Usme y Fontibón, dos localidades que extrañan su pasado

 "Tu nido”, lo que queda

Entre la rutina citadina, el ruido, la contaminación y el afán de las personas por cumplir con sus obligaciones, todavía se pueden rescatar espacios rurales en la caótica Bogotá. Allí hay habitantes que luchan por sobrevivir, por conservar sus costumbres y tradiciones y por mantener el espíritu campesino de sus tierras.

Usme está ubicada al suroriente de Bogotá, fue fundada en 1650 a manera de pueblo, con el nombre de San Pedro de Usme, pero hace parte de la capital desde hace 65 años como la localidad número 5°. En un principio fue habitada por los indígenas Muiscas, quienes desarrollaban en este territorio adoraciones, cultos y rituales fúnebres en la laguna de Los Tunjos. El nombre de Usme en el idioma chibcha significa: “Tu nido”. 

En la actualidad, la vida y la modernidad han ganado los espacios en el que antes sus habitantes se dedicaban a la siembra de hortalizas y a la ganadería, sin embargo, La Requilina es una vereda ubicada en esta localidad que muestra su resistencia y lucha por preservar las actividades y prácticas rurales.

Esta vereda es la unión de fincas y personas que, desde sus antepasados, han sido los pobladores de estas tierras. Con ese amor por su labor campesina y con el vigor por mantener este estilo de vida, han creado diferentes medios para hacerle frente a la modernización.

Una de las iniciativas más sobresalientes de esta población para conservar su territorio, fue creada por una mujer, Nury Salazar, residente de la vereda, quien propuso un proyecto que nació hace siete años, el cual unifica a un conjunto de campesinos que veían amenazadas sus tierras y actividades agrícolas o ganaderas por la urbanización que, con el pasar del tiempo, les arrebataba más la esperanza de seguir en sus tierras. 

Usme: el inicio de la vereda La Requilina, queda a no más de dos cuadras del centro de Usme pueblo. (Foto: Angie Ojeda)

Por esta razón, junto con el Instituto Distrital de Turismo, decidieron conformar una red de fincas para convertirlas en un espacio turístico rural. El Instituto ayudó con recursos económicos a embellecer un poco más las casas y acompañó con capacitaciones administrativas a aquellas personas que llevaran a cabo esta idea de manera informal, únicamente con su conocimiento sobre la comunidad campesina. 

Estela hace parte de las doce familias que forman esta cadena turística. Su vivienda es “La Morelia”, una casa llena de flores desde su balcón; estas flores son de diferentes especies y distintos colores, flores que no solo adornan la fachada de su vivienda, sino que además representa la dedicación, cariño y amabilidad que caracteriza a esta mujer. 

“La ruta agroturística sirve para visualizar la cultura campesina. Da a conocer a las personas que viven en Bogotá, que la ciudad tiene una zona rural altamente productiva, y presta unos servicios ecosistémicos muy importantes para toda la ciudad”, explica Estela mientras acomoda sus brazos dentro de su ruana. 

El punto de encuentro para comenzar la ruta es la vieja estación del tren turístico de La Sabana, allí se abre paso para conocer las diferentes fincas que tienen variedad de actividades diseñadas para que los viajeros disfruten y aprendan sobre la cultura y la tradición campesina.

Entre las actividades que se pueden encontrar dentro del recorrido, están las visitas a los cultivos de cilantro, cebolla, lechuga y quinua, con esta última preparan pan, galletas y un masato tradicional. En una finca aledaña se puede conocer el proceso de filtración de agua dulce desde la tierra, que, en su perfección, se puede comparar como a un “milagro” que la tierra nos regala. 

Al seguir en la caminata, por la carretera que más bien es una trocha recta, se llega a la siguiente propiedad, allí hay una gran variedad de alimentos típicos como el sancocho, hechos de la producción de los cultivos de estas tierras y de las manos de personas dedicadas por entregar sus mejores productos. También existen criaderos de cerdos, gallinas, vacas y caballos propios de la zona rural, así mismo, tienen una muestra de las artesanías que realizan con la lana que consiguen de sus ovejas, las cuales cría Nury, la misma que lideró este plan.

