Viviana Roa, una piedra preciosa en La Candelaria

El rumbo de su vida ha sido guiado por las esmeraldas, las cuales le han traído el amor y la felicidad, pero, también le han dejado momentos de tristeza. Esta es su historia.

En la localidad de La Candelaria hay cosas ocultas que permanecen en las sombras, que pocos conocen, que muchos ignoran. En ese escenario existen heroínas que luchan para que los más vulnerables no salgan lastimados. Una de ellas es Viviana Roa, una mujer que vive en los alrededores del centro histórico de la ciudad desde hace 11 años.

Con mucho orgullo, pero no dejando de trabajar en su máquina, ella confiesa que el pasado 18 de octubre de 2019 logró alcanzar la felicidad por unos momentos. Ese día se graduó como agente de prevención en la explotación sexual comercial de niñas, niños y adolescentes, en el área turística sostenible del centro histórico de La Candelaria. La máquina que la acompaña, que consta de un mueble y un disco giratorio que recibe unas gotas de agua para pulir y tallar una esmeralda en forma de lágrima, ha sido testigo de todo su esfuerzo y dedicación para alcanzar este logro.

La certificación fue otorgada por la Fundación Renacer y la Alcaldía Local, con la que viene trabajando desde hace 11 años. Allí estuvo liderando, hasta el pasado mes de abril, las ferias de artesanías en el sector del Chorro de Quevedo y la Plaza de La Concordia. “Es un trabajo muy desgastante. Hay señoras muy desagradecidas, no se dan cuenta del oficio que uno hace, critican y critican, pero no piensan en cuánto se desgasta uno corriendo de un lado para otro tratando de saber si hay o no fiestas”.

Después se concentró en el trabajo con Renacer, luego de ser testigo de una serie de injusticas y atropellos. “En el centro de la ciudad se mueve la maldad en forma de sombras, son silenciosos y pasan desapercibidos. Hay que ser cuidadosos, pero se pueden distinguir”, confiesa. Estas mujeres que trabajan con la fundación, son las que van por las calles reconociendo las sombras de las que Viviana habla. Son unos “villanos” que se hacen pasar por vendedores, tenderos, residentes, gente del común, pero que tienen una misión oculta para los transeúntes y muy perversa para ellos: reclutar jóvenes para ser explotados sexualmente. Viviana decidió vincularse al programa, porque sabía que podía hacer algo al respecto, reconocerlos y denunciarlos, al menos. Ella conoce muy bien las calles por donde pasan estas cosas, escucha los susurros de las paredes desgastadas del sector, puede reconocer las sombras y ser la defensora de oficio de todo aquel que esté expuesto a estos delitos.

Imagen de guaquería en Muzo en los años 80.

 

Una charla de amigos

Era una noche fría cuando me dirigía hacia la casa de Viviana, ubicada a cuadra y media del Chorro de Quevedo. Había llovido toda la tarde, nos reuniríamos unas horas después de lo acordado, puesto que, en su hogar, se había ido la luz en ese momento. Mientras iba en camino, miraba las calles y las casas, por curiosidad, giré mi cabeza y vi en lo alto, como si de una montaña se tratara, unas escaleras que conducían a otro vecindario. Me pareció un lugar desolado, así que apresuré mis pasos. Encontré entonces una casa esquinera de color rojo con líneas mostaza, era el comienzo de una calle estrecha, como muchas de las que se ven por estos lados. Ella, con la amabilidad que la caracteriza, me recibió con el interés de saber el tipo de trabajo periodístico que haría.

Ya adentro, lo primero que vi fue su taller, el cual se encontraba ubicado a un lado de la cocina. Allí estaba sentado su esposo tallando una esmeralda; se trataba de un hombre con aspecto de cantante de rock clásico, de cabello hasta los hombros, copete y gafas, que llevaba un collar elaborado con esmeraldas de diferentes formas. Con un apretón de manos inició la charla entre buenos amigos.

Su vida con las esmeraldas arrancó en el único lugar posible en Colombia: Muzo. Conocido como la "capital mundial de la esmeralda", es un municipio localizado en la provincia de occidente del departamento de Boyacá. Sus padres, también nacidos en esta zona, trabajaron con las mismas piedras preciosas en la época en que su comercio era ilegal, pues por ese entonces el único encargado de su explotación era el Banco de la República. “Yo buscaba en la tierra, en las quebradas y en las minas, cualquier piedra que pareciera una esmeralda. La mamá de Viviana se ocupaba de su comercio, ella se dedicaba a venderlas”, dice Jacinto Roa, el padre de Viviana.

