Rosa, una comerciante que lucha por mantener su negocio en tiempos de COVID-19

Son las 6:30 de la mañana. Como todos los días, Rosa se despierta con ese entusiasmo que la caracteriza, pone los pies en el suelo, mira para el techo, le da gracias a Dios por un día más y le pide que hoy, como todos los días, se venda “alguito”, porque la situación no está fácil. Se levanta, se arregla, le da un beso en la frente a su niño pequeño y piensa que mientras él esté bien no importa lo que venga.

Rosa nació y creció en la vereda de Quebrada Honda, Boyacá. Viene de una familia humilde y tradicional, de esas en donde el más pequeño hasta el más grande tiene que colaborar. Tiene once hermanos y a la edad de quince años se preguntaba qué iba hacer de ella. Algunos de sus hermanos mayores ya estaban viviendo en la capital, idea que ella también tenía desde hacía meses. 

Una madrugada del mes de mayo, con apenas quince años, se escabulló de su cassa entre los arbustos. Recuerda que ese ha sido uno de los días que más frío ha sentido en su vida. Con el corazón arrugado, el estómago revuelto y mil ideas e ilusiones en su cabeza, sacó una caja con sus pocas pertenencias que había guardado dos días antes y se marchó, no sin antes dejarle un rosa que le había tejido a su mamá.

Recuerda que estando en el terminal de Tunja compró un único pasaje de ida. Ya en el bus de la flota Libertadores, miraba por la ventana aquellos paisajes que la vieron crecer, respiraba pausadamente con un nudo en la garganta, pasaban las horas y más le hacía ilusión de llegar a la capital. También recuerda que le preguntaba a la señora que iba a su lado: "¿Cuánto falta para llegar?", y esta le respondía que tranquila, a apenas estuvieran cerca se lo haría saber.

Llegó sobre el mediodía, "con ese sol que no calienta pero sí pica", buscó un teléfono público, sacó una hojita de papel arrugada en la que tenía anotado el número de su amiga, quien, supuestamente, la iba a recoger y con quien planeó el viaje. De su bolsillo sacó un poco de dinero que ahorró mientras estuvo trabajando en el pueblo, con eso comió algo.

Pasadas unas horas, comenzó a angustiarse porque su amiga no llegaba. Volvió a llamar, le dijeron que ella iba en camino a recogerla. Ya casi entrada la tarde se angustió el doble porque no sabía nada de la “amiga”, finalmente, en la noche y con miedo, decidió ir en busca de la casa en donde se quedaría. Recuerda que "gracias a Dios tenía la dirección", preguntó por todos lados hasta que la encontró. Su amiga no fue a recogerla porque pasó el día junto a su novio. “¡Hágame el favor!”, dice en voz alta, con los ojos abiertos y una sonrisa de medio lado.

***

Su primer trabajo fue en casas de familia. Había familias de varios tipos, pero la que más recuerda fue una donde le tocó cuidar dos niñas de entre cinco y siete años, hijas de un matrimonio joven. Dice que la pareja de esposos era dueña de una marca reconocida de calzado y, por el trabajo tan demandante, casi nunca estaban en casa. Sentía como sus hijas a las niñas, pensaba que si tenía hijas, las querría así como ellas. Eran tiernas y encantadoras.

Rosa es una señora muy bonita, estatura media, de complexión delgada, cabello largo, negro y abundante, unos ojos almendrados café oscuros, tiene una sonrisa encantadora y una personalidad que atrapa. En su juventud tuvo muchos prentendientes, a los diecinueve años, se enamoró de José.

A los pocos meses quedó embarazada de su primera hija. Su vida cambió. Ahora necesitaba un trabajo donde recibiera más dinero para poder darle a su hija todo lo que ella no tuvo. Pensó, entonces, en pedirle trabajo a su hermano mayor Hermes en su almojabanería, ubicada en el barrio Venecia. Meses después Rosa ya se sabía de memora la receta de las famosas almojábanas.

Con la bendición de su hermano y el espaldarazo final, decidió emprender su propio negocio.

El Buen Gusto está ubicado actualmente en la carrera 18 #16-11 Sur, Barrio Restrepo. Lleva más de diez años en este punto. Foto de Angélica Varón. 

***

Almojábanas El Buen Gusto nació en el barrio Bachué, al noroccidente de Bogotá, con el nombre de “Almojábanas Lorent”. Rosa se ríe, se pone la mano en la frente y recalca que le puso así por el nombre de su hija. Era un local pequeño, con un un par de mesas. Incluso tenía un recipiente de color naranja que hacía de caja registradora.

Al inicio fue muy duro: estaba esperando a su segundo hijo y madrugaba más que nunca, era la última en irse a dormir. No duró mucho en ese barrio. Por consejo de su hermano, se trasladó al barrio Restrepo y cambió el nombre de su negocio a “El Buen Gusto, Almojábanas y Pandeyucas”. El local quedaba cerca a una estación del Transmilenio.