Usme: el cultivo de maíz, quinua, papa y hortalizas son los productos más cultivados en la vereda La Requilina. (Foto: Angie Ojeda)

Todo el viaje que se realiza hacia las diferentes fincas de la vereda La Requilina, es un proceso de reconocimiento, que permite valorar a las personas que hacen parte de la sostenibilidad de la ciudad y el país. La visita a esta zona de Usme, deja el agradecimiento eterno a las personas campesinas que hacen posible que se produzcan los alimentos que todos consumimos y que se mantenga el ecosistema para que siga viva la naturaleza.

Yudi Daza es la nueva presidenta de la acción comunal de la vereda La Requilina, una mujer caracterizada por su liderazgo y entrega hacia su comunidad. Se ganó la confianza de sus vecinos, quienes apoyaron su nombramiento, dejando que tomara las decisiones en los próximos cinco meses.

Ella es una mujer de no más de treinta años, muy sencilla y amable. Vive a diez minutos de la entrada de la vereda, después de la tiendita roja, como indican sus vecinos. En su casa ella siembra lechuga y calabazas que demoran varios meses en dar frutos, vive junto con su familia que llevan más de tres generaciones como pobladores de esta zona. 

“Las costumbres se han perdido poco a poco, las personas han vendido sus predios, porque la extensión urbana cada vez está más cerca, ya no se siente el mismo ambiente de antes y ha aumentado la inseguridad”, comenta Yudy.  

Con una voz tímida y con tono de preocupación, mira a su costado derecho y señala un lote de tierra vacío, comenta que ahí se encontraba una hacienda en donde sembraban papa, pero sus dueños, como muchos, vendieron el predio.

Con el paso del tiempo las prácticas se han ido perdiendo, pues antes los vecinos se reunían para juegos, bebidas y comidas en épocas como la Navidad. Muchos de ellos se resisten a la idea que de sus tradiciones provenientes del campo se terminen, aún luchan por su territorio y por un espacio rural en medio de la gran ciudad.

Usme: la vereda La Requilina está situada sobre la cordillera oriental de la sabana de Bogotá y contiene en total 120 barrios y 17 veredas. (Foto:Angie Ojeda)

A pesar de que la vereda La Requilina es una de las expresiones del campo más destacadas en la localidad de Usme, no cabe duda de que esta localidad es símbolo de la cultura tradicional campesina. Allí se visualizan los diferentes verdes que existen en la cordillera oriental, debajo de las nubes blancas del cielo, las vacas y ovejas que comienzan a aparecer en los caminos.

El pueblo de Usme reúne las características típicas para aludir a su nombre, allí las personas usan ruana, sombrero y botas de caucho. Los domingos se reúnen en familia para ir a comer gallina y tomar chicha, las discotecas son canchas de tejo, y cerca de su plaza principal, venden quesos, habas y masato. Allí reina la cordialidad y la amabilidad.

Su zona urbana también cuenta con varias quebradas. Sin embargo, por el hecho de no estar canalizadas, se contaminan con mucha facilidad con desechos arrojados que desembocan en el río Tunjuelo, lo que hace que, en épocas de lluvia, algunos barrios cercanos a ellas se inunden. Según un informe del Observatorio Ambiental de Bogotá, Usme se convierte en una de las poblaciones más ricas en recursos hídricos, además de contar con La Regadera, una represa pequeña construida para contener las aguas puras del río Tunjuelo. 

Es la segunda localidad con mayor extensión del Distrito, cuenta con un área total de 21.507 hectáreas, de las cuales, 19.394 hectáreas son de uso agrícola y 2.114 hectáreas son de uso urbano. Según un informe de la Secretaría de Salud, se podría decir que Usme, a pesar de ser una localidad de gran extensión territorial, ha podido conservar gran parte de su historia cultural, campesina e indígena, aunque ahora la modernización acecha.

Es claro que se necesita mucho más de trabajo y dedicación campesina que de grandes edificios. Estando la ciudad ligada al campo desde sus inicios, este sector suple la necesidad de obtener los alimentos de gran parte de la población.

Usme: el hijo menor de la actual presidenta de la acción comunal, Yedy Daza, de la vereda La Requilina. (Foto: Angie Ojeda)

 

A menos de un recuerdo

Así como su nombre se ha transformado desde el cacique Muisca Hyntiba a Hontybón, y de Ontibón hasta Fontibón, así mismo ha sido transformada esta localidad en el transcurso de los años. El pasado rural ha quedado en el recuerdo de los más adultos, aquellos que cuentan entre emoción, cariño y nostalgia las anécdotas que vivieron cuando esta localidad era un pueblo de zonas y costumbres campesinas. 

