra aumentaba el riesgo. Su hijo se salvó de milagro gracias a una sutura en su cráneo que salvó su vida. En lo poco que recuerda Nancy del accidente, dice haber vivido una experiencia única estando a un paso de la muerte. Según comenta, frente a una pequeña imagen de Jesucristo, ella, con poca cercanía a Dios y a la religión, le dijo llorando “Si he de servirte, déjame vivir, pero si no voy a servirte en algo, deja que me muera”. Hoy asegura que esas palabras no pudieron ser de su propiedad, sino que fue una revelación inspirada por Dios.

Casa donde Nancy vivió durante su juventud, luego la compra y allí vive con su esposo y sus hijos. Ahora su mamá es quien vive ahí. Foto: José David Vasallo.

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De niña creció en la ruralidad. Nacida el 19 de julio de 1970 en el corregimiento de Pasuncha, Cundinamarca; un caserío pequeño que se conoce en su totalidad desde la entrada y se encuentra habitado por gente dedicada al campo con costumbres antiguas. En su niñez le gustaba leer, estudiar y salir a jugar con sus amigos, que en su mayoría eran hombres; por eso desarrolló un comportamiento brusco y a veces hostil, acentuado por su cabello corto, que le daba la apariencia de ser otro niño correteando por la vereda. A veces tenía que ayudarles a sus padres en las labores de la finca, que en su momento producía café. Su padre, que falleció hace cuatro años y medio, la consentía de más por ser la menor de seis hermanos, cinco hermanastros y su hermana Yenny. Esta última recuerda a Nancy como una niña “tremenda”, noble, pero a su vez de carácter fuerte. Nunca se destacó en el colegio por participar y mucho menos por hablar en las exposiciones. Era muy tímida y a veces inventaba que se había quedado sin voz para no presentar sus trabajos; la paradoja es que actualmente es docente y predicadora, lo que le exige hablar en público a más de 500 personas.

Nancy terminó el grado noveno cuando tenía catorce años. En el corregimiento no contaban con los dos años posteriores para continuar su proceso educativo, así que su madre y ella decidieron que su proceso de estudio debía continuar en Pacho, un pueblo de 28.000 habitantes y de clima cálido, cabecera de municipio de la región del Rionegro. En los 80’s la zona estaba afectada por el narcotráfico, dirigido por Gonzalo Rodríguez Gacha, conocido como el Mexicano, uno de los capos del narcotráfico más buscados y violentos de la historia de Colombia. Allí, donde sí contaban con colegios hasta grado once, vivió con su hermana, quien ya era madre de familia, el esposo de su hermana y su sobrina mayor. Cuando se graduó de bachillerato, a sus dieciséis años, decidió buscar trabajo, por presión de su madre. Por su edad no la admitían en ningún lugar, así que ella decidió sacar una cédula falsa, en complicidad con la secretaria de inspección de ese momento.

Mónica Nieto, compañera de estudio de Nancy en los grados décimo y once, compartió parte de la juventud de ella. Recuerda que, por aquel entonces, la situación económica no era fácil y lo único que podían comer era lo que recibían de la alimentación escolar. Mientras todos los estudiantes compraban en la tienda escolar o llevaban su lonchera, Nancy corría al baño a tomar agua de la llave, evitando que la vieran en el descanso, sin poder comer algo y sin compartir con amigos. Todo cambió cuando conoció a Mónica y a Alexandra Martínez, dos amigas que llenaron el vació de encontrarse en un pueblo ajeno. Sin embargo, el tiempo se encargó de alejarlas luego de su salida del colegio.

Nancy comenzó a trabajar, con su cédula falsa, en una empresa responsable de distribuir carros de transporte público a diferentes lugares del municipio y a la ciudad de Bogotá. Allí conoció a Nelson Vasallo. Una noche en vísperas de navidad, no pudo retirarse de su puesto sin antes haber dejado la distribución de rutas del día siguiente. Por su trabajo, Nelson sabía que ella no podía ir a su pueblo hasta dejar esto concluido, de manera que retuvo los vehículos hasta la hora que quiso; todo se trató de un plan orquestado por él. Pasada las diez de la noche, no había sino un carro que hiciera el expreso que ella necesitaba, así que Nelson tomó la misma ruta para irse con ella al pueblo.