Fue la primera panadería del barrio Restrepo. Llamaba la atención de los clientes por la preparación artesanal de las almojábanas. A pesar de los años, esto no ha cambiado, el negocio se ubicaba cerca a un parque, bajando por la calle 17 sur. Esta vez había más mesas, eran cuadradas y blancas; y las sillas plásticas de un color rojo llamativo a juego con el horno en el que hacen las almojábanas. No tenía muchos clientes al principio, pero los que conocían el pan, se hacían clientes fieles.

El Buen Gusto, almojábanas recién salidas del horno. El negocio se caracteriza por la calidad de sus productos. Foto de Angélica Varón. 

***

Una tarde, cuando el sol se ponía y empezaba ese frío impasible, llegó como siempre don Víctor Julio Rojas, 'don rojitas', por su 'tintico'. Rosa, al llevarlo a la mesa, le comentó que sus ventas no eran buenas. Acercó una silla a él, lo acompañó unos minutos y él le dijo: “Mijita, por esta calle el comercio no es bueno, a unas cuadras de aquí se mueve más y justo hay un local en arriendo, vaya dese una vueltica y averigüe”.

A los pocos días, Rosa fue al lugar que le indicó el señor Rojas y esa misma tarde llamó al dueño del local, de apellido Arévalo. Una semana después, Rosa contrató un camión de esos destartalados que ofrecen sus servicios al lado de la plaza del barrio Restrepo, acordaron una cita muy temprano en la mañana para trasladar todo a la nueva locación. Antes de mudarse, Rosa limpió el lugar, "¡lo dejé impecable!", dice con orgullo.

Para la inauguración de la nueva locación de su panadería, Rosa contrató a un animador para que atrayera a más personas. Sentía que le iría mejor que nunca, estaba muy feliz y llena de entusiasmo. Así fue: vendía tanto que ya no daba abasto sola. Llegaron entonces sus primeros empleados que la acompañaron durante años, eran muy ágiles, atentos y colaboradores.

Alier, un hombre de complexión media y mirada apacible, fue su primer panadero. Trabajó para El Buen Gusto más de diez años. Rosa lo aprecia mucho, así ya no trabajen juntos, pues fue él quien se convirtió en el corazón del negocio: nunca faltaba al trabajo y hacía todo el pan con cariño. Pronto se casó y tuvo tres hijos. Con los años, el largo trayecto diario de la localidad de Suba hasta el barrio Restrepo lo tenía agotado. Optó por conseguir un trabajo más cerca a su hogar que, entre otras cosas, le daría más tiempo para compartir con sus hijos. Rosa hizo lo posible por retenerlo, pero la decisión ya estaba tomada.

Casa del señor Arévalo, punto en el que estaba antes el negocio de la señora Rosa. Ahora funciona otro local. Foto de Angélica Varón. 

***

“Al señor Arévalo le pudo más la envidia, creo”, dice Rosa con algo de rabia en su voz. De un mes a otro, el señor Arévalo dejó de recibir el pago del arriendo excusándose con lo primero que se le venía a la cabeza. Él era abogado. Rosa, angustiada, fue a su despacho y decidió pagarle, personalmente, los dos meses de arriendo que no había recibido.

El señor Arévalo le dijo que, como le iba tan bien con las ventas, debía pagarle más por el arriendo del local. Rosa se rehusó (porque pagaba doble arriendo, pues adquirió el local del lado y los remodeló) y tuvo un pleito legal con su arrendatario por casi un año. Finalmente, derrotada, Rosa tuvo que dejar el local.

Dice que le dolía pensar en sus clientes, eran tantos que hacían fila para comprar, pues el negocio ya estaba bastante acreditado y tenía clientes fieles que iban todos los domingos por el pan de la semana. Sentía el futuro incierto. No durmió bien durante meses, no sabía para dónde trasladarse pero quería que fuera cerca.

Antes de la fecha pactada para la entrega del local y con el tiempo en contra, supo que un vecino de la misma cuadra iba a entregar un local de ropa. Lo llamó y quedaron para hablar. Sentados en una mesa del negocio, Rosa le contó por la situación que estaba pasando, y él se ofreció a ceder el contrato de arrendamiento si le daba veinte millones de pesos por adelantado. No habiendo más opción, Rosa aceptó, con un nudo en la garganta, rabia e impotencia al ver cómo tantos años de trabajo se estaban yendo entre las manos.

***

Inició nuevamente de cero en la esquina de lo que fue su cuadra, tuvo que remodelar ese local y adaptarlo para preparar y vender comida. Compró neveras y mesas, más grandes que las anteriores, de color verde y beige. Lo quería todo nuevo y lo arregló a su modo, con ese toque de negocio tradicional. Rosa siente que la inversión fue fuerte pero que valdría la pena porque quedó al lado de donde inició y a sus clientes no los perdería, pero la dicha no le duró mucho.

Dos semanas después, su corazón latió con fuerza y las manos le sudaron cuando vio un letrero colgado en el que fuera su local, en él decía: "Provocaditos". Se sintió traicionada, pues ahora el local ofrecía un producto que era competencia. Había clientes que le decían: “Pensé que había remodelado el local, pero me di cuenta que estaba equivocado, porque las almojábanas no eran las mismas. Definitivamente, las que usted vende, son únicas”. Rosa se dio cuenta de que no tenía competencia, que la atención al cliente es primordial y que a pesar de todo tenía un nuevo inicio.

