Yo no me llamo Fredy Mercury

Una sonrisa tímida se desvela en el rostro de Camilo Colmenares cuando reproduce en su computador uno de los videos en los que aparece en YouTube. En el video se ve una de las primeras presentaciones de su obra Yo no me llamo Freddy Mercury, la cual, desde 2013, está en cartelera, y a finales del 2018, hizo parte del XIV Festival de Teatro de Bogotá. Es sugestivo el parecido de Colmenares al difunto Freddy Mercury, vocalista principal de Queen, la única banda del Salón de la Fama del Rock con un Ph. D (Brian May) y un zoroastrista (el propio Mercury). Sus movimientos rígidos pero estilizados con el micrófono, el esqueleto y el pantalón blancos con una franja roja lateral, el compás de las notas y el tono de su voz, el bigote espeso y pelo negro indio, convergen  en la presentación que ahora Camilo Colmenares observa.

­—Un año antes de esa puesta en escena, nunca me imaginé que mi vida compartiría tantas similitudes con la de Freddy. Él creció entre un sincretismo indio, donde 3.500 deidades no aprobaban la homosexualidad; yo, entre el sincretismo del mundo evangélico y católico que tampoco la aprueba. Él hizo música en su adolescencia, yo también. Él era amante de la astrología, yo también. A él le diagnosticaron VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana) en los ochenta, y a mí en el 2012—, comenta con voz serena.

Según ONUSIDA, organización que desde 1996 lidera, innova y colabora a nivel mundial, nacional y local para conseguir acabar con el VIH, tras los reportes de los primeros casos de VIH, hace más de 35 años, 78 millones de personas han contraído el virus y han muerto por enfermedades relacionadas con el sida. Por eso, a lo mejor, cuando Camilo Colmenares fue consciente de que en su cuerpo se hallaba el virus que destruye ciertas células del sistema inmune, sintió que dentro de sí habitaba la mismísima parca, y cada vez que se miraba al espejo veía su reflejo. En ese momento su cuerpo se convirtió en una especie de celda que compartía con uno de los mayores asesinos en serie de la historia. No obstante, el mayor miedo de Colmenares no era en sí el virus que portaba en su cuerpo, sino la declaración que debían hacer su padre, Francisco Colmenares Peralta, y su madre, Lourdes Eugenia Mejía Rivera.

— La verdad, yo pensaba que era un enfermo. Desde lo cuatro años me metieron eso en la cabeza, pues crecí en una Colombia donde había muchos dogmas tradicionales y religiosos contra la homosexualidad-, sentencia con un aire casi indiferente.

Luego de que termina el video, el reproductor de YouTube de manera inesperada reproduce uno de los videos recomendados. De nuevo, un Camilo Colmenares de una época pasada, no muy lejana, aparece en la pantalla vestido con medias veladas, una mini falda negra estilo punk, una blusa rosada, una peluca de mujer hasta la altura de las orejas, con el estilo propio de la década del 50 y varias pulseras coloridas en uno de sus brazos. Un vestuario similar al que Feddy Mercury usaba en el video de la canción I Want To Break Free, el cual fue idea de Roger Taylor (baterista de Queen), y se inspiró en la famosa serie británica Coronation Street.

—Esa fue la primera peluca que compré para mis shows. Todavía la tengo por ahí. La voy a buscar.

Camilo tuvo una adolescencia que brilló por la represión de sus impulsos sexuales y las clases de piano a las que su papá, Francisco, lo inscribió para que ocupara en algo productivo su tiempo. Cuando estaba en el colegio, notó que cantaba afinado y, al terminar sus estudios de bachillerato académico, decidió estudiar medicina en la Universidad Nacional para satisfacer los gustos de sus padres. Contó con tan buena suerte, que lo vetaron totalmente de esa universidad por fraude, ya que cometió errores desastrosos al llenar el formulario de inscripción.

A los 18 ingresó a la Universidad Pedagógica a estudiar música y a los 20 logró ingresar a la ópera, para luego, a los 21, llegar a ser profesor. Al terminar sus estudios profesionales comenzó a estudiar actuación, porque supuso que podría ser mejor cantante a través de las artes escénicas, pero no se detuvo. A la mitad de su carrera de actuación obtuvo un cupo en el taller de ópera de la Universidad Central e hizo parte de la primera generación de grado. Así transcurrieron algunos años de su vida en la escena del teatro musical en Bogotá, hasta que, a la edad de 35 años, supo que era VIH positivo.

Mientras Colmenares camina hacia su habitación en busca de la peluca, un silencio meditado crea una atmósfera de escepticismo antes de declarar:

—Siempre quise superarme a mí mismo. Mi carrera está basada en  cada cosa que yo estudié y que me ayudó a derribar barreras en mi vida. Cuando me puse esa peluca y actúe como Freddy, supe así que con su personaje derribaría la barrera del VIH.