Celebración de sus 15 años en casa de su hermana. Su mamá no quiso compartir ese día con ella. Foto: archivo familiar.

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“Este tipo era terrible, trabajaba con mi papá, quien era uno de los jefes que tenía Gacha”, afirma Jaqueline, única compañera de Nelson que pudo entrar a la casa de la familia Vasallo García. Ella se conocía con alias “Matraco, sobrenombre que se había ganado Nelson por el agrado que sentía al escuchar el ruido de los disparos de bala, similares al sonido de una matraca en Semana Santa. Los dos se habían enfrentado en el pasado cuando él pretendía prohibirle la entrada y ella lo encaraba como la hija de uno de sus patrones.

Ese día, después de su trabajo, el 24 de diciembre de 1988, al lado de Nancy se subió el que sería su esposo. Por carretera, él empezó a coquetearle y a proponerle que tuvieran una relación; ella en su momento se negó, porque ya llevaba en su vientre su primer hijo, resultado del engaño de un hombre casado del que ella ya no quería saber. Matraco le dijo que estuviera tranquila, que abortara y así solucionaba el problema. Ante semejante propuesta, ella lo rechazó nuevamente y él, rendido, le dijo que no le importaba que ella estuviera embarazada, quería que fueran novios y hacerse responsable de ese hijo. Nancy vio en la propuesta de Nelson una tabla de salvación; si aceptaba tendría un papá para su hijo y llegaría a su casa con un novio para presentarle a su madre. Así sucedió. Cuando llegaron Nancy les dijo: “Mamá, papá, les presento a mi novio”, convencida de que al día siguiente podría terminar el enredo y regresar a su trabajo. El tipo fue perseverante y la buscó dos veces más. Años después, con el tiempo y en la nulidad de matrimonio, él le confesó que solo buscaba una familia y un lugar a donde llegar, y que habían sido un gran aliciente las amplias caderas y las piernotas que ella tenía.

Con el tiempo, Jaqueline siempre le reclamó a Nancy el haber caído en los brazos de un hombre tan frío, calculador, mentiroso, mujeriego y sin vergüenza, entre otros calificativos terribles que ella se sabía como una oración. Jaqueline siempre admiró el trabajo estudiantil y laboral de la negra, como ella le dice, y fue testigo no solo de sus sufrimientos, también de las angustias vividas y de su metamorfosis.

El 2 de diciembre de 1989, Nancy se casó en Bogotá en la parroquia Santa Engracia, en la localidad de Fontibón, porque el padre de la iglesia de Pasuncha no aceptó casarlos. Ella sabía que él era chofer en una finca y previo a la boda quiso presentarlo a su familia. Su mamá, sus hermanos y su papá, no asistieron a la boda; por eso ella tuvo que partir hacia la iglesia, sin la bendición de su padre, en un Renault 9 que se varó minutos antes de llegar. El tío Pepe le aconsejó que no se casara, que con tanta cosa lo mejor era devolverse, pero ella no quería dar marcha atrás. Fue en la pregunta de si acepta a Nelson Vasallo como esposo, que comenzó a dudar. Ella no entendía por qué el cura decía ese nombre, si ella tenía entendido que su esposo se llamaba Jorge Vanegas. Él la tranquilizó de momento y siguió su curso la celebración.

Facciones físicas marcadas por la tristeza de las visitas a su esposo a la cárcel La Picota en Bogotá. Foto: José David Vasallo.

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En la fiesta de bodas todo se tornó diferente. A su matrimonio solo asistieron los padrinos y no hubo señal de los padres de él. Nelson le había dicho a Nancy que sus padres se habían ausentado de la iglesia por ayudar en la decoración del salón, pero era evidente que se trataba de otra mentira. Cuando llegaron a la casa de los familiares de Nelson, en un cuarto frío, a mano izquierda, lleno de materiales de construcción, habían colocado una mesa y un mantel junto al cemento y los ladrillos de una obra que se efectuaba en ese lugar. En el fondo de la vivienda se encontraba una sala llena de globos, una mesa perfectamente decorada y el pavo que la madre de Nancy había llevado para compartir. Allí Nancy descubrió, por boca de una supuesta hermana de Nelson, que a él lo habían recogido muy pequeño, que de niño les ayudaba a criar marranos y que la decoración dónde se encontraba el pavo era en realidad para su hermano de sangre, quien ese día se graduaba de bachiller en la escuela militar.