Su abogado le recomendó demandar, ya que tenía pruebas y argumentos suficientes para ganar un pleito legal. Rosa mira a lo lejos, suspira y dice: “No le hice caso al abogado, porque no quería perder más tiempo, se quedaron con el punto que acredité, pero este es el momento que todavía vendo más que ellos”. Sonríe mientras empaca el pan de un cliente que acaba de llegar.

Los clientes de la panadería de Rosa son fieles a sus productos, incluso en medio de la pandemia. Foto de Angélica Varón. 

***

Actualmente, El Buen Gusto, Almojábanas y Pandeyucas va a cumplir doce años en el segundo local. Rosa asegura que su arrendatario es una excelente persona. Sin embargo, la contingencia por la COVID-19 la tiene bastante preocupada, ella es cabeza de hogar y responde por sus tres hijos.

"El Restrepo no es lo que era hace unos años -dice Rosa-, las ventas han bajado por la entrada de tanto producto chino, y ahora, con este virus rondando por ahí, peor”. Ahora el barrio tiene todo su comercio cerrado, sus calles vacías y frías, la gente camina con expresión de desasosiego sin saber qué va a pasar.

El barrio se conoce porque es bastante comercial y porque también es la “cuna” de los zapateros. Allá se consigue desde un cinturón hasta cualquier estilo de ropa y zapatos. Hay outlets de marcas reconocidas, restaurantes de cadena, panaderías, papelerías de marca, etc. También hay una zona rosa de discotecas de, aproximadamente, treinta lugares, todos con el letrero de “quiebra total”. Algunos ya entregaron locales porque no pudieron seguir pagando arriendos e impuestos. Según el diario la economia.com, en los últimos cuatro meses la economía decayó en un 75%, esto causó el cierre casi que total de la zona rosa  del Restrepo.

Rosa asegura que la pandemia se salió de control justo cuando acababa de hacerle unos arreglos al negocio. Con las manos en la cintura mira hacia afuera del local, como buscando alguna respuesta en la calle, una salida a lo que está pasando. Tuvo que cambiar la distribución de su local: se juntaron las mesas y unas se pusieron sobre otras, las vitrinas y neveras se pusieron en la puerta para que ningún cliente pueda entrar. Las ventas han bajado drásticamente, pero la posibilidad de comprar para llevar permite que "se venda alguito". 

Según datos de la Cámara de Comercio de Bogotá, para el año 2018 existían más de veinticinco mil panaderías y pastelerías, que registraban ventas por más de tres billones de pesos y generaban cerca de cuatrocientos mil empleos directos. Pero la pandemia lo ha cambiado todo, y de esos empleos ya son pocos los que quedan. La revista Pan Caliente asegura que reinventarse es necesario ya que la supervivencia de los negocios depende de la adaptación. 

Clara, empleada de Rosa, atiende a los clientes con todas las medidas de bioseguridad exigidas para este tipo de establecimientos. Foto de Angélica Varón. 

***

Como es natural, Rosa no pudo seguir con el número habitual de empleados. Clara, ágil y responsable, es la única empleada que la acompaña en este momento. Es muy responsable a la hora de tener en cuenta seguir las medidas de bioseguridad. Ella afirma que “todo esto [el contexto de la pandemia] le da mucho miedo, pero lo importante es que tiene trabajo”.

Mientras Clara atiende a los clientes Rosa funge como panadera. Dice que está trabajando el triple, pues las deudas no dan espera: está vendiendo otros  productos de panadería para que los clientes tengan más de donde escoger. Cuenta que su mente le ha hecho creer que contrajo la COVID-19 en varias ocasiones. Se ríe ante la confesión, pero luego calla por un rato y dice: "Ojalá que todo esto fuera una pesadilla, el dinero no alcanza como antes y el gobierno miente, los auxilios económicos no existen". Ella lo sabe mejor que nadie, pues confiada por la información que dieron en diferentes medios de comunicación, buscó las ayudas para comerciantes que el gobierno ofertó.

Hasta el día de hoy y después de ir a varios bancos, su conclusión es la misma: "Piden muchos papeles, y en palabras más, palabras menos, usted, tarde que temprano, tiene que pagar la dichosa ayuda que le dieron, o eso fue lo que yo entendí”, dice Rosa.

Miguel Vargas, experto en finanzas, piensa la pregunta: ¿De seguir así, cuánto va a soportar la economía? Con un suspiro largo y después de mirar al suelo, responde: "No más de cuatro meses, todos los comerciantes se han tenido que reinventar y para esto han invertido lo poco o mucho que tenían ahorrado, están caminando en la cuerda floja".

Los pequeños y medianos comerciantes del barrio Restrepo no pierden la esperanza, esperan a que todo mejore prontamente y que el gobierno no los deje a su suerte.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

Institución de Educación Superior sujeta a inspección y vigilancia por el Ministerio de Educación Nacional.