Uno de los adultos que fue testigo de la antigua Fontibón es Luis Velandía, un hombre de 72 años que tuvo la fortuna de vivir en esta localidad cuando aún era un municipio que consistía de veinte calles y veinte carreras, con cultivos extensos de maíz y cebada, y que estaba conformada por fincas que se dedicaban a la ganadería con grandes potreros. 

Él recuerda, con una sonrisa en el rostro, los gratos momentos que vivió en su niñez, con la libertad de jugar y correr hasta las horas de la noche en la calle o en los cultivos, recuerda también los juegos tradicionales que practicaban y los hacían felices en aquel momento.

Nació en una familia muy pobre, que se componía de ocho hermanos, de una madre que lavaba ropa ajena en el río Bogotá, que se ubicaba aproximadamente a dos kilómetros de su vivienda en ese momento, y de un padre heladero que recorría todo el pueblo vendiendo sus helados para recolectar algo de dinero. A pesar de la escasez monetaria, su niñez estuvo dotada de maravillosos momentos que hacen que hoy pueda agradecer a la vida por permitirle nacer en esta época y en esta zona.

En la nueva casa de Luis Velandia se conserva un pedazo de la naturaleza que vivió en su juventud con el jardín que él ha construido. (Foto:Angie Ojeda)

La casa en donde vivían estaba encerrada por unos “quinientos árboles”, como él dice, entre los cuales, doscientos podían ser pinos, y trescientos podían ser árboles de ciruelas y peras.

Para Luis, la época más significativa para ese entonces era la que se vivía en la Navidad, se puede notar la gran alegría que lo invade al recordar los momentos que compartía con todos los vecinos, momentos de hermandad, como dice él.

“Las novenas se hacían en una casa diferente cada día, siempre estaban dotadas de comida que compartían entres sí todos los miembros de la cuadra. También estaba acompañada de pólvora y rezos que se debían cumplir con disciplina todos los nueve días para poder recibir el regalo en la madrugada del 25 de diciembre, el cual era traído por el niño Dios. Así todos lo creíamos”, afirma Luis.

Por ser su familia tan pobre, sus padres se esforzaban por comprarle un obsequio a cada uno, pero eran regalos de bajo costo que se rompían fácilmente y creaban una pequeña frustración al compararlos con los juguetes que recibían sus vecinos. Sin embargo, a estos juguetes se le sacaba el mayor provecho a la hora de jugar, si se rompían no importaba, porque eran reparados con cualquier elemento reciclable.

En Semana Santa, otra de las épocas marcadas por las tradiciones campesinas en la vida de Luis, se debía guardar total reposo y respeto, porque cualquier actividad exagerada que se hiciera, podría representar una blasfemia hacia Dios. Luis recuerda que, en el colegio, él tenía que dedicarse a pasar, hoja por hoja, toda Biblia Católica en su cuaderno. Entre otras costumbres que él añora muy bien de esa época, se destacan los paseos que se hacían los domingos en los potreros cercanos al aeropuerto, allí podían jugar entre los pastales y ver los aviones despegar desde muy cerca de ellos. Este es un recuerdo que comparten varios habitantes con cariño, como Manuel y Carlos, que nacieron en Fontibón y se dedican a lustrar zapatos en la plaza central desde hace treinta años.

Fontibón: En la placita también se disfrutan de platos típicos de la comida cundiboyacense como la “pelanga”. (Foto: Angie Ojeda)

Ellos también han vivido ese cambio industrial y de modernización que ha transfigurado la localidad, están de acuerdo con la renovación de las calles y edificaciones, dicen que ese cambio ha ayudado a que el turismo llegue a la localidad para aportar a la economía. Sin embargo, cuentan cómo este cambio igualmente ha desterrado la historia y la cultura fontibonense.

Por otro lado, se encuentra Efraín Villamil, un líder social que apoya a los campesinos de Colombia como vocero en diferentes proyectos. Él es un hombre alto y un poco fornido que alcanza la tercera edad, con ojos bondadosos y sonrisa amable, ha liderado diferentes planes donde el campesino pueda obtener las garantías que ayuden a su perseverancia.