Por esta razón, a los cuatro años, ya conocía las esmeraldas, a los seis identificaba una buena piedra y acompañaba a su madre a comisionarlas y venderlas. Ella siguió los pasos de sus padres, pero no solo en las esmeraldas, sino también en el amor; mientras Luis Chaparro, su esposo, talla una esmeralda, sonríe de lado y cuenta la historia de amor de esta pareja de talladores: “Esto se trata de un amor entre la alumna y el maestro”.

Crucifijo tallado en esmeralda y resina.

Luis conoció a los padres de Viviana cuando ella tenía tan solo cinco años. Él era un adolescente que empezaba a buscar la forma de ganarse la vida. Un día el destino quiso juntarlos, pues la mamá de Viviana la trajo a Bogotá para trabajar como comisionista en la Avenida Jiménez. Allí se veían de vez en cuando, porque Luis traía esmeraldas para la venta en bruto, o sea, sin tallar. Él era ya profesor del Servicio Nacional de Aprendizaje - SENA en lapidación, que es el nombre que se le da al arte de tallar piedras preciosas. Dictaba clases en el pueblo de Otanche, municipio ubicado también en el departamento de Boyacá. Ella, por cosas del destino, se inscribiría en el mismo curso, ahí fue cuando se conocieron y terminaron creando una relación basada en el amor.  

Cuando se juntaron, Viviana ya tenía un hijo de cinco años, Camilo, pero esto no fue un obstáculo para formar una familia. Ya llevan quince años compartiendo triunfos y derrotas, son una familia que entiende y se mueve dentro del lenguaje de las esmeraldas, llevan el arte en sus venas, pues hay que tener talento artístico para lograr las figuras que ellos elaboran. Los dos tallan, los dos realizan su trabajo para lograr las figuras que son el producto de su ingenio y creatividad.

Su hijo Camilo también desde pequeño se adentró en este mismo camino, pero no le gustó del todo. “Un día se puso a tallar una figura, pero se la colgó en el cuello. Eso nunca se hace, pues se puede lastimar o cortar la cara. Él tenía por ese entonces como seis años; entonces se la enterró en el dedo. Creo que por eso no le gusto más, aunque sabe hacerlo, no le apasiona”, narra entre risas Viviana. Camilo, por su parte, tiene otra versión de la historia: “No me gusta ese mundo, porque considero que es muy violento”.

A pesar de todo, Camilo lleva el arte en sus venas, pues quiere estudiar Diseño Gráfico. En la familia todos creen que lo que realmente le gusta son los tatuajes.

Luis se toma un momento para compartir una reflexión en la charla. Mientras acaricia una esmeralda, dice que eso que ellos hacen es un don que les dio Dios en la vida. “No todos saben hacer esto de pulir esmeraldas. Se necesitan ciertas cosas que no todos tienen. Solo unos pocos apasionados por este arte logran crear cosas tan especiales como las que puede ver en su taller”, confiesa.

Puesto de venta de Abelardo en la otra esquina de la plaza.

También es cierto que, en el mundo de las esmeraldas, no todo es color de rosas. Ellos crecieron en una región en la que era natural escuchar disparos.  Cuentan que en ocasiones veían a familias enteras salir a la calle a verificar que alguno de ellos no hubiera caído en el fuego cruzado. Era la época de la “guerra verde”.

Cuentan los libros de historia, que hace 60 años, cuando el negocio de las esmeraldas comenzó su auge, el bandolero de pura cepa: Efraín González, llegó, junto a su hermano Valentín, a las minas que se explotaban a cielo abierto. Con la ley del revólver comenzó su mandato y fue el primer capo de capos. Sin embargo, tras su violenta muerte a manos del Ejército en Bogotá, el imperio fue heredado por Humberto “el Ganso” Ariza, un hombre que se hizo su lugar a sangre y fuego. El negocio empezó a crecer y alcanzó el corazón del centro de Bogotá, en la carrera Séptima con Avenida Jiménez, donde aún se comercializan estas gemas. En esos años, recuerdan Luis y Viviana, los mineros de Muzo no podían pasar a Coscuez, y los de Coscuez no podían venir a Muzo.  