Durante más de 19 años Camilo Colmenares ocultó su sexualidad de su círculo familiar y social, ya que, según la iglesia y las prácticas religiosas de sus padres, él tenía un demonio dentro. Por la inercia de la fe que le inculcaron, cada vez que por su mente pasaban aquellas fantasías  demoníacas, recordaba los fragmentos de la Biblia: Levítico 18:22. “No te echarás con varón como mujer. Es una abominación”, y 1 Corintios 6:9 “¿No sabéis que los injustos no heredarán la tierra? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, no los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con barones”. Esto siempre lo vio como una manera de redención a la que le seguía varios oraciones mentales para ignorar sus bajos instintos, sus deseos más profundos, la verdadera esencia de su ser.

Al ser consciente de su diagnóstico, ya no hubo oración que valiera ni Dios que lo ayudara. El peso de la verdad que cargó durante tantos años, hizo que Camilo Colmenares se desplomara ante la realidad de su enfermedad. En aquel momento de su vida, lo divino y lo real se aunaban en su contra como si las magia caprichosa de un brujo infame lo maldijera tan solo por su condición humana.

—Cuando inicié en la actuación escapaba constantemente de mí, aunque con el tiempo me di cuenta que el arte no es para escapar sino para contar algo más allá de una perspectiva personal. Algo que cada ser humano pueda interpretar. Eso lo entendí cuando me puse esta peluca por primera vez.

Divaga mientras se mira absorto en el espejo de su habitación y posa con ademanes femeninos. Su reflejo parece una alteridad de su personalidad. Después de unos instantes, se incorpora, camina hasta el armario en donde tiene toda la indumentaria que utiliza para su obra y concreta una idea vaga en palabras.

— Lo que yo logro en escenario es como un proceso introspectivo. Yo no ando con mentiras y eso los transmito, gracias a que soy una persona muy expresiva, a la audiencia que ve mi obra y la interpreta de acuerdo como ellos entienden el mundo y la homosexualidad—, dice.

A lo largo de los últimos siete años, Camilo Colmenares creó un sólida carrera profesional, bien remunerada en el mundo del entretenimiento como director y guionista gracias a su obra Yo no me llamo Freddy Mercury, la cual tuvo bastante acogida desde sus inicios por parte de la población LGBTI. Según datos de la Cámara de Comerciantes LGBTI de Colombia, para el año 2016, el 6,8% de la población colombiana pertenecía a esta comunidad. Es decir, 3.3 millones de ciudadanos colombianos se reconocen como parte de la población LGBTI.

Se calcula que esta comunidad tiene un poder de compra de más de 24 millones de dólares en Colombia y se caracterizan por tener patrones de consumo diferentes a otras comunidades. Por ejemplo, en el sector del turismo, el consumo de servicios por parte de la comunidad LGBTI crece un 10,3% anual, en comparación con el turismo en general de Colombia. Además, uno de los datos económicos más reveladores es que, gracias a ese poder de compra, esta comunidad ha impulsado sectores como el turismo, la salud, el cuidado personal y el entretenimiento. Estos datos han hecho que más de 200 organizaciones y empresas incluyan a la población LGBTI dentro de su núcleo de interés  de cara a la segmentación de mercados.

— El dinero crea, de manera inevitable, la aceptación de la sociedad. Haz dinero y serás aceptado. Pero creo que no se trata de un solo aceptar; se trata de no discriminar la condición de una persona tanto por su credo como por su sexualidad—, sopesa en un intento de explicarse de manera más profunda.

La prenda que más resalta en aquel inmodesto armario lleno de parafernalia, que a simple vista resulta incalculable, es una chaqueta amarilla con cinturones en la parte frontal que suplen la función de una cremallera. Una imitación muy aproximada que Camilo Colmenares mandó a hacer a pedido de la chaqueta que Freddy Mercury usó en el concierto de Wembley Stadium el 12 de Julio de 1986. Colmenares no solo ha hecho que el estilo de Mercury haga parte de su vida, sino que, de manera ecléctica, ha hecho que la esencia de él sea un punto de acceso para entender los rasgos propios de la homosexualidad. 

Eso explica por qué Colmenares presta atención al más mínimo detalle mientras selecciona las prendas que utilizará esta noche en su obra. A pesar de que cada una de las prendas que descarta son, a los ojos de una persona detallista, bastante buenas para la caracterización del personaje, él se muestra insatisfecho y está resuelto a encontrar el vestuario perfecto, impoluto, pragmático. Sin embargo, uno de los accesorios que ya está dentro de la maleta que Camilo llevará esta noche en la puesta en escena de su obra, es la peluca olvidada que vio hace un rato en el video de YouTube.

— Para mí esto es como fluir. Si una cosa no sale, sale otra. Metas y puntos de llegada. La estrategia que practico en todo esto es estar pendiente en que mi energía no se detenga o se estanque en bobadas—, sentencia antes de salir de la habitación con maleta en mano.