“Desde los 15 años trabajo en estos planes, porque mis padres eran campesinos y sufrían muchas injusticias. Esto provocó en mí la vocación de trabajar por mi pueblo, aunque no es un trabajo formal, pues yo sobrevivo del rebusque, pero la satisfacción de hacer algo por cambiar la situación que se sufren en el campo es mayor que el dinero que puedo necesitar”, sentencia Efraín.

Actualmente, Efraín ha colaborado a que lleguen las llamadas placitas campesinas a diferentes puntos de varias localidades del país, una de las que se mantiene es la que llega a Fontibón cada quince días. Personas que viajan desde Boyacá, Tolima y otros municipios de Cundinamarca para organizar, desde las seis de la mañana, en el centro de Fontibón, sus puestos de venta de productos agrícolas.  

Luis Velandia, su tía y hermana en el patio de la casa. (Foto:Angie Ojeda)

Efraín ha conseguido el espacio para llevar los productores campesinos hasta la ciudad, pero con recursos propios, las alcaldías solo permiten el uso del espacio y algunas alquilan las carpas que protegen los alimentos que traen estas personas para la venta, como frutas, verduras, hortalizas, quesos y comidas típicas cundiboyacense como la pelanga y la picada que lleva longaniza, morcilla, papa criolla, entre otros.

Fontibón es ese espacio de Bogotá que tuvo un cambio rápido de urbanización y dejó de lado los espacios rurales y las prácticas campesinas. Por esta razón, Luis el hombre que nació y vivió más de la tercera parte de su vida en esta zona, decidió dejar su casa en este lugar y mudarse al municipio de Funza, ubicado a las afueras de Fontibón, donde ha encontrado el ambiente tranquilo y natural al que estaba acostumbrado.

Él trata de conservar algunas tradiciones en su familia, como la unión familiar en las festividades navideñas que desembocan en el cariño perdido durante el año, comidas, regalos y abrazos. Una oración como agradecimiento antes de la comida, al igual que un jardín al fondo de su casa con diferentes plantas y flores de diversos colores y frutos a los que dedica su tiempo y cariño, las cuales lo acompañan y atraen a los pájaros que reposan en sus ramas. Esto se ha convertido en el refugio que entrega la alegría que vivió en un pasado.

La localidad de Fontibón también ha hecho varias estrategias en compañía de la Casa Cultural para conservar su historia y darla a conocer, una de ellas es un recorrido dirigido por Roberto Velandía, un experto e historiador de la esta zona que dirige un tour que pasa por los lugares más emblemáticos de esta zona.

“En la caminata, que sale desde el parque central, se visita la Iglesia de Santiago Apóstol y su casa cultural, patrimonios arquitectónicos que se han conservado desde la época colonial. También se visita la Casa del Pueblo y el Puente San Antonio, edificaciones del siglo XVI”, explica Roberto.

Productos que trae Claudia desde Ibagué para su comercio. (Foto:Angie Ojeda)

Roberto también escribió un libro que relata la importancia de Fontibón desde hace más de cuatro siglos, por ser la entrada y salida principal hacia la costa del país, además de haber sido un resguardo para los protagonistas de la Independencia que se hospedaban en la que ahora es la Casa Cultural.

Carlos Córdoba es la persona encargada de la Casa Cultural de Fontibón, allí se cuida y mantiene la estructura original desde el siglo XVII. En este espacio se llevan a cabo actividades que despliega el arte, donde participan jóvenes, niños y adultos de la localidad que están interesados en alguna expresión artística.

“La casa la construyeron, primero como un colegio jesuita para varones, pero también servía como casa para el libertador Simón Bolívar, cuando llegaba a La Sabana de Bogotá”, explica Carlos.

Sin duda, los habitantes de Fontibón demuestran cariño por su localidad con cada palabra que dicen de ella, con cada sonrisa al recordar algún momento en el pasado. Sin embargo, la modernización, que ha extendido y ha acogido a 89 barrios que se registran como parte de la localidad, según el registro de la Alcaldía Local de Fontibón, ha generado la separación de esos vecinos que se conocían desde siempre, los que compartían en las diferentes festividades del pueblo, los que celebraban con chicha y música de cuerda. La modernidad, ahora, lo ha cambiado todo.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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