A esta familia el mundo de las esmeraldas no solo le ha traído cosas buenas. Mercedes, la hermana de Viviana, perdió la vida cuando trabajaba para Víctor Carranza, el muy conocido “zar de las esmeraldas”. Ella, que había sido concejal, terminó administrando una de sus minas: “Un día, cuando todavía existían los “guaqueros”, unas personas entraron a robar las minas, en ese momento mi hermana se encontraba en su oficina, cuando bajó, se encontró con un cuadro aterrador: estaban echaban esmeraldas, a manos llenas, en unos costales de fique. Entonces empezaron a amenazarnos, por eso nos tocó dejar a Camilo con mi hermano y salir de Chiquinquirá, donde se encontraba mí mamá, para evitar que le hicieran algo al niño. Ese era nuestro miedo”, cuenta Viviana. Una semana después, Mercedes fue asesinada.

En el ámbito familiar, “Viviana es una buena esposa, de las que no da cantaleta”, dice mientras sonríe su esposo. “Lo que pasa es que yo repito una cosa, máximo, dos veces, y con eso ya saben qué quiero decir. No me gusta ser cantaletosa”, le responde.

Viviana es una persona que no se complica, dice las cosas como le vienen a la cabeza, de esas que no tienen “pelos en la lengua” para expresarse. Es una mujer de casa, que a pesar de trabajar en las calles vendiendo sus artesanías, se encarga con la misma eficiencia de su hogar. Cocina de lunes a sábado, el domingo lo toma para descansar y salir a comer con su familia. Como madre, se preocupa mucho por su hijo y lo espera todas las noches con un plato de comida caliente en la mesa, a pesar de contar con veinte años de edad, lo sigue cuidando como si tuviera diez. Como hija, se preocupa por sus padres: “Cuando estuve enfermo, hace poco, vino a visitarme y me cuidó. Es una buena hija, es muy noble y me llama todos los días”, cuenta su papá. Como hermana, “sabe escuchar y es buena confidente, una compañera de aventuras que está dispuesta a tomarse una que otra cerveza para hablar con ganas”, confiesa William, uno de sus hermanos por parte de mamá.

Máquina de tallar de propiedad de Viviana. Necesita de una gota de agua constante para no rayar la esmeralda.

 

Su parque, su entorno

En la plazoleta de la Universidad del Rosario está el sitio de reunión de la mayoría de los comerciantes de esmeraldas en la ciudad. En una de sus esquinas está el puesto de exposición de las artesanías de esta familia. Viviana comparte su entorno con personas que se conocen de hace muchos años, no solo por su trabajo como artesanos, sino por haber sido compañeros de guaquería o en el comercio de las piedras en bruto o talladas. El ambiente de trabajo es muy ameno y de colaboración.

Uno de sus vecinos, Abelardo, es amigo de Viviana desde hace muchos años, se conocieron en las minas de Coscuez, cuando ambos eran guaqueros, y en este momento se apoyan pasándose los clientes que llegan buscando artesanías. Abelardo se especializa en la elaboración de piedras talladas a mano, que son aquellas que salen de las minas y que son conocidas como gangas, que a veces traen una que otra piedrita verde y que les da un valor agregado. Viviana se especializa en la talla de piedras, que pueden tener forma cuadrada u ovalada, en lágrima, corazón, redonda o de cauchón o cabujón, que son piedras planas por un lado y redondas por el otro. Con ellas elaboran anillos, collares, pulseras y todo tipo de joyas.

El mundo de las esmeraldas, es en sí mismo, es un universo que apasiona desde el momento de tener una en sus manos. El comercio de la esmeralda empieza cuando los mineros, dentro del túnel de la mina, empiezan a picar con sus herramientas para robarle a la naturaleza una de las piedras preciosas más apetecidas en el mundo. De la mina sale para ser comercializada, en forma natural (en bruto), de la calle pasan al taller, para que tenga forma (talla), y luego se llevan al laboratorio para se tratadas, de allí salen para ser comercializadas. Los mayores compradores de las esmeraldas colombianas son los judíos, los japoneses, los coreanos y, en este momento, se está tratando de expandir el comercio a la China.

“No es un negocio fácil, pero es un negocio del cual se puede vivir sabiéndolo trabajar. La talla es una de las facetas mas tranquilas en todo lo que tiene que ver con el comercio de las esmeraldas; todo lo que hacemos lo hacemos con mucho amor, damos lo mejor de nosotros en nuestro trabajo, para que la gente se sienta feliz con las joyas que adquiere, con eso es muy probable que vuelva. Vivimos de las esmeraldas y para las esmeraldas, son parte de nosotros desde que nacimos y lo será hasta nuestra muerte”, concluye Viviana.

Esmeraldas lapidadas en figuras. Hay en forma de corazones y lágrimas, entre otras. Hay esmeraldas incrustadas en figuras de canastas, hechas con pepas de durazno y ciruela.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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