 El matrimonio transcurrió en una casa grande de seis metros de frente por doce de fondo, de espacios amplios y cuartos con puertas en madera, en la urbanización Las Palmas, ubicada en Pacho. Allí vivieron después del año 2000, Nancy, Nelson y sus dos hijos, Santiago y Jhon. “Mi papá era muy cruel, nos asustaba mucho y a mi mamá la maltrataba”, cuenta Jhon, el hijo mayor. Todo lo que él decía se hacía. Las vulgaridades eran constantes, los golpes eran incontables, junto con las noches largas y temerosas a la espera de la llegada del borracho, que como de costumbre, despertaba a todos en casa para verlo tomar y decir estupideces.

Las salidas de fin de semana se limitaban al río, que se encontraba a treinta metros de su casa, porque Nelson les había prohibido otro tipo de paseos. La casa estaba atiborrada de juguetes modernos de la época con los que su padre los mantenía entretenidos y encerrados. El temor llegó a tal punto que, en una oportunidad, viajaron sin permiso a Bogotá.

En la capital, visitaron Unicentro y las escaleras eléctricas se convirtieron por una hora en una gran atracción para los niños. Nancy tuvo que hablar con el vigilante para pedirle, ante sus ojos incrédulos, que por favor le permitiese a sus hijos jugar un rato más. Lo mismo sucedió con el cine, donde ella recordó que, aunque su madre era una mujer campesina y casi analfabeta, la llevó de niña a Bogotá a ver todas las películas de Pedrito Fernández. Jhon, dieciséis años después, recuerda este evento con los ojos aguados y describe con detalle fragmentos de la película con mucha devoción hacia su madre, a quien la aventura le trajo consecuencias. 

Dictamen final de nulidad de matrimonio con veto para no poder casarse y formar un nuevo hogar. Foto: José David Vasallo.

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Las noches se hicieron cada vez más pesadas. Con tragos en su cabeza, armas y disparos al vacío, Nelson obligaba a Nancy a tener relaciones sexuales. A veces, a la luz de la madrugaba, él le preguntaba: “Oye, nena, ¿dónde es el baño?”, desconcertado y sin saber con quién había pasado la noche. Nancy tuvo que vivir varias infecciones vaginales por los hábitos de su marido. Además, a veces llamaban a la casa las novias de Matraco a insultar a Nancy y a contarle que había estado con ellas.

Fueron tantos los insultos de una amante hacia Nancy, que ella decidió tomar la pistola 9 milímetros de su esposo e ir hasta la casa de esta mujer a tomar venganza. Cuando llegó se acercó a la puerta, saludó a la hermana y preguntó por la muchacha. Ella, en su inocencia, le dijo que estaba “abajo”. Las dos mujeres vivían en una casa de inquilinato, en una pieza dentro de un sótano bastante descuidada y sucia. En ese momento, Nancy bajó las escaleras, provista con una chaqueta bastante ancha para ocultar el arma y sus tacones de diez centímetros tronando en el suelo; al llegar al dormitorio, miró a la amante y, comportándose como toda una sicaria, le apuntó con su arma y dijo: “Buenas noches, señorita, he venido a que me diga todo lo que me grita por la calle y me dice por teléfono”.

Ese día, riendo a carcajadas como una loca enceguecida, la persiguió por todo el cuarto, le gritó todas las groserías que se sabía y la acorraló mientras que ella le pedía que se calmara. La mujer se resbaló y cayó sobre una cama. Ahí Nancy le dijo que estaba cansada de su comportamiento y le disparó en la cabeza, quitándole la primera capa del cráneo; luego dio media vuelta con la pistola en la mano y salió de la casa. La calle estaba llena de gente mirando qué había sucedido. Al ver el gentío, ella hizo dos tiros al aire y les gritó: “¿Alguien vio algo?”, y la gente salió espantada.