En los camerinos del teatro Santafé, un espacio donde se presentan diversos espectáculos culturales como obras de teatro y shows musicales, Colmenares intenta entrar en personaje unos minutos antes de pasar al escenario.

Primero, resuelve relajarse por medio de ejercicios para eliminar tensiones que se generan en la vida normal. Luego toma una hoja donde están apuntadas las intervenciones que debe realizar durante la puesta en escena y, en voz alta, repite los verbos que dan inicio a las intervenciones de su personaje y juega con los tonos de la voz, como si quisiera dilucidar cuál es la mejor entonación para ese preciso verbo. Según Colmenares, esta serie de pasos lo ayudan a digerir el personaje hasta el punto que se introduce por completo en él y se queda ahí hasta cuando decida dejarlo. Al terminar el rito actoral, por un motivo que se antoja incomprensible, su mirada cambia. Parce que la cara de Camilo Colmenares es como una máscara tras la que se encuentra una identidad ajena que se vislumbra ahora en sus ojos.

De manera paulatina ingresan los espectadores a la paleta del escenario. Al cabo de unos diez minutos se augura que no habrá más espectadores, pero, cuando están a punto de cerrar la entrada a la sala, un hombre de tez trigueña, de pelo negro recogido con una moña y de aspecto relajado, atraviesa el umbral y saluda con un gesto ameno al taquillero que está a punto de cerrar la puerta. Camina plácidamente hasta la primera fila de la paleta y, al sentarse en una de las sillas con mejor ángulo de visión del escenario, Camilo Colmenares asoma su cabeza tras uno de los telones y, con el cariño propio de un ser enamorado, saluda al hombre que recién llegó y está sentado a unos pocos metros de él. Su nombre es Manuel Alejandro Martínez y, desde hace un tiempo, es la pareja de Colmenares.

Las luces se apagan, las pantallas de los celulares violan la envolvente oscuridad con sus brillos y, una voz incógnita, ordena que se apaguen y se guarden: la obra va a comenzar.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) del 2015, las personas homosexuales no solo cohabitan menos con sus parejas, sino que lo hacen en uniones cuya duración en años es menor que la de las parejas heterosexuales. Según la encuesta, esa baja duración se debe a la alta proporción de uniones que duran menos de un año. De hecho, esa tendencia que, a los ojos de un simple mortal, se confunde entre la promiscuidad y el libertinaje, es lo que le recuerda a Camilo Colmenares a la expareja que, por egoísmo, lo contagió con VIH siete años atrás, aun siendo consciente de que era portador del virus.

— Yo tuve un accidente. Esa persona no me dijo que era VIH positiva. Él aceptó siete meses después que era portador. La cosa es que, si ese muchacho me hubiera dicho eso, yo no estaría haciendo este espectáculo ni honrando la memoria de Freddy—, argumenta en el escenario antes los espectadores.

Después de una hora y media, donde hubo un show musical con varias canciones de Queen, anécdotas sobra la vida y la homosexualidad de Camilo Colmenares, reflexiones de lo que implica se portador de VIH, consejos personales sobre cómo se puede sobrellevar la primera etapa del virus y su testimonio de que hay tratamientos alternativos por medio de la medicina tradicional que, para él, garantizan una mejor calidad de vida, culmina la obra.

En total hubo 26 espectadores esta noche y, por iniciativa de ellos, se da un espacio para un conversatorio con Camilo Colmenares. Ávidos de detalles sobre los beneficios del tratamiento con medicina tradicional, unas tras otras las preguntas de los espectadores ahondan más en el tema hasta el punto que pasan treinta minutos más para que todos los espectadores abandonen la paleta.

Al final, todos los cuestionamientos convergen en la respuesta de que es posible relantizar el progreso del virus con el consumo de yagé, el cual es un brebaje alucinógeno que consumen los miembros de algunas comunidades como parte de su tradición y que, según afirma Colmenares, no solo cura la enfermedades del cuerpo sino que también cura la enfermedades del alma. Optó por este tipo de medicina porque, dentro de las políticas internas de su EPS, es prohibido autorizar algunos exámenes necesarios para él, ya que cuestan más de seis millones de pesos. 

— Todo se puede curar si uno va al fondo de las cosas. En este momento mi nivel de defensas puede ser más alto que el de otras personas. Llevo cuatro años tomando yagé, una medicina de Latinoamérica que conecta con el alma—, afirma de manera vehemente mientras camina a la salida trasera del teatro antes de que un silencio muy característico de sus meditaciones impregne el ambiente.

Segundos después concluye:

— El VIH es como un árbol que suelta frutos en el río de la sangre. Hoy día es posible hacer que ese árbol no suelte frutos. Eso se llama ser indetectable. Yo lo sé, ahora ellos lo saben.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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