Al otro día, Nelson llegó enfurecido gritando: “¿Dónde está quién le disparó a mi amor?”, con toda la intención de golpearla. Nancy, vestida con la ropa del día anterior, lo esquivó con la pistola en la mano. Le dijo que estaba cansada y que si le ponía una mano encima se mataban a plomo, que a partir de ese momento nunca más iba permitir sus maltratos. 

Oratorio de la casa de Nancy en el centro de Pacho, Cundinamarca, destinado al servicio de la comunidad. Foto: José David Vasallo.

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Para ella, una cárcel era mucho mejor que seguir viviendo en cautiverio dentro de su mismo hogar. Ella tenía todo preparado. Días antes había hablado con el director de la cárcel y le había hecho prometerle que no iba a dormir con las reclusas, sino que le iba a adecuar un dormitorio en la oficina de la secretaría a cambio de colaborarle con el servicio de secretaria. Por esos días, una compañera de estudio le sugirió buscar a un hombre de oración que ayudaba a las personas. Un día, cuando se dirigía a su casa, Wilson Cristancho, el líder espiritual del que tanto le habían hablado, pasó cerca de ella. Su amiga le insistió y para evitar la retahíla, Nancy le preguntó si podía orar por ella. Él la saludó y le respondió que debía consultarlo con Dios primero, pero que cuando él los dispusiera, orarían. A ella le pareció un hombre petulante y creído, por lo que solo dio las gracias antes de dar media vuelta.

Un día, cuando se dirigía a su casa, Wilson Cristancho, el líder espiritual del que tanto le habían hablado, pasó cerca de ella. Su amiga le insistió y para evitar la retahíla, Nancy le preguntó si podía orar por ella. Él la saludó y le respondió que debía consultarlo con Dios primero, pero que cuando él los dispusiera, orarían. A ella le pareció un hombre petulante y creído, por lo que solo dio las gracias antes de dar media vuelta.

Wilson la buscó a los quince días en el mismo lugar donde habían hablado. Ese día Nancy tuvo una experiencia espiritual que le dio fuerzas para entregarse porque, según ella, escuchó una voz que le decía que tomara su cédula y fuera a la fiscalía. La pena que inicialmente era de más de 20 años por los delitos de porte ilegal de armas, violación de domicilio, tentativa de homicidio y lesiones personales, se redujo a tan solo nueve meses de presentaciones mensuales en el juzgado penal municipal de Pacho, Cundinamarca.

Ella siempre iba en compañía de un abogado de oficio y un día le informaron que habían elegido sentenciarla por un solo caso: el porte ilegal de armas. Para entonces tenía una sentencia de tres años seis meses, pero por presentarse a versión libre, le dejaron su sentencia con dieciocho meses. De esta manera, pasó al juzgado penal del municipio, que en su momento era reconocido como un organismo inflexible y de la juez a cargo decían que no bajaba nada y que era muy dura para condenar. El día del juicio, ella citó a Nancy al estrado y la jueza le dijo que había leído toda su historia de vida, que finalizara las presentaciones mensuales y terminara de esa manera de pagar su condena.

Rasgos físicos actuales de Nancy provenientes de un cambio en cuerpo y alma, según ella, todo obra de Dios. Foto: José David Vasallo.

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Son más de 500 personas que asisten los 13 de cada mes a la capilla de Las Pilas en Pacho. Allí ella, junto a Wilson, prestan el servicio a la comunidad, así lo testifica Francy Torres: “Nancy ha sido una persona de bendición en mi vida y la de mi familia”, entre lágrimas se alegra de haberla conocido.

“El miedo a denunciar de Nancy probablemente fue producido por el temor al daño físico que (su pareja) podía hacerle a sus hijos o familiares”, afirmó Lizeth Nieto, psicóloga, magíster en casos de familia y allegada a la familia de Nancy, quien también con tristeza comenta, basándose en estudios, que en el país el 74 % de las mujeres colombianas sufren violencia impartida por su pareja y, como Nancy, temen denunciar. Hoy ella brinda charlas para dar a conocer el cambio que vivió y ayudar más personas que, como ella, han tenido que vivir la violencia en pareja u otras problemáticas.

 

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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